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martes, 30 de julio de 2013

Pincelada de arte - La princesa prometida, de William Goldman

Para la reseña literaria de hoy he decidido optar por otro libro que he leído recientemente. Además, en esta ocasión se trata de un caso muy especial: una lectura que llevaba tiempo persiguiendo y no había conseguido encontrar, y que gracias a mi amiga Bárbara que supo de mi búsqueda y me lo prestó, al fin hace poco pude tenerlo en mis manos. Me encantan estas situaciones porque cuando llevas bastante tiempo deseando leer un libro en concreto el momento de abrirlo por la primera página es el doble de emocionante.

Este clásico de William Goldman es muy conocido gracias a la adaptación a la gran pantalla que se hizo en 1987, y aunque la película fue lo primero que yo conocí y también me gustó mucho, no quiero irme por las ramas: por hoy centrémonos en hablar de la genial obra en la que se basó. La princesa prometida cuenta la historia de la muchacha más hermosa del mundo, la joven Buttercup, que tras la muerte de su amado Westley se siente tan vacía que ni siquiera reacciona cuando el príncipe Humperdinck decide tomarla por esposa sin opción a réplica. Poco antes de la boda, sin embargo, Buttercup es secuestrada por tres extraños personajes que trabajan para los enemigos del príncipe. Pero ellos no son los únicos que van tras la futura princesa, y pronto descubren que un misterioso pirata vestido de negro les pisa los talones.

Esta novela es una locura de principio a fin: una especie de cuento de hadas, o una historia de piratas, o un relato de aventuras, o todo a la vez sin llegar a ser ninguno en concreto. La ausencia absoluta de realismo que envuelve cada página juega en este caso a su favor, pues crea situaciones totalmente absurdas a partir de detalles muy simples: una frase ingeniosa, una acción fuera de lugar, una exageración desproporcionada de los acontecimientos, etc. En este universo creado por Goldman ninguno de los personajes actúa como un ser humano real, ni habla como un ser humano real: son seres ficticios, y no se proponen otra cosa. Esto dicho de esta manera parece un defecto más que una cualidad, y lo sería de no ser por un detalle: esto no es una historia hecha para ser tomada en serio. Es una fantasía, un cuento que busca la risa del lector, la sorpresa y el entretenimiento mediante un lenguaje ingenioso y hábil. Resulta un poco difícil de explicar, pero es que ésa es precisamente su mayor virtud: hay muy pocas historias comparables a La princesa prometida.

Supongo que ni siquiera tiene sentido hablar de la cantidad de frases míticas que han salido de esta novela, teniendo en cuenta que muchas de ellas ya se han convertido en eslóganes de camisetas, chapas y pósteres. Sólo comentaré que además de las citas más obvias el libro tiene muchos otros fragmentos inolvidables que sorprenden por su ingenio, sencillez y sentido del humor.

Para concluir, diría que probablemente la palabra que mejor describe La princesa prometida es “entrañable”. Hay un componente inexplicable en la fascinación que despierta en el lector, y ésa es su mejor carta: ser una historia que tanta gente quiere y que pocos saben explicar por qué (y yo no me incluyo entre esos pocos). En cualquier caso es un libro creativo, entretenidísimo, muy memorable y disfrutable de principio a fin para todo el mundo. Totalmente recomendable.

lunes, 22 de julio de 2013

Pincelada de arte - Susurros del corazón

No voy a mentir. La primera vez que me aproximé por mi cuenta al cine anime lo hice con muchos prejuicios sobre lo que me iba a encontrar. En parte supongo que eso es inevitable cada vez que vemos algo nuevo: casi nunca lo hacemos con ojos imparciales. Queramos o no admitirlo, la realidad es que tenemos juicios previos y preconcepciones sobre prácticamente todo. En lo que se refiere a animación japonesa yo había visto cosas aquí y allá, pero en general asumía que se trataba de un tipo de cine demasiado bizarro, lento y críptico para mi gusto, dirigido a un público muy específico, y que a mí nunca podría gustarme del todo. Sin embargo, cuando empecé a ver por curiosidad algunas películas de Studio Ghibli (uno de los estudios de animación más reconocidos en la actualidad, a la altura de Pixar, Dreamworks y Disney), me sorprendió encontrarme con auténticas obras de arte. Estamos hablando de largometrajes animados rebosantes de creatividad, visualmente impresionantes y con historias muy originales. Es cierto que algunas me han gustado más y otras menos, pero es uno de esos casos donde lo que es bueno es muy, muy bueno. Digo toda esta introducción para que veáis las vueltas que tiene la vida, porque puedo asegurar que hace unos años, si alguien me hubiese dicho que una película de animación japonesa iba a impactarme, inspirarme como artista y desafiarme a la hora de enfrentar la página en blanco, lo más probable es que no lo hubiese creído.

