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lunes, 28 de diciembre de 2009

Pincelada de tinta - Un descuido tonto

No me siento con ganas de escribir introducciones ni excusas, os dejo sin más con el relato xD

Sé que a veces, cuando te invitan a un cumpleaños, tienes ciertas obligaciones. Como saludar a todo el mundo, ir bien peinado y arreglado, limpiarte los zapatos en el felpudo antes de entrar… lo típico.

¡Pero nadie me había dicho que era de mala educación preguntar a qué hora se soplaban las velas! La dueña de la casa, esa señora alta que según mamá era nuestra “anfitirona” (o algo así), me miró con cara de pocos amigos y me dijo que no era asunto mío. ¡Antipática! Pero lo peor es que la muy chivata fue a quejarse a papá por mi pregunta.

¡Qué enfadado estaba! Me llevó a un rincón apartado con la excusa de arreglarme un botón que se me estaba soltando de la camisa y me dijo muy serio:

-Que sea la última vez que vas haciendo preguntas improcedentes a personas tan amables que nos han invitado a un cumpleaños, ¿oyes? Como me entere de que vuelves a portarte mal, te meto en el coche y nos volvemos a casa sin probar la tarta.

No me gusta nada ver a papá enfadado, así que me pensé no abrir la boca en toda la tarde para evitar más meteduras de pata. ¡Vaya! “¿Y yo qué sabía?” me hubiera gustado contestar, pero él me dio la espalda y volvió a reunirse con los demás invitados en el salón antes de que me diera tiempo a abrir la boca. Me quedé confundido, y también algo triste.

***


A medida que transcurría la tarde, no podía dejar de sentir que en aquella fiesta faltaba algo.
Me senté en el sofá y me puse a mirar a mi alrededor con el dedo índice en la cabeza (es que así pienso más rápido), preguntándome qué era lo que echaba en falta. Mesa, comida, bebidas frías, regalos apilados en un rincón… Hombre, ¿sería posible que estuviera equivocado? Sin poder contener la curiosidad, y olvidando mi anterior propósito de ser un niño mudo, crucé el salón hasta donde estaba mamá, charlando con otra señora, y le comenté mis impresiones.

Su reacción me dejó perplejo. La sonrisa dulce de su rostro se desvaneció dejando paso a una expresión dura, incluso enojada.


-No te pongas tan quisquilloso –me dijo-, y deja de sacarle punta a las cosas y de buscar fallos en todos lados. ¡Es de mala educación para con nuestra anfitriona!

¡Pero…! ¿Quién había decidido de repente, y sin avisarme, que todas mis preguntas eran de mala educación? Me alejé de allí lleno de rabia, me escondí detrás de un mueble-bar que había en el vestíbulo y decidí quedarme allí hasta que sirvieran la tarta. Tenía ganas de llorar, pero me aguanté: no sirve de nada llorar cuando nadie te está mirando.

Sonó el timbre, y escuché acercarse unos pasos por el pasillo: supuse que sería la antipática “anfitirona”. ¿Debía salir de allí? La señora ya casi estaba llegando a la puerta. Opté por no moverme: total, no me iba a ver… Oí cómo giraba el picaporte.

-¿Hola? ¿Qué quieres? –preguntó ella, con un tono muy poco amable.

-Hola… ¿puedo entrar? –inquirió con voz dudosa quienquiera que se hallase al otro lado de la puerta. Sonaba como un niño más o menos de mi edad, por lo que me asombro fue doble cuando escuché la respuesta de la “anfitirona”.

-¡Claro que no! ¡Nadie te ha invitado aquí! Ni siquiera te conozco. Es nuestra fiesta, y no queremos extraños. ¡Lárgate!

La puerta se cerró de golpe, y vi de reojo cómo la mujer se alejaba. No daba crédito a mis oídos. ¡Pero qué mala! Aunque sé que los adultos nunca son maleducados (papá me ha dicho muchas veces que yo dejaré de serlo cuando crezca), aquello se había parecido bastante a lo que yo entiendo por mala educación. ¡Pobre chico! Debía ser un mendigo, y con el frío que hacía en la calle, normal que quisiera entrar. ¿Qué podía saber él de la fiesta de cumpleaños?

Me daba mucha pena, así que tomé otra decisión: hacer mi último acto maleducado de la tarde. Luego volvería a portarme bien para que papá no me llevara a casa sin probar la tarta.

Volví rápidamente al salón y, procurando que nadie me viese, metí en una servilleta un par de mediasnoches con queso de las que aún quedaban encima de la mesa. Escondiéndolas bajo mi chaqueta, volví sobre mis pasos y llegué hasta la puerta de la casa. La abrí con cuidado para no hacer ruido y la helada noche me recibió haciéndome tiritar. No muy lejos, en la acera, vi caminar una pequeña figura.

-¡Eh! –exclamé, y agité una mano intentando llamar su atención. El niño se giró extrañado y me miró. Le hice señas para que se acercase: no quería alejarme de la puerta y correr el riesgo de que se cerrara dejándome fuera.

El chico se acercó, al parecer algo inseguro. Era moreno, de ojos castaños, no mucho más alto que yo, y no parecía realmente un mendigo, aunque no iba muy abrigado. Cuando llegó hasta mi altura, me apenó ver lo pálido que estaba y el tono casi azulado que coloreaba sus mejillas.

-Es para ti –dije, optando por ir al grano, y puse la servilleta con las mediasnoches en su mano, que efectivamente estaba helada. Él miró extrañado el “regalo”, me miró a mí y, sorprendentemente, se rió.

-Muchas gracias –me dijo, apretando las mediasnoches contra su pecho.

-Siento que no puedas entrar –dije-. Estamos celebrando una fiesta.

-Lo sé –respondió él, pareciendo algo triste. Miró hacia una de las ventanas, como adivinando la algarabía y diversión que había dentro de la casa, y luego volvió a mirarme a mí-. ¿Sabes lo que se celebra?

-Pues sí… un cumpleaños –dije yo, algo inseguro. El niño asintió levemente con la cabeza y dijo:

-Así es. Mi cumpleaños, para ser exactos.

Abrí los ojos de golpe y lo miré de arriba abajo, perplejo.

-¡¿Qué?! ¿Tu… TU cumpleaños? ¿Quieres decir que toda esa fiesta de ahí dentro es para celebrar tu cumpleaños?

El chico volvió a asentir con la cabeza. No podía creerlo, sencillamente no me entraba en la cabeza.

-¡Pero eso no tiene sentido! ¿Entonces por qué no estás ahí soplando las velas, y abriendo regalos, y…?

Él se encogió ligeramente de hombros.

-Ya oíste a la señora, ¿no? –dijo-. Nadie me ha invitado. No puedo entrar.


Wycliffe Centre, 13 de diciembre, 2009

MORALEJA: Celebrar una fiesta sin el invitado principal tiene muy poco sentido.

Feliz Navidad...