Buscar este blog

lunes, 28 de diciembre de 2009

Pincelada de tinta - Un descuido tonto

No me siento con ganas de escribir introducciones ni excusas, os dejo sin más con el relato xD

Sé que a veces, cuando te invitan a un cumpleaños, tienes ciertas obligaciones. Como saludar a todo el mundo, ir bien peinado y arreglado, limpiarte los zapatos en el felpudo antes de entrar… lo típico.

¡Pero nadie me había dicho que era de mala educación preguntar a qué hora se soplaban las velas! La dueña de la casa, esa señora alta que según mamá era nuestra “anfitirona” (o algo así), me miró con cara de pocos amigos y me dijo que no era asunto mío. ¡Antipática! Pero lo peor es que la muy chivata fue a quejarse a papá por mi pregunta.

¡Qué enfadado estaba! Me llevó a un rincón apartado con la excusa de arreglarme un botón que se me estaba soltando de la camisa y me dijo muy serio:

-Que sea la última vez que vas haciendo preguntas improcedentes a personas tan amables que nos han invitado a un cumpleaños, ¿oyes? Como me entere de que vuelves a portarte mal, te meto en el coche y nos volvemos a casa sin probar la tarta.

No me gusta nada ver a papá enfadado, así que me pensé no abrir la boca en toda la tarde para evitar más meteduras de pata. ¡Vaya! “¿Y yo qué sabía?” me hubiera gustado contestar, pero él me dio la espalda y volvió a reunirse con los demás invitados en el salón antes de que me diera tiempo a abrir la boca. Me quedé confundido, y también algo triste.

***


A medida que transcurría la tarde, no podía dejar de sentir que en aquella fiesta faltaba algo.
Me senté en el sofá y me puse a mirar a mi alrededor con el dedo índice en la cabeza (es que así pienso más rápido), preguntándome qué era lo que echaba en falta. Mesa, comida, bebidas frías, regalos apilados en un rincón… Hombre, ¿sería posible que estuviera equivocado? Sin poder contener la curiosidad, y olvidando mi anterior propósito de ser un niño mudo, crucé el salón hasta donde estaba mamá, charlando con otra señora, y le comenté mis impresiones.

Su reacción me dejó perplejo. La sonrisa dulce de su rostro se desvaneció dejando paso a una expresión dura, incluso enojada.


-No te pongas tan quisquilloso –me dijo-, y deja de sacarle punta a las cosas y de buscar fallos en todos lados. ¡Es de mala educación para con nuestra anfitriona!

¡Pero…! ¿Quién había decidido de repente, y sin avisarme, que todas mis preguntas eran de mala educación? Me alejé de allí lleno de rabia, me escondí detrás de un mueble-bar que había en el vestíbulo y decidí quedarme allí hasta que sirvieran la tarta. Tenía ganas de llorar, pero me aguanté: no sirve de nada llorar cuando nadie te está mirando.

Sonó el timbre, y escuché acercarse unos pasos por el pasillo: supuse que sería la antipática “anfitirona”. ¿Debía salir de allí? La señora ya casi estaba llegando a la puerta. Opté por no moverme: total, no me iba a ver… Oí cómo giraba el picaporte.

-¿Hola? ¿Qué quieres? –preguntó ella, con un tono muy poco amable.

-Hola… ¿puedo entrar? –inquirió con voz dudosa quienquiera que se hallase al otro lado de la puerta. Sonaba como un niño más o menos de mi edad, por lo que me asombro fue doble cuando escuché la respuesta de la “anfitirona”.

-¡Claro que no! ¡Nadie te ha invitado aquí! Ni siquiera te conozco. Es nuestra fiesta, y no queremos extraños. ¡Lárgate!

La puerta se cerró de golpe, y vi de reojo cómo la mujer se alejaba. No daba crédito a mis oídos. ¡Pero qué mala! Aunque sé que los adultos nunca son maleducados (papá me ha dicho muchas veces que yo dejaré de serlo cuando crezca), aquello se había parecido bastante a lo que yo entiendo por mala educación. ¡Pobre chico! Debía ser un mendigo, y con el frío que hacía en la calle, normal que quisiera entrar. ¿Qué podía saber él de la fiesta de cumpleaños?

Me daba mucha pena, así que tomé otra decisión: hacer mi último acto maleducado de la tarde. Luego volvería a portarme bien para que papá no me llevara a casa sin probar la tarta.

Volví rápidamente al salón y, procurando que nadie me viese, metí en una servilleta un par de mediasnoches con queso de las que aún quedaban encima de la mesa. Escondiéndolas bajo mi chaqueta, volví sobre mis pasos y llegué hasta la puerta de la casa. La abrí con cuidado para no hacer ruido y la helada noche me recibió haciéndome tiritar. No muy lejos, en la acera, vi caminar una pequeña figura.

-¡Eh! –exclamé, y agité una mano intentando llamar su atención. El niño se giró extrañado y me miró. Le hice señas para que se acercase: no quería alejarme de la puerta y correr el riesgo de que se cerrara dejándome fuera.

El chico se acercó, al parecer algo inseguro. Era moreno, de ojos castaños, no mucho más alto que yo, y no parecía realmente un mendigo, aunque no iba muy abrigado. Cuando llegó hasta mi altura, me apenó ver lo pálido que estaba y el tono casi azulado que coloreaba sus mejillas.

-Es para ti –dije, optando por ir al grano, y puse la servilleta con las mediasnoches en su mano, que efectivamente estaba helada. Él miró extrañado el “regalo”, me miró a mí y, sorprendentemente, se rió.

-Muchas gracias –me dijo, apretando las mediasnoches contra su pecho.

-Siento que no puedas entrar –dije-. Estamos celebrando una fiesta.

-Lo sé –respondió él, pareciendo algo triste. Miró hacia una de las ventanas, como adivinando la algarabía y diversión que había dentro de la casa, y luego volvió a mirarme a mí-. ¿Sabes lo que se celebra?

-Pues sí… un cumpleaños –dije yo, algo inseguro. El niño asintió levemente con la cabeza y dijo:

-Así es. Mi cumpleaños, para ser exactos.

Abrí los ojos de golpe y lo miré de arriba abajo, perplejo.

-¡¿Qué?! ¿Tu… TU cumpleaños? ¿Quieres decir que toda esa fiesta de ahí dentro es para celebrar tu cumpleaños?

El chico volvió a asentir con la cabeza. No podía creerlo, sencillamente no me entraba en la cabeza.

-¡Pero eso no tiene sentido! ¿Entonces por qué no estás ahí soplando las velas, y abriendo regalos, y…?

Él se encogió ligeramente de hombros.

-Ya oíste a la señora, ¿no? –dijo-. Nadie me ha invitado. No puedo entrar.


Wycliffe Centre, 13 de diciembre, 2009

MORALEJA: Celebrar una fiesta sin el invitado principal tiene muy poco sentido.

Feliz Navidad...

domingo, 8 de noviembre de 2009

Pincelada de ideas - Fobias y amores

Quería escribir una pincelada de ideas más reflexiva sobre los sueños y algunos temas que me vienen rondando por la cabeza desde hace un tiempo, pero creo que todavía no tengo mis ideas lo bastante claras como para escribir sobre el tema. Así que habrá que esperar, de momento tengo que rellenar este espacio con pavadas xD.
Hace poco me dio por entrar en mi viejo blog “Lo que el viento escribió” (el de blogspot, no el Space) y revisar algunas entradas antiguas… y encontré un par de curiosidades que tenía bastante olvidadas: “Las cosas que detesto” y “Las cosas que amo”. Debo decir que me reí todo lo que quise y más de mis tonterías, y se me ha ocurrido que sería gracioso reescribir esas listas ahora… así dentro de un par de a ños o menos las releeré y me volveré a reír un rato xD.
(Si alguien quiere echarle un vistazo a las versiones antiguas, que se pase por www.loqueelvientoescribio.blogspot.com).


DETESTO…

Detesto levantarme tarde y tener que ir con prisas desde el primer minuto de la mañana.
Detesto las lentillas secas.
Detesto el brócoli (¡y con ganas!).
Detesto las frases “eso es para niños” o “eso es para viejos”.
Detesto los Blue-Rays.
Detesto la falsedad de los que sonríen a una persona y luego critican sus errores a sus espaldas (señores, juzgar los tropiezos de una persona sin ver la piedra en su zapato es muy fácil).
Detesto las dobles caras.
Detesto que algunas cosas sean obras maestras sólo porque no las entiende ni su autor.
Detesto las leyes hipócritas e incoherentes consigo mismas.
Detesto las imágenes macabras que con sólo verlas un segundo se me quedan grabadas en la retina por años.
Detesto las diferencias inventadas.
Detesto no ser capaz de defender mi postura cuando alguien la echa por tierra.
Detesto que el arte se convierta en una simple marca de fábrica.
Detesto al guionista de Doraemon y al lumbreras que creó “Pocahontas 2”.
Detesto el humor estúpido (no voy a especificar…).
Detesto los zapatos estrechos y con tacones.
Detesto mi memoria de pescado y mis continuas meteduras de pata.
Detesto que alguien se ría de una situación que debería hacer llorar.
Detesto la página en blanco.
Detesto las llagas.
Detesto el guiño del Tuenti y sus mensajitos hipócritas.
Detesto los redoblajes (en su mayoría).
Detesto las actitudes derrotistas y victimistas, y más cuando se trata de mí.
Detesto el bolígrafo que se queda sin tinta a mitad de un examen.
Detesto que se hagan trescientas continuaciones de una película que tiene éxito. Cuando una historia se acaba, ¡SE ACABA!
Detesto los malos rollos que surgen a raíz de una pavada.
Detesto el talante de gente cuyo único propósito en la vida es incordiar al prójimo.

AMO…

Amo los otoños ingleses.
Amo el chocolate.
Amo recostar mi cabeza sobre la almohada con la satisfacción de haber aprovechado bien el día.
Amo los reencuentros.
Amo los lazos de amor que son capaces de crearse en un tiempo récord y durar toda la vida.
Amo la revolución, la AUTÉNTICA revolución.
Amo la música…
Amo las “mateadas” con mi familia o con mis amigos.
Amo las situaciones que me hacen reír hasta que se me saltan las lágrimas.
Amo entrar en un teatro y ver algo que me haga aplaudir hasta que las manos se me pongan rojas.
Amo el llanto provocado por la emoción o el arrepentimiento.
Amo esos recuerdos que se evocan con una sonrisa nostálgica.
Amo el dolor que recorre mi muñeca cuando no puedo dejar de escribir.
Amo los libros que me dejan huella.
Amo las películas y cortos de animación, y amo a los actores del lápiz que los crean.
Amo la ilusión de recibir una carta.
Amo nadar.
Amo la playa (irónico, siendo madrileña…).
Amo el frikismo y el emocionarme con chorradas.
Amo las sorpresas agradables.
Amo las guerras de agua improvisadas.
Amo viajar.
Amo meterme en una sala de cine y disfrutar de una buena película en pantalla grande y con las luces apagadas a mi alrededor.
Amo los abrazos.
Amo los arco iris después de la lluvia.
Amo la diversidad.
Amo ver hogueras y fuegos artificiales.
Amo los cómics.
Amo los musicales.

Amo al que me perdona todos los días por no amarle tanto como Él se merece.



Como nota curiosa... me alegro de poder decir que la segunda lista me ha resultado mucho mas facil que la primera =)

lunes, 19 de octubre de 2009

Pincelada de arte - Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis

Como veis, y aunque publique esto con un dia de retraso, estoy recuperando un poco el ritmo del blog... Aunque tampoco voy a lanzar las campanas al vuelo, que luego siempre tengo malas rachas y esto se queda bastante muerto durante eones, pero la esperanza es lo ultimo que... (blablabla xD).



