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jueves, 31 de diciembre de 2015

Última entrada del año: Inside Out Book Tag

A estas alturas, para nadie debe suponer una sorpresa descubrir que no voy a acabar mi reto de lectura antes de que termine el 2015. ¡Oh, no! Y ahora… ¿quién podrá ayudarnos? Bueno, esto entraba dentro de las posibilidades, y como ya adelanté, no tengo ningún problema en continuar durante el 2016. Más tarde que temprano, pero este reto lo acabo sí o sí. En cualquier caso, estoy muy contenta: por primera vez desde su inicio en 2009, El arte de soñar ha superado su récord de entradas en un año. Solo se me había quedado una espinita: esta entrada, que tenía ganas de publicar antes de entrar en el 2016. Así que aquí estamos, aprovechando las últimas horas disponibles. Marca de la casa. En fin, Seraf… bueno, dejémoslo. ¡Adelante!



Hace unos meses vi esta especie de reto en Youtube y me gustó bastante la idea. Vale, es cierto que sigo en modo bestmovieever desde que vi esta película en verano y cualquier cosa con las palabras «inside out» iba a gustarme sí o sí, así que en realidad tenía poca escapatoria. Y si encima tiene que ver con libros, apaga y vámonos.

Para los que no hayáis visto Inside Out (Del revés para los españoles), lo primero es lo primero: tenéis que verla. Es una de las mejores películas que he visto últimamente, de las que me habría comprado nada más salir del cine su hubiera podido (y esta Navidad me la ha regalado mi hermana, ¡felicidad!). Pero bueno, para leer esto solo necesitáis saber que es una historia donde los protagonistas son las cinco emociones de una niña de once años: Alegría, Asco, Miedo, Tristeza e Ira. Por lo tanto, este reto consiste en decir un libro que asocies con cada una de esas emociones, y explicar por qué.

Antes de empezar quiero señalar lo evidente: los libros normalmente no inspiran una única emoción, y si lo hacen, no valen mucho la pena. Está claro que todos los libros van a tener momentos alegres, tristes, inquietantes, etc. Para elegir cada uno no me he basado en su temática ni en el tono que predomina, sino en mis propios sentimientos y en el recuerdo que tengo de esa lectura; así que, por supuesto, esto va a ser totalmente personal. Otro detalle que quiero aclarar es que he incluido solo los libros que he llegado a leerme enteros, porque normalmente si una lectura me resulta insoportable es muy difícil que la termine. En realidad todos los libros en esta lista me han gustado al menos en cierta medida, pero… en fin, digamos que algunos me han gustado «porque» y otros «a pesar de».

Bueno, se acabó el preámbulo. Vamos con esas emociones.


Alegría


Ana la de Tejas Verdes, L. M. Montgomery

Pese a lo que pueda engañar esa portada tan sosa, esta novela que leí con doce o trece años es la que más asocio con un sentimiento de alegría. No es una obra maestra de la literatura universal, no tiene reflexiones muy complicadas sobre la vida, y tampoco se trata de que explore a fondo la naturaleza humana o las cuestiones políticas de la época. Es una novela muy emocional que me inspira felicidad pura y dura: no puedo expresarlo de otra manera. Y no es porque solo ocurran cosas felices, en absoluto: ya he dicho que eso sería muy aburrido. Hay momentos duros, pero la ilusión de la protagonista por cualquier pequeño detalle es increíblemente contagiosa, y me ayuda a ser agradecida por el simple hecho de poder respirar. Es un libro del que solo tengo buenos recuerdos.


Asco


Festín de cuervos, de George R. R. Martin

(Y toda la saga, ya que estamos).

Ya he hablado bastante de Canción de hielo y fuego, así que no quiero enrollarme. He dejado claro que me gusta. Me leí todos los libros pasando páginas como una loca. Disfruté mucho. Pero para mí el estilo de George R. R. Martin tiene la elegancia de un asesino con hacha, y eso hace que le tenga que «perdonar» muchas salvajadas mientras voy leyendo. Sí, sé que lo hace para dar realismo, que este mundo está inspirado en la Edad Media, que las cosas eran así y patatín patatán. Tiene todo el derecho a hacer lo que le dé la gana, por supuesto, pero eso no significa que yo tenga que disfrutarlo. Estoy segura de que se puede representar la violencia extrema de esa sociedad sin necesidad de ser tan despiadadamente gráfico.

He elegido este libro en concreto porque es donde está el momento que me hizo sentir más repugnancia. No voy a entrar en detalles, pero para que los lectores os ubiquéis, es cuando a Jaime Lannister le cuentan lo que le ocurrió a Vargo Hoat, alias «La Cabra». Muy agradable, ¿verdad? Tan agradable como puede ser tener ganas de vomitar después de leer un párrafo.

