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martes, 24 de diciembre de 2013

Pincelada de ideas - Que el Grinch nos robe la "Navidad"

“Maybe Christmas” he thought,
“doesn’t come from a store.
Maybe Christmas, perhaps,
means a little bit more”

(“Tal vez la Navidad” pensó, “no viene de una tienda. Tal vez la Navidad significa un poco más”).

Hace unos días, en típica consonancia con el mes de diciembre, volví a ver el cortometraje Cómo el Grinch robó la Navidad, el clásico del Dr. Seuss del que procede la cita anterior. Se trata de una historia simple, pero divertida y conmovedora, sobre un ser huraño que trata de arrebatarles la Navidad a los habitantes de Villaquién, deslizándose de noche entre sus casas y llevándose todos los regalos, los adornos, la comida, etc. En un emotivo final, el Grinch descubre que, pese a sus mañas, los Quiénes siguen celebrando la mañana de Navidad igual que siempre.

Es un relato sencillo, pero viéndolo una vez más, me ha llevado a la reflexión. La transformación del personaje, por supuesto, sucede cuando el Grinch se da cuenta de que su intento de ser un agente del caos no ha dado resultado, y decide restaurar el orden; esto es, devolver a los Quiénes todo lo que había robado. Pero pensándolo bien… hay una gran ironía en esta historia. ¿Y si el Grinch, queriendo traer caos y desorden, realmente hizo lo contrario? ¿Y si al intentar robar la Navidad lo que hacía realmente era descontaminarla?

Me estoy dando cuenta de que cada año, al llegar estas fechas, me abordan las mismas cuestiones. Cuando era pequeña no era así. En aquel entonces, cuando mis padres me llevaban a ver un Belén y me explicaban la historia del nacimiento de Jesús, sólo veía una escena alegre, una buena noticia, una celebración. Y, por una parte… ¡sí, por supuesto que lo es! Si hoy en día sigue habiendo un motivo para celebrar la Navidad, es precisamente éste: volver a anunciar lo sucedido en Belén hace más de dos mil años. Sin embargo… ahora me doy cuenta de que hay dos caras en esta historia, y una de ellas es el elemento de tristeza que acompaña al nacimiento de Jesús cada año. Una tristeza que se basa en las tres reacciones de la humanidad ante este increíble acontecimiento: el silencio, el rechazo y el olvido.

El silencio que reinó aquella noche en Belén es uno de los grandes dramas de nuestra historia. El Creador del universo, el Dios de este mundo, el Rey de los cielos… llegó esa noche a este planeta para cumplir sus promesas, para traer paz y salvación. ¿Y cómo fue recibido? En un silencio sobrecogedor. El mundo no se dio cuenta de lo que había ocurrido. Él dio a reyes y príncipes el poder, la gloria de habitar en grandes y lujosos palacios, pero cuando vino a este mundo, todas las puertas se le cerraron. Todos dijeron: “No hay ninguna habitación para ti. Vete a nacer en ese establo con las vacas, donde no molestes a nadie”. Israel llevaba años esperando al Salvador del que hablaban los profetas, al que iban a dar su adoración… pero cuando Jesús nació, Dios tuvo que mandar a sus ángeles para que lo alabaran, porque la gente permanecía en silencio. Sólo algunos pastores trabajando a las tantas de la madrugada y unos astrónomos extranjeros respondieron al milagro que estaba ocurriendo esa noche. El resto del mundo recibió a Dios con un silencio indiferente.

El rechazo fue lo que Jesús enfrentó cuando creció y quiso enseñar al mundo quién era. Sí, es cierto que se hizo famoso, que muchos le siguieron y que al entrar en Jerusalén recibió  la ovación y los cantos que no había tenido al nacer. Pero a la hora de la verdad, el Salvador fue rechazado. Los que se habían criado con él en la sinagoga, la primera vez que él les dijo quién era, quisieron tirarlo por un barranco. Sus propios hermanos le creían un farsante. La gente quería ver sus milagros, pero no quería permanecer a su lado en la muerte. Incluso sus mejores amigos le dejaron solo cuando estar con él se convirtió en un riesgo. Y ese rechazo es otro de los grandes dramas en la llegada de Dios al mundo.

El último, y quizás el más triste de todos, es el olvido.

Hoy en día se supone que sabemos lo que pasó en Belén, y sabemos lo que Jesús vivió en su muerte y en su resurrección. Sabemos lo que la gente en aquel entonces ignoraba. Cualquiera diría que hemos tenido tiempo más que suficiente para aprender la lección, para no repetir los errores más grandes de la humanidad… y sin embargo, aquí estamos. Nos asfixiamos entre tantos preparativos, tantas luces, tantos regalos y tanta fiesta… pero nos hemos olvidado de lo que celebramos. Ah, sí, nos sabemos la teoría, pero ¿y qué? Si volviera a ocurrir lo que pasó en Belén aquella noche, reaccionaríamos igual. Fácilmente José y María podrían llamar esta noche a varias puertas de nuestra ciudad y acabar en un garaje. Porque estaríamos demasiado ocupados celebrando la “Navidad” como para darnos cuenta.

Por eso, volviendo a la historia con la que he empezado este escrito, estoy empezando a considerar que nos vendría bien una visita del Grinch esta noche. Quizá realmente nos haría el favor del siglo si entrara en nuestras casas, con su disfraz de falso Santa Claus, y nos robara todos los adornos, los árboles, los turrones, los discos de villancicos, las bolsas de compras, el papel de regalo, los vales de El Corte Inglés… todo. Entonces nos tocaría preguntarnos: ¿y qué celebramos ahora?

Sé que no son estas cosas por sí solas las que han sumido la Navidad en el olvido, que ha sido nuestra actitud. Y también reconozco que a mí me gustan los árboles decorados, el turrón y los villancicos como al que más; que no me escapo de esta red de distracciones. Pero esta es la verdad que hay que confesar esta noche: la Navidad no se trata de eso. Se trata de esta historia. Se trata de Jesús.

La Navidad es el momento de enmendar nuestros errores en la forma en que recibimos al Rey de Reyes. Es el momento de adorarle, de darle toda la alabanza que no le dimos cuando nació; de romper nuestro silencio. Es el momento de aceptarle como Salvador: que no tenga que enfrentarse una vez más a nuestro rechazo. Y por supuesto, es el momento de recordar. Recordemos lo que Dios hizo, hace y ha prometido que hará por nosotros. Porque si esto es para nosotros la Navidad, entonces tal vez lleguemos a la misma conclusión que el Grinch: es imposible robarla.

             ¡Feliz Navidad!

lunes, 30 de septiembre de 2013

Pincelada de arte - Orgullo y prejuicio (adaptación de Joe Wright)

Una pregunta muy válida respecto a esta pincelada sería por qué, de las muchas adaptaciones cinematográficas que existen de Orgullo y prejuicio, he escogido precisamente ésta. Bueno, veamos, hay varios motivos. En esencia, es una de las más recientes, es con la que estoy más familiarizada, y tiene muchos detalles que me permiten compartir mi punto de vista sobre ciertos aspectos del cine y del lenguaje de las adaptaciones en general.

Ah, y es la única que he visto, también. Detalles…

Hay algo que me parece muy curioso en cuanto a mi experiencia con esta película. La historia de Orgullo y prejuicio presenta el mensaje de que uno a menudo se engaña a sí mismo si se deja llevar por las primeras impresiones (de hecho ése era el primer título de la novela, First Impressions), y que a veces necesitas tener más encuentros con una persona para darte cuenta de que es mucho más de lo que pensabas la primera vez. Y lo interesante de todo esto es que eso fue más o menos lo que a mí me pasó con la película. La primera vez que la vi, a los trece años y sin ningún conocimiento del libro, no me disgustó, pero llegué al final con la sensación de que no me había enterado de nada de la historia. La segunda vez tendría quince o dieciséis años, y aún sin conocimiento de la novela pero con un vago recuerdo de la primera vez que la había visto, me gustó más; sin embargo, seguía habiendo partes de la narración que me parecían confusas y no las terminaba de comprender. La tercera vez que decidí verla fue ya con casi veinte años y, ahora sí, después de leer la novela. Me enamoró. Y después, cada vez que he vuelto a verla, no ha hecho otra cosa que sumar puntos.