Tengo una serie de libros de cabecera sobre los que quiero escribir aquí y todavía no está completa, sin ir más lejos sigo teniendo pendiente “El Señor de los Anillos”. Hubiera quedado bien hacerlo hoy y así ocupo las dos últimas pinceladas con el mismo tema, pero resulta que la última semana hubo algo, no recuerdo qué, que trajo a mi memoria el libro que ocupa hoy esta entrada. Y es necesario que hoy me explaye un poco (no os asustéis) sobre Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis.

Hablando de este escritor, probablemente conozcáis su nombre, aunque sea de oídas. Es posible que hayáis visto la reciente saga cinematográfica basada en sus novelas más famosas, o que las hayáis leído. C.S. Lewis es, efectivamente, el autor de “Las Crónicas de Narnia”. Pero si creíais que su obra literaria acaba ahí, estáis más que equivocados… y por ello hoy quiero comentar uno de sus trabajos, que es, sin duda alguna, uno de los libros más geniales e inteligentes que he leído en mi vida.

Cartas del diablo a su sobrino es una novela epistolar que narra los intentos de destrucción que ejerce un demonio sobre un humano a través de una serie de cartas que este demonio joven e inexperto, Orugario, recibe de su anciano tío Escrutopo. En ellas, éste aconseja e instruye a su sobrino sobre los métodos que debe utilizar para conseguir ganarse el alma del muchacho.

Nos encontramos ante uno de esos libros que se pueden leer más de una vez y seguir encontrando detalles nuevos, ya que, pese a su brevedad, las Cartas hablan de muchísimos temas concernientes a la vida cristiana, las tentaciones, los engaños… y desde un punto de vista que resulta, cuanto menos, curioso. Si nos paramos a pensarlo, realmente la historia en lo que atañe al “paciente” de Orugario (como el viejo Escrutopo llama al joven cristiano) no es algo que nunca hayamos visto, está llena de elementos cotidianos y de situaciones que más de uno ha vivido en su propia piel.

Y todavía más que lo que cuenta, la genialidad de este libro radica precisamente en CÓMO lo cuenta. Página por página nos adentramos en una obra literaria que rebosa ingenio por todas partes, un asombroso ejercicio intelectual y espiritual por el cual no puedo menos que quitarme el sombrero para expresar mi admiración. Quizás por lo que he dicho podría deducirse que el libro es un muermazo que sólo los doctos y eruditos pueden disfrutar, pero no es así: las Cartas tienen, además de un original estilo narrativo atrevido, un sentido del humor irónico y avispado que, junto al hecho de que no sea una novela demasiado larga, lo convierten en un libro bastante ameno. Entendedme, no es uno de esos best-sellers entretenidísimos de principio a fin que tanto éxito tienen ahora (y que a mí también me encantan, ojo), pero de ninguna manera se hace una lectura pesada.

Es sorprendente leer el prefacio de este libro, pues a través de las palabras del propio autor, una comprende que no se tomó este trabajo a la ligera. Así queda demostrado en estas palabras citadas textualmente, en cuanto a lo que C.S. Lewis dijo sobre la continuación que sus lectores le pidieron para las Cartas:

Aunque nunca había escrito nada con tanta facilidad, nunca escribí con menos gozo […] Aunque era fácil adoptar la actitud mental de un diablo, no resultada divertido, o no por mucho tiempo. El esfuerzo me producía una especie de calambre espiritual: mientras hablaba por Escrutopo, tenía que proyectarme a un trabajo que no era sino polvo, arena, sed y picor; cualquier atisbo de belleza, frescor y cordialidad tenía que ser excluido. Casi me ahogo antes de acabar el libro; hubiera ahogado a mis lectores si lo hubiese prolongado.
Podéis llevarme la contraria si queréis (estoy dispuesta a debatirlo), pero en mi opinión… esto son las palabras de un genio.

Recomendadísima lectura, y como ya he dicho antes, incluso para leer más de una vez. Animaos!

sábado, 17 de octubre de 2009

Pincelada de arte - El Señor de los Anillos (películas)

Antes de nada quiero advertir una cosa: SÍ, a simple vista esta pincelada tiene pinta de ser un tostón... ¿y sabéis por qué? Porque lo es. Un tostonazo de principio a fin, y si de verdad os interesa leeros todo ese texto aburrido y kilométrico en el que no hago otra cosa que pelotear una película, en serio... vuestros niveles de aburrimiento están llegando a niveles anormales.

Lo digo para dejar claro que esta pincelada casi la he escrito más para mí que para vosotros, porque "El Señor de los Anillos" tenía que estar presente en un apartado donde hablo de cine, pero me he enrollado muchísimo y no es un texto que realmente me interese mucho que los demás lean. Así que "don't cry in your pillow" si no os veis con ganas de tragaros esta pincelada. Yo, en vuestro lugar, no me la leería xD.




Todavía recuerdo la época en que se estrenó. Al finalizar una década tan fructífera para el cine como lo fueron los 90, en el vestíbulo del siglo XXI y en un tiempo en el que Hollywood no daba demasiadas oportunidades a las películas de fantasía (un contexto que se ve más tarde con los años, ya que yo en aquel entonces no tenía esa perspectiva), Peter Jackson y su enorme equipo de colaboradores trajeron una propuesta que parecía imposible: la adaptación cinematográfica de una obra tan importante para el mundo literario como “El Señor de los Anillos”, de J.R.R. Tolkien (la cual también tendrá su lugar de honor entre las páginas de este blog en cuando sea capaz de escribir algo que le haga justicia).

Cabe destacar que no era la primera vez que esta trilogía se intentaba llevar a la gran pantalla. Anteriormente existieron proyectos que nunca llegaron a concretarse, como el de Stanley Kubrick, quien ideaba filmar esta adaptación con los Beatles (…), rumores acerca del propio George Lucas deseando crear una película, y no podemos olvidar aquel intento en plenos años 50 por parte de ni más ni menos que de la compañía Disney, proyecto al que el propio Tolkien accedió con muchas reticencias (mayormente por razones económicas) poco después de publicar su obra, pero que jamás llegó a buen término después de que el autor leyera el guión escrito por un tal Morton Zimmerman; éste, al parecer, destrozó la novela de tal modo que Tolkien no sólo exigió que se cancelara la adaptación, sino que antes de morir declaró ante un notario que ni Disney ni ninguna empresa asociada volviera a pretender llevar “El Señor de los Anillos” a la gran pantalla. Más adelante, en los años 70, el director Ralph Bakshi consiguió crear la primera película basada en la trilogía, en una producción animada que supuso altísimos costes pero acabó fracasando, de modo que ni siquiera se llegó a terminar del todo.

Y en plena época de los dos miles, sucedió. Otra vez, sí, pero como nunca antes se había visto. La fantasía épica se abrió camino en el cine moderno mediante esta sublime adaptación que hizo llenar las salas durante mucho tiempo y dio que hablar a muchísima gente alrededor del mundo. Como digo al principio de esta pincelada… todavía lo recuerdo. Y de hecho, todavía recuerdo mi propia actitud ante aquel bombazo que había trastornado a mi generación y al público en general… mi respuesta, por raro que os pueda parecer, fue durante mucho tiempo un rotundo NO. Como lo leéis. Me negaba por completo a dedicarle tres horas y media de mi tiempo a ver la primera parte de esta saga, y más sabiendo precisamente que sólo era una primera parte, con el final abierto que ello conlleva y que luego me haría esperar dos continuaciones también interminables. Pereza.

Sin embargo, y gracias a Dios que nos da hermanos mayores, fui literalmente obligada a sentarme en el sofá delante de la pequeña pantalla de mi salón y ver la película que iniciaría mi futuro frikismo: “La Comunidad del Anillo”. Por ese entonces ya todos los demás estaban flipando al salir de ver “Las Dos Torres” en el cine, pero yo iba con retraso. Y no fue hasta que “El Retorno del Rey” llegó a los cines que me decidí a ver aquella segunda parte, de modo que pudiera ir a ver la tercera antes de que la retiraran de la cartelera. Ese día entré en el cine entusiasmada y salí como en una nube, después de tres horas y media de emoción, lágrimas, risas y toda la fascinación que puede producir algo tan aparentemente simple como ver gente proyectada en un pedazo de tela enorme… y, sin darme cuenta de lo que supondría aquella nueva aventura, me decidí a leer los libros que habían propiciado tan maravillosa trilogía cinematográfica, cosa que más adelante me convertiría en la “tolkiendi” que sigo siendo ahora. Pero como ya he dicho, eso tendrá lugar en otro momento, y por ahora me atendré a hablar de las películas.

Peter Jackson, cineasta pero también lector y gran admirador de la obra de Tolkien, sabía desde el principio los riesgos que conllevaba esta gran producción. Y ciertamente, lo que llevó a cabo puede calificarse como una hazaña heroica digna de recordar durante toda la historia del cine. No muchos directores, ni antaño ni hoy en día, se atreverían a filmar tres películas de tres horas y media al mismo tiempo, ni a trasladarse de Hollywood a las tierras de Nueva Zelanda sólo para encontrar los paisajes más respetuosos con la novela de Tolkien, ni a reescribir el guión todas las veces que hiciera falta sin dejar de exigirse más a sí mismo (por supuesto, los nombres de las co-guionistas Frances Walsh y Philippa Boyens tampoco pueden faltar aquí).

Si bien no quiero entrar en muchos detalles acerca del trabajo de los actores, ya que reconozco que no soy experta en el tema de la interpretación, me siento obligada a dejar constancia de mi opinión personal: todos y cada uno de los miembros del reparto lo bordaron, así de simple. Es para quedarse con la mandíbula por el suelo el ver actuaciones como la de Ian McKellen en el papel de Gandalf, Viggo Mortensen como Aragorn, Elijah Wood interpretando a Frodo, John Rhys-Davies dejándose la piel en el personaje de Gimli, Andy Serkis realizando una sublime encarnación de Gollum (aún más loable si tenemos en cuenta que al fin y al cabo no dejaba de tratarse de un personaje digital)… y eso sólo por citar algunos ejemplos.

Para la banda sonora se recurrió al compositor Howard Shore, quien se entregó en cuerpo y alma a la tarea de crear una obra musical que, como resultado final, no es menos que una obra maestra. Fragmentos instrumentales como “The Shire”, “Rohan”, “The Grey Havens”, o la maravillosa canción “Into the West” (y me quedo MUY corta) son piezas sencillamente magistrales, que abren una nueva puerta a la Tierra Media a través de los sentidos auditivos.

Me quedaría por mencionar muchísimos otros aspectos, como los impresionantes trabajos de fotografía, iluminación, escenografía, vestuario, y tantas otras cosas en las que no me voy a extender, ya que sobre estas películas podría seguir escribiendo páginas y páginas, pero creo que ya he dejado bastante clara mi postura. ¿Por qué a día de hoy “El Señor de los Anillos” es una de mis películas (de casi quince horas de metraje) favoritas de todos los tiempos… por no decir la que más? Es cierto, hay películas más redondas de principio a fin. Es cierto, las hay menos pretenciosas. Es cierto, las hay más fluidas y las hay más pensadas y menos comerciales. Os doy la razón.

Pero una saga que me mantiene en vilo durante tantísimo tiempo, que hace que me enamore de sus personajes, que me adentra en todas sus tramas y que tiene escenas que me siguen haciendo llorar aunque las haya visto mil veces… bien se merece un primer puesto en mi podium particular. Considero “El Señor de los Anillos” una obra cinematográfica única en su género, algo que posiblemente no vuelva a repetirse, y es que, como ya dije anteriormente en otra pincelada… eso es lo que pasa con los diamantes en bruto.

domingo, 11 de octubre de 2009

Pincelada de páginas - Cuando le dio por detenerse...

La atmósfera sólo la forman unos pocos elementos, esas pequeñas piezas que componen la mayoría de mis dilemas mentales: una hoja de papel, mi bolígrafo, yo sentada delante… y el tic-tac del reloj.

