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lunes, 19 de octubre de 2009

Pincelada de arte - Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis

Como veis, y aunque publique esto con un dia de retraso, estoy recuperando un poco el ritmo del blog... Aunque tampoco voy a lanzar las campanas al vuelo, que luego siempre tengo malas rachas y esto se queda bastante muerto durante eones, pero la esperanza es lo ultimo que... (blablabla xD).



Tengo una serie de libros de cabecera sobre los que quiero escribir aquí y todavía no está completa, sin ir más lejos sigo teniendo pendiente “El Señor de los Anillos”. Hubiera quedado bien hacerlo hoy y así ocupo las dos últimas pinceladas con el mismo tema, pero resulta que la última semana hubo algo, no recuerdo qué, que trajo a mi memoria el libro que ocupa hoy esta entrada. Y es necesario que hoy me explaye un poco (no os asustéis) sobre Cartas del diablo a su sobrino, de C.S. Lewis.

Hablando de este escritor, probablemente conozcáis su nombre, aunque sea de oídas. Es posible que hayáis visto la reciente saga cinematográfica basada en sus novelas más famosas, o que las hayáis leído. C.S. Lewis es, efectivamente, el autor de “Las Crónicas de Narnia”. Pero si creíais que su obra literaria acaba ahí, estáis más que equivocados… y por ello hoy quiero comentar uno de sus trabajos, que es, sin duda alguna, uno de los libros más geniales e inteligentes que he leído en mi vida.

Cartas del diablo a su sobrino es una novela epistolar que narra los intentos de destrucción que ejerce un demonio sobre un humano a través de una serie de cartas que este demonio joven e inexperto, Orugario, recibe de su anciano tío Escrutopo. En ellas, éste aconseja e instruye a su sobrino sobre los métodos que debe utilizar para conseguir ganarse el alma del muchacho.

Nos encontramos ante uno de esos libros que se pueden leer más de una vez y seguir encontrando detalles nuevos, ya que, pese a su brevedad, las Cartas hablan de muchísimos temas concernientes a la vida cristiana, las tentaciones, los engaños… y desde un punto de vista que resulta, cuanto menos, curioso. Si nos paramos a pensarlo, realmente la historia en lo que atañe al “paciente” de Orugario (como el viejo Escrutopo llama al joven cristiano) no es algo que nunca hayamos visto, está llena de elementos cotidianos y de situaciones que más de uno ha vivido en su propia piel.

Y todavía más que lo que cuenta, la genialidad de este libro radica precisamente en CÓMO lo cuenta. Página por página nos adentramos en una obra literaria que rebosa ingenio por todas partes, un asombroso ejercicio intelectual y espiritual por el cual no puedo menos que quitarme el sombrero para expresar mi admiración. Quizás por lo que he dicho podría deducirse que el libro es un muermazo que sólo los doctos y eruditos pueden disfrutar, pero no es así: las Cartas tienen, además de un original estilo narrativo atrevido, un sentido del humor irónico y avispado que, junto al hecho de que no sea una novela demasiado larga, lo convierten en un libro bastante ameno. Entendedme, no es uno de esos best-sellers entretenidísimos de principio a fin que tanto éxito tienen ahora (y que a mí también me encantan, ojo), pero de ninguna manera se hace una lectura pesada.

Es sorprendente leer el prefacio de este libro, pues a través de las palabras del propio autor, una comprende que no se tomó este trabajo a la ligera. Así queda demostrado en estas palabras citadas textualmente, en cuanto a lo que C.S. Lewis dijo sobre la continuación que sus lectores le pidieron para las Cartas:

Aunque nunca había escrito nada con tanta facilidad, nunca escribí con menos gozo […] Aunque era fácil adoptar la actitud mental de un diablo, no resultada divertido, o no por mucho tiempo. El esfuerzo me producía una especie de calambre espiritual: mientras hablaba por Escrutopo, tenía que proyectarme a un trabajo que no era sino polvo, arena, sed y picor; cualquier atisbo de belleza, frescor y cordialidad tenía que ser excluido. Casi me ahogo antes de acabar el libro; hubiera ahogado a mis lectores si lo hubiese prolongado.
Podéis llevarme la contraria si queréis (estoy dispuesta a debatirlo), pero en mi opinión… esto son las palabras de un genio.

Recomendadísima lectura, y como ya he dicho antes, incluso para leer más de una vez. Animaos!

sábado, 17 de octubre de 2009

Pincelada de arte - El Señor de los Anillos (películas)

Antes de nada quiero advertir una cosa: SÍ, a simple vista esta pincelada tiene pinta de ser un tostón... ¿y sabéis por qué? Porque lo es. Un tostonazo de principio a fin, y si de verdad os interesa leeros todo ese texto aburrido y kilométrico en el que no hago otra cosa que pelotear una película, en serio... vuestros niveles de aburrimiento están llegando a niveles anormales.

Lo digo para dejar claro que esta pincelada casi la he escrito más para mí que para vosotros, porque "El Señor de los Anillos" tenía que estar presente en un apartado donde hablo de cine, pero me he enrollado muchísimo y no es un texto que realmente me interese mucho que los demás lean. Así que "don't cry in your pillow" si no os veis con ganas de tragaros esta pincelada. Yo, en vuestro lugar, no me la leería xD.