           
Miedo


Cujo, de Stephen King

Otro libro del que ya he hablado, y además hace poco, así que procuraré ser breve. Debo decir que a mí no me apasiona el género de terror, pero a pesar de ello soy fan de Stephen King, así que sabía que aquí iba a entrar una de sus novelas. He dudado sobre cuál escoger, porque es cierto que con Misery lo pasé fatal y Carrie tampoco es lo más alegre que he leído, por poner dos ejemplos, pero son libros con los que realmente no llegué a ponerme en la piel de los protagonistas lo suficiente como para sentir el mismo miedo que ellos. Con Cujo la cosa fue muy diferente, y en parte es por lo que ya mencioné en mi reseña: el terror parte de una situación perfectamente realista y que podría sucederle a cualquiera, no solo a un autor de best sellers o a una adolescente con poderes sobrenaturales. Después de leerme este libro, durante unos días, no salía tranquila a la calle. Era como si acabara de darme cuenta de que el mundo es… bueno, peligroso. Pero ya lo he superado, o al menos eso creo, porque habrá que ver mi reacción si veo a un san bernardo por la calle.

Vacunad a vuestros perros, gente. No queréis correr el riesgo.
           

Tristeza





Y las montañas hablaron, de Khaled Hosseini

Leí este libro el año pasado, y poco después se encontraba en mi lista de libros favoritos. Pocas veces una lectura me ha hecho sentir, comprender y abrazar de forma tan fuerte el dolor ajeno. Y en cierto modo eso es asombroso, porque a priori la estructura de esta novela no parece favorecer la implicación emocional. Se trata de varias historias con personajes distintos que sí, se entrecruzan, pero al final no tienen mucho que ver unos con otros; en muchos casos, las relaciones entre ellos son casi accidentales. Esto podría haber salido muy mal, porque normalmente si te presentan a uno o dos personajes al principio del libro lo lógico es que quieras acompañarlos de principio a fin, y no que de repente te interrumpa la historia de otro individuo al que «nadie ha invitado a la fiesta», por decirlo de alguna forma. Pero el caso es que funciona; no sé cómo lo consigue Khaled Hosseini, pero maldita sea, funciona de maravilla. Entre los nueve capítulos de este libro, cada uno con un protagonista diferente, no hubo ninguno del que pudiera decir «este personaje me ha dado igual» o «este relato no me ha aportado nada». Las situaciones cambiaban, pero era un sentimiento de tristeza constante, si bien la sensación final no es de amargura ni de desesperanza. Tampoco es feliz. Es más bien una empatía total, no con el autor ni con un personaje en concreto, sino con… no sé, con una parte de la vida en general. Por eso sí podría decir que es el libro más «triste» que he leído, aunque no sea el más trágico ni el más dramático.
           

Ira


La edad de la inocencia, de Edith Warthon

(Aviso: cuando me he puesto a escribir esto me he dado cuenta de que tengo bastante que decir y no quiero enrollarme, así que intentaré hacer una versión light y quizá preparar una reseña más profunda y detallada en el futuro).

Ahora mismo los que habéis leído este libro estaréis pensando: «¡¿En serio?!». Y los que no lo habéis leído, pero os estáis fijando en el título y en la portada, estaréis pensando: «Em… ¿en serio?». Lo sé, cuesta creer que alguien asocie una novela romántica del siglo XIX, algo tan (literalmente) «inocente», con una emoción a la que le sale fuego por la cabeza. Yo misma estoy un poco sorprendida con mi elección, pero cuando me he puesto a intentar recordar una lectura en la que mi sentimiento general fuese de mosqueo constante, lo cierto es que este era el título que me venía a la mente.

Aclaro una vez más que en realidad este libro me gusta. De hecho, tiene elementos que me parecen muy buenos, y supongo que tiene sentido, porque como decía Paul Auster, «no puedes odiar algo tan intensamente a menos que una parte de ti también lo ame». Tengo un buen recuerdo de la historia, de los temas que trata, de la forma en que está escrito y de algunos de los personajes. ¿Cuál es el problema, entonces? Desgraciadamente, uno bastante gordo: el protagonista. Newland Archer es un personaje insufrible, y la idea de tener que contemplar toda esta historia a través de sus ojos y supuestamente sentirme identificada con él, aparte de provocarme la risa floja, me pone de muy mala leche. Lo siento, pero no soporto a los protagonistas que se presentan como más inteligentes que el resto de la sociedad, más humanos y más valientes, y luego toman decisiones tan estúpidas. Eso de actuar como un irresponsable y luego intentar quedar como la víctima de un sistema opresor no cuela, chaval. De hecho, debo ser de las pocas personas a las que el final les gustó por razones diferentes a las de la mayoría. Pero bueno, voy a dejarlo porque me está volviendo el mosqueo y no me apetece terminar así el 2015. Ya haré una reseña más extensa otro día.



