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martes, 6 de octubre de 2009

Pincelada de tinta - Encuentro en el estanque

Os voy a compensar (castigar sería la palabra más precisa) las últimas semanas en blanco de este blog con un relato que LO PROMETO, no quería que me saliera tan kilométrico o________O Pensaba que iba a ser una cosa sencillita y ya veis… El que sea tan valiente de leerlo, please, que me lo diga para que lo anote desde ya como lector VIP xD.
No sé si algunos recordaréis aquella revisión de “La Cenicienta” que escribí el año pasado cuando estaba en Italia y que anda por ahí publicado en mi viejo Space… En cuyo caso, sólo aclarar que he vuelto a las andadas xD. Llevo toda la semana trabajando en esta, vamos a llamarla, “secuela no oficial” de un precioso cuento clásico que no se cómo me he atrevido a profanar con mis rayadas mentales… pero bueno, espero que el pobre Hans Christian Andersen no me lo tenga muy en cuenta…
Que quede claro que este relato no está escrito, ni muchísimo menos, en tono de burla, y que me ENCANTAN los cuentos de hadas, y que H.C. Andersen es uno de mis escritores favoritos (en mi opinión, un genio), pero de vez en cuando a todos nos gusta jugar con la literatura universal… ^^
Bueno, allá vamos:


-Bueno –suspiró la pata, meneando la cabeza con aspecto cansado-, más que feo yo diría que era… en fin, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… No era, como que dijeras, “tan feo”. Era… peculiar.
Alicia se detuvo y la miró con el ceño fruncido, del mejor modo que puede fruncir el ceño una gallina.
-Eso, en el mundo ajeno a los eufemismos que usáis tan a menudo, se llama “feo”, mi querida Señora Pata.
La aludida, deteniéndose también al escuchar aquello, miró a su amiga con ojos tristes y se encogió de alas sin responder. La gallina decidió retomar el rumbo de la conversación:
-Vamos a ver si me aclaro… Dices que aquello que salió del huevo dos horas más tarde que sus hermanos era un ser, cómo has dicho… “peculiar” –cacareó suavemente con un deje de ironía-, con las plumas marrones y grisáceas, y el pico oscuro…
-Y enorme –se apresuró a añadir la Señora Pata-, mucho más grande y pesado que los demás.
Mientras seguían con su charla, las dos aves reanudaron su caminata a través de la granja. Gracias a Dios era ya la hora del atardecer y el resto de los animales, perezosos como eran, empezaban a interrumpir sus actividades diarias para irse a dormir. Una granja era un lugar magnífico para vivir, pero terriblemente ruidoso durante el día. Como gallina joven que hacía apenas unos días había abandonado el patio para instalarse en el gallinero, a Alicia le costaba acostumbrarse a semejante barullo.
-Supongo que eso de ser tan grandota también lo entorpecería –comentó Alicia, casi como de pasada. La Señora Pata pareció pensativa durante unos segundos antes de contestar vagamente:
-Fíjate que no… Cuando me los llevé a la charca, éste resultó ser muy buen nadador, ¿sabes? Incluso mejor que los demás.
-¿En serio? –Alicia no ocultó su sorpresa-. Cualquiera diría que un patito tan hábil no debería tener problemas para hacer amigos en este lugar.
Su amiga se rió con amarga ironía y replicó:
-Querida, sí que te quedan cosas por aprender de la vida real…
-¿A qué te refieres? –Alicia sacudió la cresta como solía hacer cuando no entendía algo-. Es decir, mira a tus nietos, recién salidos del cascarón y ya echando carreras en esa bendita charca… ¿no has visto cómo los alaban todos por ser tan espabilados? ¡Y cómo siempre que uno gana todos lo elogian y lo felicitan por ser el más rápido! Caramba, nunca vi algo parecido en toda mi vida como pollo. Me da a suponer que aquí la habilidad da cierto prestigio…
-Bien, lo cierto es que en eso llevas razón –concedió la Señora Pata, sin poder reprimir una media sonrisa que delataba su orgullo de abuela-. Pero querida, mi hijo nunca tuvo la ocasión de mostrar su velocidad en un de esas carreras –al decir esto su rostro volvió a ensombrecerse-, y si alguien alguna vez supo de su talento como nadador, bueno, simplemente lo ignoró. A los habitantes de esta granja les importaban bastante poco las cualidades de la pobre criatura, a decir verdad.
-Sí, algo así me contaste, que no le hacían demasiado caso –recordó Alicia tristemente. La Señora Pata meneó la cabeza y replicó:
-¡Ay, Alicia!, ojalá hubiera sido así. Quisiera Dios que mis vecinos no le hubieran hecho caso… Demasiado caso le hacían, más bien. Es decir, el pobre patito no podía moverse lo más mínimo sin que apareciese alguien como de debajo de las piedras para incordiarle. Si no era para burlarse de él era para picarle, empujarle o dejarlo en ridículo.
-¡Manga de víboras! –exclamó Alicia, soltando un indignado cacareo-. ¿Y qué hiciste tú?
Ante aquella pregunta, la Señora Pata bajó la cabeza y sus pequeños ojos oscuros se humedecieron. Con voz insegura, respondió:
-Yo… yo traté de contenerlos al principio. Si sólo hubieran sido los más pequeños… bueno, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… Como es obvio, me interpuse, incluso llegué a picar a algunos de ellos para que dejaran en paz al mío. Pero la cosa fue yendo a más –la pata tragó saliva-, y no había animal en toda la granja que no escupiera, golpeara o despreciase al pequeño. Desde la cría más joven al gallo más viejo, incluso el perro del granjero lo molestaba. Todos mis vecinos… no podía ir de paseo con mis hijos sin que alguien gritara “gentuza” o algo así… era una situación muy vergonzosa para nosotros. Como comprenderás, yo no podía lidiar con todo aquello.
Alicia miró al suelo sin dejar de caminar y no contestó. Todavía no se había olvidado de aquel día en que, siendo ella sólo un polluelo, su madre se enfrentó cacareando como loca al gato que había intentado comérsela. El recuerdo permanecía vívido en parte por aquel momento de pánico imposible de olvidar… pero sobre todo, porque Alicia nunca había visto a su madre de aquel modo: graznando llena de ira y agitando las plumas delante de aquel felino que podía haberla liquidado de un solo zarpazo.