Es curioso, porque la mayoría de las veces ocurre lo contrario: ves la adaptación y luego, tras leer el libro original, empiezas a comparar y a verle los fallos a la película por mucho que te guste. Pero en este caso, al menos para mí, lo que hizo la lectura de la novela fue ampliar mucho mi visión de la historia, y al hacerlo fui capaz de ver mejor las virtudes de la película. Es de las pocas veces que me ha pasado, al menos de forma tan radical. Pero no puedo dejar de preguntarme: ¿por qué ahora, y no antes? Es decir, me encanta esta película, pero no puedo olvidar que las dos primeras veces que la vi me dejó más bien indiferente. Y siendo objetivos, si necesitas leer la obra original para poder apreciar la película… ¿es ésta una buena o una mala adaptación?

No es una pregunta retórica, por cierto; me encantaría conocer vuestras opiniones al respecto. Por mi parte quiero empezar diciendo que tengo muy claro que las películas perfectas no existen (ni los libros perfectos tampoco, ya que saco el tema), y que sin duda Orgullo y prejuicio tiene sus puntos débiles. Y pensando en por qué no me llamaba la atención antes de leer la novela, creo que sé cuáles son algunas de esas debilidades. De alguna manera Joe Wright crea una adaptación tan fiel que quizá es “demasiado perfecta” en el sentido de que hay cosas que se dan por sentado. Eso por una parte es bueno (no hay sobrecarga de exposición) pero por otra parte quizá falla a la hora de enganchar al público, ya que en cierto modo parece una película hecha para espectadores de la época victoriana. Por poner un ejemplo: en el libro hay cosas ocurriendo “de fondo” que llegado el momento se revelan a través de cartas, y eso funciona porque el lector tiene la misma perspectiva que la protagonista y se centra en lo mismo: cuando tiene que leer la carta, lee la carta. En la película hay dos o tres momentos clave en que se usa la misma fórmula, pero en mi opinión no funciona igual de bien porque el cine es un medio visual. Si el espectador está escuchando la lectura de la carta y al mismo tiempo está viendo paisajes de Inglaterra, no se centra del todo en ninguna de las dos cosas. Por otro lado, quizá se da demasiado por hecho que quienes ven la película están lo bastante familiarizados con las costumbres de la época como para entender de entrada cuáles son los conflictos, y no cuestionar las reacciones de los personajes. Un buen ejemplo es lo que ocurre en el tercio final con Lydia Bennet, la hermana de la protagonista: en el libro se dan muchas explicaciones para dar a entender por qué esto es un drama tan grande para la familia, mientras que en la película quizá se siente que falta detalle.

Bien, me he enrollado como una persiana con el análisis de los que, pienso, son los defectos más importantes. Ahora vuelvo a mi pregunta inicial: ¿es ésta una buena adaptación de la novela de Jane Austen?

Y me respondo: buena, no. Excelente.

Sí, lo sé, siento aniquilar mi objetividad de esta forma, pero no puedo evitarlo: como he dicho antes, ésta es una de esas películas que cuanto más veo más me gustan. Creo que no sólo cuenta la historia de Orgullo y prejuicio con un balance perfecto entre la fidelidad a la obra original y la introducción de elementos nuevos, sino que maneja el lenguaje audiovisual con una gran habilidad. Viendo esta película más veces me he ido fijando en detalles que al principio pasan desapercibidos; por ejemplo, en el baile de Netherfield hay un momento en que la cámara se mueve por toda la casa siguiendo a los personajes y no corta la imagen en ningún momento. Ahora, ¿cómo está tan bien coreografiada esa escena que la protagonista aparece tres veces en tres lugares distintos y apenas te das cuenta? Es difícil de explicar y lo estoy haciendo fatal, pero cuando veáis la película fijaos en esa secuencia porque es una maravilla. Hay muchos otros detalles preciosos, como la tensión en el momento que Darcy toca a Elizabeth por primera vez o la transición temporal con el paso de las estaciones cuando ella está en un columpio.

Otro gran punto a favor son los actores: todas y cada una de las interpretaciones en esta película son impresionantes, realmente te parece estar viendo a los personajes del libro. Quizá por eso una de las escenas más memorables es el primer enfrentamiento entre Darcy y Elizabeth, en ese jardín bajo la lluvia: la intensidad de los diálogos, las expresiones, la emoción en cada palabra… Por no mencionar a los personajes secundarios, todos retratados de forma genial. En especial Brenda Blethyn como la señora Bennet, que se roba cada escena en la que aparece.

Así que, como veis, mis primeras impresiones me engañaron un poco, igual que a la protagonista. Esta obra de Joe Wright es una película para ver varias veces: vale la pena valorar qué te aporta de nuevo cada visionado. Y al menos yo no tengo problema con eso: la he visto un montón de veces y la veré un montón de veces en el futuro, y como no me he cansado hasta ahora parece improbable que me canse con el tiempo. Orgullo y prejuicio es, no sólo una gran adaptación, sino también una gran película por sí misma.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Pincelada de arte - Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

¡Bienvenidos a septiembre, el mes de los cambios! Y hablando de eso, quiero introducir un cambio en el orden del blog, que es algo mínimo y ni siquiera se notará, pero bueno. Desde que empecé el blog y hasta ahora he estado haciendo las pinceladas de arte en el mismo orden: primero una película, después un libro. A partir de ahora, lo haré a la inversa. La razón es que tengo en mente hacer más bloques como el que voy a hacer estas semanas, en el que hablo tanto de la obra literaria como de alguna adaptación cinematográfica de la misma, y creo que tiene más sentido hablar primero del libro y luego de la adaptación. Cuestión de continuidad. Aclarado ese punto, y sin más preámbulos (que es lo que siempre digo después de aburriros con un preámbulo), hablemos de Orgullo y prejuicio.

La verdad es que en cierto modo resulta complicado hacer una reseña de un libro como Orgullo y prejuicio, sobre el que probablemente ya se ha dicho todo lo que se podría decir desde su primera publicación en 1813. Pero lo que muchas veces olvidamos respecto a los clásicos es que la raza humana aún no ha producido un individuo que haya nacido con esos libros ya leídos, así que para aquellos que tengan curiosidad por leer este comentario procuraré dar mi opinión manteniendo los detalles argumentales de la novela al mínimo.

Empezaré diciendo algo sobre ese tema de las obras clásicas. No es que quiera criticar, y sé que me queda mucho por leer y aprender antes de poder ser objetiva sobre este asunto, pero muchas veces tengo la impresión de que resulta relativamente fácil convertir un libro en un clásico. No “escribir” un clásico, pero sí convertir una obra en uno. A veces siento que si las personas adecuadas utilizan esa palabra para describir algo, automáticamente adopta ese estatus y hay que llamarlo así para que no te tachen de ignorante. Por ese motivo parece incluso más fácil mantener ciertas obras en el podium de “clásicos”, aunque haya muchos libros con esa etiqueta que la mayoría de la gente no ha leído o que han leído y no les han parecido para tanto.

La razón por la que comienzo con toda esta parrafada es para resaltar que, curiosamente, Orgullo y prejuicio no es una de esas obras. Sí, es cierto que es una novela valorada por críticos y estudiosos desde hace años, pero a diferencia de otros libros que también gozan de esa atención y sin embargo pasan más tiempo en una estantería que en manos de los lectores… me sorprende comprobar cada vez más que Orgullo y prejuicio es un libro que muchos, incluso aquellos que no suelen interesarse por obras tan antiguas, han leído o tienen ganas de leer alguna vez. En otras palabras, se trata de una novela del siglo diecinueve que aún hoy en el veintiuno sigue atrayendo al gran público; no es solamente una de esas obras que “tienes que leer” si te interesa la literatura en general.