Y hasta aquí llega esta entrada, la última de un año muy intenso en lo que a lecturas se refiere (y en otras cosas también, pero no nos vayamos por las ramas). Espero que hayáis disfrutado, que sigáis visitando el blog en 2016, y que veáis Inside Out si todavía no lo habéis hecho, que no sabéis lo que os perdéis. A seguir leyendo y emocionándonos, y… ¡feliz año nuevo!

lunes, 2 de noviembre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro que puedas acabar en un día: La Buena Suerte, de Fernando Trías de Bes y Álex Rovira Celma



Ahora es cuando debería explicar por qué escogí este libro para esta categoría, y la verdad es que ni siquiera lo recuerdo muy bien. Creo que, básicamente, la semana pasada me había quedado sin lectura para el autobús y tuve que elegir deprisa y corriendo de lo que tenía en casa. Este libro en concreto recordaba haber empezado a leerlo hace años, y cuando estás eligiendo lectura prácticamente a ciegas, la familiaridad es un factor que influye bastante. Además, cuando leí que la sinopsis empezaba con las palabras: «Hace mucho tiempo en un Reino lejano…» pensé que tal vez esto sería como El caballero de la armadura oxidada: una vuelta de tuerca a la fórmula más clásica de narrativa dándole a la historia una filosofía y una visión totalmente nuevas.

El problema con La Buena Suerte es que no es ficción. Es propaganda.

Los autores cuentan el relato de dos caballeros que le piden a Merlín un reto para probar su valía, porque supongo que los caballeros de la corte artúrica no tenían nada mejor que hacer con su tiempo libre, y emprenden la búsqueda de un trébol mágico de cuatro hojas que concede suerte ilimitada a quien lo posee. A través de esta situación se establecen las diferencias entre la suerte a secas (aquella que les sonríe a unos pocos y nunca dura demasiado) y la Buena Suerte (la que crea uno mismo, cambiando las circunstancias y no confiando en el azar). Es una filosofía interesante, y el libro contiene algunos consejos buenos y útiles, sobre todo pensando en esta era en la que «el futuro es de los emprendedores», según dicen. Estoy segura de que los autores tenían la mejor de las intenciones, y a juzgar por los cuatro millones de ejemplares que vendieron no dudo que a mucha gente le haya venido bien su lectura.

Pero seamos francos, esto es un libro de autoayuda disfrazado de narrativa. Y ojo, de ningún modo me opongo a la literatura como forma de transmitir un mensaje, pero de ahí a que la novela no se diferencie en nada de una presentación power-point hay un gran trecho. Y aquí queda bastante claro cuáles eran las prioridades, sobre todo viendo lo que dice la última página:

Este libro se escribió en ocho horas, de un solo tirón. Sin embargo, nos llevó más de tres años identificar las claves de la Buena Suerte.

Pues se nota. La filosofía de la Buena Suerte está trabajada y pensada, pero la historia que se usa para transmitirla… bueno, se escribió en ocho horas, poco más puedo decir. De ahí la estructura tan repetitiva, los personajes simples hasta decir basta y los recursos no demasiado sutiles que nos encontramos. Es decir, al principio del relato Merlín encarga la búsqueda del trébol mágico a dos caballeros, uno con la capa blanca y otro con la capa negra. Oh, vaya. Me pregunto quién será nuestro héroe.

Ese es otro detalle. Creo que habría disfrutado más con esta historia si el protagonista hubiera sido el segundo caballero, que al fin y al cabo era el que necesitaba aprender las lecciones. En vez de eso el pobre acaba tachado de villano y fracasado solo por tomar las mismas decisiones que (creo) la mayoría de nosotros habría tomado, mientras que el caballero de blanco no evoluciona ni aprende nada en toda la historia porque ya era más listo que nadie dese el principio, y eso hace que no despierte ningún interés.

No se pierde nada por echarle un ojo a este libro, sobre todo porque es corto y fácil de leer, pero por mi parte tampoco he ganado gran cosa. La mayoría de los consejos son buenos, pero seguro que había otra forma de transmitirlos sin que el discurso suene a: «tengo todas las claves para triunfar en la vida y tú no». Porque si los triunfadores son así de irritantes, yo casi prefiero quedarme en el lado de los perdedores.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro que nunca has leído de un autor que te encanta: Árbol y hoja, de J. R. R. Tolkien

La portada de la edición que he leído. Esta vez es importante saberlo porque algunas ediciones posteriores incluyen un tercer texto, el poema «Mitopeia». Ésta solo tiene los dos trabajos que menciono aquí.


«Érase una vez…». Fórmula harto conocida, quizá incluso un cliché para muchos. No es mi caso: a mí me sigue pareciendo atemporal.