Ése gesto malhumorado que se aprecia en mi cara también suele ser clave en esta típica escena. Es una expresión que refleja claramente lo aburrida que estoy de ver cómo el boli se mantiene de pie sobre el folio, totalmente quieto. No se cae. No se mueve por su cuenta, pero tampoco gracias a mí: llevo un buen rato dejándome los dedos en el intento de tirar de él, inclinarlo, levantarlo… ¡imposible! ¡Ni la Excálibur ésa era tan estática, seguro!

Puedo aguantar que mi bolígrafo me tome el pelo descaradamente y que me suelte sermones sobre lo que tengo que hacer, pero esto de que se atasque no se lo perdono. ¡En cuanto consiga separarlo del papel, se la va a cargar, el muy cretino!

Suspiro resignada y me recuesto sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados. Observo con el ceño fruncido la absurda imagen: parece un espantapájaros, ahí petrificado de forma perpendicular al papel. Y mientras, el pesado del reloj sigue dejando caer segundos a cuentagotas, como si me estuviera lanzando una especia de mensaje que no tengo ganas de interpretar. Cruzo también las piernas y sigo sin apartar la vista del bolígrafo.

-Bueno, alma del cántaro, tú a tu ritmo… tan movedizo para unas cosas y tan plomo para otras –murmuro con cierto sarcasmo.

Por supuesto, no recibo respuesta alguna, y a los pocos segundos me muerdo el labio con cierto sentimiento de culpabilidad.

Sí, vale, él no puede moverse, pero lo conozco demasiado bien como para no darme cuenta de lo que está rondando por su cartucho de tinta en estos momentos. Casi puedo verlo. Se está mordiendo el plástico interior de la rabia que le da no poder deslizarse a lo bestia por el papel para escribir: “¡Esto es culpa tuya!”.

Me quedo pensativa.

Bueno, el pobre tiene razón, no es culpa suya quedarse estancado… es mía. Hay una especie de cable invisible que sale de mis neuronas, atraviesa mi sistema nervioso recorriéndome todo el brazo y, una vez en la muñeca, se conecta directamente con mi bolígrafo. Y si mi cerebro falla, falla todo el sistema, y al boli se le acaba esa batería. Pues bien, eso es lo que está pasando ahora. La fuente de energía está pitando de lo seca que está.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac…

¡Desde luego, vaya fastidio!

Ya sé lo que tengo que pedir este año por Navidad. “Querido Papá Noel, no te lo tomes a la tremenda, pero necesito que inventes los bolígrafos inalámbricos”.

S.O.S., Musas de mi alma, S.O.S…


Hale, venga, todos lo estáis pensando. "¿Es coincidencia que cada vez que esta mujer escribe sobre la novela es para decir que está estancada?" Tenéis razón. Viva la imaginación y la originalidad... =S

martes, 6 de octubre de 2009

Pincelada de tinta - Encuentro en el estanque

Os voy a compensar (castigar sería la palabra más precisa) las últimas semanas en blanco de este blog con un relato que LO PROMETO, no quería que me saliera tan kilométrico o________O Pensaba que iba a ser una cosa sencillita y ya veis… El que sea tan valiente de leerlo, please, que me lo diga para que lo anote desde ya como lector VIP xD.
No sé si algunos recordaréis aquella revisión de “La Cenicienta” que escribí el año pasado cuando estaba en Italia y que anda por ahí publicado en mi viejo Space… En cuyo caso, sólo aclarar que he vuelto a las andadas xD. Llevo toda la semana trabajando en esta, vamos a llamarla, “secuela no oficial” de un precioso cuento clásico que no se cómo me he atrevido a profanar con mis rayadas mentales… pero bueno, espero que el pobre Hans Christian Andersen no me lo tenga muy en cuenta…
Que quede claro que este relato no está escrito, ni muchísimo menos, en tono de burla, y que me ENCANTAN los cuentos de hadas, y que H.C. Andersen es uno de mis escritores favoritos (en mi opinión, un genio), pero de vez en cuando a todos nos gusta jugar con la literatura universal… ^^
Bueno, allá vamos:


-Bueno –suspiró la pata, meneando la cabeza con aspecto cansado-, más que feo yo diría que era… en fin, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… No era, como que dijeras, “tan feo”. Era… peculiar.
Alicia se detuvo y la miró con el ceño fruncido, del mejor modo que puede fruncir el ceño una gallina.
-Eso, en el mundo ajeno a los eufemismos que usáis tan a menudo, se llama “feo”, mi querida Señora Pata.
La aludida, deteniéndose también al escuchar aquello, miró a su amiga con ojos tristes y se encogió de alas sin responder. La gallina decidió retomar el rumbo de la conversación:
-Vamos a ver si me aclaro… Dices que aquello que salió del huevo dos horas más tarde que sus hermanos era un ser, cómo has dicho… “peculiar” –cacareó suavemente con un deje de ironía-, con las plumas marrones y grisáceas, y el pico oscuro…
-Y enorme –se apresuró a añadir la Señora Pata-, mucho más grande y pesado que los demás.
Mientras seguían con su charla, las dos aves reanudaron su caminata a través de la granja. Gracias a Dios era ya la hora del atardecer y el resto de los animales, perezosos como eran, empezaban a interrumpir sus actividades diarias para irse a dormir. Una granja era un lugar magnífico para vivir, pero terriblemente ruidoso durante el día. Como gallina joven que hacía apenas unos días había abandonado el patio para instalarse en el gallinero, a Alicia le costaba acostumbrarse a semejante barullo.
-Supongo que eso de ser tan grandota también lo entorpecería –comentó Alicia, casi como de pasada. La Señora Pata pareció pensativa durante unos segundos antes de contestar vagamente:
-Fíjate que no… Cuando me los llevé a la charca, éste resultó ser muy buen nadador, ¿sabes? Incluso mejor que los demás.
-¿En serio? –Alicia no ocultó su sorpresa-. Cualquiera diría que un patito tan hábil no debería tener problemas para hacer amigos en este lugar.
Su amiga se rió con amarga ironía y replicó:
-Querida, sí que te quedan cosas por aprender de la vida real…
-¿A qué te refieres? –Alicia sacudió la cresta como solía hacer cuando no entendía algo-. Es decir, mira a tus nietos, recién salidos del cascarón y ya echando carreras en esa bendita charca… ¿no has visto cómo los alaban todos por ser tan espabilados? ¡Y cómo siempre que uno gana todos lo elogian y lo felicitan por ser el más rápido! Caramba, nunca vi algo parecido en toda mi vida como pollo. Me da a suponer que aquí la habilidad da cierto prestigio…
-Bien, lo cierto es que en eso llevas razón –concedió la Señora Pata, sin poder reprimir una media sonrisa que delataba su orgullo de abuela-. Pero querida, mi hijo nunca tuvo la ocasión de mostrar su velocidad en un de esas carreras –al decir esto su rostro volvió a ensombrecerse-, y si alguien alguna vez supo de su talento como nadador, bueno, simplemente lo ignoró. A los habitantes de esta granja les importaban bastante poco las cualidades de la pobre criatura, a decir verdad.
-Sí, algo así me contaste, que no le hacían demasiado caso –recordó Alicia tristemente. La Señora Pata meneó la cabeza y replicó:
-¡Ay, Alicia!, ojalá hubiera sido así. Quisiera Dios que mis vecinos no le hubieran hecho caso… Demasiado caso le hacían, más bien. Es decir, el pobre patito no podía moverse lo más mínimo sin que apareciese alguien como de debajo de las piedras para incordiarle. Si no era para burlarse de él era para picarle, empujarle o dejarlo en ridículo.
-¡Manga de víboras! –exclamó Alicia, soltando un indignado cacareo-. ¿Y qué hiciste tú?
Ante aquella pregunta, la Señora Pata bajó la cabeza y sus pequeños ojos oscuros se humedecieron. Con voz insegura, respondió:
-Yo… yo traté de contenerlos al principio. Si sólo hubieran sido los más pequeños… bueno, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… Como es obvio, me interpuse, incluso llegué a picar a algunos de ellos para que dejaran en paz al mío. Pero la cosa fue yendo a más –la pata tragó saliva-, y no había animal en toda la granja que no escupiera, golpeara o despreciase al pequeño. Desde la cría más joven al gallo más viejo, incluso el perro del granjero lo molestaba. Todos mis vecinos… no podía ir de paseo con mis hijos sin que alguien gritara “gentuza” o algo así… era una situación muy vergonzosa para nosotros. Como comprenderás, yo no podía lidiar con todo aquello.
Alicia miró al suelo sin dejar de caminar y no contestó. Todavía no se había olvidado de aquel día en que, siendo ella sólo un polluelo, su madre se enfrentó cacareando como loca al gato que había intentado comérsela. El recuerdo permanecía vívido en parte por aquel momento de pánico imposible de olvidar… pero sobre todo, porque Alicia nunca había visto a su madre de aquel modo: graznando llena de ira y agitando las plumas delante de aquel felino que podía haberla liquidado de un solo zarpazo.
La Señora Pata estaba equivocada: Alicia no lo comprendía. Permaneció en silencio, ya que no quería echar más cargas sobre la pena de su anciana amiga, pero en su interior no podía dejar de preguntarse cómo debería haberse sentido aquel patito feo, burlado y maltratado por todos los habitantes de la granja mientras su madre no hacía otra cosa que mirarlo avergonzada.
-Y… bueno… ¿cuándo fue que desapareció?
La Señora Pata perdió su mirada entre las piedras del camino que tenían delante; sin darse cuenta habían salido de la granja y se habían ido alejando a través de la pradera. Con las plumas de la frente arrugadas por el esfuerzo de recordar, finalmente respondió:
-Hum… no estoy del todo segura, pero creo que sucedió cuando tenían… cosa de un mes o algo así. Sencillamente se evaporó… Cuando me di cuenta de que se había ido, ya era tarde para seguirle la pista.
Un silencio siguió a aquellas palabras, y en lo que duró aquella pausa, ambas supieron que no estaba todo dicho, pero ninguna quería manifestarlo. Finalmente, fue la voz de la Señora Pata la que añadió, con una voz casi quebrada:
-Honestamente, querida, ni siquiera lo intenté.
Alicia se encogió de alas, algo incómoda.
-Bueno -contestó, aunque sin saber muy bien lo que iba a decir-, supongo que eso, de alguna manera, cambia la perspectiva de las cosas.
Su amiga la miró con expresión dolida y replicó:
-Sé lo que estás pensando. Eres joven, e idealista, y supongo que en cierto modo tienes razón. Pero espero que nunca tengas que enfrentar una situación en la que veas sufrir a alguien a quien quieres, incluso a manos de sus propios hermanos, y sientas la impotencia… la desesperación de no poder defenderlo.
-Honestamente, querida –un sentimiento amargo le impedía a Alicia seguir siendo tan amable-, creo que yo lo habría intentado.
La Señora Pata retiró la mirada y no contestó enseguida. Suspiró. Pisoteó nerviosamente la gravilla del suelo.
-Quizás –concedió, con una mezcla de resignación y vergüenza-. Tal vez habría sido mejor madre si le hubiera dicho a mi hijo que no se preocupara, que las cosas se iban a arreglar, que yo siempre estaría ahí para él… que su hogar se encontraba aquí con su familia… -la Señora Pata rió amargamente-. ¡Familia! Un padre que no se dignaba a hacer acto de presencia, una madre demasiado cobarde para cuidar de él, un montón de hermanos que se divertían atormentándolo… nada como el hogar, desde luego.
-Creo que tú podrías haber cambiado al menos algo de eso –murmuró Alicia, aún disconforme. Su anciana amiga parpadeó y dijo:
-Puede ser. Es posible que, de haberme comportado de forma diferente, las cosas habrían cambiado para mejor. Pero sinceramente, querida, lo dudo mucho. Y aunque suene horrible dicho de esta forma, te confesaré que en cierto modo sentí casi alivio cuando el pequeño se marchó; en fin, en cualquier lugar le debe haber ido mejor que en la granja, espero…
Alicia no las tenía todas consigo, pero no insistió. Sabía que, en el fondo, lo que le dolía a la Señora Pata eran la culpabilidad y el hecho de que su hijo, aquel patito feo que había desaparecido un año atrás, aún ocupaba sus pensamientos demasiado a menudo. Qué había sido de la criatura, nadie lo podía saber… pero de cualquier forma, no se podía cambiar el pasado.
El eterno defecto del tiempo.
-Oye, ¿cómo es que ya está tan oscuro? –exclamó súbitamente la Señora Pata, agitando las alas de tal modo que Alicia casi se asustó-. ¡Cielos, nos hemos alejado de la granja! Tenemos que volver inmediatamente.
La joven gallina echó un vistazo al inmenso cielo donde ya empezaban a aparecer algunas estrellas centelleantes. Una pequeña sonrisa apareció en su pico y dijo con tono casi anhelante:
-Querida, hace una noche preciosa… No me entusiasma la idea de volver al gallinero ahora. ¡Sigamos paseando un rato más!
-¿Te has vuelto loca? –replicó su amiga, sobresaltada-. ¡La noche es peligrosa, y más para dos aves cotorras como nosotras! ¿Quieres que te meriende un lobo?
-En todo caso me cenaría –Alicia soltó una risita traviesa-. ¡Vamos, mujer! Caminamos hacia la laguna y volvemos… tan lejos no está, si mi padre la ve desde el tejado de la granja todas las mañanas. No me vengas con lobos, que no te estoy hablando de internarnos en el bosque…
-¡Acabáramos! –la Señora Pata meneó la cabeza agitadamente de un lado a otro-. Nada de eso: nos volvemos a la granja ¡ya mismo!
-¡Bueno! –Alicia puso los ojos en blanco con un gesto de resignación-, vuelve si quieres… Yo me voy a quedar un rato más por aquí; quiero disfrutar de esta noche tan bonita.
-¿Tú sola? –la Señora Pata la miró espantada, abriendo unos ojos como bandejas-. ¡Definitivamente, es verdad que los jóvenes de ahora tenéis la cabeza llena de pájaros! No seas insensata y mira que hay mucho bicho salvaje por ahí suelto, querida, haz el favor de sentar la cresta…
Alicia rió. No podía negarlo: aquel pollo aventurero que llevaba dentro no se había quedado en el patio: seguía con ella, llevándola de un lado a otro y empujándola a hacer locuras…

