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lunes, 24 de marzo de 2014

Marcapáginas - Más huellas literarias...

¡Hola una semana más! =) Tenía ganas de hacer otra entrada compartiendo algunas frases halladas en libros que he leído y que me han llamado la atención. La última fue hace dos años, y desde entonces me he encontrado (y también he recordado) muchas perlas más.

Como dije en la anterior… ¡disfrutadlas y animaos a comentar algunas de vuestras propias frases favoritas!

(Elegir sólo una frase de Víctor Hugo ha sido MUY difícil, la verdad).




Las preguntas nunca son indiscretas. Las respuestas, a veces sí.
Un Marido Ideal, Oscar Wilde



Estamos acostumbrados a decir que las masas no están preparadas, pero el progreso es lento porque la minoría no es mejor o más prudente que la mayoría. Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena como tú, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa.
Desobediencia Civil, Henry D. Thoreau



¿Es que antes de haber libros en una u otra forma, antes de haber relatos, de haber palabra, de haber pensamiento, había algo? ¿Y es que después de acabarse el pensamiento quedará algo? ¡Cosas de libros! ¿Y quién no es cosa de libros?
Niebla, Miguel de Unamuno



Una inalterable e incuestionable ley del mundo musical requería que el texto alemán de las operas francesas cantadas por artistas suecos debía ser traducido al italiano para mejor entendimiento del público de lengua inglesa.
La Edad de la Inocencia, Edith Wharton



Las cosas importantes ocurren con más frecuencia fuera de nuestro campo visual, lo que no es sorprendente considerando lo estrecho que lo tenemos.
Misery, Stephen King



Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.
Don Quijote de la Mancha, II, Miguel de Cervantes



¿Qué mejor retrato de un escritor que mostrar a un hombre que ha sido hechizado por libros?
Ciudad de Cristal, Paul Auster



El único corazón entero es un corazón roto.
Ten un Poco de Fe, Mitch Albom



Cuando nacemos, lloramos por llegar a este gran escenario de locos.
Rey Lear, William Shakespeare



El deber no es más que un frasco. Contiene cualquier cosa que se ponga en él, desde la peor de las maldades hasta la mayor de las bondades.
La Mujer del Teniente Francés, John Fowles



El hecho de que hayamos perdido cien años antes de empezar no es motivo para que no intentemos vencer.
Matar un ruiseñor, Harper Lee



La gente que vive en las colinas duerme tan cerca de las estrellas que olvida a aquellos que vivimos muy cerca de la tierra. No miran abajo nunca, salvo para alegrarse de vivir en las colinas.
La Casa en Mango Street, Sandra Cisneros



Un día uno quisiera morirse, y al día siguiente, se da cuenta de que bastaba con bajar un par de escalones para encontrar el interruptor y ver las cosas un poco más claras.
Juntos, nada más, Anna Gavalda



El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad, y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación.
El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien



La pupila se dilata en las tinieblas, y acaba por percibir claridad, del mismo modo que el alma se dilata en la desgracia y acaba por encontrar en ella a Dios.
Los Miserables, Víctor Hugo



lunes, 17 de marzo de 2014

Pincelada de tinta - Esta vez

 Dejando caer palabras en una hoja del cuaderno. Sé que mañana releeré esto y arrugaré la frente, pero lo he escrito hoy, así que el día de mañana no tiene ni voz ni voto en este asunto.

¡Que tengáis una buena semana!

Abrí la puerta y antes de darme cuenta entró una caricia. Detrás de la caricia entró una zapatilla con el cordón desatado, seguida del sonido de una risa que al instante me hizo pensar en las olas del mar y en gajos de naranja, y entonces unos brazos gruesos como troncos me abrazaron al tiempo que una fuerte ráfaga de viento llenaba el vestíbulo de nieve. Entonces me di cuenta de que estaba llorando, y desde entonces nunca volvería a sentir la nieve en mis mejillas sin que se me llenaran los ojos de lágrimas.

Seguimos abrazados durante cinco largos minutos, y en ese rato los dos dijimos muchas tonterías. Tonterías importantes, es cierto, pero que sólo las plumas muy hábiles tienen derecho a poner por escrito para que las páginas en blanco de este mundo no se llenen de indescifrable palabrería de enamorados que sólo pertenece a un momento y a un lugar, y que está destinada a viajar en susurros de unos labios a un oído, y no a través de la tinta y el papel. Sólo puedo resumir esa conversación diciendo que ambos dijimos en al menos cuatro lenguas distintas (la alegría, la ira, la añoranza y el silencio) que no habíamos hecho sino una estupidez tras otra, y que no había manera de decir cuánto lo sentíamos, y que no queríamos volver a separarnos nunca en lo que nos quedara de vida, aunque esa vida estuviera llena de baches y sacrificios que nos llenarían de dudas, cierto, pero nada podía ser tan terrible como el vacío de los últimos diez años.