Todavía recuerdo la época en que se estrenó. Al finalizar una década tan fructífera para el cine como lo fueron los 90, en el vestíbulo del siglo XXI y en un tiempo en el que Hollywood no daba demasiadas oportunidades a las películas de fantasía (un contexto que se ve más tarde con los años, ya que yo en aquel entonces no tenía esa perspectiva), Peter Jackson y su enorme equipo de colaboradores trajeron una propuesta que parecía imposible: la adaptación cinematográfica de una obra tan importante para el mundo literario como “El Señor de los Anillos”, de J.R.R. Tolkien (la cual también tendrá su lugar de honor entre las páginas de este blog en cuando sea capaz de escribir algo que le haga justicia).

Cabe destacar que no era la primera vez que esta trilogía se intentaba llevar a la gran pantalla. Anteriormente existieron proyectos que nunca llegaron a concretarse, como el de Stanley Kubrick, quien ideaba filmar esta adaptación con los Beatles (…), rumores acerca del propio George Lucas deseando crear una película, y no podemos olvidar aquel intento en plenos años 50 por parte de ni más ni menos que de la compañía Disney, proyecto al que el propio Tolkien accedió con muchas reticencias (mayormente por razones económicas) poco después de publicar su obra, pero que jamás llegó a buen término después de que el autor leyera el guión escrito por un tal Morton Zimmerman; éste, al parecer, destrozó la novela de tal modo que Tolkien no sólo exigió que se cancelara la adaptación, sino que antes de morir declaró ante un notario que ni Disney ni ninguna empresa asociada volviera a pretender llevar “El Señor de los Anillos” a la gran pantalla. Más adelante, en los años 70, el director Ralph Bakshi consiguió crear la primera película basada en la trilogía, en una producción animada que supuso altísimos costes pero acabó fracasando, de modo que ni siquiera se llegó a terminar del todo.

Y en plena época de los dos miles, sucedió. Otra vez, sí, pero como nunca antes se había visto. La fantasía épica se abrió camino en el cine moderno mediante esta sublime adaptación que hizo llenar las salas durante mucho tiempo y dio que hablar a muchísima gente alrededor del mundo. Como digo al principio de esta pincelada… todavía lo recuerdo. Y de hecho, todavía recuerdo mi propia actitud ante aquel bombazo que había trastornado a mi generación y al público en general… mi respuesta, por raro que os pueda parecer, fue durante mucho tiempo un rotundo NO. Como lo leéis. Me negaba por completo a dedicarle tres horas y media de mi tiempo a ver la primera parte de esta saga, y más sabiendo precisamente que sólo era una primera parte, con el final abierto que ello conlleva y que luego me haría esperar dos continuaciones también interminables. Pereza.

Sin embargo, y gracias a Dios que nos da hermanos mayores, fui literalmente obligada a sentarme en el sofá delante de la pequeña pantalla de mi salón y ver la película que iniciaría mi futuro frikismo: “La Comunidad del Anillo”. Por ese entonces ya todos los demás estaban flipando al salir de ver “Las Dos Torres” en el cine, pero yo iba con retraso. Y no fue hasta que “El Retorno del Rey” llegó a los cines que me decidí a ver aquella segunda parte, de modo que pudiera ir a ver la tercera antes de que la retiraran de la cartelera. Ese día entré en el cine entusiasmada y salí como en una nube, después de tres horas y media de emoción, lágrimas, risas y toda la fascinación que puede producir algo tan aparentemente simple como ver gente proyectada en un pedazo de tela enorme… y, sin darme cuenta de lo que supondría aquella nueva aventura, me decidí a leer los libros que habían propiciado tan maravillosa trilogía cinematográfica, cosa que más adelante me convertiría en la “tolkiendi” que sigo siendo ahora. Pero como ya he dicho, eso tendrá lugar en otro momento, y por ahora me atendré a hablar de las películas.

Peter Jackson, cineasta pero también lector y gran admirador de la obra de Tolkien, sabía desde el principio los riesgos que conllevaba esta gran producción. Y ciertamente, lo que llevó a cabo puede calificarse como una hazaña heroica digna de recordar durante toda la historia del cine. No muchos directores, ni antaño ni hoy en día, se atreverían a filmar tres películas de tres horas y media al mismo tiempo, ni a trasladarse de Hollywood a las tierras de Nueva Zelanda sólo para encontrar los paisajes más respetuosos con la novela de Tolkien, ni a reescribir el guión todas las veces que hiciera falta sin dejar de exigirse más a sí mismo (por supuesto, los nombres de las co-guionistas Frances Walsh y Philippa Boyens tampoco pueden faltar aquí).

Si bien no quiero entrar en muchos detalles acerca del trabajo de los actores, ya que reconozco que no soy experta en el tema de la interpretación, me siento obligada a dejar constancia de mi opinión personal: todos y cada uno de los miembros del reparto lo bordaron, así de simple. Es para quedarse con la mandíbula por el suelo el ver actuaciones como la de Ian McKellen en el papel de Gandalf, Viggo Mortensen como Aragorn, Elijah Wood interpretando a Frodo, John Rhys-Davies dejándose la piel en el personaje de Gimli, Andy Serkis realizando una sublime encarnación de Gollum (aún más loable si tenemos en cuenta que al fin y al cabo no dejaba de tratarse de un personaje digital)… y eso sólo por citar algunos ejemplos.