La Señora Pata estaba equivocada: Alicia no lo comprendía. Permaneció en silencio, ya que no quería echar más cargas sobre la pena de su anciana amiga, pero en su interior no podía dejar de preguntarse cómo debería haberse sentido aquel patito feo, burlado y maltratado por todos los habitantes de la granja mientras su madre no hacía otra cosa que mirarlo avergonzada.
-Y… bueno… ¿cuándo fue que desapareció?
La Señora Pata perdió su mirada entre las piedras del camino que tenían delante; sin darse cuenta habían salido de la granja y se habían ido alejando a través de la pradera. Con las plumas de la frente arrugadas por el esfuerzo de recordar, finalmente respondió:
-Hum… no estoy del todo segura, pero creo que sucedió cuando tenían… cosa de un mes o algo así. Sencillamente se evaporó… Cuando me di cuenta de que se había ido, ya era tarde para seguirle la pista.
Un silencio siguió a aquellas palabras, y en lo que duró aquella pausa, ambas supieron que no estaba todo dicho, pero ninguna quería manifestarlo. Finalmente, fue la voz de la Señora Pata la que añadió, con una voz casi quebrada:
-Honestamente, querida, ni siquiera lo intenté.
Alicia se encogió de alas, algo incómoda.
-Bueno -contestó, aunque sin saber muy bien lo que iba a decir-, supongo que eso, de alguna manera, cambia la perspectiva de las cosas.
Su amiga la miró con expresión dolida y replicó:
-Sé lo que estás pensando. Eres joven, e idealista, y supongo que en cierto modo tienes razón. Pero espero que nunca tengas que enfrentar una situación en la que veas sufrir a alguien a quien quieres, incluso a manos de sus propios hermanos, y sientas la impotencia… la desesperación de no poder defenderlo.
-Honestamente, querida –un sentimiento amargo le impedía a Alicia seguir siendo tan amable-, creo que yo lo habría intentado.
La Señora Pata retiró la mirada y no contestó enseguida. Suspiró. Pisoteó nerviosamente la gravilla del suelo.
-Quizás –concedió, con una mezcla de resignación y vergüenza-. Tal vez habría sido mejor madre si le hubiera dicho a mi hijo que no se preocupara, que las cosas se iban a arreglar, que yo siempre estaría ahí para él… que su hogar se encontraba aquí con su familia… -la Señora Pata rió amargamente-. ¡Familia! Un padre que no se dignaba a hacer acto de presencia, una madre demasiado cobarde para cuidar de él, un montón de hermanos que se divertían atormentándolo… nada como el hogar, desde luego.
-Creo que tú podrías haber cambiado al menos algo de eso –murmuró Alicia, aún disconforme. Su anciana amiga parpadeó y dijo:
-Puede ser. Es posible que, de haberme comportado de forma diferente, las cosas habrían cambiado para mejor. Pero sinceramente, querida, lo dudo mucho. Y aunque suene horrible dicho de esta forma, te confesaré que en cierto modo sentí casi alivio cuando el pequeño se marchó; en fin, en cualquier lugar le debe haber ido mejor que en la granja, espero…
Alicia no las tenía todas consigo, pero no insistió. Sabía que, en el fondo, lo que le dolía a la Señora Pata eran la culpabilidad y el hecho de que su hijo, aquel patito feo que había desaparecido un año atrás, aún ocupaba sus pensamientos demasiado a menudo. Qué había sido de la criatura, nadie lo podía saber… pero de cualquier forma, no se podía cambiar el pasado.
El eterno defecto del tiempo.
-Oye, ¿cómo es que ya está tan oscuro? –exclamó súbitamente la Señora Pata, agitando las alas de tal modo que Alicia casi se asustó-. ¡Cielos, nos hemos alejado de la granja! Tenemos que volver inmediatamente.
La joven gallina echó un vistazo al inmenso cielo donde ya empezaban a aparecer algunas estrellas centelleantes. Una pequeña sonrisa apareció en su pico y dijo con tono casi anhelante:
-Querida, hace una noche preciosa… No me entusiasma la idea de volver al gallinero ahora. ¡Sigamos paseando un rato más!
-¿Te has vuelto loca? –replicó su amiga, sobresaltada-. ¡La noche es peligrosa, y más para dos aves cotorras como nosotras! ¿Quieres que te meriende un lobo?
-En todo caso me cenaría –Alicia soltó una risita traviesa-. ¡Vamos, mujer! Caminamos hacia la laguna y volvemos… tan lejos no está, si mi padre la ve desde el tejado de la granja todas las mañanas. No me vengas con lobos, que no te estoy hablando de internarnos en el bosque…
-¡Acabáramos! –la Señora Pata meneó la cabeza agitadamente de un lado a otro-. Nada de eso: nos volvemos a la granja ¡ya mismo!
-¡Bueno! –Alicia puso los ojos en blanco con un gesto de resignación-, vuelve si quieres… Yo me voy a quedar un rato más por aquí; quiero disfrutar de esta noche tan bonita.
-¿Tú sola? –la Señora Pata la miró espantada, abriendo unos ojos como bandejas-. ¡Definitivamente, es verdad que los jóvenes de ahora tenéis la cabeza llena de pájaros! No seas insensata y mira que hay mucho bicho salvaje por ahí suelto, querida, haz el favor de sentar la cresta…
Alicia rió. No podía negarlo: aquel pollo aventurero que llevaba dentro no se había quedado en el patio: seguía con ella, llevándola de un lado a otro y empujándola a hacer locuras…