Y creo que es una frase muy apropiada para presentar este libro, ya que los cuentos de hadas son la razón de su existencia. Árbol y hoja es una obra del profesor Tolkien dividida (al menos en su primera edición) en dos partes: el ensayo «Sobre los cuentos de hadas», que explica las características más importantes de esta forma de literatura y la descontamina de los prejuicios que la rodean, y el relato breve «Hoja de Niggle», escrito con esa misma filosofía. Cuenta la historia de un pintor que intenta terminar su magnum opus antes de que llegue el día de emprender un largo viaje que no puede postergar, pero ve su trabajo constantemente interrumpido por diversas circunstancias.

La verdad es que en este blog no he hablado mucho de las obras de J. R. R. Tolkien, y mira que he tenido seis años para hacerlo. Puede parecer un poco extraño, teniendo en cuenta que es uno de los escritores a los que más admiro y el autor de mi libro favorito (El señor de los anillos), pero si no lo he hecho hasta ahora es precisamente porque cuando una obra te apasiona tanto resulta muy difícil hacerle justicia en una simple reseña de dos páginas. Y tampoco creo que vaya a ser capaz de hacerlo con Árbol y hoja, la verdad: el ensayo «Sobre los cuentos de hadas» por sí solo exigiría un análisis mucho más profundo del que tengo intención de hacer en este momento, habiéndolo leído solo una vez. Creo que es un texto que voy a citar mucho a partir de ahora, así que quizá en el futuro pueda ser más específica con los elementos que me han llamado la atención. Pero no quiero dejar de decir esto: como amante de la fantasía en general, y de los cuentos de hadas en particular, me ha encantado leer las reflexiones del profesor Tolkien al respecto. Quizá en algunos puntos me parece demasiado categórico, pero la mayor parte del tiempo ha sido como si alguien se metiera en mi cabeza y le diese forma de pensamiento a algunas ideas que solo eran balbuceos y sensaciones. Hace mucho que tengo la convicción de que algunos cuentos de hadas son más profundos de lo que pueden parecer en una primera lectura (o si juzgamos solo por lo que «nos suena» haber oído de pequeños) y no creo que deban ser vistos como un mero escape de la realidad, pero nunca habría sabido expresarlo como Tolkien lo hace en este ensayo:

En el centro de muchas historias que el hombre ha creado sobre los elfos subyace el deseo (abierto u oculto, puro o mezclado) de un arte vivo; una realizada subcreación […] Ese deseo creativo solo se ve traicionado por los falsificadores, ya sean los inocentes pero torpes artificios del dramaturgo humano o los engaños malévolos de los ilusionistas. Es un deseo imposible de satisfacer para los hombres en este mundo, y es, por tanto, imperecedero. En su forma no corrompida no busca espejismos, embrujos ni dominación, sino enriquecimiento: busca compañeros de creación y de deleite, no esclavos.

En cuanto al relato «Hoja de Niggle», cualquiera que disfrute del estilo y lenguaje de Tolkien puede leerlo con gusto, pero yo lo recomiendo especialmente a todos aquellos artistas que alguna vez se hayan enfrentado a esa frustración de la obra incompleta; al pensamiento de: «podría crear grandes cosas si la vida no se metiera siempre en medio». En esta historia Tolkien empatiza con ese sentimiento (y de hecho a la luz de lo que conocemos sobre su vida no me extrañaría que este relato tuviera mucho de autobiográfico), pero el final nos anima a ver más allá de lo que tenemos en nuestras manos y nos recuerda que el arte es mucho más excelente y completo cuando ponemos nuestras prioridades en orden.

En resumen: he disfrutado como una enana con esta lectura. No creo que sea para todos los gustos, y desde luego no lo recomendaría a quienes acuden a la literatura solo en busca de realismo. Pero es lectura obligada para todos aquellos que guardan en su interior el amor a la fantasía como forma de arte, que no necesitan que algo exista físicamente para disfrutarlo y que, sin embargo, conocen la emoción pura de escuchar ecos de una eternidad muy real en las palabras «y vivieron felices para siempre».

sábado, 24 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Una autobiografía: Mis recuerdos, de Rabindranath Tagore



Mis recuerdos (título poco específico para una autobiografía, todo hay que decirlo) es la narración de algunas de las memorias de Rabindranath Tagore, un poeta y filósofo que fue el primer asiático (y el único indio, si no me equivoco) en recibir el Premio Nobel de Literatura, y del cual jamás había oído hablar hasta este verano. Debo admitir que esto es un poco inusual. Normalmente si lees una autobiografía es porque sabes algo sobre ese autor y te gustaría conocer más su trasfondo: cómo vivió, cuáles fueron sus experiencias, qué inspiró sus obras… Básicamente se trata de un deseo de conocer mejor al ser humano detrás del escritor, poeta en este caso.