Para la banda sonora se recurrió al compositor Howard Shore, quien se entregó en cuerpo y alma a la tarea de crear una obra musical que, como resultado final, no es menos que una obra maestra. Fragmentos instrumentales como “The Shire”, “Rohan”, “The Grey Havens”, o la maravillosa canción “Into the West” (y me quedo MUY corta) son piezas sencillamente magistrales, que abren una nueva puerta a la Tierra Media a través de los sentidos auditivos.

Me quedaría por mencionar muchísimos otros aspectos, como los impresionantes trabajos de fotografía, iluminación, escenografía, vestuario, y tantas otras cosas en las que no me voy a extender, ya que sobre estas películas podría seguir escribiendo páginas y páginas, pero creo que ya he dejado bastante clara mi postura. ¿Por qué a día de hoy “El Señor de los Anillos” es una de mis películas (de casi quince horas de metraje) favoritas de todos los tiempos… por no decir la que más? Es cierto, hay películas más redondas de principio a fin. Es cierto, las hay menos pretenciosas. Es cierto, las hay más fluidas y las hay más pensadas y menos comerciales. Os doy la razón.

Pero una saga que me mantiene en vilo durante tantísimo tiempo, que hace que me enamore de sus personajes, que me adentra en todas sus tramas y que tiene escenas que me siguen haciendo llorar aunque las haya visto mil veces… bien se merece un primer puesto en mi podium particular. Considero “El Señor de los Anillos” una obra cinematográfica única en su género, algo que posiblemente no vuelva a repetirse, y es que, como ya dije anteriormente en otra pincelada… eso es lo que pasa con los diamantes en bruto.

domingo, 11 de octubre de 2009

Pincelada de páginas - Cuando le dio por detenerse...

La atmósfera sólo la forman unos pocos elementos, esas pequeñas piezas que componen la mayoría de mis dilemas mentales: una hoja de papel, mi bolígrafo, yo sentada delante… y el tic-tac del reloj.

Ése gesto malhumorado que se aprecia en mi cara también suele ser clave en esta típica escena. Es una expresión que refleja claramente lo aburrida que estoy de ver cómo el boli se mantiene de pie sobre el folio, totalmente quieto. No se cae. No se mueve por su cuenta, pero tampoco gracias a mí: llevo un buen rato dejándome los dedos en el intento de tirar de él, inclinarlo, levantarlo… ¡imposible! ¡Ni la Excálibur ésa era tan estática, seguro!

Puedo aguantar que mi bolígrafo me tome el pelo descaradamente y que me suelte sermones sobre lo que tengo que hacer, pero esto de que se atasque no se lo perdono. ¡En cuanto consiga separarlo del papel, se la va a cargar, el muy cretino!

Suspiro resignada y me recuesto sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados. Observo con el ceño fruncido la absurda imagen: parece un espantapájaros, ahí petrificado de forma perpendicular al papel. Y mientras, el pesado del reloj sigue dejando caer segundos a cuentagotas, como si me estuviera lanzando una especia de mensaje que no tengo ganas de interpretar. Cruzo también las piernas y sigo sin apartar la vista del bolígrafo.

-Bueno, alma del cántaro, tú a tu ritmo… tan movedizo para unas cosas y tan plomo para otras –murmuro con cierto sarcasmo.

Por supuesto, no recibo respuesta alguna, y a los pocos segundos me muerdo el labio con cierto sentimiento de culpabilidad.

Sí, vale, él no puede moverse, pero lo conozco demasiado bien como para no darme cuenta de lo que está rondando por su cartucho de tinta en estos momentos. Casi puedo verlo. Se está mordiendo el plástico interior de la rabia que le da no poder deslizarse a lo bestia por el papel para escribir: “¡Esto es culpa tuya!”.

Me quedo pensativa.

Bueno, el pobre tiene razón, no es culpa suya quedarse estancado… es mía. Hay una especie de cable invisible que sale de mis neuronas, atraviesa mi sistema nervioso recorriéndome todo el brazo y, una vez en la muñeca, se conecta directamente con mi bolígrafo. Y si mi cerebro falla, falla todo el sistema, y al boli se le acaba esa batería. Pues bien, eso es lo que está pasando ahora. La fuente de energía está pitando de lo seca que está.

Tic-tac, tic-tac, tic-tac…

¡Desde luego, vaya fastidio!

Ya sé lo que tengo que pedir este año por Navidad. “Querido Papá Noel, no te lo tomes a la tremenda, pero necesito que inventes los bolígrafos inalámbricos”.