* * *

Cuando llegó al borde de la laguna, a Alicia ya se le habían cansado las patas. Era cierto que no estaba demasiado lejos, pero incluso las distancias más cortas se alargan cuando eres una gallina. Tener que cargar aquel cuerpo orondo y lleno de plumas encima de esas patitas flacuchas sería cansado para cualquiera.
Aun así, valía la pena para ver aquella estampa. Cansada, Alicia se sentó sobre una piedra junto a la orilla de la laguna y reposó mientras contemplaba cómo los jirones de nubes se descosían en lo alto del cielo, descubriendo una luna menguante cuyos pálidos rayos de luz acariciaban la superficie del agua, que se mecía suavemente al compás de los silbidos del viento. Los juncos, moviéndose de un lado a otro de modo casi inquietante, completaban el dibujo de aquella noche magnífica.
Alicia suspiró y esbozó una dulce sonrisa.
Pero las gallinas, sobre todo las que son más jóvenes y aún no han pasado por la experiencia de incubar un huevo, no suelen ser animales muy pacientes: a los diez minutos de permanecer allí sentada, Alicia empezó a sentirse aburrida y, aunque no deseaba admitirlo, incluso algo asustada. No es que hubiera un motivo concreto para estarlo, pero la tranquilidad casi violenta de aquel ambiente nocturno comenzaba a ponerle la piel de gallina, si se puede decir así.
“Reposaré las patas sólo un par de minutos más y volveré a la granja” se dijo.
Y entonces, como si hubiera escuchado sus pensamientos “aquello” apareció.
Alicia agitó las alas y casi se cae al agua del susto: una sombra había pasado por encima de ella. Alarmada, elevó los ojos hacia arriba y el pico se le desencajó ante lo que veían sus ojos.
¿Qué era aquello? La pobre gallina parpadeó incrédula, pero no, no desapareció: aquel animal, el ave más hermosa que jamás había visto, planeaba ligeramente sobre los brazos del viento, moviéndose con inigualable suavidad, mientras iba descendiendo hacia adelante. Alicia no podía dejar de mirarlo: se sentía algo asustada, pero fascinada al mismo tiempo. Su plumaje era del color de la escarcha, y tenía el pico anaranjado, con una especie de antifaz negro sobre los ojos; a la joven gallina casi se le paró el corazón de golpe.
Mientras el desconocido nadaba tranquilamente, de vez en cuando metiendo la cabeza en el agua para refrescarse, Alicia no movió una pluma en más de tres minutos, y de más está decir que la idea de volver inmediatamente a la granja había desaparecido de su cabeza. La pregunta ahora era: ¿cuánto tiempo iba a poder seguir contemplando a aquel Adonis sin que él reparase en su presencia? ¿Diez minutos? ¿Quince?
Sus cálculos mentales se vieron súbitamente interrumpidos por el repentino encontronazo de sus propias pupilas con la mirada que podía adivinarse bajo la oscura máscara de aquel extraño, quien giró su larguísimo y curvilíneo cuello hacia ella con un gesto de curiosidad. Tragando saliva, Alicia no tuvo mejor idea que darse la vuelta y cubrirse la cabeza con el ala.
“Quizás ni siquiera dos segundos”.
No estaba en una posición que la hiciera sentirse muy inteligente, pero la risa suave del ave misteriosa la puso incluso más nerviosa. “Evidentemente, Alicia” se reprochó, “quién no se reiría al ver a un pollo asustado a la orilla del estanque escondiendo la cabeza bajo el ala…”. Pero la risa de aquel individuo, pese a hacerla sentir estúpida, también terminó de decidirla: para tímidas ya estaban los avestruces, no las gallinas. ¡Alguien tenía que saber comportarse!
Intentando recuperar la compostura, sacó la cabeza de debajo de las plumas, se peinó la cresta rápidamente con gesto digno y volvió a girarse hacia el estanque. El extraño de plumaje nevado la observaba con una sonrisa divertida, y Alicia no pudo evitar ruborizarse al darse cuenta de lo absurda que había sido su reacción.
-Buenas noches, señorita –saludó amablemente, inclinando elegantemente su cuello a modo de reverencia.
Alicia sonrió nerviosa, se inclinó de forma mucho más torpe y cacareó:
-Buenas noches…
-Y bien, ¿qué le trae a una gallina como usted por esta laguna, si puede saberse? –inquirió el ave, con un brillo en las pupilas que dejaba translucir la gracia que le hacía la situación. Alicia sintió su cresta enrojecer aun más y pensó que aquel tipo se estaba riendo de ella a la manera de los aristócratas, y que era un idiota desconsiderado, pero en cualquier caso era el idiota desconsiderado más agradable que había tratado en su vida, por lo que no pudo reprimir una sonrisa.
-Bueno –respondió tímidamente, encogiéndose de alas-, las aves de corral también salimos a pasear de vez en cuando.