Lo cierto es que, si el objetivo es informarse, este libro no es la mejor opción. Tagore cuenta algunas cosas interesantes en este sentido, como sus primeros acercamientos a la poesía, la situación de vivir con los criados durante casi toda su niñez, o el viaje con su padre al Himalaya. Pero en general no parece muy interesado en dar un relato exhaustivo sobre su vida. Hay un capítulo entero sobre la primera vez que experimentó la muerte de un ser querido y ni siquiera menciona de quién se trataba: tienes que leer las notas a pie de página para enterarte del contexto. ¡Qué cosa más extraña para una autobiografía! ¿Para qué contar tu vida si tu objetivo no es… pues eso, contar tu vida? Una cosa está clara, sin embargo: Tagore no engaña a nadie. Desde el primer párrafo de esta obra, que también fue lo único que necesité para saber que esta lectura valdría mucho la pena, deja claras sus intenciones:

No sé quién pintó las imágenes de mi vida impresas en mi memoria. Pero quienquiera que sea, es un artista. No coge su pincel simplemente para reproducir todo lo que sucede, sino que conserva cosas o las descarta según le parece. Convierte lo grande en pequeño y lo pequeño en grande; no tiene reparos en relegar cosas a un segundo plano y al revés. Para abreviar, su tarea es pintar imágenes, no escribir historia.

Ahí está. Ése es el propósito de esta obra: hacer literatura.

En serio, sólo con ese párrafo podrían escribirse ensayos y manuales enteros acerca del arte de poner palabras sobre un papel. Pero tranquilos, que yo no voy a hacerlo: sólo quería dejar clara mi admiración. En cinco simples frases, este autor del que no sabía nada me había hablado con total honestidad de lo que era este libro: un intento de dar forma artística a sus recuerdos, no una visión fotográfica de los mismos. Es como si me hubiera dicho: «Voy a esforzarme al máximo por crear algo que valga la pena leer a partir de las imágenes que tengo de mi vida, y eres más que bienvenida a compartirlas. Pero si lo que quieres es información, detalles y objetividad, léete un artículo de Wikipedia».

Como me decía mi padre, que fue quien me recomendó esta lectura, se trata de un libro para tener en casa. Es más, yo añadiría que para todo el que quiera escribir se trata de un libro para leerlo con una libreta al lado y estudiarlo: subrayando, tomando nota, copiando frases que llamen tu atención, analizando por qué están tan bien escritas, qué recursos emplea el autor, etc. Yo desde luego me arrepiento de no haberlo hecho así, porque este libro, si lo lees de forma activa, es mejor escuela que diez manuales y cinco talleres sobre cómo escribir bien. Es por obras como ésta que no estoy de acuerdo con esa idea de que los libros no se leen por segunda vez hasta que te jubilas. Por mi parte, estoy segura de que volveré a visitar los recuerdos de Tagore más pronto que tarde.

De momento, puedo estar agradecida de que esta lectura me haya abierto la puerta a su obra poética. Y para hacer honor a ello, así como para no aburrir más, termino esta reseña con uno de sus poemas.

Dormía, y soñaba
que la vida era alegría.

Desperté, y vi
que la vida era servicio.

Serví, y vi
que el servicio era alegría.

sábado, 17 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro que te haya hecho llorar: El tiempo entre costuras, de María Dueñas



Hay un detalle importante que debería aclarar de antemano: cuando empecé a leer este libro, no lo hice pensando en incluirlo en esta categoría. En principio le iba a poner otra etiqueta: la de “un libro que le guste a tu madre”. Pero ¿qué pasó? Pues pasó que hacia la mitad de esta novela hay un par de momentos que… bueno… digamos que afectaron físicamente a mis globos oculares. Entonces pensé: “oye, ¿el reto no tenía una categoría para estos casos?”. Y voilà.

Otra cosa que debéis saber, y que sabía que iba a tener que confesar cuando llegase a esta categoría, es lo siguiente: yo soy bastante llorona. Las cosas como son: que un libro me saque las lágrimas a mí no significa que sea lo más trágico del mundo, ni que el autor haya siquiera intentado ejercer presión emocional y, desde luego, no significa que ese libro vaya a hacer llorar a otros, necesariamente. Al igual que el humor, como comenté hablando de El fantasma de Canterville, las emociones son algo muy personal. Así que, si estáis buscando algo que atente contra vuestros lacrimales y esperáis que os diga algo como “es imposible no llorar con este libro”, me temo que no vais a encontrar ese tipo de reseña. Es más, lo último que querría hacer es vender El tiempo entre costuras como una novela de lágrima fácil.