S.O.S., Musas de mi alma, S.O.S…


Hale, venga, todos lo estáis pensando. "¿Es coincidencia que cada vez que esta mujer escribe sobre la novela es para decir que está estancada?" Tenéis razón. Viva la imaginación y la originalidad... =S

martes, 6 de octubre de 2009

Pincelada de tinta - Encuentro en el estanque

Os voy a compensar (castigar sería la palabra más precisa) las últimas semanas en blanco de este blog con un relato que LO PROMETO, no quería que me saliera tan kilométrico o________O Pensaba que iba a ser una cosa sencillita y ya veis… El que sea tan valiente de leerlo, please, que me lo diga para que lo anote desde ya como lector VIP xD.
No sé si algunos recordaréis aquella revisión de “La Cenicienta” que escribí el año pasado cuando estaba en Italia y que anda por ahí publicado en mi viejo Space… En cuyo caso, sólo aclarar que he vuelto a las andadas xD. Llevo toda la semana trabajando en esta, vamos a llamarla, “secuela no oficial” de un precioso cuento clásico que no se cómo me he atrevido a profanar con mis rayadas mentales… pero bueno, espero que el pobre Hans Christian Andersen no me lo tenga muy en cuenta…
Que quede claro que este relato no está escrito, ni muchísimo menos, en tono de burla, y que me ENCANTAN los cuentos de hadas, y que H.C. Andersen es uno de mis escritores favoritos (en mi opinión, un genio), pero de vez en cuando a todos nos gusta jugar con la literatura universal… ^^
Bueno, allá vamos:


-Bueno –suspiró la pata, meneando la cabeza con aspecto cansado-, más que feo yo diría que era… en fin, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… No era, como que dijeras, “tan feo”. Era… peculiar.
Alicia se detuvo y la miró con el ceño fruncido, del mejor modo que puede fruncir el ceño una gallina.
-Eso, en el mundo ajeno a los eufemismos que usáis tan a menudo, se llama “feo”, mi querida Señora Pata.
La aludida, deteniéndose también al escuchar aquello, miró a su amiga con ojos tristes y se encogió de alas sin responder. La gallina decidió retomar el rumbo de la conversación:
-Vamos a ver si me aclaro… Dices que aquello que salió del huevo dos horas más tarde que sus hermanos era un ser, cómo has dicho… “peculiar” –cacareó suavemente con un deje de ironía-, con las plumas marrones y grisáceas, y el pico oscuro…
-Y enorme –se apresuró a añadir la Señora Pata-, mucho más grande y pesado que los demás.
Mientras seguían con su charla, las dos aves reanudaron su caminata a través de la granja. Gracias a Dios era ya la hora del atardecer y el resto de los animales, perezosos como eran, empezaban a interrumpir sus actividades diarias para irse a dormir. Una granja era un lugar magnífico para vivir, pero terriblemente ruidoso durante el día. Como gallina joven que hacía apenas unos días había abandonado el patio para instalarse en el gallinero, a Alicia le costaba acostumbrarse a semejante barullo.
-Supongo que eso de ser tan grandota también lo entorpecería –comentó Alicia, casi como de pasada. La Señora Pata pareció pensativa durante unos segundos antes de contestar vagamente:
-Fíjate que no… Cuando me los llevé a la charca, éste resultó ser muy buen nadador, ¿sabes? Incluso mejor que los demás.
-¿En serio? –Alicia no ocultó su sorpresa-. Cualquiera diría que un patito tan hábil no debería tener problemas para hacer amigos en este lugar.
Su amiga se rió con amarga ironía y replicó:
-Querida, sí que te quedan cosas por aprender de la vida real…
-¿A qué te refieres? –Alicia sacudió la cresta como solía hacer cuando no entendía algo-. Es decir, mira a tus nietos, recién salidos del cascarón y ya echando carreras en esa bendita charca… ¿no has visto cómo los alaban todos por ser tan espabilados? ¡Y cómo siempre que uno gana todos lo elogian y lo felicitan por ser el más rápido! Caramba, nunca vi algo parecido en toda mi vida como pollo. Me da a suponer que aquí la habilidad da cierto prestigio…
-Bien, lo cierto es que en eso llevas razón –concedió la Señora Pata, sin poder reprimir una media sonrisa que delataba su orgullo de abuela-. Pero querida, mi hijo nunca tuvo la ocasión de mostrar su velocidad en un de esas carreras –al decir esto su rostro volvió a ensombrecerse-, y si alguien alguna vez supo de su talento como nadador, bueno, simplemente lo ignoró. A los habitantes de esta granja les importaban bastante poco las cualidades de la pobre criatura, a decir verdad.
-Sí, algo así me contaste, que no le hacían demasiado caso –recordó Alicia tristemente. La Señora Pata meneó la cabeza y replicó:
-¡Ay, Alicia!, ojalá hubiera sido así. Quisiera Dios que mis vecinos no le hubieran hecho caso… Demasiado caso le hacían, más bien. Es decir, el pobre patito no podía moverse lo más mínimo sin que apareciese alguien como de debajo de las piedras para incordiarle. Si no era para burlarse de él era para picarle, empujarle o dejarlo en ridículo.
-¡Manga de víboras! –exclamó Alicia, soltando un indignado cacareo-. ¿Y qué hiciste tú?
Ante aquella pregunta, la Señora Pata bajó la cabeza y sus pequeños ojos oscuros se humedecieron. Con voz insegura, respondió:
-Yo… yo traté de contenerlos al principio. Si sólo hubieran sido los más pequeños… bueno, querida, ya sabes cómo crecen de despacio algunos críos y… Como es obvio, me interpuse, incluso llegué a picar a algunos de ellos para que dejaran en paz al mío. Pero la cosa fue yendo a más –la pata tragó saliva-, y no había animal en toda la granja que no escupiera, golpeara o despreciase al pequeño. Desde la cría más joven al gallo más viejo, incluso el perro del granjero lo molestaba. Todos mis vecinos… no podía ir de paseo con mis hijos sin que alguien gritara “gentuza” o algo así… era una situación muy vergonzosa para nosotros. Como comprenderás, yo no podía lidiar con todo aquello.
Alicia miró al suelo sin dejar de caminar y no contestó. Todavía no se había olvidado de aquel día en que, siendo ella sólo un polluelo, su madre se enfrentó cacareando como loca al gato que había intentado comérsela. El recuerdo permanecía vívido en parte por aquel momento de pánico imposible de olvidar… pero sobre todo, porque Alicia nunca había visto a su madre de aquel modo: graznando llena de ira y agitando las plumas delante de aquel felino que podía haberla liquidado de un solo zarpazo.