Todo esto me ha dejado pensando, y me he preguntado qué es lo que lo hace un libro tan accesible. ¿Es una popularidad fabricada, o realmente hay algo en él que conecta con lectores de todas las épocas? Es decir, podemos imaginarnos los elementos que convirtieron esta obra de Jane Austen en un libro especial en su tiempo. En la Inglaterra de 1813 ese mensaje de que una mujer no debería tener que casarse por dinero era una declaración bastante provocadora, la fórmula de “chica conoce chico, chica no soporta a chico, chico y chica se enamoran” todavía no era un cliché, y además de esto es cierto que Jane Austen formó parte de un tiempo de revolución de la novela en todos los aspectos estilísticos. Estas virtudes son razón de más para valorar y respetar este libro, pero… ¿para que sigamos leyéndolo? Hoy en día estas características que hemos mencionado ya no son una novedad. Así que dejando de lado los méritos de ser pionera en muchos aspectos, ¿cómo es posible que después de más de dos siglos esta novela siga ocupando un lugar sobre nuestras mesillas de noche?

La respuesta puede ser muy simple o muy compleja; por mi parte, como siempre, me limitaré a dar mi opinión personal. Creo que Orgullo y prejuicio sigue conectando con los lectores de hoy en día porque se trata de una historia de amor muy básica pero al mismo tiempo única. Los personajes y las interacciones entre ellos son memorables porque son lo bastante realistas para que resulten identificables pero a la vez tienen un punto de caricatura que los convierte en iconos literarios. Por otro lado, la novela trata un tema humano que definitivamente no ha pasado de moda: todos sabemos lo que es juzgar a alguien basándonos en primeras impresiones o en lo que dicen los demás, y sabemos lo que significa cometer errores por culpa de esos juicios. No es un problema victoriano, sino un problema universal, y por eso aún hoy podemos sentirnos identificados con un personaje como Elizabeth Bennet e interesarnos por cómo se resolverá ese conflicto. Además de estos factores, otro elemento que ayuda a convertir Orgullo y prejuicio en una obra, como he dicho antes, tan accesible, es sin duda el ritmo de la historia, así como la agilidad del lenguaje. Todos estos son méritos literarios que trascienden las cuestiones temporales y culturales.

Y si me equivoco y éstas no son las razones de que a tanta gente le siga interesando este libro… al menos puedo aseguraros que sí son algunos de los motivos por los que es una de mis obras literarias favoritas. Si alguna vez viajo en el tiempo y me encuentro con alguien que la leyera cuando acababa de publicarse me aseguraré de preguntarle si le gustó por las mismas razones, pero hasta entonces seguiré disfrutando de Orgullo y prejuicio por su inteligente narrativa, sus geniales personajes y su brillante habilidad para absorberme en sus páginas durante horas. Y creo que estos serán los elementos que harán que dentro de muchos años aún lo sigamos leyendo.

lunes, 12 de agosto de 2013

Pincelada de tinta - El niño en el reflejo: Parte Uno

Después de mucho dudar al respecto, he decidido publicar este relato, que empecé a escribir hace mucho tiempo, en el blog. Es un poco largo, por lo que he pensado que lo mejor será publicarlo por lo menos en tres entregas; es la primera vez que hago algo así en El arte de soñar, así que ya veremos qué tal funciona. Aquí os presento la primera parte… si os gusta, estad atentos a la continuación el mes que viene en la próxima Pincelada de tinta. ¡Saludos!


(Cuento retirado temporalmente)

martes, 6 de agosto de 2013

Pincelada de ideas - Construyendo barrotes

Este fin de semana en casa estuvimos viendo la película Amor y letras, de Josh Radnor. Se trata de una historia que tiene mucho que ver con el contexto universitario y especialmente con lo que viene después, así que dada mi situación personal era de esperar que varios de los temas que trata me llevaran a la reflexión, pero en realidad lo que me ha inspirado para escribir este pensamiento ha sido un mensaje que me parece más universal, y no aplicable sólo a una etapa de la vida. En uno de los diálogos de la película, un personaje que tiene que dejar la universidad después de pasar muchos años allí le dice al protagonista que se ve a sí mismo como un reo al que dan la libertad condicional pero comete algún delito para que lo envíen de vuelta al único lugar que conoce. Confuso, el protagonista le pregunta: ¿Crees que este lugar es una cárcel? A lo que este personaje, tras una pausa, responde: Cualquier sitio del que no puedes salir es una cárcel.

Esta frase, que por un momento me vi tentada a ver como demasiado elemental, acabó quedándose grabada en una de mis neuronas y haciéndome meditar sobre su significado. Me quedé pensando… ¿y cómo llega a suceder algo así? Lo cierto es que la frase por sí sola no dice tanto como el contexto: el personaje que decía estas palabras amaba el lugar al que se refería. ¿Cómo llega a convertirse algo que amamos en una cárcel? ¿Cómo es posible que en algún punto de nuestra vida algo como un sueño, una vocación, un hogar… se convierta en algo que nos quita libertad en vez de dárnosla?

Parece una idea algo ridícula e improbable, pero cuantas más vueltas le doy al asunto, más me doy cuenta de que esto ocurre con demasiada frecuencia en nuestras vidas. Relaciones saludables que se vuelven obsesivas y dependientes, hábitos y costumbres que se transforman en adicciones, recuerdos del pasado convertidos en rencores imposibles de olvidar… Quizá estas situaciones sean un poco extremas, pero es que si nos paramos a pensarlo comprenderemos que buscar ejemplos de este tipo de cárceles no tiene mucho sentido porque, al fin y al cabo, éstas pueden ser cualquier cosa. Se trata de prisiones que nosotros construimos con nuestras propias manos a nuestro alrededor, y aunque pensemos que son cosas inofensivas… llega el momento en que por la razón que sea tenemos que dejarlas atrás, seguir adelante, y nos descubrimos sujetando unos barrotes como si fueran un salvavidas. Puede que sean unos barrotes de oro y plata: algo que una vez fue un dulce tesoro pero que la obsesión, las ambiciones y el miedo a perderlo han convertido en esta cárcel.

La imagen de unas manos aferrando los barrotes me parece muy significativa porque creo que refleja a la perfección el momento en que ese tesoro se transforma en prisión: es cuando no somos capaces de soltarlo. Cuando sentimos que dejarlo ir disminuiría nuestro valor como personas.

Esto es algo muy humano, y creo que todos podemos distinguir qué es aquello sobre lo que cerraríamos el puño pase lo que pase. Y como comentaba antes, para cada cual es algo distinto: puede ser una persona, una posesión, un plan de futuro, una opinión, un sueño… Cualquier cosa que aferramos mientras decimos: “Esto es mío. Puedo renunciar a muchas cosas, pero no a esto. No hay nada que pueda hacerme sacrificarlo”. Si alguna vez, consciente o inconscientemente, hemos pensado de esta forma… entonces sabemos lo que es fabricar por nosotros mismos ese lugar del que no podemos salir.

Cada cual sabe por qué tiene sus tesoros de oro y plata, y muchos argumentarán que si aquello a lo que nos sujetamos nos hace felices y no es intrínsecamente malo, no hay ningún problema en que no seamos capaces de renunciar a ello. Y, para ser sincera, comprendo este punto de vista: las prisiones que nosotros mismos diseñamos están pensadas para que resulte muy tentador acomodarse en ellas. Pero veo un problema importante con este pensamiento: tarde o temprano llega el punto en el que la decisión ya no nos pertenece. Como decía un libro de Mitch Albom que leí hace poco, cuando una persona muere lo hace con los dedos estirados, revelando sus manos vacías. Por mucho que nos aferremos a algo y creamos que es nuestro derecho tenerlo, la pura verdad es que vinimos a este mundo sin ello y sin ello nos marcharemos. Y valdría la pena que nos preguntásemos dónde queremos estar cuando nuestras manos pierdan fuerza y se suelten de esos barrotes: dentro de la prisión, o fuera.

