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jueves, 15 de noviembre de 2012

Pincelada de arte - Batman: El largo Halloween, de Jeph Loeb y Tim Sale


Vamos por partes. Sé que publicar una entrada en este blog a estas alturas es un poco ridículo, es casi como resucitar a un muerto para preguntarle qué hora es o algo así. Y además, hacer una pincelada sobre un cómic que leí hace ya como un año… Mi explicación es simple: cuando leí Batman: El largo Halloween, supe que tenía que hablar de él en este blog sí o sí, tarde o temprano. Casi todo en El Arte de Soñar, como podéis ver, se rige más por la norma del tarde que la del temprano, al menos de momento eso es innegable (a ver si esta vez sí que ese hecho cambia de forma definitiva, con este enésimo intento de empezar a darle continuidad a esto xD). De modo que, sin más palabrería introductoria, aquí está mi reseña de este genial cómic.

El largo Halloween, de Jeph Loeb y Tim Sale, es una historia con varias dimensiones: suspense, acción y tragedia se complementan en un relato detectivesco que apenas te deja soltar el libro. La trama gira alrededor de una serie de crímenes cometidos por un asesino anónimo que recibe el nombre de “Festivo”: esto se debe a que siempre se cobra sus víctimas en fechas señaladas como Año Nuevo, San Patricio o Halloween. La matanza amenaza en particular a los miembros de las familias mafiosas más peligrosas de Gotham City, y depende del comisario Gordon, el fiscal Harvey Dent y, por supuesto, el propio Caballero Oscuro, resolver el complicado misterio.

Creo que la principal razón por la que me gustó tanto esta historia es que se apoya en dos pilares: el suspense y el desarrollo de los protagonistas. Y leyéndolo me he dado cuenta de que esas son precisamente las claves para que funcione un relato de este tipo, porque provoca sensaciones contradictorias en el lector. Por un lado la acción tan cauta, los acontecimientos impredecibles, el misterio y la intriga del argumento hacen de ésta una lectura increíblemente rápida: no quieres despegar los ojos del cómic hasta saber qué pasa al final. Yo misma en ocasiones tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para darle un respiro y poner el marcapáginas. Pero por otro lado, y éste es el complemento perfecto, la evolución de los personajes es lo bastante compleja e interesante como para convencerte de bajar un poco el ritmo de lectura y disfrutar despacio de los matices que definen sus personalidades. Es decir, el guion del cómic funciona tan bien porque no sólo avanza a través de la pregunta “¿quién es Festivo?”, sino también por la cuestión casi igualmente difícil de “¿quiénes son estos protagonistas?”. Y a decir verdad, la razón por la que se nos plantea esta pregunta es porque los personajes principales son realmente estupendos: todos con puntos de vista y actitudes muy diferentes, pero al mismo tiempo con un objetivo y un compromiso en común. A recalcar Dent, cuyo desarrollo de principio a fin es fascinante.

Los secundarios también son muy buenos, cada cual con sus rasgos particulares y con una función lo bastante ajustada a la historia como para que ni cansen ni dejen con ganas de más. La forma en que se retratan las relaciones de los miembros la familia Falcone es especialmente destacable, y tiene mucho mérito que habiendo perspectivas tan diversas la mezcla no se vuelva caótica en ningún momento. También hay apariciones de algunos de los enemigos más emblemáticos de Batman que, honestamente, no se podían haber empleado mejor. Todas estas intervenciones surgen de una manera que parece venir a cuento y no como recursos forzados, además de ser memorables y dar pie a geniales momentos.

Voy a hablar muy poco del aspecto visual porque cualquiera que me conozca sabe que no entiendo de dibujo ni de artes gráficas, de modo que me limitaré a decir lo que a mí, personalmente, me transmitieron las imágenes. Creo que todos los personajes tienen diseños muy interesantes: elegantes y expresivos, mezclando elementos realistas con otros más exagerados pero que funcionan perfectamente. Lo que más me ha gustado es el uso del color y de algunos ángulos especialmente inteligentes: se utilizan mucho las sombras para crear un contraste magnífico entre lo que se muestra y lo que no, contribuyendo de manera soberbia a la atmósfera de misterio.

Para concluir debo señalar, sin desvelar nada, que el final es uno de ésos que te hacen seguir buscando páginas como un loco donde lo las hay, al menos así fue en mi caso. Cerré el cómic diciendo: “GUAU”.

En resumen, El largo Halloween es una lectura recomendadísima: definitivamente merecía una mención en este blog, aunque haya tardado tanto en llegar. Si os gustan los buenos relatos de intriga, os animo a que le echéis un vistazo. Y para terminar quiero dirigir un especial agradecimiento a dr.indy y a su blog ¡Menuda frikada! (dicen que nunca es tarde si la dicha es buena) por su asesoramiento hace ya un tiempo en cuanto a cómics de Batman y por su consejo de leer esta gran obra: ha sido todo un descubrimiento.

lunes, 23 de abril de 2012

¡Feliz día del libro!