La película a la que me refiero es Susurros del corazón, una obra animada de 1995 dirigida por Yoshifumi Kondo y escrita por el hijo predilecto de Ghibli, el director Hayao Miyazaki. La protagonista de esta historia es una adolescente amante de la lectura que observa, sorprendida, que todos los libros que saca de la biblioteca han sido sacados antes por la misma persona, y se pregunta cómo será este individuo. No es un relato de misterio, es más, resulta bastante evidente para el espectador de quién se trata, pero al menos está bien llevado. Y al fin y al cabo la historia no se centra en dicho descubrimiento, sino en la relación entre ambos protagonistas.

Esbozada la sinopsis, podemos ver que el argumento en realidad no es nada del otro mundo. Tampoco diría que es una premisa típica o que suena repetitiva, eso no, pero si alguien me dijera que esa es la trama de una película de casi dos horas no podría evitar preguntarme: ¿qué tiene eso de especial?

Creo que aquí es donde hay que aplicar esa frase que tantas veces se dice y que tanta verdad encierra: muchas veces lo importante no es lo que cuentas, sino cómo lo cuentas. Susurros del corazón maneja esa regla narrativa a la perfección, pues nos encontramos ante una película costumbrista, llena de observaciones y detalles de la vida cotidiana que no pueden dejar de arrancar alguna sonrisa. Resulta muy agradable ver una película sobre adolescentes que no siente la necesidad de crear conflicto a partir de errores estúpidos, malentendidos ridículos y situaciones que nunca suceden en la vida real (esto tiene su encanto a veces, no digo que no, pero llega un punto en que cansa). La película se toma su tiempo desde el minuto uno para desplegar con mucho cuidado un mapa de la vida de nuestra protagonista: su familia, sus tareas en casa, sus amistades, su pasión por los libros, sus preocupaciones, su primer amor… En los primeros diez minutos, y a pesar de las diferencias que no dudo que habrá entre la cultura oriental y la occidental, ya sentía que una película animada japonesa retrataba mi adolescencia mejor que cualquier serie española de instituto que haya visto. ¿Cómo se explica eso?

La dificultad que enfrento al escribir este comentario es que las razones por las que Susurros del corazón consiguió cautivarme son bastante específicas y personales, y por eso es probable que no represente a una gran mayoría de espectadores, pero aun así compartiré mi punto de vista por si alguien más se ve reflejado. Los temas que trata esta película son variados, y tienen que ver con el crecimiento, las relaciones interpersonales, la vocación y el conocerse a uno mismo a través del arte. Y uno de los conflictos que enfrenta la protagonista mientras ve crecer sus sentimientos hacia el joven fabricante de violines es el de la incertidumbre ante el futuro: el no saber qué hacer, la necesidad de ponerse desafíos, el miedo a fallar en el primer intento… Decide escribir una historia para probarse a sí misma. La primera vez que yo vi esta película tenía dieciocho años, acababa de terminar segundo de bachillerato y estaba trabajando en una novela que no acababa de tomar forma, así que podéis imaginar que estas reflexiones no cayeron sobre vacío. Diálogos como éste que copio aquí no sólo me impactaron, sino que se convirtieron en una fuerte inspiración en un momento en que las cosas no parecían sencillas.
 