-Eso no lo dudo –el desconocido se movió un poco por el agua distraídamente-, aunque me estaba preguntando qué ha sido de esa amiga suya que ya no está con usted…
-¿Qué amiga? –Alicia hasta se había olvidado momentáneamente de la Señora Pata.
-¡Oh! –el ave volvió a sonreír-, hace un rato estaba volando de camino a esta charca y me fijé en usted y en esa anciana pata con la que venía charlando. ¿Cómo es que ahora está sola? La pradera es peligrosa para las… bueno… las aves de corral, si me permite –le dirigió otra mirada divertida-, especialmente de noche.
-Cada uno tiene sus manías –respondió evasivamente Alicia, con una sonrisa medio irónica. Se estaba preguntando su la manía de aquel tipo no sería ir todas las noches a aquel estanque para ensayar eso de ser encantador con la primera que pasara por allí. En cualquier caso, para ella seguía siendo lo más emocionante que le había pasado en meses.
-Además –agregó, sólo por no dejarle a él todo el peso de la conversación-, cuando una se pasa tanto rato escuchando viejas historias , después lo último que quiere es irse a dormir.
El ave blanca rió de nuevo, con aquella risa tranquila y silbante. “Hasta su risa suena bien, diablos” pensó Alicia.
-¡Curioso!, yo siempre creí que esos cuentos debían producir el efecto contrario… Mis amigos y yo solemos contar relatos antes de irnos a dormir, precisamente.
-¿Y cómo es que no está usted con sus amigos ahora?
-Bueno, nosotros los cisnes solemos acostarnos más tarde que las aves de corral –el individuo pareció guiñar un ojo debajo de su antifaz negro. “Cisnes” pensó Alicia extrañada, “así que era eso… no he oído tal cosa en mi vida”-. Mis compañeros todavía deben estar deambulando por ahí, de modo que, ya que voy con algo de tiempo, no me viene mal parar a reposar un rato aquí. Además… no es la primera vez que he estado por estos alrededores –al decir esto, el cisne echó una mirada melancólica en torno a sí-. Tengo tantos recuerdos de este sitio…
-¿Qué clase de recuerdos? –Alicia no pudo reprimir la pregunta. Él se volvió a mirarla y, riendo, contestó:
-Vamos, señorita, no creo que quiera seguir escuchando más viejas historias por hoy…
-Soy una gallina muy curiosa.
El cisne la miró y sacudió graciosamente la cabeza en señal de negación.
-No es de buena educación aburrir a una dama con la historia de mi vida, o con parte de ella.
La gallina puso los ojos en blanco. No estaba acostumbrada a mantener conversaciones tan finas. El pensamiento debió reflejarse en la expresión de su rostro, porque el tipo se rió afablemente y agregó:
-Tal vez usted sí que tenga algún cuento interesante, ¿no?
-No, y aunque lo tuviera, no desearía aburrirlo con él –respondió Alicia irónicamente, en un patético intento de hacerse la digna. Pero no, ni siquiera su tono cortante podía borrar la amabilidad del rostro de aquel cisne, que se encogió de alas y siguió nadando con la cabeza gacha por el estanque.
Alicia sabía que su “dignidad” no le iba a durar mucho, al fin y al cabo no dejaba de ser una gallina. Suspiró resignadamente y, tras un breve silencio, dijo:
-Bien, señor mío… si yo le entretengo con alguna historia, ¿podré escuchar la suya después?
El cisne sonrió y asintió distraídamente con la cabeza. Alicia se sentó sobre la piedra donde estaba parada, sin saber muy bien con qué iba a salir. No se le ocurría ninguna anécdota de su infancia que valiera la pena contar en ese momento.
Sin saber por qué, de pronto la buena gallina se sorprendió a sí misma relatando aquella historia que tanto la había entristecido apenas un rato antes… la historia del extraño hijo de su amiga, el pequeño Patito Feo. ¿Qué rayos le importaba eso a un desconocido? Nada, seguramente, pero el impacto que había tenido aquel breve relato sobre Alicia era mayor de lo que ella misma había imaginado. A medida que lo contaba, sintió todavía más compasión hacia el propio patito de la que había experimentado antes.
Minutos más tarde, con el efecto que producían las hojas secas al moverse con el viento y el ulular de un búho que al parecer acababa de despertar, la gallina llegó, casi sin darse cuenta, al final de su narración:
-Y desde que el crío desapareció, a la pobre parece que le van mejor las cosas, no se crea. Pero así y todo… Es decir, bien, sus otros hijos crecieron orgullosamente y todos le dieron unos nietos adorables que son la dicha de sus ojos. Pero no es feliz, no del todo, al menos. Sigue sintiendo que falló con aquel patito, que sabrá Dios dónde ha acabado.
-Triste historia –murmuró el cisne, esquivando su mirada. Llevaba ya un buen rato nadando más despacio y con la cabeza gacha, curiosamente desde que Alicia había empezado a hablar.