* * *

Cuando llegó al borde de la laguna, a Alicia ya se le habían cansado las patas. Era cierto que no estaba demasiado lejos, pero incluso las distancias más cortas se alargan cuando eres una gallina. Tener que cargar aquel cuerpo orondo y lleno de plumas encima de esas patitas flacuchas sería cansado para cualquiera.
Aun así, valía la pena para ver aquella estampa. Cansada, Alicia se sentó sobre una piedra junto a la orilla de la laguna y reposó mientras contemplaba cómo los jirones de nubes se descosían en lo alto del cielo, descubriendo una luna menguante cuyos pálidos rayos de luz acariciaban la superficie del agua, que se mecía suavemente al compás de los silbidos del viento. Los juncos, moviéndose de un lado a otro de modo casi inquietante, completaban el dibujo de aquella noche magnífica.
Alicia suspiró y esbozó una dulce sonrisa.
Pero las gallinas, sobre todo las que son más jóvenes y aún no han pasado por la experiencia de incubar un huevo, no suelen ser animales muy pacientes: a los diez minutos de permanecer allí sentada, Alicia empezó a sentirse aburrida y, aunque no deseaba admitirlo, incluso algo asustada. No es que hubiera un motivo concreto para estarlo, pero la tranquilidad casi violenta de aquel ambiente nocturno comenzaba a ponerle la piel de gallina, si se puede decir así.
“Reposaré las patas sólo un par de minutos más y volveré a la granja” se dijo.
Y entonces, como si hubiera escuchado sus pensamientos “aquello” apareció.
Alicia agitó las alas y casi se cae al agua del susto: una sombra había pasado por encima de ella. Alarmada, elevó los ojos hacia arriba y el pico se le desencajó ante lo que veían sus ojos.
¿Qué era aquello? La pobre gallina parpadeó incrédula, pero no, no desapareció: aquel animal, el ave más hermosa que jamás había visto, planeaba ligeramente sobre los brazos del viento, moviéndose con inigualable suavidad, mientras iba descendiendo hacia adelante. Alicia no podía dejar de mirarlo: se sentía algo asustada, pero fascinada al mismo tiempo. Su plumaje era del color de la escarcha, y tenía el pico anaranjado, con una especie de antifaz negro sobre los ojos; a la joven gallina casi se le paró el corazón de golpe.
Mientras el desconocido nadaba tranquilamente, de vez en cuando metiendo la cabeza en el agua para refrescarse, Alicia no movió una pluma en más de tres minutos, y de más está decir que la idea de volver inmediatamente a la granja había desaparecido de su cabeza. La pregunta ahora era: ¿cuánto tiempo iba a poder seguir contemplando a aquel Adonis sin que él reparase en su presencia? ¿Diez minutos? ¿Quince?
Sus cálculos mentales se vieron súbitamente interrumpidos por el repentino encontronazo de sus propias pupilas con la mirada que podía adivinarse bajo la oscura máscara de aquel extraño, quien giró su larguísimo y curvilíneo cuello hacia ella con un gesto de curiosidad. Tragando saliva, Alicia no tuvo mejor idea que darse la vuelta y cubrirse la cabeza con el ala.
“Quizás ni siquiera dos segundos”.
No estaba en una posición que la hiciera sentirse muy inteligente, pero la risa suave del ave misteriosa la puso incluso más nerviosa. “Evidentemente, Alicia” se reprochó, “quién no se reiría al ver a un pollo asustado a la orilla del estanque escondiendo la cabeza bajo el ala…”. Pero la risa de aquel individuo, pese a hacerla sentir estúpida, también terminó de decidirla: para tímidas ya estaban los avestruces, no las gallinas. ¡Alguien tenía que saber comportarse!
Intentando recuperar la compostura, sacó la cabeza de debajo de las plumas, se peinó la cresta rápidamente con gesto digno y volvió a girarse hacia el estanque. El extraño de plumaje nevado la observaba con una sonrisa divertida, y Alicia no pudo evitar ruborizarse al darse cuenta de lo absurda que había sido su reacción.
-Buenas noches, señorita –saludó amablemente, inclinando elegantemente su cuello a modo de reverencia.
Alicia sonrió nerviosa, se inclinó de forma mucho más torpe y cacareó:
-Buenas noches…
-Y bien, ¿qué le trae a una gallina como usted por esta laguna, si puede saberse? –inquirió el ave, con un brillo en las pupilas que dejaba translucir la gracia que le hacía la situación. Alicia sintió su cresta enrojecer aun más y pensó que aquel tipo se estaba riendo de ella a la manera de los aristócratas, y que era un idiota desconsiderado, pero en cualquier caso era el idiota desconsiderado más agradable que había tratado en su vida, por lo que no pudo reprimir una sonrisa.
-Bueno –respondió tímidamente, encogiéndose de alas-, las aves de corral también salimos a pasear de vez en cuando.
-Eso no lo dudo –el desconocido se movió un poco por el agua distraídamente-, aunque me estaba preguntando qué ha sido de esa amiga suya que ya no está con usted…
-¿Qué amiga? –Alicia hasta se había olvidado momentáneamente de la Señora Pata.
-¡Oh! –el ave volvió a sonreír-, hace un rato estaba volando de camino a esta charca y me fijé en usted y en esa anciana pata con la que venía charlando. ¿Cómo es que ahora está sola? La pradera es peligrosa para las… bueno… las aves de corral, si me permite –le dirigió otra mirada divertida-, especialmente de noche.
-Cada uno tiene sus manías –respondió evasivamente Alicia, con una sonrisa medio irónica. Se estaba preguntando su la manía de aquel tipo no sería ir todas las noches a aquel estanque para ensayar eso de ser encantador con la primera que pasara por allí. En cualquier caso, para ella seguía siendo lo más emocionante que le había pasado en meses.
-Además –agregó, sólo por no dejarle a él todo el peso de la conversación-, cuando una se pasa tanto rato escuchando viejas historias , después lo último que quiere es irse a dormir.
El ave blanca rió de nuevo, con aquella risa tranquila y silbante. “Hasta su risa suena bien, diablos” pensó Alicia.
-¡Curioso!, yo siempre creí que esos cuentos debían producir el efecto contrario… Mis amigos y yo solemos contar relatos antes de irnos a dormir, precisamente.
-¿Y cómo es que no está usted con sus amigos ahora?
-Bueno, nosotros los cisnes solemos acostarnos más tarde que las aves de corral –el individuo pareció guiñar un ojo debajo de su antifaz negro. “Cisnes” pensó Alicia extrañada, “así que era eso… no he oído tal cosa en mi vida”-. Mis compañeros todavía deben estar deambulando por ahí, de modo que, ya que voy con algo de tiempo, no me viene mal parar a reposar un rato aquí. Además… no es la primera vez que he estado por estos alrededores –al decir esto, el cisne echó una mirada melancólica en torno a sí-. Tengo tantos recuerdos de este sitio…
-¿Qué clase de recuerdos? –Alicia no pudo reprimir la pregunta. Él se volvió a mirarla y, riendo, contestó:
-Vamos, señorita, no creo que quiera seguir escuchando más viejas historias por hoy…
-Soy una gallina muy curiosa.
El cisne la miró y sacudió graciosamente la cabeza en señal de negación.
-No es de buena educación aburrir a una dama con la historia de mi vida, o con parte de ella.
La gallina puso los ojos en blanco. No estaba acostumbrada a mantener conversaciones tan finas. El pensamiento debió reflejarse en la expresión de su rostro, porque el tipo se rió afablemente y agregó:
-Tal vez usted sí que tenga algún cuento interesante, ¿no?
-No, y aunque lo tuviera, no desearía aburrirlo con él –respondió Alicia irónicamente, en un patético intento de hacerse la digna. Pero no, ni siquiera su tono cortante podía borrar la amabilidad del rostro de aquel cisne, que se encogió de alas y siguió nadando con la cabeza gacha por el estanque.
Alicia sabía que su “dignidad” no le iba a durar mucho, al fin y al cabo no dejaba de ser una gallina. Suspiró resignadamente y, tras un breve silencio, dijo:
-Bien, señor mío… si yo le entretengo con alguna historia, ¿podré escuchar la suya después?
El cisne sonrió y asintió distraídamente con la cabeza. Alicia se sentó sobre la piedra donde estaba parada, sin saber muy bien con qué iba a salir. No se le ocurría ninguna anécdota de su infancia que valiera la pena contar en ese momento.
Sin saber por qué, de pronto la buena gallina se sorprendió a sí misma relatando aquella historia que tanto la había entristecido apenas un rato antes… la historia del extraño hijo de su amiga, el pequeño Patito Feo. ¿Qué rayos le importaba eso a un desconocido? Nada, seguramente, pero el impacto que había tenido aquel breve relato sobre Alicia era mayor de lo que ella misma había imaginado. A medida que lo contaba, sintió todavía más compasión hacia el propio patito de la que había experimentado antes.
Minutos más tarde, con el efecto que producían las hojas secas al moverse con el viento y el ulular de un búho que al parecer acababa de despertar, la gallina llegó, casi sin darse cuenta, al final de su narración:
-Y desde que el crío desapareció, a la pobre parece que le van mejor las cosas, no se crea. Pero así y todo… Es decir, bien, sus otros hijos crecieron orgullosamente y todos le dieron unos nietos adorables que son la dicha de sus ojos. Pero no es feliz, no del todo, al menos. Sigue sintiendo que falló con aquel patito, que sabrá Dios dónde ha acabado.
-Triste historia –murmuró el cisne, esquivando su mirada. Llevaba ya un buen rato nadando más despacio y con la cabeza gacha, curiosamente desde que Alicia había empezado a hablar.
-Sí que lo es… -suspiró Alicia pensativamente-, y sin final, como la mayoría. ¡Bueno!, ahora es su turno.
-¿Mi turno de qué? –inquirió el cisne, intentando hacerse el tonto. Alicia frunció el ceño.
-Para su historia –respondió-, la historia que prometió contarme cuando yo acabara con la mía, ¿recuerda?
-Recuerdo muy bien que yo no “prometí” nada, y creo que usted dio por hecho algo que yo no –replicó él, con un tono que a Alicia, indignada como estaba, se le antojó burlón.
-Pero… ¡usted…
-¡Además! –agregó el cisne-, se me va haciendo tarde y no puedo quedarme aquí a contar historias. Mis compañeros me estarán esperando.
-No, si ya lo decía mi madre… “no te fíes de los pajarracos refinados, que son más aves de rapiña que los buitres” –murmuró Alicia con evidente enfado. Lo había dicho como para sí misma, pero indudablemente él la escuchó. Se dio la vuelta y la miró sorprendido.
-¿Aves de rapiña? –preguntó confundido-. Vamos, señorita, no hace falta que se lo tome tan a la tremenda.
-No, disculpe “usted”, que yo no me tomo a la tremenda lo que diga “usted”, señorito “usted”… total, sólo soy un ave de corral ignorante sin nada mejor que hacer que contarle cuentos a cisnes con insomnio.
El aludido pareció desconcertado, pero tras un par de segundos estalló en una carcajada. “No, si ya lo que me faltaba…” pensó la gallina, que seguía con el ceño arrugado.
-Bueno… -dijo el cisne, cuando terminó de reír-, que vaya con prisas ahora no significa que acostumbre a romper mis promesas, ¿eh? A lo mejor es que estoy buscando una excusa para pedirle… para pedirte, disculpa, que cenes conmigo mañana, si tanto quieres escuchar mi historia.
Alicia, sorprendida por aquel súbito cambio, tardó un poco en responder.
-Eh… ¿debería?
-No necesariamente, pero ya que has dicho que eres una gallina curiosa…
Se hizo el silencio durante algunos segundos: la joven gallina, tomada por sorpresa, no sabía qué decir. Sintió que se ruborizaba otra vez.
Cri, cri, cri, cri…
-¿Misma hora, mismo sitio? –preguntó finalmente, intentando ocultar su renovada timidez. El cisne asintió con otra amable sonrisa y de pronto, como si algo le hubiera llamado la atención, miró hacia arriba. Alicia siguió su mirada y se estremeció: allí, en el cielo nocturno, un grupo de cisnes volaba majestuosamente sobre ellos.
-Por cierto –su acompañante volvió a dirigirse a ella, que le devolvió la mirada-, dale mis saludos a tu amiga, la Señora Pata. Y dile de mi parte que, como dijo un amigo mío, “poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”.
Alicia volvió a mirarlo alzando una ceja inexistente.
-¿Se supone que tengo que tengo que entender eso? Porque te recuerdo que algunos no llegamos a tu nivel de sabiduría, Nostradamus…
El cisne se rió y echó otro vistazo hacia arriba: las hermosas aves se iban alejando.
-Imagino que tu nivel de sabiduría debe ser aún más alto, por lo que he escuchado. Mañana, cuando oigas lo que tengo para contarte, juzgarás por ti misma, señorita…
-Alicia.
-Alicia –repitió él, y entonces abrió sus preciosas alas y se elevó en el aire-. Tengo que irme ahora, pero, ¡te espero aquí mañana!
-¿No vas a presentarte? –preguntó Alicia, casi sobresaltada por lo grande que parecía haberse hecho al alzar el vuelo.
-No de momento –el cisne guiñó un ojo y se elevó hacia arriba, de modo que su voz fue apagándose a medida que se alejaba-, es una mala costumbre que tenemos los que llevamos antifaz…
-¡Pues seguirás siendo Nostradamus, entonces! –exclamó la gallina. Casi pudo verlo reír antes de que su agraciada figura se convirtiera en una sombra, y cuando esa sombra siguió al resto de los cisnes, muy pronto el grupo desapareció entre las nubes.
Alicia sonrió divertida.
¿Qué era esa filosofada que había dicho antes? “Poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”…
La joven gallina se encogió de alas. ¡Desde luego, mira que había individuos raros por el mundo!