-Eso se llama berilo. Contiene fragmentos de una esmeralda natural.
-Esmeralda… ¿la joya?
-Así es. Seiji y tú sois como esta roca. Al natural, aún sois una roca sin pulir. A mí me pasó algo parecido. Pero hacer violines y escribir son cosas diferentes. Tienes que encontrar la joya en el interior y pasar tiempo puliéndola: es un trabajo agotador. ¿Puedes ver la enorme joya del interior?
-Sí.
-Esa es la verdad: si la pules, encontrarás lo que ahora no ves con claridad. Las más pequeñas del interior son las más puras; así, puede que haya joyas mejores en el interior que no puedes ver.

Susurros del corazón es un relato simple, pero conmovedor, sobre las etapas de transición y aprendizaje en nuestra vida. A través de unos personajes muy agradables y unas imágenes preciosas (atención a los fondos y animación de la última escena y un aplauso para los dibujantes, por favor), se crea un lugar de ensueño y una atmósfera envolvente para una película que, estoy segura, aún no he visto por última vez.

lunes, 15 de julio de 2013

Pincelada de tinta - Historia del Pensamiento y la Palabra

Baúl de los recuerdos al rescate. Este relato tan breve estoy casi segura de haberlo escrito un lunes en la facultad, pero no me hagáis mucho caso porque mi memoria no tiene fama de fiable. No es nada especial, pero fue entretenido de escribir a pesar de ser tan corto y me daba pena dejarlo en la carpeta de escritos olvidados, así que lo pongo por aquí, que seguramente será más feliz. ¡Saludos!

Érase una vez una Palabra que vivía en el margen de una página de un libro. Era una palabra preciosa, sin faltas de ortografía ni de estilo, que vestía una elegante caligrafía; una de esas palabras tímidas que no se asoman con frecuencia pero que son demasiado curiosas y simpáticas como para encerrarse de forma permanente en un diccionario. Había vivido desde que tenía uso de razón en aquel margen, donde los ojos de miles de lectores la pasaban por alto y las palabras que vivían en los renglones la rechazaban por no estar impresa como ellas, y por eso aquella Palabra se sentaba allí triste cada día, deseando hallar la forma de marcharse. Nunca encontraba la ocasión para hacerlo, porque todas las miradas pasaban junto a ella con demasiada rapidez como para que pudiese aferrarse a una de ellas, y siempre acababa suspirando melancólica cuando el libro se cerraba.

Pero un día, una de aquellas miradas pasó a su lado y, para su sorpresa, se detuvo. Como si fuera un sueño, la Palabra vio descender a un Pensamiento que se había fijado en ella y había quedado deslumbrado. La tomó de la última letra en un gesto que terminó de cautivarla a ella también, y ambos comprendieron que la espera y la búsqueda habían llegado a su fin. La Palabra y el Pensamiento se abrazaron y juntos subieron primero a un subrayador y luego a un bolígrafo, dejando atrás el margen, la página, el libro y los estupefactos renglones. En aquel bolígrafo permanecieron unos días, o quizá unos años, navegando por ríos de tinta y escuchando el sonido de los miles de historias fragmentadas, versos y declaraciones que poblaban aquel lugar de ensueño. No sabían muy bien si aquello que les unía era el amor, el lenguaje o el silencio, pero fuese lo que fuese les había hecho olvidar los interminables vacíos de su existencia anterior. El margen de la página pronto apareció como una sombra borrosa en los recuerdos de la Palabra; el Pensamiento, que había pasado tantos años viajando en aquella mirada perdida y desorientada, también había decidido colocar ese pasado tras el velo del olvido. Aquellos como él no están destinados a viajar solos por el mundo.

Estaban juntos, y eso era lo importante. Quizás por ello tan poco se ha contado acerca del final de esta historia: nadie sabe dónde acabaron la Palabra y el Pensamiento tras abandonar los arroyos de tinta, porque lo que para nosotros podría ser el inicio para ellos fue lo mismo que un desenlace, y no hizo falta relatar más. Pero a mí me gusta pensar que ahora viven grabados en la luna (junto a todos los cuentos y poemas que a lo largo de los siglos se le han dedicado a ésta), o en la sonrisa de una persona emocionada al recibir una tarjeta de cumpleaños, o en un deseo de felicidad y esperanza para un amigo, o ¿quién sabe?, tal vez viajen a través de un cuento.


Madrid, a 10 de diciembre de 2012