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martes, 24 de diciembre de 2013

Pincelada de ideas - Que el Grinch nos robe la "Navidad"

“Maybe Christmas” he thought,
“doesn’t come from a store.
Maybe Christmas, perhaps,
means a little bit more”

(“Tal vez la Navidad” pensó, “no viene de una tienda. Tal vez la Navidad significa un poco más”).

Hace unos días, en típica consonancia con el mes de diciembre, volví a ver el cortometraje Cómo el Grinch robó la Navidad, el clásico del Dr. Seuss del que procede la cita anterior. Se trata de una historia simple, pero divertida y conmovedora, sobre un ser huraño que trata de arrebatarles la Navidad a los habitantes de Villaquién, deslizándose de noche entre sus casas y llevándose todos los regalos, los adornos, la comida, etc. En un emotivo final, el Grinch descubre que, pese a sus mañas, los Quiénes siguen celebrando la mañana de Navidad igual que siempre.

Es un relato sencillo, pero viéndolo una vez más, me ha llevado a la reflexión. La transformación del personaje, por supuesto, sucede cuando el Grinch se da cuenta de que su intento de ser un agente del caos no ha dado resultado, y decide restaurar el orden; esto es, devolver a los Quiénes todo lo que había robado. Pero pensándolo bien… hay una gran ironía en esta historia. ¿Y si el Grinch, queriendo traer caos y desorden, realmente hizo lo contrario? ¿Y si al intentar robar la Navidad lo que hacía realmente era descontaminarla?

Me estoy dando cuenta de que cada año, al llegar estas fechas, me abordan las mismas cuestiones. Cuando era pequeña no era así. En aquel entonces, cuando mis padres me llevaban a ver un Belén y me explicaban la historia del nacimiento de Jesús, sólo veía una escena alegre, una buena noticia, una celebración. Y, por una parte… ¡sí, por supuesto que lo es! Si hoy en día sigue habiendo un motivo para celebrar la Navidad, es precisamente éste: volver a anunciar lo sucedido en Belén hace más de dos mil años. Sin embargo… ahora me doy cuenta de que hay dos caras en esta historia, y una de ellas es el elemento de tristeza que acompaña al nacimiento de Jesús cada año. Una tristeza que se basa en las tres reacciones de la humanidad ante este increíble acontecimiento: el silencio, el rechazo y el olvido.

El silencio que reinó aquella noche en Belén es uno de los grandes dramas de nuestra historia. El Creador del universo, el Dios de este mundo, el Rey de los cielos… llegó esa noche a este planeta para cumplir sus promesas, para traer paz y salvación. ¿Y cómo fue recibido? En un silencio sobrecogedor. El mundo no se dio cuenta de lo que había ocurrido. Él dio a reyes y príncipes el poder, la gloria de habitar en grandes y lujosos palacios, pero cuando vino a este mundo, todas las puertas se le cerraron. Todos dijeron: “No hay ninguna habitación para ti. Vete a nacer en ese establo con las vacas, donde no molestes a nadie”. Israel llevaba años esperando al Salvador del que hablaban los profetas, al que iban a dar su adoración… pero cuando Jesús nació, Dios tuvo que mandar a sus ángeles para que lo alabaran, porque la gente permanecía en silencio. Sólo algunos pastores trabajando a las tantas de la madrugada y unos astrónomos extranjeros respondieron al milagro que estaba ocurriendo esa noche. El resto del mundo recibió a Dios con un silencio indiferente.

El rechazo fue lo que Jesús enfrentó cuando creció y quiso enseñar al mundo quién era. Sí, es cierto que se hizo famoso, que muchos le siguieron y que al entrar en Jerusalén recibió  la ovación y los cantos que no había tenido al nacer. Pero a la hora de la verdad, el Salvador fue rechazado. Los que se habían criado con él en la sinagoga, la primera vez que él les dijo quién era, quisieron tirarlo por un barranco. Sus propios hermanos le creían un farsante. La gente quería ver sus milagros, pero no quería permanecer a su lado en la muerte. Incluso sus mejores amigos le dejaron solo cuando estar con él se convirtió en un riesgo. Y ese rechazo es otro de los grandes dramas en la llegada de Dios al mundo.

El último, y quizás el más triste de todos, es el olvido.

Hoy en día se supone que sabemos lo que pasó en Belén, y sabemos lo que Jesús vivió en su muerte y en su resurrección. Sabemos lo que la gente en aquel entonces ignoraba. Cualquiera diría que hemos tenido tiempo más que suficiente para aprender la lección, para no repetir los errores más grandes de la humanidad… y sin embargo, aquí estamos. Nos asfixiamos entre tantos preparativos, tantas luces, tantos regalos y tanta fiesta… pero nos hemos olvidado de lo que celebramos. Ah, sí, nos sabemos la teoría, pero ¿y qué? Si volviera a ocurrir lo que pasó en Belén aquella noche, reaccionaríamos igual. Fácilmente José y María podrían llamar esta noche a varias puertas de nuestra ciudad y acabar en un garaje. Porque estaríamos demasiado ocupados celebrando la “Navidad” como para darnos cuenta.

Por eso, volviendo a la historia con la que he empezado este escrito, estoy empezando a considerar que nos vendría bien una visita del Grinch esta noche. Quizá realmente nos haría el favor del siglo si entrara en nuestras casas, con su disfraz de falso Santa Claus, y nos robara todos los adornos, los árboles, los turrones, los discos de villancicos, las bolsas de compras, el papel de regalo, los vales de El Corte Inglés… todo. Entonces nos tocaría preguntarnos: ¿y qué celebramos ahora?

Sé que no son estas cosas por sí solas las que han sumido la Navidad en el olvido, que ha sido nuestra actitud. Y también reconozco que a mí me gustan los árboles decorados, el turrón y los villancicos como al que más; que no me escapo de esta red de distracciones. Pero esta es la verdad que hay que confesar esta noche: la Navidad no se trata de eso. Se trata de esta historia. Se trata de Jesús.

La Navidad es el momento de enmendar nuestros errores en la forma en que recibimos al Rey de Reyes. Es el momento de adorarle, de darle toda la alabanza que no le dimos cuando nació; de romper nuestro silencio. Es el momento de aceptarle como Salvador: que no tenga que enfrentarse una vez más a nuestro rechazo. Y por supuesto, es el momento de recordar. Recordemos lo que Dios hizo, hace y ha prometido que hará por nosotros. Porque si esto es para nosotros la Navidad, entonces tal vez lleguemos a la misma conclusión que el Grinch: es imposible robarla.

             ¡Feliz Navidad!