Wycliffe Centre, 4 de octubre, 2009

Ocho páginas, Señor, mátame… T__________T
En serio, si lo habéis leído, decídmelo para que os haga lectores honoríficos y os deba muchos favores. Aguantar semejante tostonazo chorra tiene MUCHO mérito…

P.D. Os dejo un link por si queréis leeros el cuento de “El patito feo” de Hans Christian Andersen, que ya se que todos os lo sabéis, pero de vez en cuando es bonito recordar…

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/patito.htm

sábado, 19 de septiembre de 2009

Pincelada de Ideas - La amistad vs. Ser amigos

En esta pincelada de ideas voy a hablar, espero no muy extensamente, sobre la amistad y su verdadero significado. Aunque el tema esté trilladísimo, haya mil opiniones sobre el concepto, y a nadie le importe demasiado cuál es la mía. De eso se trata escribir un blog, al fin y al cabo…


Todo esto viene a cuenta de que, no sé si alguna vez habréis hecho la prueba, pero resulta que he comprobado que cuando escribes la palabra “amistad” en el buscador de Google y acto seguido pulsas “buscar” (qué poco encanto tiene empezar una reflexión hablando de informática…), aparecen nada menos que 28.200.000 resultados (aproximadamente) en menos de 0,10 segundos. No puedo decir que me haya sorprendido. Pero sí que me he quedado a cuadros cuando he ido pinchando algunos enlaces y me encuentro con las típicas frases, definiciones, ensayos y peloteos hacia eso que está tan de moda, la amistad.


¿Realmente es normal que, en pleno siglo XXI y año 2009 en que estamos… me tenga que encontrar estas cosas? Por ejemplo… artículo de Wikipedia que habla de nada más y nada menos que de los “componentes de la amistad”, como si habláramos de la receta de un pastel de manzana, y citando ingredientes clave como la confianza, la empatía, el amor, etcétera. Un test de la amistad (acabáramos). Y cientos de dedicatorias y canciones hablando de lo bonito que es el sentimiento de amistad…


Señores mío, lo siento mucho pero voy a alzar un cartel muy grande que dice NO, rotundamente. No estoy de acuerdo con toda esta parafernalia. Y no estoy de acuerdo con las definiciones que hoy en día se leen por ahí.


Empiezo con lo que me parece más importante. La amistad NO es un sentimiento. ¡Nada de eso! El problema que tenemos actualmente es precisamente ése de dar tanto la vara con los sentimientos humanos, cuando éstos son más variables y cambiantes que el tiempo atmosférico inglés. Si realmente la amistad fuera un sentimiento, ¿qué sería de esos múltiples días en los que nos levantamos de mal humor y odiamos al primero que respire un poco más fuerte de lo habitual? ¿Qué pasa cuando nos enfadamos? ¿Qué pasa cuando realmente no “sentimos” que amamos a esas personas?


Segundo… la amistad NO es un sistema de reglas, ni un juguete del que se puede escribir un manual de instrucciones. Personalmente, estoy cansada de ver por todas partes ese tipo de frases como “un verdadero amigo es el que te llama por teléfono aunque sólo sea para decir hola y aún puede quedarse hablando contigo hasta las tres de la madrugada” (pobres de los padres…), o “un verdadero amigo es el que te conoce mejor que tú mismo”, y en general la mayoría de las frases que empiezan de la misma forma, queriendo pretenciosamente establecer una norma universal por la que todas las amistades deben regirse. Frases que quedan muy bonitas pero es imposible que se cumplan siempre, y nadie dice que el hecho de que hayas sido tan ingenioso como para inventarte una frase bonita te da derecho a imponerle esa regla de tres a todo el mundo. Y es que un amigo es, antes que cualquier cosa más, una PERSONA individual e independiente. A veces, leyendo ese tipo de cosas como “un amigo es el que me hace tal cosa”, o “un amigo es el que nunca me hace tal otra”… da la impresión de que, por momentos, se nos olvida que nuestros amigos son seres con vida propia y que, lo creáis o no, pueden hacer cosas que no tengan absolutamente nada que ver con nosotros. ¿Alguna vez habéis pensado que a lo mejor se puede decir simplemente “un amigo es esa persona que cada mañana se despierta, desayuna y sale a la calle”?


Y la joya de la corona en esta colección de frases es ésta tan conocida: “un verdadero amigo es aquél que nunca te falla”. Permitidme las exclamaciones… ¡¡MENTIRA!!
Una noticia… tus amigos son seres humanos. Con un esqueleto, un sistema respiratorio, un cerebro y un corazón. Al igual que tú, están hechos de carne y espíritu, y por lo tanto, lo quieran o no ACABARÁN FALLÁNDOTE. Porque es imposible que, por muy buen amigo que sea Fulanito, lo haga absolutamente todo bien y nunca jamás haga algo que te moleste o te decepcione. Si los amigos nunca fallaran, la existencia del perdón no tendría sentido.


Y es que, desgraciadamente para la lengua castellana, a veces nos tomamos muy literalmente la expresión de “tener” un amigo. Señores, “tener” un amigo no significa “poseerlo”. Nuestros amigos no son cosas nuestras que podemos sacarnos del bolsillo cuando los necesitamos y volver a guardar cuando ya no nos hacen falta.


Y ahora, para rematar este texto (sí, al final me he extendido, no tengo remedio…), voy a decir una última cosa: LA AMISTAD ES UNA MENTIRA.


Eso me ha quedado un poco a lo bruto, pero no os asustéis demasiado, que ahora la explico. La amistad, tal como se lee, como concepto… es una mentira. Y de ahí el título de esta pincelada: “La amistad” versus “ser amigos”. El problema de la palabra “amistad” es que es un sustantivo, y como tal… su propio significado queda reducido a un objeto: antes de que termines de pronunciarlo, se termina. Ya sea concreto o abstracto, un sustantivo al final no es más que eso, un objeto. Es por eso que, finalmente, la amistad acaba cayendo en la misma familia que palabras como “sentimiento”, “sistema”, “relación”… Y diréis, ¿cuál es el problema de esto?


El problema, tal como yo lo veo, es que la amistad no es un sustantivo. Es una ACCIÓN. La realidad no es el amor, es amar. No es la confianza, es confiar. No es la ayuda, es ayudar.
La realidad no es la amistad… es SER AMIGOS.



(Dedicado a vosotros. Agradezco infinitamente a Dios porque cada mañana os despertáis, desayunáis y salís a la calle… gracias porque estáis VIVOS, y eso es lo mejor que podréis hacer por mí).



Y como diría mi sabio colega Bugs Bunny… ¡eso es todo, amigos!



P.D. Me ha quedado una reflexión rara de narices, me he dejado cosas que quería comentar y me he explicado fatal, fatal, pero es que el tema era un poco complicado. Si no habéis entendido, lo comprendo perfectamente. Mis disculpas xD.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Pincelada de Arte - La Cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe

Aunque ya hablé de esta novela alguna vez en mi antiguo Space, sería un pecado estar escribiendo sobre mis libros favoritos y no comentar La Cabaña del Tío Tom. Así que… Toca tragarse mis elogios otra vez xD.