La Señora Pata estaba equivocada: Alicia no lo comprendía. Permaneció en silencio, ya que no quería echar más cargas sobre la pena de su anciana amiga, pero en su interior no podía dejar de preguntarse cómo debería haberse sentido aquel patito feo, burlado y maltratado por todos los habitantes de la granja mientras su madre no hacía otra cosa que mirarlo avergonzada.
-Y… bueno… ¿cuándo fue que desapareció?
La Señora Pata perdió su mirada entre las piedras del camino que tenían delante; sin darse cuenta habían salido de la granja y se habían ido alejando a través de la pradera. Con las plumas de la frente arrugadas por el esfuerzo de recordar, finalmente respondió:
-Hum… no estoy del todo segura, pero creo que sucedió cuando tenían… cosa de un mes o algo así. Sencillamente se evaporó… Cuando me di cuenta de que se había ido, ya era tarde para seguirle la pista.
Un silencio siguió a aquellas palabras, y en lo que duró aquella pausa, ambas supieron que no estaba todo dicho, pero ninguna quería manifestarlo. Finalmente, fue la voz de la Señora Pata la que añadió, con una voz casi quebrada:
-Honestamente, querida, ni siquiera lo intenté.
Alicia se encogió de alas, algo incómoda.
-Bueno -contestó, aunque sin saber muy bien lo que iba a decir-, supongo que eso, de alguna manera, cambia la perspectiva de las cosas.
Su amiga la miró con expresión dolida y replicó:
-Sé lo que estás pensando. Eres joven, e idealista, y supongo que en cierto modo tienes razón. Pero espero que nunca tengas que enfrentar una situación en la que veas sufrir a alguien a quien quieres, incluso a manos de sus propios hermanos, y sientas la impotencia… la desesperación de no poder defenderlo.
-Honestamente, querida –un sentimiento amargo le impedía a Alicia seguir siendo tan amable-, creo que yo lo habría intentado.
La Señora Pata retiró la mirada y no contestó enseguida. Suspiró. Pisoteó nerviosamente la gravilla del suelo.
-Quizás –concedió, con una mezcla de resignación y vergüenza-. Tal vez habría sido mejor madre si le hubiera dicho a mi hijo que no se preocupara, que las cosas se iban a arreglar, que yo siempre estaría ahí para él… que su hogar se encontraba aquí con su familia… -la Señora Pata rió amargamente-. ¡Familia! Un padre que no se dignaba a hacer acto de presencia, una madre demasiado cobarde para cuidar de él, un montón de hermanos que se divertían atormentándolo… nada como el hogar, desde luego.
-Creo que tú podrías haber cambiado al menos algo de eso –murmuró Alicia, aún disconforme. Su anciana amiga parpadeó y dijo:
-Puede ser. Es posible que, de haberme comportado de forma diferente, las cosas habrían cambiado para mejor. Pero sinceramente, querida, lo dudo mucho. Y aunque suene horrible dicho de esta forma, te confesaré que en cierto modo sentí casi alivio cuando el pequeño se marchó; en fin, en cualquier lugar le debe haber ido mejor que en la granja, espero…
Alicia no las tenía todas consigo, pero no insistió. Sabía que, en el fondo, lo que le dolía a la Señora Pata eran la culpabilidad y el hecho de que su hijo, aquel patito feo que había desaparecido un año atrás, aún ocupaba sus pensamientos demasiado a menudo. Qué había sido de la criatura, nadie lo podía saber… pero de cualquier forma, no se podía cambiar el pasado.
El eterno defecto del tiempo.
-Oye, ¿cómo es que ya está tan oscuro? –exclamó súbitamente la Señora Pata, agitando las alas de tal modo que Alicia casi se asustó-. ¡Cielos, nos hemos alejado de la granja! Tenemos que volver inmediatamente.
La joven gallina echó un vistazo al inmenso cielo donde ya empezaban a aparecer algunas estrellas centelleantes. Una pequeña sonrisa apareció en su pico y dijo con tono casi anhelante:
-Querida, hace una noche preciosa… No me entusiasma la idea de volver al gallinero ahora. ¡Sigamos paseando un rato más!
-¿Te has vuelto loca? –replicó su amiga, sobresaltada-. ¡La noche es peligrosa, y más para dos aves cotorras como nosotras! ¿Quieres que te meriende un lobo?
-En todo caso me cenaría –Alicia soltó una risita traviesa-. ¡Vamos, mujer! Caminamos hacia la laguna y volvemos… tan lejos no está, si mi padre la ve desde el tejado de la granja todas las mañanas. No me vengas con lobos, que no te estoy hablando de internarnos en el bosque…
-¡Acabáramos! –la Señora Pata meneó la cabeza agitadamente de un lado a otro-. Nada de eso: nos volvemos a la granja ¡ya mismo!
-¡Bueno! –Alicia puso los ojos en blanco con un gesto de resignación-, vuelve si quieres… Yo me voy a quedar un rato más por aquí; quiero disfrutar de esta noche tan bonita.
-¿Tú sola? –la Señora Pata la miró espantada, abriendo unos ojos como bandejas-. ¡Definitivamente, es verdad que los jóvenes de ahora tenéis la cabeza llena de pájaros! No seas insensata y mira que hay mucho bicho salvaje por ahí suelto, querida, haz el favor de sentar la cresta…
Alicia rió. No podía negarlo: aquel pollo aventurero que llevaba dentro no se había quedado en el patio: seguía con ella, llevándola de un lado a otro y empujándola a hacer locuras…