Elegir la libertad no es fácil; nunca lo es. Requiere un sacrificio y una renuncia, y es difícil soltar algo que nos hemos convencido de que es nuestro. Pero podemos estar seguros de que vale la pena. Además, nadie ha dicho que esto signifique que no podemos tener tesoros: simplemente hemos de empezar a guardarlos en un lugar donde sepamos que ni siquiera la muerte nos los puede quitar.

No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien acumulad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mateo 6:19-21).

martes, 30 de julio de 2013

Pincelada de arte - La princesa prometida, de William Goldman

Para la reseña literaria de hoy he decidido optar por otro libro que he leído recientemente. Además, en esta ocasión se trata de un caso muy especial: una lectura que llevaba tiempo persiguiendo y no había conseguido encontrar, y que gracias a mi amiga Bárbara que supo de mi búsqueda y me lo prestó, al fin hace poco pude tenerlo en mis manos. Me encantan estas situaciones porque cuando llevas bastante tiempo deseando leer un libro en concreto el momento de abrirlo por la primera página es el doble de emocionante.

Este clásico de William Goldman es muy conocido gracias a la adaptación a la gran pantalla que se hizo en 1987, y aunque la película fue lo primero que yo conocí y también me gustó mucho, no quiero irme por las ramas: por hoy centrémonos en hablar de la genial obra en la que se basó. La princesa prometida cuenta la historia de la muchacha más hermosa del mundo, la joven Buttercup, que tras la muerte de su amado Westley se siente tan vacía que ni siquiera reacciona cuando el príncipe Humperdinck decide tomarla por esposa sin opción a réplica. Poco antes de la boda, sin embargo, Buttercup es secuestrada por tres extraños personajes que trabajan para los enemigos del príncipe. Pero ellos no son los únicos que van tras la futura princesa, y pronto descubren que un misterioso pirata vestido de negro les pisa los talones.

Esta novela es una locura de principio a fin: una especie de cuento de hadas, o una historia de piratas, o un relato de aventuras, o todo a la vez sin llegar a ser ninguno en concreto. La ausencia absoluta de realismo que envuelve cada página juega en este caso a su favor, pues crea situaciones totalmente absurdas a partir de detalles muy simples: una frase ingeniosa, una acción fuera de lugar, una exageración desproporcionada de los acontecimientos, etc. En este universo creado por Goldman ninguno de los personajes actúa como un ser humano real, ni habla como un ser humano real: son seres ficticios, y no se proponen otra cosa. Esto dicho de esta manera parece un defecto más que una cualidad, y lo sería de no ser por un detalle: esto no es una historia hecha para ser tomada en serio. Es una fantasía, un cuento que busca la risa del lector, la sorpresa y el entretenimiento mediante un lenguaje ingenioso y hábil. Resulta un poco difícil de explicar, pero es que ésa es precisamente su mayor virtud: hay muy pocas historias comparables a La princesa prometida.

Supongo que ni siquiera tiene sentido hablar de la cantidad de frases míticas que han salido de esta novela, teniendo en cuenta que muchas de ellas ya se han convertido en eslóganes de camisetas, chapas y pósteres. Sólo comentaré que además de las citas más obvias el libro tiene muchos otros fragmentos inolvidables que sorprenden por su ingenio, sencillez y sentido del humor.

Para concluir, diría que probablemente la palabra que mejor describe La princesa prometida es “entrañable”. Hay un componente inexplicable en la fascinación que despierta en el lector, y ésa es su mejor carta: ser una historia que tanta gente quiere y que pocos saben explicar por qué (y yo no me incluyo entre esos pocos). En cualquier caso es un libro creativo, entretenidísimo, muy memorable y disfrutable de principio a fin para todo el mundo. Totalmente recomendable.

lunes, 22 de julio de 2013

Pincelada de arte - Susurros del corazón

No voy a mentir. La primera vez que me aproximé por mi cuenta al cine anime lo hice con muchos prejuicios sobre lo que me iba a encontrar. En parte supongo que eso es inevitable cada vez que vemos algo nuevo: casi nunca lo hacemos con ojos imparciales. Queramos o no admitirlo, la realidad es que tenemos juicios previos y preconcepciones sobre prácticamente todo. En lo que se refiere a animación japonesa yo había visto cosas aquí y allá, pero en general asumía que se trataba de un tipo de cine demasiado bizarro, lento y críptico para mi gusto, dirigido a un público muy específico, y que a mí nunca podría gustarme del todo. Sin embargo, cuando empecé a ver por curiosidad algunas películas de Studio Ghibli (uno de los estudios de animación más reconocidos en la actualidad, a la altura de Pixar, Dreamworks y Disney), me sorprendió encontrarme con auténticas obras de arte. Estamos hablando de largometrajes animados rebosantes de creatividad, visualmente impresionantes y con historias muy originales. Es cierto que algunas me han gustado más y otras menos, pero es uno de esos casos donde lo que es bueno es muy, muy bueno. Digo toda esta introducción para que veáis las vueltas que tiene la vida, porque puedo asegurar que hace unos años, si alguien me hubiese dicho que una película de animación japonesa iba a impactarme, inspirarme como artista y desafiarme a la hora de enfrentar la página en blanco, lo más probable es que no lo hubiese creído.

La película a la que me refiero es Susurros del corazón, una obra animada de 1995 dirigida por Yoshifumi Kondo y escrita por el hijo predilecto de Ghibli, el director Hayao Miyazaki. La protagonista de esta historia es una adolescente amante de la lectura que observa, sorprendida, que todos los libros que saca de la biblioteca han sido sacados antes por la misma persona, y se pregunta cómo será este individuo. No es un relato de misterio, es más, resulta bastante evidente para el espectador de quién se trata, pero al menos está bien llevado. Y al fin y al cabo la historia no se centra en dicho descubrimiento, sino en la relación entre ambos protagonistas.

Esbozada la sinopsis, podemos ver que el argumento en realidad no es nada del otro mundo. Tampoco diría que es una premisa típica o que suena repetitiva, eso no, pero si alguien me dijera que esa es la trama de una película de casi dos horas no podría evitar preguntarme: ¿qué tiene eso de especial?

Creo que aquí es donde hay que aplicar esa frase que tantas veces se dice y que tanta verdad encierra: muchas veces lo importante no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas. Susurros del corazón maneja esa regla narrativa a la perfección, pues nos encontramos ante una película costumbrista, llena de observaciones y detalles de la vida cotidiana que no pueden dejar de arrancar alguna sonrisa. Resulta muy agradable ver una película sobre adolescentes que no siente la necesidad de crear conflicto a partir de errores estúpidos, malentendidos ridículos y situaciones que nunca suceden en la vida real (esto tiene su encanto a veces, no digo que no, pero llega un punto en que cansa). La película se toma su tiempo desde el minuto uno para desplegar con mucho cuidado un mapa de la vida de nuestra protagonista: su familia, sus tareas en casa, sus amistades, su pasión por los libros, sus preocupaciones, su primer amor… En los primeros diez minutos, y a pesar de las diferencias que no dudo que habrá entre la cultura oriental y la occidental, ya sentía que una película animada japonesa retrataba mi adolescencia mejor que cualquier serie española de instituto que haya visto. ¿Cómo se explica eso?