Harriet Beecher Stowe, escritora estadounidense, publicó esta obra en 1852 para impulso de la causa abolicionista en un poderoso país donde la esclavitud seguía cobrándose víctimas días tras día. En esta historia, Tom, un esclavo doméstico al que su amo el señor Harris se ve obligado a vender para poder pagar sus deudas, aguanta con incansable fortaleza la separación de su esposa e hijos, el dolor de pasar de mano en mano viendo dolor e indiferencia en todas partes, la desesperanza… manteniendo siempre su humildad y, por supuesto, su inquebrantable fe.

De este libro no hay mucho más que decir, porque es una de esas historias que, si no las lees, no las comprendes. El mensaje de “La cabaña del tío Tom” fue motivo de gran controversia en su época, convirtiéndose en el segundo libro más vendido después de la Biblia. No fue sólo una novela: fue un instrumento de lucha. Harriet Beehcer Stowe fue una mujer que no peleaba con armas, sino con palabras. ¿Cómo? Una se da cuenta, al leer lo que ella escribió, de que a través de estas páginas estaba lanzando un grito por la justicia y un reclamo por la igualdad, ya que el ambiente que describe es, duela admitirlo o no, brutalmente realista. Imágenes crudas y dolorosas de separación, llantos y fatiga, se entrelazan con algunos momentos de paz y destellos de esperanza, por medio de ciertos personajes de gran inocencia.

Desde luego, es una historia que atrapa. ¿Atrapar? No podía dejar de leerlo una vez que arranqué… Las lágrimas me quemaban las mejillas y, en vez de irme a buscar un pañuelo para secármelas, seguía leyendo y leyendo, devorando, viviendo los sinsabores del tío Tom y yéndome a dormir sólo cuando mis ojos se negaban en rotundo a seguir abiertos. No voy a negároslo: es un libro con el que se sufre. Si lo que queréis es una novela alegre y entretenida que os haga sonreír mientras tomáis el sol en la playa, ésta no es una buena elección. Pero si os interesa asomaros a la realidad de una sociedad injusta, si queréis conocer los entresijos de la Historia estadounidense antes de su Guerra Civil (y no desde una óptica política, sino a través de los ojos de un sencillo esclavo), si podéis acompañar a Harriet Beecher Stowe en su lucha por la igualdad… por favor, creedme: esta lectura vale la pena

“La Cabaña del tío Tom” es una joya literaria que todo el mundo debería leer alguna vez, y cuyo mensaje aún hoy necesita ser comprendido, desgraciadamente, por muchos.

Pincelada de Arte - El Príncipe de Egipto

A ver, ¿tiene sentido, ya a estas alturas, que me disculpe? No, ¿verdad? Pues ea xD.



El Príncipe de Egipto es un largometraje de animación creado por los estudios de Dreamworks Animation en el año 1998. Dirigido por Simon Wells, Steve Hickner y Brenda Chapman, esta película es una adaptación al cine del relato bíblico narrado en el Éxodo, sobre Moisés y la liberación de los isrealitas.


El guión, escrito por Kelly Asbury y Lorna Cook, se toma ciertas licencias en cuanto a la fidelidad al relato. Me refiero a cosas como la relación fraternal entre Moisés y su hermanastro, la personalidad de Aarón, el hecho de que el propio Moisés aparente cuarenta años cuando según la historia contaba con ochenta cuando se desarrollaron estos acontecimientos… y, sin embargo, me voy a permitir decirlo de una forma muy clara: aún no he visto una adaptación de un relato bíblico mejor hecha.


¿A qué me refiero? Simplemente, seamos sinceros, la gente de Hollywood es muy lista. La propuesta de adaptar una historia de la Biblia tan popular como ésta debía presentarse difícil, más aún tratándose de un filme de animación, con los riesgos que ello conlleva. El proyecto podría haber acabado en un desastre: podrían haber cedido a los típicos tópicos de las películas animadas, podrían haber destrozado el relato introduciendo elementos infantiles que no venían a cuento, podrían haber omitido pasajes de la Biblia que la crítica pudiera considerar políticamente incorrectos por su crudeza, podrían haber dibujado personajes guapísimos y americanizados para asegurarse cierto éxito comercial… Ese tipo de cosas en las que muchos directores de películas animadas acaban cayendo irremediablemente, ya que, por desgracia, todos parecen tener metida en el coco esa muletilla de: “al fin y al cabo es para los niños, y ellos no se van a fijar en los detalles”.



Pero no. El Príncipe de Egipto se aleja de todo eso, construyendo una obra de arte que a día de hoy me sigue dejando con un nudo en la garganta. No es una adaptación literal, ni falta que hace, ya que sigue conservando el tono y el espíritu de la historia en todo momento. Los artistas escogieron un tipo de animación muy diferente de todo lo visto hasta entonces en el cine americano, con un estilo y diseños más “adultos”, por decirlo de algún modo. Los fondos, desde luego, son una belleza, una recreación del paisaje egipcio que corta la respiración.


El guión es fluido, no aburre en ningún momento pero tampoco avanza a trompicones, sino que se detiene el tiempo justo en las escenas que más lo precisan. Los diálogos son inteligentes y maduros, véase como ejemplo la abrumadora frase “ningún imperio debe levantarse sobre la espalda de los esclavos” o la maravillosa escena de la conversación entre Dios y Moisés. Y también diré que una de las virtudes de esta película es precisamente que los personajes no son los típicos “bueno buenísimo + malo maloso + extras”, sino que están llenos de matices que los hacen tremendamente humanos.


Y he dejado para el final la que creo que es, probablemente, la joya que corona esta preciosa película… y esa joya se llama HANS ZIMMER. Este magistral compositor, que ya antaño nos deleitó con una música tan mágica como lo es la banda sonora de “El Rey León”, se vuelve a lucir en esta película: todas y cada una de sus composiciones son SUBLIMES.


“El Príncipe de Egipto” es, lo diré todas las veces que haga falta, la primera y más grande obra de Dreamworks, y aun así la más olvidada (oh, me pregunto por qué… ¬¬). Es lo que se llama entrar por la puerta grande. Este estudio de animación no ha vuelto a hacer algo que me emocione de tal forma, pero supongo que los diamantes en bruto son así… es imposible buscarlos, simplemente te topas con ellos, y eso te ocurre una o dos veces en la vida. Así que, desde este humilde blog, mi más sincero aplauso para todos los artistas que trabajaron en la que, a día de hoy, se encuentra en mi Top 5, no sólo de películas de animación, sino de cine en general.

domingo, 16 de agosto de 2009

Pincelada de paginas - Mi boligrafo y yo

Vale, no intenteis buscarle el sentido a esto, porque no lo tiene. Tan simple como eso xD. Es una rayada mental que puede ser interesante como reflejo de lo que pasa en mi cerebro cuando mis Musas estan perezosas, pero no mucho mas que eso... En fin, ahi va xD.



La puerta es vieja, demasiado, quizás, pero aún resiste. Cuando la abro, me encuentro con una de las estancias más cerradas que he visto en mi vida, un desastre para tratarse de una librería, pero toda una gozada teniendo en cuenta lo que es más allá de eso: un escenario. Entorno los ojos para ver con un poco de más claridad a través de esta condenada oscuridad y busco con la mano un interruptor, pero no hay nada en la pared que se le parezca.
-Maldición… -farfullo entre dientes-. Lo había olvidado.
Trato de moverme a través de esta cueva urbana, tropiezo con un par de banquetas (por supuesto, no sería yo si mi torpeza no me acompañara a todas partes) y tanteo en medio de la nada en busca de un escritorio que, si no me equivoco, tiene que estar más o menos a mi izquierda… Sí, aquí está. Y detrás de él, la silla giratoria, tal como yo misma describí. Me apoyo en ella con la mano para no tropezarme con nada más y me apresuro a sentarme. ¡Ah, por fin! Ahora sólo tengo que reptar con la mano sobre la superficie del escritorio y encontrar mi… ajá, helo aquí: mi pequeño cuaderno de espirales, al menos eso creo adivinar mientras lo palpo, ya que mis ojos siguen ciegos dentro de esta librería sin ventanas ni lámpara, que bien podría ser una caja de zapatos un poco más grande de lo habitual. Y al lado de mi cuaderno está, como siempre, mi bolígrafo.
Perfecto, ya tengo en mis manos las dos herramientas que necesito: ahora sólo tengo que comprobar mi capacidad para escribir a ciegas. Resoplo. ¿Cómo he podido olvidarme de la luz? En fin, manos a la obra. Abro el cuaderno por donde sigo teniendo páginas en blanco, o al menos eso espero, y, bolígrafo en mano, garabateo torpemente en la parte de arriba para situarme. Bien, más o menos ubicada estoy. Ahora la primera frase:
La luz de una lámpara iluminaba la desordenada librería…
Súbitamente mis ojos vuelven a ver, ¡y de qué manera! Miro hacia arriba y descubro en el techo una recién aparecida lámpara que brilla con la intensidad de millones de voltios, iluminando cada rincón. Pongo mala cara, no puedo evitarlo. Esto tampoco era lo que pretendía… ¿cómo se entiende que haya una librería tan cutre con semejante lamparón del siglo XXII? Báh, todo hay que explicarlo… Tacho la última línea y escribo un poco más abajo:
La tenue luz de la bombilla casi fundida que colgaba del techo iluminaba pobremente la desordenada librería…
El chorro de luz anterior se apaga paulatinamente hasta convertirse en penumbra y, cuando vuelvo a mirar hacia arriba, echo un vistazo, ahora más satisfecha, a mi pequeña obra: una bombilla pequeña cuya luz es tremendamente escasa, pero suficiente para distinguir el sitio donde estoy.
¿Y dónde estoy?
Vuelvo a dirigir la vista al cuaderno y me muerdo el labio inferior con cierto fastidio. Me pregunto cuál es el siguiente paso. El escenario está montado, los personajes están listos para entrar en acción… pero no sé qué es lo que quieren hacer. Me siento confundida, y ni siquiera sé cómo poner por escrito esas sensaciones de vacío mental, de sequía pura y dura. ¿Pereza? No lo sé, quizás. Se parece más a ese asomo de fracaso, a esa voz que repite una y otra vez: “¿y ahora qué?”. Desgraciadamente, aún no tengo la respuesta.
No tengo la respuesta, escribo, de forma casi inconsciente, en el papel. Eso no era lo que quería, no es la historia que quiero contar, ni siquiera es una estúpida historia. Pero no he podido evitarlo.
Súbitamente, y de forma algo alarmante, mi bolígrafo salta bruscamente de mi mano y empieza a deslizarse por el papel. Levanto una ceja, o eso haría si supiera hacerlo. Leo con curiosidad las palabras que empiezan a dibujarse en la hoja, justo debajo de mi última frase, de mi último pensamiento.
¿Para qué no tienes respuesta?
Sé que ahora mismo me encuentro en ese rincón de mi cabeza donde todo es posible, donde todo puede suceder, pero aun así nunca deja de ser desconcertante que tu bolígrafo cobre vida e incluso inicie un diálogo contigo. Creo que nunca acabaré de acostumbrarme. Tras ver que se queda quieto y cae sobre el papel, lo cojo entre los dedos y escribo debajo:
Simplemente no sé qué escribir ahora… Sé lo que tiene que pasar aquí, en esta librería, pero no sé el cómo.
Sólo un segundo después de levantar el bolígrafo del último punto, éste vuelve a ponerse en marcha por sí mismo. Vaya, alguien está hiperactivo hoy y no necesita pensar mucho lo que tiene que decir. Los hay con suerte.
Mira, tienes tres personajes y tienes un sitio donde meterlos, ¿no? Hazlo, y simplemente deja que se muevan por sí mismos. Observa sus acciones, sus movimientos, y descríbelos. Sólo eso.
Sólo eso, sólo eso… báh. Ya empezamos a ponernos filosóficos, y no estoy de humor para filosofadas cuando los engranajes de mi cabeza no quieren funcionar ni siquiera para escribir ficción. Vuelvo a sujetar el bolígrafo, tal vez con más fuerza de la necesaria, y escribo rápidamente otro mensaje:
Eso es muy fácil para ti, querido. Tú sólo tienes que soltar la tinta y copiar lo que te dictan mis neuronas, pero para mí no es tan fácil ponerlas en marcha. Lo que dices tiene mucha lógica, pero llevarlo a la práctica no es tan fácil, ¿sabes?
Ni siquiera he terminado de trazar el último signo de interrogación cuando se me vuelve a escapar de entre los dedos. ¡Será…! ¿Y qué pasa si no era eso todo lo que quería escribir? Intento volver a atraparlo, pero resulta imposible: yo soy demasiado torpe, y él demasiado ágil. No me lo puedo creer, vencida por un pedazo de plástico con tinta…
¿Quién habla de lógica? Aquí de lo que se trata es de escuchar, de comprender y de saber poner en el papel lo que sabes que está sucediendo, no de si tiene sentido o no. Si estás discutiendo con tu propio bolígrafo, se sobreentiende que has dejado la lógica de lado por un momento.
No contesto enseguida, sino que leo la parrafada que tengo delante un par de veces, intentando asimilar todo lo que dice. Cuando vuelvo a coger el boli y empiezo a escribir, ni siquiera yo sé qué decir realmente, pero algo tengo que responder, ¿no?
Vale, no te sigo del todo, pero intuyo por dónde vas. Supongo que tienes razón.
No sigo. Realmente no tengo nada más que responder, he perdido este asalto. Lo raro es que el bolígrafo se ha quedado quieto… ¿no se ha dado cuenta de que ya le he dejado turno de palabra? Lo agito un poco como para darle un toque, pero nada. Venga, vamos, no me puedes dejar así…
Ni yo misma entiendo por qué siento este alivio cuando vuelve a saltar de mi mano al papel, pero así de raros somos algunos… Leo ávidamente las nueva frase, corta pero directa, que aparece ahora en la hoja cuadriculada.
¿Y a qué esperas entonces?
Yo qué sé a qué espero. Pero bueno, supongo que tendré que confiar en que Carmen, esa chica tan pesada que no para de darme dolores de cabeza contándome su vida, me guíe en este nuevo capítulo. Y realmente espero que así sea.
Sonrío un poco, con un gesto a medio camino entre la resignación y el entusiasmo, y trazo una última frase, una despedida, supongo, por el momento:
Nada, supongo. Pongámonos manos a la obra.
Y sin más preámbulos, paso la página y comienzo a escribir en serio. La puerta de la librería, con un ligero chirrido, empieza a abrirse…