* * *

Cuando llegó al borde de la laguna, a Alicia ya se le habían cansado las patas. Era cierto que no estaba demasiado lejos, pero incluso las distancias más cortas se alargan cuando eres una gallina. Tener que cargar aquel cuerpo orondo y lleno de plumas encima de esas patitas flacuchas sería cansado para cualquiera.
Aun así, valía la pena para ver aquella estampa. Cansada, Alicia se sentó sobre una piedra junto a la orilla de la laguna y reposó mientras contemplaba cómo los jirones de nubes se descosían en lo alto del cielo, descubriendo una luna menguante cuyos pálidos rayos de luz acariciaban la superficie del agua, que se mecía suavemente al compás de los silbidos del viento. Los juncos, moviéndose de un lado a otro de modo casi inquietante, completaban el dibujo de aquella noche magnífica.
Alicia suspiró y esbozó una dulce sonrisa.
Pero las gallinas, sobre todo las que son más jóvenes y aún no han pasado por la experiencia de incubar un huevo, no suelen ser animales muy pacientes: a los diez minutos de permanecer allí sentada, Alicia empezó a sentirse aburrida y, aunque no deseaba admitirlo, incluso algo asustada. No es que hubiera un motivo concreto para estarlo, pero la tranquilidad casi violenta de aquel ambiente nocturno comenzaba a ponerle la piel de gallina, si se puede decir así.
“Reposaré las patas sólo un par de minutos más y volveré a la granja” se dijo.
Y entonces, como si hubiera escuchado sus pensamientos “aquello” apareció.
Alicia agitó las alas y casi se cae al agua del susto: una sombra había pasado por encima de ella. Alarmada, elevó los ojos hacia arriba y el pico se le desencajó ante lo que veían sus ojos.
¿Qué era aquello? La pobre gallina parpadeó incrédula, pero no, no desapareció: aquel animal, el ave más hermosa que jamás había visto, planeaba ligeramente sobre los brazos del viento, moviéndose con inigualable suavidad, mientras iba descendiendo hacia adelante. Alicia no podía dejar de mirarlo: se sentía algo asustada, pero fascinada al mismo tiempo. Su plumaje era del color de la escarcha, y tenía el pico anaranjado, con una especie de antifaz negro sobre los ojos; a la joven gallina casi se le paró el corazón de golpe.
Mientras el desconocido nadaba tranquilamente, de vez en cuando metiendo la cabeza en el agua para refrescarse, Alicia no movió una pluma en más de tres minutos, y de más está decir que la idea de volver inmediatamente a la granja había desaparecido de su cabeza. La pregunta ahora era: ¿cuánto tiempo iba a poder seguir contemplando a aquel Adonis sin que él reparase en su presencia? ¿Diez minutos? ¿Quince?
Sus cálculos mentales se vieron súbitamente interrumpidos por el repentino encontronazo de sus propias pupilas con la mirada que podía adivinarse bajo la oscura máscara de aquel extraño, quien giró su larguísimo y curvilíneo cuello hacia ella con un gesto de curiosidad. Tragando saliva, Alicia no tuvo mejor idea que darse la vuelta y cubrirse la cabeza con el ala.
“Quizás ni siquiera dos segundos”.
No estaba en una posición que la hiciera sentirse muy inteligente, pero la risa suave del ave misteriosa la puso incluso más nerviosa. “Evidentemente, Alicia” se reprochó, “quién no se reiría al ver a un pollo asustado a la orilla del estanque escondiendo la cabeza bajo el ala…”. Pero la risa de aquel individuo, pese a hacerla sentir estúpida, también terminó de decidirla: para tímidas ya estaban los avestruces, no las gallinas. ¡Alguien tenía que saber comportarse!
Intentando recuperar la compostura, sacó la cabeza de debajo de las plumas, se peinó la cresta rápidamente con gesto digno y volvió a girarse hacia el estanque. El extraño de plumaje nevado la observaba con una sonrisa divertida, y Alicia no pudo evitar ruborizarse al darse cuenta de lo absurda que había sido su reacción.
-Buenas noches, señorita –saludó amablemente, inclinando elegantemente su cuello a modo de reverencia.
Alicia sonrió nerviosa, se inclinó de forma mucho más torpe y cacareó:
-Buenas noches…
-Y bien, ¿qué le trae a una gallina como usted por esta laguna, si puede saberse? –inquirió el ave, con un brillo en las pupilas que dejaba translucir la gracia que le hacía la situación. Alicia sintió su cresta enrojecer aun más y pensó que aquel tipo se estaba riendo de ella a la manera de los aristócratas, y que era un idiota desconsiderado, pero en cualquier caso era el idiota desconsiderado más agradable que había tratado en su vida, por lo que no pudo reprimir una sonrisa.
-Bueno –respondió tímidamente, encogiéndose de alas-, las aves de corral también salimos a pasear de vez en cuando.
-Eso no lo dudo –el desconocido se movió un poco por el agua distraídamente-, aunque me estaba preguntando qué ha sido de esa amiga suya que ya no está con usted…
-¿Qué amiga? –Alicia hasta se había olvidado momentáneamente de la Señora Pata.
-¡Oh! –el ave volvió a sonreír-, hace un rato estaba volando de camino a esta charca y me fijé en usted y en esa anciana pata con la que venía charlando. ¿Cómo es que ahora está sola? La pradera es peligrosa para las… bueno… las aves de corral, si me permite –le dirigió otra mirada divertida-, especialmente de noche.
-Cada uno tiene sus manías –respondió evasivamente Alicia, con una sonrisa medio irónica. Se estaba preguntando su la manía de aquel tipo no sería ir todas las noches a aquel estanque para ensayar eso de ser encantador con la primera que pasara por allí. En cualquier caso, para ella seguía siendo lo más emocionante que le había pasado en meses.
-Además –agregó, sólo por no dejarle a él todo el peso de la conversación-, cuando una se pasa tanto rato escuchando viejas historias , después lo último que quiere es irse a dormir.
El ave blanca rió de nuevo, con aquella risa tranquila y silbante. “Hasta su risa suena bien, diablos” pensó Alicia.
-¡Curioso!, yo siempre creí que esos cuentos debían producir el efecto contrario… Mis amigos y yo solemos contar relatos antes de irnos a dormir, precisamente.
-¿Y cómo es que no está usted con sus amigos ahora?
-Bueno, nosotros los cisnes solemos acostarnos más tarde que las aves de corral –el individuo pareció guiñar un ojo debajo de su antifaz negro. “Cisnes” pensó Alicia extrañada, “así que era eso… no he oído tal cosa en mi vida”-. Mis compañeros todavía deben estar deambulando por ahí, de modo que, ya que voy con algo de tiempo, no me viene mal parar a reposar un rato aquí. Además… no es la primera vez que he estado por estos alrededores –al decir esto, el cisne echó una mirada melancólica en torno a sí-. Tengo tantos recuerdos de este sitio…
-¿Qué clase de recuerdos? –Alicia no pudo reprimir la pregunta. Él se volvió a mirarla y, riendo, contestó:
-Vamos, señorita, no creo que quiera seguir escuchando más viejas historias por hoy…
-Soy una gallina muy curiosa.
El cisne la miró y sacudió graciosamente la cabeza en señal de negación.