Llevábamos un buen rato cogidos de las manos cuando decidimos mirarlas. Él también se había desecho de la alianza de oro, como había supuesto. Cerré los ojos con fuerza al recordar la tarde en que yo había tirado la mía al pantano cenagoso del campo donde vivía mi hermana, con la que había vivido durante unas semanas después de que él se marchara. ¿Cómo podía haberme cegado tanto el orgullo?

Él entonces me levantó la barbilla para que le mirase, y me dijo sonriendo:

-Te prometo que esta vez será diferente. Esta vez, cuando te despiertes, esto será real.

Y yo, conteniendo la respiración, me aparté. Lo creí: lo creí con toda mi alma, y esperé en silencio a que pasara la neblina del sueño para demostrarme que no estaba equivocada, y que al abrir los ojos él estaría a mi lado.

Una mañana más, desperté helada en mi habitación. Y, temblando, alargué la mano hacia el otro lado del colchón deseando encontrar algo más que sábanas vacías.

martes, 11 de marzo de 2014

Pincelada de ideas - Ojos que ven...

Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en alguna parte.

(El Principito, Antoine de Saint-Exupéry)

Una de las cosas que a menudo me llaman la atención cuando leo cualquier libro son las descripciones de las miradas. El narrador enfoca a un personaje y te dice mucho de lo que está pasando por su cabeza sólo con decir cómo son sus ojos. Ya sabéis a lo que me refiero, a frases como “tenía los ojos alegres”, o “aunque sonreía, sus ojos parecían tristes”, o “sus ojos expresaban confusión”. Es algo que siempre leo y que muchas veces también escribo yo misma, pero… no deja de parecerme curiosa la gran frecuencia con la que aparecen descripciones así. Y es que, al pensar en mi propia percepción del mundo real, me doy cuenta de que ésta no es tan literaria. De vez en cuando se me pasa por la cabeza una expresión de ese estilo, pero también he de reconocer que muchas veces cuando miro a alguien a los ojos lo que veo son… eso, ojos. Sin más. Quizá también se debe a que, al menos en la cultura en la que vivo, eso de mirar a alguien directamente a los ojos durante el tiempo suficiente para saber cómo se está sintiendo no resulta del todo cómodo. O quizás ocurre que a la hora de escribir es muy tentador sacar conclusiones usando ese don tan maravilloso que es la imaginación.

Sea como sea, esto me hace darme cuenta de lo importante que puede ser una mirada. Y no sólo por lo que pueda expresar, aunque haya usado esa idea para empezar esta pincelada. También, y sobre todo, por lo que puede ver.

Es importante resaltar que cuando hablo de lo que nuestras miradas pueden ver no me refiero realmente a los ojos físicos. Me refiero a esa otra mirada: esa que es mucho más profunda, que abarca cosas infinitas y que puede seguir viendo aun cuando nuestros párpados están cerrados. Hablo de esos ojos por los cuales dos personas pueden mirar un mismo objeto y ver cosas diferentes, que es una de esas características de la humanidad que nunca dejarán de sorprenderme.

¿Todos tenemos la misma mirada? Desde luego que no. Y no porque algunos tengan el iris castaño y otros lo tengan azul, o porque unos vean más claro y otros más borroso; eso no es importante. Nuestras miradas son diferentes porque no ven las mismas cosas. Hay ojos que miran una semilla y sólo ven una semilla, pero hay ojos que, mirándola, ven el árbol que saldrá de ella. Hay ojos que ven ciudades y ojos que ven una casa en concreto. Hay ojos que ven manos pidiendo ayuda a dos centímetros de distancia y ojos que las ven al otro lado del mundo. Hay ojos que ven el color de la piel y ojos que no.

La cita de El Principito con la que encabezo este texto me hace pensar en ese tema y, dicho sea paso, también me hace mucha gracia. Y es que cada vez que la leo me imagino a dos individuos parados al borde de un desierto manteniendo una conversación como ésta:

-Míralo. ¿No es precioso?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser? ¡El desierto!
-Hombre, tanto como precioso… pues no. Hay arena, arena y más arena. Y si vas un poco más allá, verás más arena. ¿Qué tiene eso de precioso?
-¿No lo ves? Es hermoso porque en alguna parte hay un pozo con agua. ¡Evidentemente!