domingo, 2 de agosto de 2009

Pincelada de tinta - La oveja más tonta del mundo

Ea! Ya sé que el domingo pasado os dejé sin Pincelada de Tinta (¿en serio creíais que mis buenos propósitos de quitarle las telarañas a este blog iban a ser permanentes?, criaturitas…), pero aparte de mi pereza habitual, he de alegar en mi defensa que tampoco tenía la más remota idea de qué escribir. Y el baúl de los recuerdos se me está quedando seco para estas cosas. Además, qué leñe, he estado actualizando la historia de Carmen, que las novelas no se escriben solas… bueno, me callo, que esa “privilegiada” información pertenece a la Pincelada de Páginas de la semana que viene.
Esta historia tan POCO CONOCIDA (xD) la escribí ayer, en un momento de alegría porque estaba comiendo galletas y manzanas mientras escuchaba una canción de Marcos Vidal. Lo he releído hoy por tercera vez y no me gusta nada, pero es lo que hay por hoy. Se siente xD.


Todo el universo sabe acerca de la estupidez de las ovejas. Animales preciosos, diríase que lo mejor para el mercado del peluche, con unos ojillos muy tiernos y un balido tan conmovedor que encoge el alma del más duro.
Pero todo el mundo sabe que las ovejas son increíblemente tontas… lo bastante bobas como para quedarse quietas mirando al infinito cuando un depredador se acerca con intenciones evidentemente alimenticias, o para ir hacia la izquierda cuando el pastor ha dicho claramente “derecha”. De modo que una cosa está clara: para considerarse el ser más tonto del planeta hay que ser una oveja. Y dicho sea paso, hay que ser REALMENTE estúpido, porque seamos honestos… ¿¿la más tonta de todas las ovejas??
Bien, señoras y señores… ésa soy yo.
Sólo la más tonta de todas las ovejas podría encontrarse en la situación en que yo estoy ahora mismo. Cada vez respiro más fuerte por el miedo que me recorre el cuerpo, y no puedo dejar de temblar… no sé si es por el pánico o por el dolor de la herida que me he hecho en una pata al caer en este maldito hoyo, y que no para de sangrar. Quisiera lamerla, por lo menos, para aliviar un poco este dolor horrible, pero estoy atrapada en una enorme zarza, con espinas clavadas por todo mi cuerpo, que se clavarán con más fuerza si me muevo lo más mínimo. Por supuesto, sólo la más tonta de todas las ovejas podría caer en un hoyo lleno de zarzas.
No puedo mirar hacia arriba, pero a juzgar por lo oscuro que se está poniendo esto desde hace algunas horas, debe estar anocheciendo. Hasta los alacranes que se pasean continuamente por debajo del zarzal parecen ya aburridos de mirarme extrañados, seguramente preguntándose qué clase de estupidez habré hecho para acabar así.
De pronto, creo que hasta respirar me duele…
Los ojos me arden por las lágrimas que no quiero derramar. ¿Qué demonio haces, oveja idiota? ¿No has perdido ya todo tu orgullo? Me trago la dignidad que nunca he tenido y dejo correr las lágrimas desde mis pupilas hasta mi nariz, deseando una vez más no haber sido tan necia.
Que si no me hubiera salido de la ruta… que si hubiera hecho caso al perro pastor cuando me ladró desde la pradera para que volviera al rebaño… que si no me hubiera dejado llevar por el aroma de no se qué estúpida hierba de la colina… etc. Es demasiado fácil ponerse a jugar ahora al “y qué si… y qué si no…”. Ya sé que no sirve para nada, pero eh, soy una oveja y estoy atrapada en un zarzal sin poder moverme: no hay nada que pueda hacer que sirva para algo.
Lo único que sé es que me he perdido, que he sido lo bastante torpe como para caerme en este horrible agujero en medio de ninguna parte, que soy la oveja más tonta del mundo y que muy pronto me moriré de frío y hambre. Y que, de todas formas, a nadie le importará un cuerno, porque en un rebaño de cien ovejas nadie se va a dar cuenta de que una ha desaparecido.
Un gusano de color indefinido está reptando por mi pata herida. Genial, lo que me faltaba: un chupasangre. Ya que estamos, ¿por qué no aparece también una serpiente y acaba conmigo más rápido? Quiero deshacerme de él, quiero sacudir la pata, pero al intentarlo siento otra vez el insoportable dolor de las zarzas desgarrando mi piel. Lloro con más intensidad, no puedo evitarlo. La noche cada vez es más oscura, o acaso sea el dolor que me está empañando la vista, no sé.
¡Quiero una tregua, maldita sea, quiero que se acabe este martirio… por favor!
Estoy tan cegada por el miedo que ni siquiera reparo en el hecho de que alguien está moviendo las zarzas hasta que el ruido está prácticamente sobre mi cabeza lanuda. ¡Oh, fantástico, ahí tenemos a la serpiente! O quizás sería mejor un lobo, y así pasar en dos segundos de ser una oveja tonta a un simple cadáver. Sí, tiene más pinta de lobo que de serpiente, este ruido no es tan sigiloso…
Pero no. En el momento en que el pánico acaba de paralizarme, descubro unas manos cálidas que me alzan con suavidad, arrancando todas las espinas de mi piel, y en medio del alivio y la sorpresa, me encuentro refugiada en unos brazos fuertes que me aprietan contra su pecho. Dejo de tener frío, el miedo desaparece.
Mis ojos, que ahora ven con más claridad, distinguen unos dedos que acarician con amor mi pata herida, y escucho una voz en mi oído… tan conocida como amada.
Es Él, una vez más.
Con un nudo en la garganta y las lágrimas aún desfilando por mi hocico, yo, la oveja más tonta del mundo, recuesto mi cabeza hueca sobre el latido del corazón, alegre como siempre, de mi Pastor. Y alrededor de esta escena, la noche sonríe y el telón cae, no por primera vez, sobre la parábola de la oveja perdida.

Y dormido en su regazo, lo he sabido:
tengo vida, tengo dueño, y soy querido.
(El milagro – Marcos Vidal)

Uh, esto es en plan dejàvu, me suena haberlo leído en otra parte… xDDDDD
Vaya patata. Lo único que me gusta son los dos versos del final, y porque no son míos… Anda, bajaros esa canción si queréis que os cuenten esta historia de un modo decente ^^ O echadle un vistazo a Mateo 18, 10-14…
¡Agur! =)

domingo, 19 de julio de 2009

Pincelada de ideas - I'm still here...

Hello, my darling readers!


El hecho de que la frase de arriba esté en inglés me sirve tanto como excusa como para introducir esta nueva pincelada. Sé que el blog empezaba a tener telarañas y que os prometí una reflexión de las mías hace eones, dejando la eterna disculpa de la seelctividad. Como es obvio y habréis imaginado, no he estado de exámenes hasta ahora... la selectividad la pasé ya en la segunda semana de julio, y con una nota bastante decente (auto-bombo subliminal).


El siguiente follón fue mezclar el hecho de que me he venido a vivir a Inglatera hasta diciembre (por cierto, me estoy planteando hacer una especie de diario aquí, aunque con mis instintos abandónicos no sé yo), la mudanza de mi familia y mi pereza habitual. ¿El resultado? Pues eso, telarañas.


Y bien, os debía una pincelada de ideas, y ésta se va a centrar en un consejo: un consejo que no es consejo de viejo de ésos que se valoran tanto en el mercado intelectual, porque yo todavía soy muy moza para eso, aún no me han aparecido las primeras canas de los 18 años... Pero aunque sea un consejo simple, creo que es muy importante. Helo aquí:

Aprended inglés.

Antes de pinchar en la crucecita ésa que aparce arriba a la derecha del monitor para que no se os contagie la locura vía virtual, dejadme que os lo explique. A mí el inglés siempre me ha gustado, como asignatura y como lengua. Lo típico: escuchar canciones en inglés, ver películas en versión original, ese tipo de cosas que se hacen, más que nada, por curiosidad. Por diversión, incluso.


Pero desde que llegué aquí, he empezado a comprender que el inglés es otra cosa. Es una forma de comunicarse.


Sí, sé lo que estáis pensando. "Has descubierto América, rica". Evidentemente todos sabemos que es una forma de comunicarse, pero tal vez muchos estéis en la misma situación que yo antes. Lo sabía, pero no lo concebía de la misma forma. Para mí hablar inglés era casi como un juego, algo que podía dejar de hacer en cuanto me cansase. Pero ahora, claro, es diferente. Aquí NADIE habla español... si no me hago entender bien en inglés tengo que expresarme mediante gestos, no hay otro modo. Ni siquiera puedo ir al menú y darle a "subtítulos en español". Los libros, los carteles, todo está en inglés. Y hay gente de otros países con los que, evidentemente, no puedo hablar si no es en este idioma. ¡Ojo!, no digo esto como algo malo, ni mucho menos, sino como una experiencia que me está haciendo ver las cosas de otro modo.


Por eso os digo: aprended inglés. Ya sé que mucha gente lo dice, y a lo mejor estoy contribuyendo a dar la tabarra con el tema. Y sé que no es un consejo de ésos tan profundos y filosóficos de los que quedan bonitos en estas entradas. Pero os diré algo: el inglés no es sólo algo que queda bonito en un currículum. Llamadlo monopolización, llamadlo como queráis, pero a día de hoy el inglés es un puente que puede salvar la distancia entre el español y el japonés, el italiano y el húngaro, el alemán y el mandarín... Y eso es un hecho.