Desde luego, tampoco es una novela de jauja: trata temas muy duros dentro de un marco histórico muy triste. Pero el caso es que, sin caer en el melodrama ni en la manipulación emocional, María Dueñas consigue que conectemos con la protagonista y que queramos acompañarla en el viaje de su crecimiento. A través de esta lectura he comprendido algo importante sobre la narrativa: muchas veces nos devanamos los sesos buscando la forma de crear héroes y heroínas, pero creo que no nos centramos en lo esencial. En realidad, a la hora de leer una novela no necesito admirar al personaje principal, ni siquiera necesito sentir pena por las circunstancias tan duras de su vida. Pero sí necesito una cosa: que me importe. La autora sabe que, si consigue que conectemos emocionalmente con la protagonista, no vamos a soltar el libro pase lo que pase. Aunque quizá no estemos de acuerdo con algunas de sus decisiones o pensemos que nosotros habríamos actuado de manera distinta, eso da igual si nos interesan los pormenores de su vida y los demás personajes que la rodean. Estamos con Sira Quiroga, y por eso vamos a alegrarnos con ella, vamos a pasar miedo con ella y, en efecto, vamos a llorar con ella (ejem, sobre todo al final de la segunda parte y, ejem, al final de la tercera. Ejem).

Una última observación: me ha parecido muy interesante este enfoque, el de una historia ambientada en la Guerra Civil pero con la perspectiva de alguien que la vive desde fuera. No sé si esto es algo habitual o no porque, a pesar de que hoy en día hay mucha narrativa sobre este tema, debo confesar que yo he leído bastante poca. Pero creo que aporta un punto de vista que es importante tener en cuenta, además de un elemento muy valioso de riqueza cultural. En resumen, una lectura disfrutable de principio a fin: para mí ha sido un honor derramar lágrimas sobre sus páginas.

sábado, 10 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro ambientado en un lugar que siempre has querido visitar: Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving

La portada de la edición que he leído.


Mi idea de leer un libro cuya acción transcurre en un sitio que te gustaría visitar alguna vez es que esa lectura te dé aún más ganas de visitarlo. Y como alguien que nunca ha estado en Granada, esas eran mis expectativas cuando decidí leer esta obra de literatura estadounidense… e irónicamente he estado a punto de perder las ganas de poner un pie en la Alhambra de puro sopor. Al final no ha sido así, afortunadamente, pero la verdad es que me he quedado tal cual estaba.

No quiero hacer una reseña muy larga, porque si leísteis mi profunda conversación telefónica con Washington Irving ya os podéis hacer una idea de lo que opino. Así que voy a empezar hablando de lo positivo, para variar. La idea de recoger los relatos y leyendas de un lugar como el palacio de la Alhambra es genial: al dejar a un lado la obsesión con el realismo y el rigor histórico con los que a veces encadenamos nuestra imaginación, lo que logran estas narrativas es dotar al lugar de cierto misticismo. De este modo, cuando por fin visitas la Alhambra, sientes que estás dentro de esos cuentos. Es como conseguir que la ficción y la realidad pongan aparte sus diferencias y se den la mano por un instante: se trata de un placer casi infantil, para qué negarlo, pero se disfruta igualmente. Y el departamento de turismo de Granada quizás tenga bastante que agradecerle a Irving en este sentido. Por eso debo decir que, cuando el libro nos da lo que su título promete (es decir, los cuentos sobre la Alhambra), cumple su propósito a la perfección.

El problema es que más de la mitad del libro no nos da lo que su título promete. En lugar de eso tenemos el blog de vacaciones de un turista muy impresionado con cada detalle de lo que le rodea y empeñado en transmitir su emoción sin conseguirlo. Lo siento, pero seamos realistas: a nadie le apetece leer el blog de vacaciones de un individuo al que no conoce. A lo mejor Washington Irving era una persona maravillosa y súper interesante, no digo que no, pero es que este libro no me dice nada en absoluto sobre su personalidad. Varios capítulos en los que simplemente describe sus paseos por la Alhambra han sido para mí el equivalente de mirar una postal durante horas. O peor, porque al menos mirando la postal tengo la libertad para imaginar yo misma lo que puede haber ocurrido ahí. Y lo siento, sé que el pobre Irving tenía la mejor intención del mundo y que estoy siendo demasiado dura, pero para mí ha sido una de las lecturas más aburridas de este año.

Aun así, vuelvo a decir que eso es solo una parte del libro. En el balance general, tendría que admitir que ha valido la pena tragarme esos párrafos interminables para poder llegar a los cuentos, que sí me han gustado y me han dado lo que esperaba. Ahora bien: si, al igual que a mí, te atrae esta lectura por el título, mi consejo es que leas solo los cuentos y te saltes el blog de vacaciones.

Ah, y no, al final no aparece ningún jinete sin cabeza. Decepcionante.

jueves, 8 de octubre de 2015

Y nos dieron las diez, y las once... y a lo tonto, las cien

Sé que llevo bastante tiempo sin actualizar el blog, pero esta vez hay una explicación. Sí, lo sé, siempre tengo una “explicación” para mis etapas de inactividad, pero… ¡esta vez es una explicación lógica! Bueno, más o menos.