La dificultad que enfrento al escribir este comentario es que las razones por las que Susurros del corazón consiguió cautivarme son bastante específicas y personales, y por eso es probable que no represente a una gran mayoría de espectadores, pero aun así compartiré mi punto de vista por si alguien más se ve reflejado. Los temas que trata esta película son variados, y tienen que ver con el crecimiento, las relaciones interpersonales, la vocación y el conocerse a uno mismo a través del arte. Y uno de los conflictos que enfrenta la protagonista mientras ve crecer sus sentimientos hacia el joven fabricante de violines es el de la incertidumbre ante el futuro: el no saber qué hacer, la necesidad de ponerse desafíos, el miedo a fallar en el primer intento… Decide escribir una historia para probarse a sí misma. La primera vez que yo vi esta película tenía dieciocho años, acababa de terminar segundo de bachillerato y estaba trabajando en una novela que no acababa de tomar forma, así que podéis imaginar que estas reflexiones no cayeron sobre vacío. Diálogos como éste que copio aquí no sólo me impactaron, sino que se convirtieron en una fuerte inspiración en un momento en que las cosas no parecían sencillas.
 
-Eso se llama berilo. Contiene fragmentos de una esmeralda natural.
-Esmeralda… ¿la joya?
-Así es. Seiji y tú sois como esta roca. Al natural, aún sois una roca sin pulir. A mí me pasó algo parecido. Pero hacer violines y escribir son cosas diferentes. Tienes que encontrar la joya en el interior y pasar tiempo puliéndola: es un trabajo agotador. ¿Puedes ver la enorme joya del interior?
-Sí.
-Esa es la verdad: si la pules, encontrarás lo que ahora no ves con claridad. Las más pequeñas del interior son las más puras; así, puede que haya joyas mejores en el interior que no puedes ver.

Susurros del corazón es un relato simple, pero conmovedor, sobre las etapas de transición y aprendizaje en nuestra vida. A través de unos personajes muy agradables y unas imágenes preciosas (atención a los fondos y animación de la última escena y un aplauso para los dibujantes, por favor), se crea un lugar de ensueño y una atmósfera envolvente para una película que, estoy segura, aún no he visto por última vez.

lunes, 15 de julio de 2013

Pincelada de tinta - Historia del Pensamiento y la Palabra

Baúl de los recuerdos al rescate. Este relato tan breve estoy casi segura de haberlo escrito un lunes en la facultad, pero no me hagáis mucho caso porque mi memoria no tiene fama de fiable. No es nada especial, pero fue entretenido de escribir a pesar de ser tan corto y me daba pena dejarlo en la carpeta de escritos olvidados, así que lo pongo por aquí, que seguramente será más feliz. ¡Saludos!

Érase una vez una Palabra que vivía en el margen de una página de un libro. Era una palabra preciosa, sin faltas de ortografía ni de estilo, que vestía una elegante caligrafía; una de esas palabras tímidas que no se asoman con frecuencia pero que son demasiado curiosas y simpáticas como para encerrarse de forma permanente en un diccionario. Había vivido desde que tenía uso de razón en aquel margen, donde los ojos de miles de lectores la pasaban por alto y las palabras que vivían en los renglones la rechazaban por no estar impresa como ellas, y por eso aquella Palabra se sentaba allí triste cada día, deseando hallar la forma de marcharse. Nunca encontraba la ocasión para hacerlo, porque todas las miradas pasaban junto a ella con demasiada rapidez como para que pudiese aferrarse a una de ellas, y siempre acababa suspirando melancólica cuando el libro se cerraba.

Pero un día, una de aquellas miradas pasó a su lado y, para su sorpresa, se detuvo. Como si fuera un sueño, la Palabra vio descender a un Pensamiento que se había fijado en ella y había quedado deslumbrado. La tomó de la última letra en un gesto que terminó de cautivarla a ella también, y ambos comprendieron que la espera y la búsqueda habían llegado a su fin. La Palabra y el Pensamiento se abrazaron y juntos subieron primero a un subrayador y luego a un bolígrafo, dejando atrás el margen, la página, el libro y los estupefactos renglones. En aquel bolígrafo permanecieron unos días, o quizá unos años, navegando por ríos de tinta y escuchando el sonido de los miles de historias fragmentadas, versos y declaraciones que poblaban aquel lugar de ensueño. No sabían muy bien si aquello que les unía era el amor, el lenguaje o el silencio, pero fuese lo que fuese les había hecho olvidar los interminables vacíos de su existencia anterior. El margen de la página pronto apareció como una sombra borrosa en los recuerdos de la Palabra; el Pensamiento, que había pasado tantos años viajando en aquella mirada perdida y desorientada, también había decidido colocar ese pasado tras el velo del olvido. Aquellos como él no están destinados a viajar solos por el mundo.

Estaban juntos, y eso era lo importante. Quizás por ello tan poco se ha contado acerca del final de esta historia: nadie sabe dónde acabaron la Palabra y el Pensamiento tras abandonar los arroyos de tinta, porque lo que para nosotros podría ser el inicio para ellos fue lo mismo que un desenlace, y no hizo falta relatar más. Pero a mí me gusta pensar que ahora viven grabados en la luna (junto a todos los cuentos y poemas que a lo largo de los siglos se le han dedicado a ésta), o en la sonrisa de una persona emocionada al recibir una tarjeta de cumpleaños, o en un deseo de felicidad y esperanza para un amigo, o ¿quién sabe?, tal vez viajen a través de un cuento.


Madrid, a 10 de diciembre de 2012

viernes, 28 de junio de 2013

Pincelada de ideas - Vivir felices y comer perdices

El término “cuentos de hadas” ha aparecido más de una vez en este blog, pero a decir verdad, no tanto como en las cosas que escribía y leía cuando tenía quince o dieciséis años. Estos días he estado haciendo excursiones al trastero y he encontrado varias reliquias que me han hablado de ello. Mis reflexiones de aquel entonces deambulaban mucho por los reinos de la fantasía, cosa que aún hacen pero en términos un poco distintos. ¿A qué me refiero con esto? Voy a intentar explicarme lo mejor posible, porque lo cierto es que este tema me ha hecho pensar.

La etapa que va más o menos de los doce a los dieciocho años es una de las más importantes del crecimiento humano, y quizá por ese motivo también es normalmente una de las más duras. Cuando estás en esa edad, nadando en una espiral de confusión, existencialismo y luchas de identidad, llega un momento en que lo único que quieres hacer es buscar vías de escape que te convenzan de que lo mejor aún está por llegar, alguna fantasía que te mantenga a la espera de lo ideal y lo perfecto. Durante mucho tiempo para mí esa vía de escape fue comparar la realidad con los cuentos de hadas… algo en lo que, como descubriría más adelante, no era en absoluto la única. Lo cual me lleva a plantearme dos preguntas.

La primera: ¿por qué nos gusta pensar que la vida se parece a los cuentos de hadas?

Si estamos familiarizados con la mayoría de elementos que abarca este género, la respuesta a esta pregunta no es muy difícil de encontrar. La fórmula del cuento de hadas tradicional es harto conocida: el protagonista empieza en una situación difícil pero se topa con algo o alguien que tiene poder para hacer realidad sus sueños, y por sus virtudes y cualidades se hace merecedor de ese favor. A partir de este momento hay una serie de aventuras y encuentros, pasa de todo, pero al final los villanos reciben su castigo y los buenos su recompensa, y el relato llega a su fin con una frase como “y vivieron felices y comieron perdices” (por cierto, aunque la mayoría de nosotros oímos esta expresión mil veces de pequeños, estuvimos mucho tiempo sin tener la más remota idea de lo que era una perdiz). Esto es el resumen a grandes rasgos. Había muchos otros elementos en los cuentos de hadas que luego formaban parte de la fantasía adolescente: los lugares de ensueño con palacios brillantes y bosques encantados, la princesa que espera ansiosa la llegada del caballero que venga a rescatarla, etc. Y el atractivo de todo esto es muy evidente. Al fin y al cabo, ¿quién no ha dicho alguna vez, en medio de una situación difícil, que le gustaría tener una varita mágica que resolviera sus problemas en un instante? En algún momento de nuestra vida muchos tendemos a comparar la realidad con los cuentos de hadas porque nos gustaría creer que en el momento más inesperado habrá una rana que se convierta en príncipe, un palacio lleno de lujos y un hada madrina que se encargue de dar su merecido a los que nos han hecho daño. Esa es la imagen del final feliz, la cumbre de la fantasía que tal vez soñábamos con vislumbrar al final del camino.