LEARN ENGLISH!

lunes, 1 de junio de 2009

Aviso a navegantes










La semana que viene tengo tres días de horror intensivo con los maravillosos exámenes de Selectividad, de modo que ni podré publicar la pincelada que supuestamente os debo de ayer, ni probablemente escriba la de este domingo. Lo siento por retrasarme tanto, pero es que esto es tremendo... o________O








¡Bless you! ^^

lunes, 25 de mayo de 2009

Pincelada de arte - Luz que no se apaga, de Mirtha F. Siccardi

En cuanto a literatura, hoy traigo otra de mis joyitas por excelencia. Una de las mejores novelas que he leído en mi vida, y me da igual la subjetividad que pueda haber en este comentario, pero es que “Luz que no se apaga”, de Mirtha F. Siccardi, es un libro muy especial para mí. Uno de esos que cuantas más veces lo leo más me gusta, y no importa la cantidad de veces que lo hago: a medida que devoro sus páginas, su lectura me sigue conmoviendo como la primera vez.Negrita

Es la historia de Martha Spendi, una niña de catorce años a la que envían a las montañas nevadas de Bariloche para restaurar su salud; lejos de su familia y amigos, Martha aprende a confiar más en el Amigo que nunca la abandona, y esto no pasa desapercibido para todos cuantos están a su alrededor, los tristes habitantes del Refugio Winelmann, quienes pronto descubren que hay un brillo especial en aquella jovencita porteña.

La historia que cuentan estas páginas es preciosa, y está narrada con tal sencillez y cariño que es imposible dejar de notar que su autora puso corazón en esta tarea. Ningún personaje pasa de largo sin que comprendamos sus pensamientos, y los protagonistas están presentados de forma totalmente humana, con sus virtudes y defectos. El mensaje, por muchas veces que lo hayamos recibido, siempre se agradece que nos lo recuerden, y especialmente si lo hacen de esta forma tan bonita: “Brilla en el sitio donde estés".

No se me ocurren más palabras, más que decir una vez más que ME ENCANTA este libro, que además ha inspirado muchos de mis escritos. Así que, si no os importa, voy a dejar que él hable por sí solo.




-Viéndolo así resulta lógico –contestó Ronny con una sonrisita-. Pero… no me tomaría el trabajo de averiguar si es cierto o no. ¡No hay nada que hacerle! Dios no me interesa y ¡no me interesa!

-¿Y eres feliz, y tienes paz? – Martha pronunció la pregunta suavemente, pero al muchacho le cayó como una bomba.

-¿Feliz? ¿Paz? –repitió como para sí. Quedó un momento en silencio, y al fin movió negativamente la cabeza.

-¿Has visto? –siguió Martha-. No se puede ser verdaderamente feliz lejos de Dios. Jesús nunca hubiera dicho “venid a mí” si hubiera visto que la gente podía ser feliz y tener paz sin Él.

-¿Cómo es? A ver, repite eso de Jesús otra vez –dijo Ronny sin levantar la vista. Martha repitió el texto: “Venid a mí todos los que estéis trabajados y cargados, que yo os haré descansar”.

-Es muy lindo. Es como agua fresca –murmuró Ronny un poco ronco-. Trabajados y cargados… se refiere a un espíritu cansado, hastiado de la vida. ¿Verdad?

-Sí, es un llamado a los corazones cargados de pecado, sin paz –contestó Martha, y luego, armándose de coraje, añadió-: Es un llamado para ti, Ronny Winelmann.

-¿Para mí? –el muchacho se volvió y la miró con una mezcla de ironía y amargura-. Y sí, si es un llamado a una persona hastiada, seguro que será para mí.


EDITADO 28/6/10: Foto de la portada gracias a Elly Sharp =)

domingo, 24 de mayo de 2009

Pincelada de arte - Los Chicos del Coro

Sí, la verdad, se me fue totalmente la pinza el viernes: se me olvidó por completo que tenía que publicar una entrada o__________O. En todo caso, la publico ahora y después me pondré al día con la que me tocaba para hoy. Aghhh, qué agobio xDDD

Hoy voy a actualizar esta pincelada con una de las películas más bonitas que nos ha dado el séptimo arte, a mi parecer: "Los Chicos del Coro", de Christopher Barratier.

“Los Chicos del Coro”, ambientada en la Francia de la posguerra, narra las circunstancias de Clément Mathieu, un profesor de música en paro que acepta el empleo de vigilante en una sombría escuela llamada Fondo del Estanque; allí tendrá que enfrentar la desconfianza de los profesores, la villanía de los alumnos y el despotismo egocéntrico del director Rachin.

Sólo por su bellísima banda sonora, esta película ya se merecería un diez. Quizás lo que le puede bajar algunos puntos es que esta fórmula de alumnos conflictivos – profe guay – música – alumnos que se vuelven buenos… está ya un poco trillada en el cine, pero no he visto aún película que trate dicho argumento mejor que “Los Chicos del Coro”


Maravillosa historia que, sin buscar la lágrima fácil, apela sin embargo a las emociones y deja con un nudo en la garganta de principio a fin, componiendo un poema a la vida en una sucesión de escenas sencillas, sí, pero contempladas de una forma soberbia. Llegas a formar parte de los personajes porque comprendes qué es lo que los mueve, y cada uno de sus diálogos te mete en la situación; por otra parte, la interpretación de los actores es digna de mención también.

Incluso siendo, como es, una película reflexiva y humana, no aburre en ningún momento, y la historia está muy bien construida: las relaciones entre el profesor y sus alumnos evolucionan lo bastante despacio como para que resulte creíble y lo bastante rápido como para no tener que pegar un cambiazo brusco al llegar al final, lo cual resultaría bastante chapucero. No hay sensiblería, hay sensibilidad: el pesimismo y la crudeza evidentes que rodean la situación al principio comienza a brillar poco a poco hasta que te das cuenta de que se ha producido una transformación en las vidas de los protagonistas. Esa escena final es un derrumbe absoluto de todas las emociones que se intenten reprimir: para mí, quizás sea la más lograda de todo el filme.

Pero si hay algo todavía más contundente que me haya hecho enamorarme de esta película es, como dije arriba, su banda sonora: una música envolvente y mágica que te transporta casi sin darte cuenta desde la primera hasta la última escena, y es imposible no conmoverse ante semejante deleite para los oídos. En resumen, una película preciosa y recomendable para todo el que disfrute de ese tipo de cine que te pone los pelos como escarpias.

Trailer aquí:

http://www.youtube.com/watch?v=YNOkarACP1Q

martes, 19 de mayo de 2009

Pincelada de páginas - ¡Saludemos a Carmen!

Sí, sí, lo sé. Y sí... lo siento. No; no tengo excusa esta vez xD.

En fin, pasemos a lo siguiente. ¿Sobre la novela? Noticias no hay muchas; desde que la reempecé llevo 7 paginas y me odio por lo poco que avanzo. También por eso he postergado la publicación de esta entrada, porque al fin y al cabo, ¿qué puedo contar? Porque si creéis que en esas siete páginas hay algo que valga la pena, os diré que de momento no... xD.Por lo tanto, he decidido dedicarle esta pincelada a la protagonista de esta historia; para que los habituales y no tan habituales de por aquí la vayáis conociendo al igual que estoy haciendo yo. Porque mi filosofía creativa es la siguiente: como escritor no haces a un personaje, lo conoces y, si quieres, lo ayudas a crecer. Es una chica maja, aunque un poco empanada mental. ¿Verdad, Carmen?

Carmen (apartando la vista de una lámpara que parecía realmente interesante): ¿Quién?

Yo: Hola... =)

Carmen: Ah… eres tú. Buenas tardes. ¿Dónde estamos esta vez? Esto no parece ningún sitio de Valencia…

Yo: No, no lo es. Estee… me he tomado la libertad de sacarte de la novela durante un ratito para hacerte una entrevista en mi blog, “El arte de soñar”.

Carmen: ¿Éste es tu blog? Anda… ¿y ése estampado del fondo? ¿Y esa escalera floreada de arriba?

Yo: Cosas de Internet… Bueno, como te iba diciendo, te he sacado de la historia para hacerte una entrevista… ¿te importa contestar unas preguntas para los lectores?

Carmen (mira extrañada a uno y otro lado): ¿Qué lectores?

Yo (arrugando el entrecejo): No se ven, pero están… ¬¬ Ahora, bien, Carmen Valbuena Olivares… porque ése es tu nombre, ¿verdad?

Carmen: Sí, así es.

Yo: La pregunta más obvia: ¿cuál es la historia que quieres contar en “Entre estas páginas”?

Carmen: Bueno, como comprenderás, eso no lo puedo decir de una tajada ahora. Hay mucho que explicar y que detallar, y aún tengo que desarrollarme mucho como personaje antes de poder profundizar en mi propia historia. Pero así en líneas generales, puedo decir que se trata casi de una fábula romántica, aunque suceda en pleno siglo XXI. Tiene muchos elementos fantásticos, pero también mucho realismo y mucho mensaje, aunque luego todo eso depende de a qué puerto vaya a parar la novela…

Yo: Estoo… ¿y cuál es el escenario?

Carmen: Un pueblecillo costero de Valencia. ¿Cuál? Eso no te lo voy a decir ahora, y probablemente tampoco te lo diré a lo largo de toda la novela, ya que hemos pensado que es más bonito dejarlo a la elección e imaginación del que lo lea.

Yo: ¿”Hemos”? ¿En plural?

Carmen (alza una ceja): Claro, y no te hagas la tonta, sabes perfectamente que me refiero al resto de personajes…

Yo: Je-je. Bueno, Carmen… otra pregunta interesante… ¿por qué habéis elegido mi cabeza para montar vuestra historia?

Carmen: Interesante cuestión… Quizás ni nosotros mismos lo sepamos todavía; al fin y al cabo, la elección de un autor siempre es difícil para un personaje. Pero supongo que tenemos curiosidad por saber qué haces con nosotros y con nuestro relato.

Yo: Claro, porque por muy buena que sea una historia, en malas manos puede acabar destrozada, ¿no? ¿Y no es cierto que cuando un escritor maneja mal a sus personajes corre el riesgo de asesinarlos, hablando literariamente?

Carmen (suelta una risita nerviosa y traga saliva): Y… bueno… la verdad es que s-sí…

Yo: ¿No tienes miedo de que tu destino como personaje corra peligro si yo no sé qué hacer contigo y con lo que me cuentas, chata?

Carmen (se muerde el labio inferior): Siempre se corre un riesgo cuando escoges las manos que deben escribir tu historia, sobre todo cuando se trata de escritores novatos. Pero es un riesgo ya no necesario, sino imprescindible.

Yo: ¿A qué te refieres?

Carmen: Un personaje tiene algo que narrarle al mundo, y si no eres capaz de hacerlo, más te vale estar muerto. Algunos lo pasan peor, van de mente en mente llamando a la puerta sin que nadie se decida a poner su historia en un papel, y es una imagen de lo más triste.

Yo: Cambiando de tema, ¿cómo crees que ha salido el comienzo de la novela?

Carmen: No está mal; mejor que el anterior, en todo caso. Pero vas demasiado despacio…

Yo (ignorándola xD): Esto ha sido todo, amigos… muchas gracias por tu tiempo, Carmen, espero que la próxima vez que nos veamos avancemos unas cuantas páginas. A todos los demás, os digo también que muchas gracias por leer esta nueva pincelada y que ahí abajo hay una pestañita donde podéis hacer clic para dejar un comentario =P jejeje, es broma!

Abrazos a navegantes, ¡nos vemos en la próxima pincelada! ^^