El caso es que he retrasado un poco esta publicación porque… bueno, se trata de una entrada un poco especial, y en consecuencia quería hacer algo especial con ella. ¿Y por qué? Porque ésta es la entrada nº 100 del blog El arte de soñar. Así es: desde que empecé a escribir en esta plataforma, allá por el año 2009, he escrito cien textos (unos más largos, otros más breves) que he ido compartiendo por aquí. Y para el que ya esté echando cuentas para ver cuánta frecuencia supone eso de tener cien entradas en seis años, ésta es mi respuesta:


Bromas aparte; sí, es cierto que cien entradas desde el año 2009 no indican una productividad muy impresionante que digamos, pero ¡oye!, las pequeñeces también merecen ser celebradas. Estoy contenta de poder decir que, si bien he tenido épocas de mucha sequía (si os fijáis en el archivo del blog al lateral de esta página veréis el ejemplo más claro en el año 2012, en el que sólo publiqué tres entradas), a día de hoy sigo dándole uso a este blog. También, aunque este año sea un poco particular por el reto de lectura que estoy siguiendo, me alegra ver que con cuatro entradas más podré coronarlo como el año más activo de este blog, superando por fin al primero. En serio, ¿qué desayunaba en 2009 para escribir tanto?

Y sobre todo, me alegro de poder ver cierta evolución entre las primeras entradas y las más recientes. No voy a decir que sea una cosa exagerada, pero bueno, al menos ha habido algo de crecimiento en varios sentidos. En conjunto este blog me enseña, entre otras cosas, que estoy en medio de una aventura muy interesante donde lo más importante no es el camino que se queda atrás, sino el que se va haciendo al andar, como decía Machado.

Algunos estaréis pensando: «¿dice que quería currarse esta entrada y lo único que ha hecho son dos párrafos del discurso nostálgico de plantilla?». Pues… sí y no. En realidad hay algo más, y nada mejor que la entrada número 100 para anunciarlo: he decidido crear otro blog aparte de éste:


La diferencia es que este nuevo blog estará escrito completamente en inglés. Como muchos sabéis, he estudiado este idioma durante cuatro años de carrera y, la verdad, me da un poco de pena ver que después de un año de graduada se me vuelve a hacer cuesta arriba usarlo a la hora de escribir. Con la falta de práctica es normal, claro, pero me gustaría seguir mejorando un poco mi inglés escrito a través de la creación de nuevos textos, y ésta me parece una buena manera de hacerlo.

Si sabéis inglés y tenéis curiosidad, echadle un vistazo. No voy a mentir, como escribir en una lengua extranjera me cuesta el doble de esfuerzo seguramente lo actualizaré con menos frecuencia que éste (sonamos…), pero procuraré pasarme de vez en cuando aunque sea para limpiar telarañas. Y si algo de lo que leéis os gusta y queréis compartirlo, os lo agradeceré infinitamente.

¡Ahora sí!, muchas gracias por leer esta entrada y varias de las noventa y nueve anteriores. Durante la próxima semana me iré poniendo al día con las lecturas que he reseñado y que tengo pendiente publicar, empezando por la obra del señor Washington Irving. Que no se diga

jueves, 16 de julio de 2015

sábado, 27 de junio de 2015

Marcapáginas - Llamada de descortesía



YO: ¿Diga?

W.I.: Buenas noches, estimada dama. Tengo por seguro que no me negaréis vuestra respuesta a una sencilla pregunta.

YO: ¿Eh? ¿Quién habla? Creo que se ha equivocado.

W.I.: Pero no hay duda de que hablo con la señorita Abigail, y usted recordará que hemos tenido cierto trato recientemente, el cual traigo a su memoria esperando que…

YO: Oh, no. Eres tú.

W.I.: ¿Discúlpeme?

YO: Nada, quería decir… Washington Irving, ¿verdad?

W.I.: El mismo, y a su servicio. ¿Cómo me ha reconocido?

YO: Honestamente, amigo, solo tú podías ser tan pomposo.

W.I.: Permítame pasar por alto su descortesía y hacerle la pregunta que deseaba hacerle.

YO: Sí, bueno… ¿qué quieres saber?

W.I.: Ha llegado a mis oídos que usted está leyendo mi obra, Cuentos de la Alhambra, con el fin de comentarla en su blog como parte del reto de lectura que sigue este año. Pero ese dato me llegó hace un par de semanas. Imagino que a estas alturas ya debe haber acabado de leerla, y estoy muy interesado en saber cuándo espera publicar la reseña en su blog.

YO: Ya. Respecto a eso… hay una pequeña, ínfima posibilidad de que acabar, lo que se dice acabar, aún no haya… en fin, yo no lo diría exactamente así.

W.I.: ¿No ha terminado todavía de leer mi obra? ¿Cómo es eso posible? ¿En dos semanas?