-Sí que lo es… -suspiró Alicia pensativamente-, y sin final, como la mayoría. ¡Bueno!, ahora es su turno.
-¿Mi turno de qué? –inquirió el cisne, intentando hacerse el tonto. Alicia frunció el ceño.
-Para su historia –respondió-, la historia que prometió contarme cuando yo acabara con la mía, ¿recuerda?
-Recuerdo muy bien que yo no “prometí” nada, y creo que usted dio por hecho algo que yo no –replicó él, con un tono que a Alicia, indignada como estaba, se le antojó burlón.
-Pero… ¡usted…
-¡Además! –agregó el cisne-, se me va haciendo tarde y no puedo quedarme aquí a contar historias. Mis compañeros me estarán esperando.
-No, si ya lo decía mi madre… “no te fíes de los pajarracos refinados, que son más aves de rapiña que los buitres” –murmuró Alicia con evidente enfado. Lo había dicho como para sí misma, pero indudablemente él la escuchó. Se dio la vuelta y la miró sorprendido.
-¿Aves de rapiña? –preguntó confundido-. Vamos, señorita, no hace falta que se lo tome tan a la tremenda.
-No, disculpe “usted”, que yo no me tomo a la tremenda lo que diga “usted”, señorito “usted”… total, sólo soy un ave de corral ignorante sin nada mejor que hacer que contarle cuentos a cisnes con insomnio.
El aludido pareció desconcertado, pero tras un par de segundos estalló en una carcajada. “No, si ya lo que me faltaba…” pensó la gallina, que seguía con el ceño arrugado.
-Bueno… -dijo el cisne, cuando terminó de reír-, que vaya con prisas ahora no significa que acostumbre a romper mis promesas, ¿eh? A lo mejor es que estoy buscando una excusa para pedirle… para pedirte, disculpa, que cenes conmigo mañana, si tanto quieres escuchar mi historia.
Alicia, sorprendida por aquel súbito cambio, tardó un poco en responder.
-Eh… ¿debería?
-No necesariamente, pero ya que has dicho que eres una gallina curiosa…
Se hizo el silencio durante algunos segundos: la joven gallina, tomada por sorpresa, no sabía qué decir. Sintió que se ruborizaba otra vez.
Cri, cri, cri, cri…
-¿Misma hora, mismo sitio? –preguntó finalmente, intentando ocultar su renovada timidez. El cisne asintió con otra amable sonrisa y de pronto, como si algo le hubiera llamado la atención, miró hacia arriba. Alicia siguió su mirada y se estremeció: allí, en el cielo nocturno, un grupo de cisnes volaba majestuosamente sobre ellos.
-Por cierto –su acompañante volvió a dirigirse a ella, que le devolvió la mirada-, dale mis saludos a tu amiga, la Señora Pata. Y dile de mi parte que, como dijo un amigo mío, “poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”.
Alicia volvió a mirarlo alzando una ceja inexistente.
-¿Se supone que tengo que tengo que entender eso? Porque te recuerdo que algunos no llegamos a tu nivel de sabiduría, Nostradamus…
El cisne se rió y echó otro vistazo hacia arriba: las hermosas aves se iban alejando.
-Imagino que tu nivel de sabiduría debe ser aún más alto, por lo que he escuchado. Mañana, cuando oigas lo que tengo para contarte, juzgarás por ti misma, señorita…
-Alicia.
-Alicia –repitió él, y entonces abrió sus preciosas alas y se elevó en el aire-. Tengo que irme ahora, pero, ¡te espero aquí mañana!
-¿No vas a presentarte? –preguntó Alicia, casi sobresaltada por lo grande que parecía haberse hecho al alzar el vuelo.
-No de momento –el cisne guiñó un ojo y se elevó hacia arriba, de modo que su voz fue apagándose a medida que se alejaba-, es una mala costumbre que tenemos los que llevamos antifaz…
-¡Pues seguirás siendo Nostradamus, entonces! –exclamó la gallina. Casi pudo verlo reír antes de que su agraciada figura se convirtiera en una sombra, y cuando esa sombra siguió al resto de los cisnes, muy pronto el grupo desapareció entre las nubes.
Alicia sonrió divertida.
¿Qué era esa filosofada que había dicho antes? “Poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”…
La joven gallina se encogió de alas. ¡Desde luego, mira que había individuos raros por el mundo!

Wycliffe Centre, 4 de octubre, 2009

Ocho páginas, Señor, mátame… T__________T
En serio, si lo habéis leído, decídmelo para que os haga lectores honoríficos y os deba muchos favores. Aguantar semejante tostonazo chorra tiene MUCHO mérito…

P.D. Os dejo un link por si queréis leeros el cuento de “El patito feo” de Hans Christian Andersen, que ya se que todos os lo sabéis, pero de vez en cuando es bonito recordar…

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/patito.htm

1 comentario:

  1. Me lo he leído enterito! Es la caña, de verdad! No me he leído el original, pero con este tengo de sobra. Además ya te he dicho alguna vez que me encantan los finales abiertos... Y me encanta el ligoteo entre la gallina y el cisne!!

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