-No es de buena educación aburrir a una dama con la historia de mi vida, o con parte de ella.
La gallina puso los ojos en blanco. No estaba acostumbrada a mantener conversaciones tan finas. El pensamiento debió reflejarse en la expresión de su rostro, porque el tipo se rió afablemente y agregó:
-Tal vez usted sí que tenga algún cuento interesante, ¿no?
-No, y aunque lo tuviera, no desearía aburrirlo con él –respondió Alicia irónicamente, en un patético intento de hacerse la digna. Pero no, ni siquiera su tono cortante podía borrar la amabilidad del rostro de aquel cisne, que se encogió de alas y siguió nadando con la cabeza gacha por el estanque.
Alicia sabía que su “dignidad” no le iba a durar mucho, al fin y al cabo no dejaba de ser una gallina. Suspiró resignadamente y, tras un breve silencio, dijo:
-Bien, señor mío… si yo le entretengo con alguna historia, ¿podré escuchar la suya después?
El cisne sonrió y asintió distraídamente con la cabeza. Alicia se sentó sobre la piedra donde estaba parada, sin saber muy bien con qué iba a salir. No se le ocurría ninguna anécdota de su infancia que valiera la pena contar en ese momento.
Sin saber por qué, de pronto la buena gallina se sorprendió a sí misma relatando aquella historia que tanto la había entristecido apenas un rato antes… la historia del extraño hijo de su amiga, el pequeño Patito Feo. ¿Qué rayos le importaba eso a un desconocido? Nada, seguramente, pero el impacto que había tenido aquel breve relato sobre Alicia era mayor de lo que ella misma había imaginado. A medida que lo contaba, sintió todavía más compasión hacia el propio patito de la que había experimentado antes.
Minutos más tarde, con el efecto que producían las hojas secas al moverse con el viento y el ulular de un búho que al parecer acababa de despertar, la gallina llegó, casi sin darse cuenta, al final de su narración:
-Y desde que el crío desapareció, a la pobre parece que le van mejor las cosas, no se crea. Pero así y todo… Es decir, bien, sus otros hijos crecieron orgullosamente y todos le dieron unos nietos adorables que son la dicha de sus ojos. Pero no es feliz, no del todo, al menos. Sigue sintiendo que falló con aquel patito, que sabrá Dios dónde ha acabado.
-Triste historia –murmuró el cisne, esquivando su mirada. Llevaba ya un buen rato nadando más despacio y con la cabeza gacha, curiosamente desde que Alicia había empezado a hablar.
-Sí que lo es… -suspiró Alicia pensativamente-, y sin final, como la mayoría. ¡Bueno!, ahora es su turno.
-¿Mi turno de qué? –inquirió el cisne, intentando hacerse el tonto. Alicia frunció el ceño.
-Para su historia –respondió-, la historia que prometió contarme cuando yo acabara con la mía, ¿recuerda?
-Recuerdo muy bien que yo no “prometí” nada, y creo que usted dio por hecho algo que yo no –replicó él, con un tono que a Alicia, indignada como estaba, se le antojó burlón.
-Pero… ¡usted…
-¡Además! –agregó el cisne-, se me va haciendo tarde y no puedo quedarme aquí a contar historias. Mis compañeros me estarán esperando.
-No, si ya lo decía mi madre… “no te fíes de los pajarracos refinados, que son más aves de rapiña que los buitres” –murmuró Alicia con evidente enfado. Lo había dicho como para sí misma, pero indudablemente él la escuchó. Se dio la vuelta y la miró sorprendido.
-¿Aves de rapiña? –preguntó confundido-. Vamos, señorita, no hace falta que se lo tome tan a la tremenda.
-No, disculpe “usted”, que yo no me tomo a la tremenda lo que diga “usted”, señorito “usted”… total, sólo soy un ave de corral ignorante sin nada mejor que hacer que contarle cuentos a cisnes con insomnio.
El aludido pareció desconcertado, pero tras un par de segundos estalló en una carcajada. “No, si ya lo que me faltaba…” pensó la gallina, que seguía con el ceño arrugado.
-Bueno… -dijo el cisne, cuando terminó de reír-, que vaya con prisas ahora no significa que acostumbre a romper mis promesas, ¿eh? A lo mejor es que estoy buscando una excusa para pedirle… para pedirte, disculpa, que cenes conmigo mañana, si tanto quieres escuchar mi historia.
Alicia, sorprendida por aquel súbito cambio, tardó un poco en responder.
-Eh… ¿debería?
-No necesariamente, pero ya que has dicho que eres una gallina curiosa…
Se hizo el silencio durante algunos segundos: la joven gallina, tomada por sorpresa, no sabía qué decir. Sintió que se ruborizaba otra vez.
Cri, cri, cri, cri…
-¿Misma hora, mismo sitio? –preguntó finalmente, intentando ocultar su renovada timidez. El cisne asintió con otra amable sonrisa y de pronto, como si algo le hubiera llamado la atención, miró hacia arriba. Alicia siguió su mirada y se estremeció: allí, en el cielo nocturno, un grupo de cisnes volaba majestuosamente sobre ellos.
-Por cierto –su acompañante volvió a dirigirse a ella, que le devolvió la mirada-, dale mis saludos a tu amiga, la Señora Pata. Y dile de mi parte que, como dijo un amigo mío, “poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”.
Alicia volvió a mirarlo alzando una ceja inexistente.
-¿Se supone que tengo que tengo que entender eso? Porque te recuerdo que algunos no llegamos a tu nivel de sabiduría, Nostradamus…
El cisne se rió y echó otro vistazo hacia arriba: las hermosas aves se iban alejando.
-Imagino que tu nivel de sabiduría debe ser aún más alto, por lo que he escuchado. Mañana, cuando oigas lo que tengo para contarte, juzgarás por ti misma, señorita…
-Alicia.
-Alicia –repitió él, y entonces abrió sus preciosas alas y se elevó en el aire-. Tengo que irme ahora, pero, ¡te espero aquí mañana!
-¿No vas a presentarte? –preguntó Alicia, casi sobresaltada por lo grande que parecía haberse hecho al alzar el vuelo.
-No de momento –el cisne guiñó un ojo y se elevó hacia arriba, de modo que su voz fue apagándose a medida que se alejaba-, es una mala costumbre que tenemos los que llevamos antifaz…
-¡Pues seguirás siendo Nostradamus, entonces! –exclamó la gallina. Casi pudo verlo reír antes de que su agraciada figura se convirtiera en una sombra, y cuando esa sombra siguió al resto de los cisnes, muy pronto el grupo desapareció entre las nubes.
Alicia sonrió divertida.
¿Qué era esa filosofada que había dicho antes? “Poco importa que nazcas en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne”…
La joven gallina se encogió de alas. ¡Desde luego, mira que había individuos raros por el mundo!

Wycliffe Centre, 4 de octubre, 2009

Ocho páginas, Señor, mátame… T__________T
En serio, si lo habéis leído, decídmelo para que os haga lectores honoríficos y os deba muchos favores. Aguantar semejante tostonazo chorra tiene MUCHO mérito…

P.D. Os dejo un link por si queréis leeros el cuento de “El patito feo” de Hans Christian Andersen, que ya se que todos os lo sabéis, pero de vez en cuando es bonito recordar…

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/euro/andersen/patito.htm