Sin embargo, esta idea casi nunca dura para siempre. Tarde o temprano suele llegar el momento de la deconstrucción. Me ha llamado la atención, revisando mis recuerdos de esa etapa, cuántas veces el mensaje final era: “nunca dejes de creer en los cuentos de hadas”, como si eso fuera un sinónimo de nunca perder la esperanza. El caso es que creo que sabéis a qué me refiero cuando digo que después de esta etapa llega otra en la que se pone de moda decir que la vida nunca es como los cuentos de hadas. Que las soluciones mágicas no existen y que no hay manera de que tus pasos te lleven a ese final feliz deseado, que vivimos en un mundo cruel donde los buenos pierden y las cosas son así y punto. Lo cual me lleva a mi segundo interrogante: ¿por qué dejamos de creer en los cuentos de hadas?

Reflexionando sobre esto me he dado cuenta de algo: creo que ese pensamiento tan amargo que he descrito arriba, y que tan realista nos parece a todos en algún momento, no sólo va desencaminado, sino que además es una vía fácil para no afrontar una verdad que puede ser aún más dura. A lo mejor no es que tengamos que aceptar el hecho de que la vida nunca es como los cuentos de hadas. Es más, si me lo preguntáis os diré que en muchas ocasiones yo sí que les veo un parecido enorme.

Quizá de lo que a veces no nos damos cuenta es que los cuentos de hadas en realidad no son tan ideales como parecen.

Esto es cierto, por una parte, en el sentido más literal; por ejemplo, los bosques encantados casi siempre escondían un peligro tremendo del que el protagonista se libraba por los pelos, así que realmente no tenían nada de pintoresco y encantador. Pero a lo que me refiero en un sentido más amplio es que los cuentos de hadas muchas veces sí se cumplen en la vida real: el problema es que fallamos a la hora de ver cuál es nuestro rol en ellos y que a veces descubrimos que ese juego de reglas no es tan atractivo como parecía. Descubrimos, por ejemplo, que estar sin hacer nada en una torre esperando a que aparezca el caballero de reluciente armadura en realidad no es muy interesante, y de hecho preferirías bajar y salir a dar una vuelta por los alrededores. Descubrimos que a veces sí llega la solución mágica, o el tren de la oportunidad como acabamos llamándolo… pero que con frecuencia lo perdemos por no estar atentos. Descubrimos que los malos sí reciben su merecido, pero que muy a menudo los malos somos nosotros y entonces ya no nos parece tan justo.

Y lo más importante: tarde o temprano descubrimos que esa imagen del anhelado “final feliz” acaba fragmentándose, no porque sea imposible que se haga realidad, sino porque comprendemos que esa aparente perfección no puede satisfacernos. Sé que, al menos en mi caso, esto ha sido muy real. Ni los príncipes, ni las princesas, ni las riquezas materiales, ni ver a los malos recibir su merecido… nada de eso es suficiente para hacerme feliz. Por mucho que Anderssen o Perrault hayan hecho por intentar dibujar utopías universales, creo que podemos aspirar a descubrir algo aún más valioso: algo por lo que cambiaríamos esos sueños y esa fantasía idílica estimándolos como algo triste e inservible en comparación. Y dudo mucho que nos conformásemos con menos.

¿Qué es tan valioso que pueda hacernos renunciar alegremente a nuestra fantasía del final feliz?

Ni más ni menos que la promesa de la eternidad.


Y ésta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna (1ª Juan 2:25)

lunes, 17 de junio de 2013

Pincelada de arte - La zona muerta, de Stephen King

He estado pensando que, para variar, estaría bien emplear esta sección para hablar de libros que haya leído recientemente, porque a veces la primera reacción dice más que la crítica más lejana del recuerdo. He estado dudando entre los dos últimos libros que han pasado por mis manos y al final he optado por éste… así que, insértese redoble de tambores invisibles, hoy por fin toca hablar de Stephen King.

Antes que nada debería aclarar que para tratarse de un autor tan productivo como Stephen King, que hasta la fecha ha publicado más de cincuenta obras, la verdad es que no he leído muchos libros suyos. Para ser sincera, sólo cuatro (cinco si contamos Mientras escribo, pero éste no deja de ser un ensayo). Pero puedo decir que, de las novelas escritas por él que he leído hasta ahora, La zona muerta se ha convertido en mi favorita.

No la definiría como una historia de terror, o al menos no en el sentido más tradicional de los primeros libros de Stephen King; recordemos que éste es el escritor que se hizo famoso gracias a la historia de una adolescente con poderes telequinéticos que transforma su baile de fin de curso en una pesadilla porque sus compañeros tienen la agradable idea de tirarle sangre de cerdo sobre la cabeza. La zona muerta sigue una fórmula muy diferente, si bien el lenguaje y estilo del autor siguen siendo inconfundibles. También se mantiene aquí el tema de las capacidades parapsicológicas.

Debo decir que en realidad esta reseña me resulta muy difícil porque para explicar bien todas las virtudes de esta novela tendría que destripar detalles del argumento, y lo cierto es que ni siquiera me atrevería a hacer un resumen. Aunque sólo comentara la sinopsis principal, sentiría estar revelando de más: es un relato que te sorprende desde los primeros capítulos, y lo mejor es aproximarse a él sabiendo lo menos posible.

Sí que comentaré, procurando omitir detalles, que en las novelas de Stephen King que he leído probablemente lo que más me asombra es su capacidad para contar con realismo y verosimilitud unas historias tan llenas de elementos sobrenaturales o extraordinarios. La zona muerta no es una excepción en este sentido: el lenguaje es prácticamente periodístico en algunos momentos, muy detallado y basado en percepciones reales al menos en la base de las descripciones… y el resultado es que, a la hora de entrar en el terreno de lo imposible y lo paranormal, el autor ya te ha convencido: ha conseguido que des crédito al protagonista y que lo que le sucede tenga sentido. Llega un momento en la lectura en el que descubres, perplejo, que le estás dando la razón a un individuo al que normalmente verías en las noticias y te haría menear la cabeza murmurando: “este tío está pirado”.

La novela también es interesante en sus comentarios culturales y políticos, aunque éstos no sean el centro de la narración. O quizá precisamente por eso: a veces una sencilla observación en una frase invita a la reflexión más que diez páginas de análisis. Hay una crítica abierta al periodismo sensacionalista, se señala el detalle de que a menudo en el mundo de la política se consigue hacer cosas en lo oculto porque los que podrían denunciarlo esperan a que mejor lo haga “otro que no tenga tanto que perder”, se muestran actitudes humanas tanto en el extremo del materialismo como en el de la superstición… No es que sean reflexiones que cambian el mundo, pero sí reflejan inquietudes universales que la mayoría de la gente ha tenido, tiene o tendrá algún día.

