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sábado, 17 de octubre de 2009

Pincelada de arte - El Señor de los Anillos (películas)

Antes de nada quiero advertir una cosa: SÍ, a simple vista esta pincelada tiene pinta de ser un tostón... ¿y sabéis por qué? Porque lo es. Un tostonazo de principio a fin, y si de verdad os interesa leeros todo ese texto aburrido y kilométrico en el que no hago otra cosa que pelotear una película, en serio... vuestros niveles de aburrimiento están llegando a niveles anormales.

Lo digo para dejar claro que esta pincelada casi la he escrito más para mí que para vosotros, porque "El Señor de los Anillos" tenía que estar presente en un apartado donde hablo de cine, pero me he enrollado muchísimo y no es un texto que realmente me interese mucho que los demás lean. Así que "don't cry in your pillow" si no os veis con ganas de tragaros esta pincelada. Yo, en vuestro lugar, no me la leería xD.




Todavía recuerdo la época en que se estrenó. Al finalizar una década tan fructífera para el cine como lo fueron los 90, en el vestíbulo del siglo XXI y en un tiempo en el que Hollywood no daba demasiadas oportunidades a las películas de fantasía (un contexto que se ve más tarde con los años, ya que yo en aquel entonces no tenía esa perspectiva), Peter Jackson y su enorme equipo de colaboradores trajeron una propuesta que parecía imposible: la adaptación cinematográfica de una obra tan importante para el mundo literario como “El Señor de los Anillos”, de J.R.R. Tolkien (la cual también tendrá su lugar de honor entre las páginas de este blog en cuando sea capaz de escribir algo que le haga justicia).

Cabe destacar que no era la primera vez que esta trilogía se intentaba llevar a la gran pantalla. Anteriormente existieron proyectos que nunca llegaron a concretarse, como el de Stanley Kubrick, quien ideaba filmar esta adaptación con los Beatles (…), rumores acerca del propio George Lucas deseando crear una película, y no podemos olvidar aquel intento en plenos años 50 por parte de ni más ni menos que de la compañía Disney, proyecto al que el propio Tolkien accedió con muchas reticencias (mayormente por razones económicas) poco después de publicar su obra, pero que jamás llegó a buen término después de que el autor leyera el guión escrito por un tal Morton Zimmerman; éste, al parecer, destrozó la novela de tal modo que Tolkien no sólo exigió que se cancelara la adaptación, sino que antes de morir declaró ante un notario que ni Disney ni ninguna empresa asociada volviera a pretender llevar “El Señor de los Anillos” a la gran pantalla. Más adelante, en los años 70, el director Ralph Bakshi consiguió crear la primera película basada en la trilogía, en una producción animada que supuso altísimos costes pero acabó fracasando, de modo que ni siquiera se llegó a terminar del todo.

Y en plena época de los dos miles, sucedió. Otra vez, sí, pero como nunca antes se había visto. La fantasía épica se abrió camino en el cine moderno mediante esta sublime adaptación que hizo llenar las salas durante mucho tiempo y dio que hablar a muchísima gente alrededor del mundo. Como digo al principio de esta pincelada… todavía lo recuerdo. Y de hecho, todavía recuerdo mi propia actitud ante aquel bombazo que había trastornado a mi generación y al público en general… mi respuesta, por raro que os pueda parecer, fue durante mucho tiempo un rotundo NO. Como lo leéis. Me negaba por completo a dedicarle tres horas y media de mi tiempo a ver la primera parte de esta saga, y más sabiendo precisamente que sólo era una primera parte, con el final abierto que ello conlleva y que luego me haría esperar dos continuaciones también interminables. Pereza.