YO: Bueno, Irving, tranquilidad. Es que… tu libro es muy largo, y…

W.I.: ¡Pero si solo consta de trescientas cincuenta páginas! Si mi información es veraz, usted leyó En llamas y Sinsajo en la mitad de tiempo.

YO: ¿Tu libro solo tiene trescientas cincuenta páginas? Será una broma.

W.I.: ¿Disculpe?

YO: Nada, olvídalo. El tema es que… bueno, he estado muy ocupada. No tengo mucho tiempo para leer.

W.I.: ¿Ocupada? Según tengo entendido, no le ha faltado tiempo para escuchar canciones de Frozen y ver episodios de series que ya había terminado de ver.

YO: Hombre, si nos vamos a poner puntillosos no llegamos a ninguna parte, señor mío.

W.I.: Es realmente sorprendente que usted, que ha estudiado literatura americana y ha vivido en España toda su vida, no aprecie el trabajo de uno de los pocos escritores estadounidenses que han derramado tal amor a su bella tierra en las páginas de un libro. ¿No se declaraba usted admiradora del gran palacio de la Alhambra?

YO: Claro, bueno… quiero decir, nunca ha estado allí, pero…

W.I.: ¿No encuentra fascinante, al igual que yo, el encanto histórico de ese rincón de Granada? ¿Acaso no sueña con visitarlo algún día?

YO: Sí, pero…

W.I.: ¿No anhela perderse en esos patios llenos de recuerdos de reyes pasados, ver esos jardines adornados con flores de azahar que tiñen el lugar de exótico misticismo, subir a aquellas torres…?

YO: Por favor, no empieces con las torres otra vez.

W.I.: Ya sabe, aquellas donde los señores musulmanes se refugiaban tras el grosor de esos muros que…

YO: ¡BASTA! ¡Eres un pesado! ¿Vale? ¡Un pesado! Por eso no consigo avanzar con tu libro. Que si las torres, que si la cámara de no sé qué, que si los arcos de herradura… ¡Esto no es narrativa, es una guía turística! ¡No me aburría tanto un autor desde Joseph Conrad!

W.I.: ¡Pero si mis descripciones son una clara representación del romanticismo americano!

YO: Sí, todo lo que tú quieras, y no dudo que seas un autor de reconocido talento. Pero eres un pesado.

W.I.: Bueno, señorita, su opinión es irrelevante. Al fin y al cabo,  ningún gran escritor es apreciado en su época.

YO: ¡Pero si esta no es tu época! De hecho no entiendo cómo estamos teniendo esta conversación…

W.I.: La cuestión es que, le guste o no mi obra, no tiene excusa. Se ha comprometido a leerla, y debe hacerlo. Y cuanto antes se ponga, mejor.

YO: ¡Es que es un tostón! En serio, ¿por qué sentiste la necesidad de escribir hasta el último detalle que observaste sobre el palacio de marras? ¿No pensaste que haciendo eso le quitas todo el misterio? ¿No crees que la gente tendrá más ganas de ir si hay cosas que no conocen?

W.I.: Es decir, que yo no puedo expresar mis sentimientos hacia una de las construcciones arquitectónicas más maravillosas del mundo, pero usted puede aburrir a sus lectores con pesadas disertaciones sobre los libros que ha leído.

YO: A lo mejor decido no dedicarle a tu obra ninguna de mis aburridas disertaciones, ¿eh? ¿Qué te parece eso? Es más, puedo elegir esa opción sin problema. Seguro que tardaría menos en leer Notre Dame de París.

W.I.: Salvo que en su reseña de Un burka por amor aseguró usted que este año terminaría todos los libros que empezase. Sin excepción.

YO: Pero…

W.I.: Así que deje de buscar excusas y póngase a leer de una vez. ¡Es increíble! Debería agradecer que le haya hecho semejante homenaje literario a su hermoso país, en vez de estar quejándose.

YO: Sí, un homenaje… Desde luego, en tu libro tienes una forma muy poética de decir que los españoles somos unos vagos.

W.I.: Y por lo que usted me demuestra, no me equivocaba.

YO: (…)

W.I.: Bueno, ¿se va a leer o no?

YO: ¡Está bien, está bien, lo leeré! Pero oye, dime solo una cosa.

W.I.: ¿Qué quiere saber?

YO: ¿Hay alguna posibilidad de que en alguna parte del libro aparezca un jinete sin cabeza? Porque eso molaría bastante.

W.I.: (…)

YO: ¿Hola? ¿Señor Irving? ¿Sigue ahí? (…) Nada. Ay… en fin, Serafín, vamos al lío.

SERAFÍN: ¿A qué lío? Estaba intentando echarme una siesta.

YO: ¿Tú otra vez? ¡Que no te he llamado! ¡Que es una expresión, leches!