Hay ojos que ven pozos de agua en el desierto.

Creo que ninguna forma de arte existiría de no ser por esto. Los ojos de los auténticos artistas son capaces de ver paisajes en lienzos vacíos, sinfonías en una cuerda que vibra al pulsarla, historias en páginas en blanco, esculturas en un pedazo de piedra que cualquier otro habría tirado, y mil cosas más. Pero no se trata sólo de arte. Las distintas miradas que tenemos determinan nuestra forma de relacionarnos unos con otros y de entender el mundo que nos rodea. Y es que también hay ojos que ven la belleza donde otros sólo ven algo roto. Ojos que ven la necesidad de un abrazo bajo la máscara del mal humor. Ojos que ven la inseguridad detrás de la autosuficiencia. Ojos que pueden ver en medio de la oscuridad, y ojos que incluso ven durmiendo. Ojos que miran al pasado y ojos que miran al futuro.

Pensando en esto no puedo evitar preguntarme, sobre todo cuando me miro a mí misma, cómo es posible que algo así ocurra. Me pregunto cómo mi propia existencia es posible. La respuesta va llegando poco a poco, como en un susurro que cada vez se hace más claro, mientras intento imaginar cómo sería el principio de todo. Intento ver un lugar vacío, anterior a mi existencia. Bueno… casi vacío; al menos lo que hay allí no parece importante. Hay algo, alguna cosa que no sé muy bien qué hace ahí, pero a mí no me produce más que confusión e indiferencia. Mis ojos ven una nimiedad. Mis ojos no ven más que una mota de polvo, una célula, un hueso o algo igualmente insignificante.

Pero hubo unos ojos que miraron lo mismo y no vieron eso.

Me vieron a mí.

lunes, 3 de marzo de 2014

Pincelada de arte - El origen de los guardianes

Una vez más aquí estamos, y siguiendo la dinámica que llevo en el blog, puesto que mi última reseña de cine fue la de Orgullo y prejuicio, ahora toca una peli de animación. Y no he podido resistirme a elegir ésta. ¡Hasta el próximo lunes! ;)

Cuando me paro a pensar en la próxima pincelada de arte que voy a publicar en este blog, a veces me cuesta mucho decidirme. Si echáis un vistazo a páginas anteriores para ver qué películas y libros me ha dado por reseñar en otras ocasiones, quizá tengáis la impresión de que no tengo un criterio muy claro. Y eso es comprensible, supongo. Lo que debéis tener en cuenta es esto: a la hora de elegir no suelo basarme en cuáles he visto o leído más recientemente, o en cuáles me gustan más (bueno, esto influye, pero no es lo único), o en cuáles me darán más visitas. Básicamente, para que yo escriba un comentario sobre un libro o una película tiene que ser algo de lo que tenga ganas de hablar, algo que me dé pie a comentar cosas que me parezcan interesantes, y muchas veces también elijo algo que me da la impresión de que mucha gente no conoce… y deberían conocer. Por eso en mis reseñas de películas de animación he hablado por ejemplo de cosas como Susurros del corazón, Basil el ratón superdetective o, centrándonos por fin en lo que toca hoy, El origen de los guardianes. Por eso… o porque después de verla necesitaba alguna forma terapéutica de abrir una ventana, asomarme al mundo y exclamar: “¿Pero qué os pasa? ¿Por qué no estáis todos enamorados de esta película? ¡No lo entiendo!”.

Bueno, sí lo entiendo un poco, pero me estoy adelantando. Y mi introducción ha sido más larga de lo que pretendía. Así que vamos a ir al grano y hablar de este largometraje de Dreamworks Animation estrenado en 2012, y vamos a aclarar por qué pienso que es una gran película.

Me llamo Jack Escarcha. ¿Que cómo lo sé? Me lo dijo la luna. Pero eso fue lo único que me dijo… y eso fue hace mucho, mucho tiempo.