Y hablando de eso, La zona muerta también refleja muchas inquietudes espirituales y morales. De hecho, la base de la historia al final consiste en tomar un acto criminal y preguntar si detrás de ello puede haber motivaciones que lo justifiquen: una inversión de perspectivas que hace que sea difícil no pararse un momento a pensar. Supongo que debe haber muchas otras historias con la misma premisa; una reseña que leí de este libro indicaba que en el momento de su publicación fue algo original pero que en los últimos años el tema se ha sobreexplotado tanto que ahora da pereza leerlo. Aquí se podrían debatir muchas cosas, eso está claro, pero yo indicaría que es difícil decir que los temas de este libro están sobreexplotados cuando tanta gente aún se los plantea de un modo u otro. Por supuesto La zona muerta no ha sido la primera obra en señalarlos, pero eso no le quita valor: sería como decir que ya no vale la pena escribir novelas de amor porque el tema está gastado. Como comentaba antes, hay cosas que son universales y lo seguirán siendo. Y muchas de las preguntas a las que se enfrenta el protagonista de la novela (cómo saber qué es lo correcto, el porqué del sufrimiento, para qué estamos aquí… entre otros) entran en ese abanico de cuestiones a las que solemos volver una y otra vez.

Y aunque esta pequeña reflexión sobre el trasfondo no convenza a nadie, La zona muerta sigue siendo una muy buena novela desde el punto de vista literario. El lenguaje está bien expresado, la estructura es creativa, los personajes son muy humanos, y la historia avanza a un ritmo perfecto que atrapa al lector de principio a fin. Y esa virtud del entretenimiento, que por lo general es tan poco reconocida, no es precisamente de las menos importantes.

jueves, 25 de abril de 2013

Marcapáginas - Los libros de Nunca Jamás

Esta entrada es mi “especial Día del Libro”, así que, como comprenderéis, se suponía que iba a ser publicada anteayer. Pero el martes tuve un problema técnico (se me perdió el documento cuando llevaba escrita la mitad), y ayer no tuve tiempo de reescribirlo entero… así que no ha podido llegar hasta hoy. Mas vale tarde que nunca, ¿no? xD.

Un año más, ¡feliz día del libro a todos! Estaba pensando qué podría hacer para celebrar la ocasión mediante una entrada en este blog y, después de reflexionarlo un poco, se me ha ocurrido hacer un homenaje a la literatura infantil con la que he crecido. De ahí el título de la entrada, con alusión a la eterna niñez de Peter Pan en la novela de J.M. Barrie.

Respeto y admiro muchísimo a las personas que dedican su pasión y su trabajo a hacer cosas para niños, y el área de la literatura no es una excepción. Como ya he comentado alguna vez en este blog, la labor de escribir para niños me parece una tarea muy delicada y difícil que a menudo, tristemente, se percibe como algo “menor”, como si cualquiera pudiese escribir esos libros y sólo fueran un entretenimiento para los críos hasta que les nazca el criterio. Pero la literatura infantil es mucho más que eso. ¿Acaso no es una gran responsabilidad, y un desafío, escribir algo que para cientos de personas será lo primero que leerán en su vida? ¿Se pueden desvalorizar las historias que leemos en los años en que más abiertos estamos a aprender? ¿No estremece la idea de que algo que leemos de pequeños (una historia, un personaje, un mundo imaginario) puede ser algo que no se nos olvide nunca? La literatura infantil nos ayuda a formarnos, a despertar la imaginación y el ansia de conocer historias, y nos presenta por primera vez el mundo a través de los libros. Así que, como dije, esto es un homenaje a todo lo que esos libros me han dado: os presento el Top 10 de mis libros infantiles favoritos. Algunos serán más conocidos, otros puede que sólo me suenen a mí, pero todos son novelas que me han regalado momentos muy especiales de lectura y que tal vez, en un futuro, me gustaría que mis hijos y nietos conocieran. ¡Allá vamos!

10. Otto es un rinoceronte (Ole Lund Kirkegaard)


Otto, como bien dice el título, es un rinoceronte… amarillo. Un rinoceronte que un niño llamado Topper dibujó en la pared amarilla de su dormitorio con un lápiz mágico, que cobró vida y que empezó a comerse las alfombras, las cortinas y los muebles. Lo gracioso de esta novela es que lo que he contado es la parte más normalita… no he dicho nada de los personajes, a cada cual más majareta. En cualquier caso, es una historia bizarra y divertida que ayuda a poner en marcha los engranajes de la imaginación. Además, todo hay que decirlo: a los ojos de un niño hay pocas cosas más geniales que un lápiz que convierte en reales las cosas que dibujas.

9. Memorias de una gallina (Concha López Nárvaez)


Memorias de una gallina es, ni más ni menos, lo que indica el título: una serie de acontecimientos en la vida de una gallina llamada Carolina que es demasiado entusiasta e imaginativa para conformarse a la tradicional vida en el gallinero y a sus rígidas normas, y no está dispuesta a permitir que éstas le impidan hacer cosas poco habituales como volar, tumbarse a mirar los colores del sol o defender a los más débiles. Precisamente una de las razones por las que esta novela me gustó tanto fue el carácter de la protagonista: tiene ese aspecto rebelde con el que todos nos identificamos de niños, pero también personifica los valores del coraje, la solidaridad y la creatividad. Además, poner a una gallina como ejemplo de valentía… ¿no es un contraste genial?

8. Ulrico y las puertas que hablan (Carlo Frabetti)


Éste fue uno de los últimos libros que recuerdo haber leído en el colegio, y también uno de los que más me gustaron. En realidad es la secuela de otro libro, “La magia más poderosa”, que también leí más adelante, pero por razones de nostalgia le tengo más cariño a éste. Se trata de una historia un tanto extraña, en el sentido de que lo que el autor hace es traer lógica y razón a un mundo donde estos, aparentemente, no tienen cabida: el mundo de los cuentos de hadas, más concretamente el de Blancanieves y los siete enanitos. Como ocurría con la novela anterior, el hecho de que me gustara tanto este libro tuvo mucho que ver con su protagonista, el enano Ulrico. Éste es una especie de Sherlock Holmes del mundo de los cuentos, un personaje al que resulta muy fácil admirar por su inteligencia y por lo rápido que trabaja su mente al resolver los muchos acertijos que pueblan la historia, y esa es razón más que suficiente para que un libro deje en ti una pequeña huella literaria.

7. Historias de Ninguno (Pilar Mateos)


Hablando de historias extrañas: esta novela cuenta las aventuras de un niño al que todos llaman Ninguno porque es tan pequeño que nadie repara en él, que un día recibe como regalo una caja de lápices de colores mágicos con los que todo lo que dibuja se vuelve real, que se hace amigo de una niña un tanto vagabunda cuyo pelo cambia de color según le dé el día, y que emprende junto a ella la búsqueda de un “rocafú” sin que ninguno de los dos sepa qué es eso. ¿Alguien todavía duda que cuando somos pequeños estamos mucho más abiertos a lo surrealista? Como podéis imaginar, este libro me encantaba porque estos elementos tan estrambóticos dan pie a muchas situaciones locas, llenas de humor y fantasía. Y por otro lado, muestra cómo un niño que casi pasa por invisible ante los demás puede tomar una dificultad en su vida y convertirla en una ventaja.

6. Las brujas (Roald Dahl)


Me ha costado mucho decidir qué libro poner aquí, por varias razones. En primer lugar, porque yo de pequeña devoraba muchísimos libros de Roald Dahl, y todos me gustaban (Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, El Gran Gigante Bonachón, El Superzorro, etc.), así que no sabía cuál elegir como favorito. Y en segundo lugar, porque debo decir que revisando un poco estas historias ahora que soy más mayor me he dado cuenta de que, bueno… Roald Dahl era un poco bestia a veces. Quien no me crea, que lea alguna de sus composiciones en Cuentos en verso para niños perversos y luego me diga que eso no es crueldad. Y esta novela no es muy diferente: las descripciones tan detallistas de las monstruosas villanas podrían producir pesadillas a más de uno, y las cosas que le pasan al protagonista en la historia tampoco son precisamente un paseo por el parque. Pero admitámoslo… cuando somos niños en realidad nos encanta que nos metan un poco de miedo, e incluso que pongan a los personajes en situaciones de extremo peligro, siempre que nos encontremos un final feliz. Y quizá por eso para mí este fue uno de los libros más entretenidos que leí en el colegio, y el que más me llamó la atención de este autor.