Sin embargo, y gracias a Dios que nos da hermanos mayores, fui literalmente obligada a sentarme en el sofá delante de la pequeña pantalla de mi salón y ver la película que iniciaría mi futuro frikismo: “La Comunidad del Anillo”. Por ese entonces ya todos los demás estaban flipando al salir de ver “Las Dos Torres” en el cine, pero yo iba con retraso. Y no fue hasta que “El Retorno del Rey” llegó a los cines que me decidí a ver aquella segunda parte, de modo que pudiera ir a ver la tercera antes de que la retiraran de la cartelera. Ese día entré en el cine entusiasmada y salí como en una nube, después de tres horas y media de emoción, lágrimas, risas y toda la fascinación que puede producir algo tan aparentemente simple como ver gente proyectada en un pedazo de tela enorme… y, sin darme cuenta de lo que supondría aquella nueva aventura, me decidí a leer los libros que habían propiciado tan maravillosa trilogía cinematográfica, cosa que más adelante me convertiría en la “tolkiendi” que sigo siendo ahora. Pero como ya he dicho, eso tendrá lugar en otro momento, y por ahora me atendré a hablar de las películas.

Peter Jackson, cineasta pero también lector y gran admirador de la obra de Tolkien, sabía desde el principio los riesgos que conllevaba esta gran producción. Y ciertamente, lo que llevó a cabo puede calificarse como una hazaña heroica digna de recordar durante toda la historia del cine. No muchos directores, ni antaño ni hoy en día, se atreverían a filmar tres películas de tres horas y media al mismo tiempo, ni a trasladarse de Hollywood a las tierras de Nueva Zelanda sólo para encontrar los paisajes más respetuosos con la novela de Tolkien, ni a reescribir el guión todas las veces que hiciera falta sin dejar de exigirse más a sí mismo (por supuesto, los nombres de las co-guionistas Frances Walsh y Philippa Boyens tampoco pueden faltar aquí).

Si bien no quiero entrar en muchos detalles acerca del trabajo de los actores, ya que reconozco que no soy experta en el tema de la interpretación, me siento obligada a dejar constancia de mi opinión personal: todos y cada uno de los miembros del reparto lo bordaron, así de simple. Es para quedarse con la mandíbula por el suelo el ver actuaciones como la de Ian McKellen en el papel de Gandalf, Viggo Mortensen como Aragorn, Elijah Wood interpretando a Frodo, John Rhys-Davies dejándose la piel en el personaje de Gimli, Andy Serkis realizando una sublime encarnación de Gollum (aún más loable si tenemos en cuenta que al fin y al cabo no dejaba de tratarse de un personaje digital)… y eso sólo por citar algunos ejemplos.

Para la banda sonora se recurrió al compositor Howard Shore, quien se entregó en cuerpo y alma a la tarea de crear una obra musical que, como resultado final, no es menos que una obra maestra. Fragmentos instrumentales como “The Shire”, “Rohan”, “The Grey Havens”, o la maravillosa canción “Into the West” (y me quedo MUY corta) son piezas sencillamente magistrales, que abren una nueva puerta a la Tierra Media a través de los sentidos auditivos.

Me quedaría por mencionar muchísimos otros aspectos, como los impresionantes trabajos de fotografía, iluminación, escenografía, vestuario, y tantas otras cosas en las que no me voy a extender, ya que sobre estas películas podría seguir escribiendo páginas y páginas, pero creo que ya he dejado bastante clara mi postura. ¿Por qué a día de hoy “El Señor de los Anillos” es una de mis películas (de casi quince horas de metraje) favoritas de todos los tiempos… por no decir la que más? Es cierto, hay películas más redondas de principio a fin. Es cierto, las hay menos pretenciosas. Es cierto, las hay más fluidas y las hay más pensadas y menos comerciales. Os doy la razón.

Pero una saga que me mantiene en vilo durante tantísimo tiempo, que hace que me enamore de sus personajes, que me adentra en todas sus tramas y que tiene escenas que me siguen haciendo llorar aunque las haya visto mil veces… bien se merece un primer puesto en mi podium particular. Considero “El Señor de los Anillos” una obra cinematográfica única en su género, algo que posiblemente no vuelva a repetirse, y es que, como ya dije anteriormente en otra pincelada… eso es lo que pasa con los diamantes en bruto.

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