Debe ser mi debilidad por las historias con una atmósfera de cuento, pero debo decir que El origen de los guardianes me cautivó desde la primera escena. En ella se muestra el despertar de Jack Escarcha (Jack Frost en versión original), al que la luna levanta de un lago helado en medio del bosque, le da un nombre, una vara con la que puede controlar el frío y la nieve a su voluntad… y ninguna explicación. El joven enseguida se enfrenta a un nuevo sobresalto al intentar relacionarse con la gente y descubrir que es invisible para ellos. Jack no sabe por qué esta ahí ni para qué, y éste interrogante le perseguirá durante trescientos años… hasta que un día un antiguo peligro amenaza a los niños del mundo. Entonces Norte (Santa Claus), Bunny (el Conejo de Pascua), el Hada de los Dientes y el Creador de Sueños (Sandman en versión original) hacen saber a Jack Escarcha que ha sido escogido como guardián.

Creo que viendo la combinación de personajes que presenta esta película se puede deducir por qué al menos en España no tuvo tanta repercusión. Tendría que investigar más para confirmarlo, pero aseguraría que se trata, en gran parte, de una cuestión cultural. Mientras que algunos personajes que aparecen en esta película ya son universalmente conocidos como iconos de la imaginación infantil (Santa Claus, el Coco, y hasta cierto punto el Conejo de Pascua), hay otros que dependen mucho del folklore de cada lugar. Aquí en España no creo que los nombres de Jack Escarcha o el Creador de Sueños resuenen de la misma forma que en los países angloparlantes. Ni tampoco el Hada de los Dientes, puesto que aquí tenemos nuestro propia mitología ratonil para explicar quién se lleva los dientes de los niños de debajo de las almohadas (hay un guiño brillante a esto en la película, por cierto). En resumen, parece que aquí contamos con una desventaja, ya que al no estar familiarizados con la mayoría de estos seres mitológicos no nos causa la misma impresión verlos trabajar juntos, ni apreciamos de la misma forma lo creativos que son los diseños y las ideas que hay detrás de cada personaje. Pero por otro lado… El origen de los guardianes es una gran forma de conocerlos. Y para eso está la imaginación, ¿no?

Hablando de los personajes, ellos son la película. Y ése es otro de los factores que a mi parecer suman un montón de puntos. Todos y cada uno de ellos son geniales, y las interacciones entre ellos dan pie a momentos divertidísimos, conmovedores, emocionantes y fantásticos en cada sentido de la palabra. El título en español es un poco engañoso, ya que aquí no se narra el origen de cada uno de los guardianes, pero de la forma en que está construida la historia tampoco hace falta. Al fin y al cabo, como se ve desde la primera escena, el centro de la narración es Jack Escarcha. Y la evolución de éste a lo largo de la historia está tratada al detalle, con mucha carga emocional y momentos realmente impactantes, sin perder de vista el eje de su conflicto:

Qué hacía yo ahí y cuál era mi misión es algo que nunca he sabido. Y a veces me pregunto si algún día lo sabré.

Y eso es otro detalle a destacar. La historia es sencilla, y evidentemente parte de una base infantil, pero no tiene nada de superficial. Por el contrario, sorprende la profundidad con la que se tratan temas como el miedo, las pesadillas, la incertidumbre respecto al papel que tenemos en este mundo o la dificultad de creer en aquello que no se ve. Y es que la película trata con ideas abstractas, si bien éstas están personificadas a través de los guardianes y el villano. Esto funciona muy bien con la escena en la que Norte explica a Jack, a través de unas curiosas muñecas rusas, que cada uno de ellos tiene varios rasgos de carácter (diferentes, incluso contradictorios a veces), pero sobre todo tienen un “centro”, un don de nacimiento que los convierte en guardianes. En mi opinión, esta película puede interpretarse de muchas formas, y de la misma manera se puede disfrutar más y más con cada visionado. Y eso es parte de lo que la hace tan especial.

Podría enrollarme mucho más, porque he vuelto a ver la película hace poco y me ha dejado muy inspirada, pero quiero huir de la mala costumbre de usar más palabrería de la necesaria, y ya voy por mal camino. Yendo al grano, ¿recomiendo El origen de los guardianes? Rotundamente sí. Es una película muy emocionante, divertida y rebosante de creatividad: no he mencionado ni la mitad de detalles ingeniosos que hay en la creación de cada personaje, ni el humor que desprenden desde los protagonistas hasta el último de los extras (geniales los yetis, los elfos y las mini-hadas que acompañan a los guardianes), ni la asombrosa animación. Por no hablar de que en cada minuto de película se notan tanto el esfuerzo como la ilusión que sus creadores pusieron en ella, y la verdad es que es una ilusión muy contagiosa. Es, en definitiva, una historia entrañable y llena de encanto que consigue hacerte desear que los créditos finales tarden mucho en aparecer.