5. Buenas noches, Ludovico (Patsy Scarry)


¿Quién de vosotros no ha tenido alguna vez ese típico cuento que tus padres te leían en voz alta antes de acostarte? Bueno, yo sí lo tuve, y ese libro de cabecera era precisamente éste: Buenas noches, Ludovico. Era una recopilación de relatos con un tono muy infantil, que narraban las aventuras cotidianas del conejo Ludovico, sus padres, sus amigos y vecinos. Si bien a día de hoy no recuerdo mucho de este libro (recuerdo sólo que Ludovico vivía en el bosque, que su mejor amigo era un puercoespín y que su padre le daba las buenas noches al acostarse), es imposible que no le tenga un cariño especial. Fue uno de los primeros libros presentes en mi niñez, y tanto a mí como a mis hermanos nos regaló muy buenos momentos antes de ir a dormir. Hay ciertas cosas que resuenan en tu memoria con una voz envuelta en nostalgia, y por ello es imposible verlas de forma objetiva.

4. Fray Perico y su borrico (Juan Muñoz Martín)


Fray Perico debe ser sin lugar a dudas uno de los personajes más entrañables que existen. La extrema candidez de este hombrecillo de origen campesino, que quiere de todo corazón ser fraile y adaptarse a la vida en el convento, hace que como lector le tomes un cariño tremendo y le perdones todas sus meteduras de pata, que son muchísimas. Pero no es sólo él, son todos los personajes secundarios: los veinte frailes que también pasan de la extrema seriedad a contagiarse del espíritu inocente y alegre de Fray Perico, teniendo cada uno su oficio y personalidad particulares. El libro no es realmente una historia centrada con introducción, nudo y desenlace, sino más bien una serie de episodios y aventuras que retratan con pinceladas llenas de colores vivaces la vida en comunidad de estos divertidísimos frailes. Desde luego, si tuviera que pasar un día en un convento franciscano del siglo XIX, elegiría éste sin dudarlo.

3. El pequeño vampiro (Angela Sommer-Bodenburg)


El título y la imagen corresponden al primer libro, pero en realidad me refiero a toda la saga. Las historias de Anton y su amigo, el vampiro Rüdiger, son un recuerdo inmortal de mi infancia: ir a la biblioteca y coger un libro de El pequeño vampiro fue como una especie de ritual durante varios años. Tanto a mí como a mi hermana Consu nos encantaban, y, al igual que el propio Anton, no nos cansábamos nunca de las visitas de Rüdiger a la ventana de su habitación. Por mi parte me gustaban mucho los personajes, y ahora, recordándolos unos años después, creo que la autora mostraba mucha habilidad a la hora de presentarlos tal como son los niños: curiosos, con sed de aventuras, y muy emocionales en las relaciones con sus amigos, tanto para la lealtad como para los enfados, pasando del “somos los mejores amigos” al “me enfado y no respiro” en un microsegundo… la verdad, un cuadro sorprendentemente realista de la infancia para tratarse de una novela de vampiros. Creo que, sin pretenderlo, estos libros también evocaban cierta tristeza y nostalgia al saber que algún día Anton tendría que hacerse mayor mientras que sus amigos vampiros permanecerían siempre tal como eran… y eso era algo con lo que, de forma subconsciente, podíamos identificarnos. También nosotros creceríamos, seguiríamos adelante, y también estas historias y estos personajes se quedarían atrás, sin envejecer ni cambiar aunque nosotros sí lo hiciéramos.

2. Manolito Gafotas (Elvira Lindo)


Está claro que tenía que aparecer, y no puedo darle menos que el segundo puesto en esta lista. Manolito Gafotas marcó a una generación de niños lectores en la que yo me incluyo. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué es lo que nos gustaba tanto de estos libros tan… realistas? He mencionado que de pequeños estamos más habituados a leer historias fantásticas, extravagantes e imposibles, llenas de emociones y aventuras. Esto, a simple vista, parece todo lo contrario; ¿qué puede haber más cotidiano que la vida de un niño que nunca ha salido de Madrid y no tiene otro mundo que su pequeño barrio de Carabanchel Alto? Bueno… creo que ésa es precisamente la razón por la que Elvira Lindo dio en el clavo. Es verdad que Manolito Gafotas nos mostraba a muchos nuestra propia vida, pero no en un sentido en que nos hiciera pensar: “esto es muy aburrido, son cosas que veo todos los días, no es interesante”. Todo lo contrario: Manolito muestra que ese mundo del día a día es MUY interesante. Que está lleno de misterios sin resolver, de sinsentidos, de alegrías, de tristezas y, en fin, de la extravagancia humana en general. En Manolito ves que una vida que muchos calificarían de “insignificante” para él era tan importante que valía la pena escribir libros sobre ella. Sus historias muestran una profunda comprensión de cómo los niños ven el mundo, de todos los detalles que a menudo al mirar con ojos de adulto se nos escapan o nos parecen “melodramáticos”: que no poder salir de vacaciones era la mayor de las tragedias, que los chicos y las chicas eran enemigos naturales, que la Cabalgata de Reyes era todo un acontecimiento, que suspender las matemáticas era un pozo sin fondo, que el parque donde jugábamos con nuestros amigos era nuestra segunda casa, etc. En resumen, Manolito Gafotas toma a los niños en serio, comprende la importancia de sus dilemas y les hace ver que su colegio, su barrio, sus vecinos, su familia y, en general, su vida… no tienen nada de insignificantes.

1.      Dailan Kifki (María Elena Walsh)


Y en el primer puesto… Dailan Kifki. Un libro sobre el que ya he hablado en otra entrada de este blog, así que intentaré no extenderme ni repetirme demasiado. Muchos de los que me conocen saben que cuando era pequeña María Elena Walsh se convirtió durante mucho tiempo en mi escritora favorita, y la culpa de eso fue de esta maravillosa, loca, absurda y divertidísima novela. La situación inicial, en la que a la protagonista le dejan un elefante abandonado en la puerta de su casa, ya era algo que cualquier niño desearía para sí mismo, pero es que todo lo que sucede después en la historia dobla, triplica y cuadriplica la locura y la imaginación que la impregnan (además, los personajes eran tan, tan, pero TAN argentinos en sus contestaciones y en sus formas de reaccionar, que no podían dejar de cautivarme). Al lector se le contagia el entusiasmo que desprende la autora, que parece pasarlo genial con lo que está escribiendo: hace rimas, deja de rimar, inventa palabras, pone toda Latinoamérica patas arriba por ir a buscar a un elefante volador, inventa bosques encantados en los que los charcos no son de barro sino de chocolate caliente, discute, hace bromas… En mi caso, tanto me contagió que me metió en la cabeza a los diez años la loca idea de que quería ser escritora, y en esas ando hasta el día de hoy (de hecho, el primer cuento que escribí “en serio” era una copia descarada de este libro). Dailan Kifki, por lo tanto, no sólo me hizo disfrutar de una lectura entretenidísima, sino que me retó y me ayudó a descubrir mi vocación. Es imprescindible, por ello, que ocupe el primer lugar en esta lista y sea mi novela favorita de literatura infantil.


Y hasta aquí llega mi largo pero merecido homenaje a todos esos libros que me acompañaron en una de las etapas más importantes de mi vida, y a cuyos autores les agradezco de todo corazón las puertas que me abrieron al mundo de la palabra escrita. Si os animáis, y estas mini-reseñas os han traído recuerdos, os animo a comentar y decir cuáles han sido los libros clave de vuestra infancia, y si hay alguno de estos con el que coincidís. Una vez más, y con retraso, ¡feliz día del libro!