Bueno, el título lo dice todo… ¡Feliz día del libro a todos! =) Había pensado para hoy reproducir algún fragmento de uno de mis libros favoritos, pero como siempre soy demasiado indecisa, así que he decidido hacer esto: una recopilación de citas. Éstas son algunas de las perlas que me he encontrado en mis recorridos por el mundo de los libros, esas frases que por distintas razones te hacen parar la lectura aunque sea por un momento. Algunas me han hecho pensar: son reflexiones que han resonado en mi cabeza durante el tiempo suficiente como para decidir, o bien que no estoy de acuerdo con el escritor, o bien que quiero hacerlas formar parte de mi filosofía diaria. Otras destacan por su ingenio, o simplemente por estar construidas con maestría, o por su belleza literaria. Y hay otras que tal vez fuera de contexto no destaquen por sí mismas, pero que por la razón que sea me han provocado un shock emocional momentáneo dentro de la historia en la que se encuentran.

En cualquier caso, todas son pequeños tesoros que me han dejado algunos de los mejores libros que he leído. Podría haber puesto muchas más, pero creo que la brevedad es algo muy apreciado hoy en día (además he intentado no repetir ningún autor, porque sinceramente, de algunos como Tolkien o Rowling llevo encima tantas frases que me ha sido muy complicado seleccionar).

Espero que las disfrutéis, y por supuesto, os animo a comentar algunas que recordéis de vuestra propia colección =)


Muchos de los que viven merecen la muerte, y muchos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.
El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien


Los más de los cantores amatorios saben de amor lo que de oración los masculla-jaculatorias, traga-novenas y engulle-rosarios. No, la oración no es tanto algo que haya de cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oración ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar, y hasta el dormir, y el rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo "hágase tu voluntad", y un incesante "¡venga a nosotros tu reino!", no ya pronunciados, mas ni aun pensados siquiera, sino vividos
La Tía Tula, Miguel de Unamuno


Muchos años después, frente al pelotón del fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez


… y nada más abrir la puerta, la señora Politt debió decir algo de las medidas y le puso la cinta métrica alrededor del cuello… y luego su tarea se limitó a cruzarla y apretar… muy sencillo, según he oído decir.
El crimen de la cinta métrica, Agatha Christie


Poco importa que hayas nacido en el corral de los patos siempre que salgas de un huevo de cisne.
El patito feo, H.C. Andersen


Mis afectos y deseos no han cambiado, pero una palabra suya me silenciará para siempre.
Orgullo y prejuicio, Jane Austen


Pues, a fe, se me antoja demasiado bajita para un alto elogio, demasiado morena para un claro elogio y harto diminuta para un elogio grande. Sólo puedo hacer de ella la siguiente recomendación: que si fuera otra de la que es, sería fea, y que siendo sino como es, no me gusta.
Mucho ruido y pocas nueces, William Shakespeare


-No queda sino batirnos.
-¿Batirnos contra quién, don Francisco?
-Contra la estupidez, la maldad, la superstición y la ignorancia […] Que es como decir contra España, y contra todo.
El capitán Alatriste, Arturo Pérez-Reverte


Sólo te pido que te esfuerces al máximo, y ten presente que escribir adverbios es humano, pero escribir “dijo” es divino.
Mientras escribo, Stephen King


Dijo “pero”. Es la palabra más puta que conozco. “Te quiero, pero…”; “podría ser, pero…”; “no es grave, pero…”; “lo intenté, pero…”. ¿Se da cuenta? Una palabra de mierda que sirve para dinamitar lo que era, o lo que podría haber sido, pero no es.
La pregunta de sus ojos, Eduardo Sacheri


En estos tiempos putrefactos se estima como virtud lo que es deber de los más elementales.
Tristana, Benito Pérez Galdós


El poder absoluto es inalcanzable. Cuando llegas a la cima, si es que hay una cima, la única dirección que puedes tomar es hacia abajo. Y el descenso suele ser doloroso.
Max Lucado


La única razón por la que se ha representado a los ángeles con alas de pájaro y a los demonios con alas de murciélago es que a la mayoría de la gente le gustan más los pájaros que los murciélagos.
Cartas del diablo a su sobrino, C.S. Lewis


Ser una minoría de uno no significa estar loco.
1984, George Orwell


No son nuestras habilidades las que demuestran lo que somos, son nuestras decisiones.
Harry Potter y la cámara secreta, J.K. Rowling

jueves, 2 de febrero de 2012

El jardín del príncipe

(Dedicado a todos y cada uno de los CTCs que conozco, con los que he compartido momentos inolvidables y en quienes pienso cada vez que vivo una experiencia de choque entre mis dos países =) ).


Érase una vez un príncipe que tenía en su palacio un jardín precioso, tanto que a veces recibía visitas de reyes, princesas y sabios que querían ver aquella maravilla. Si bien había hierba, plantas exóticas de todo tipo y árboles de todas las formas y tamaños con hojas que de vez en cuando besaban con dulzura la corriente de un pequeño arroyo que daba agua a todo el jardín, lo que más le gustaba al príncipe eran sus flores. Había cientos de ellas: delicados jazmines, lirios ondulados, girasoles que daban vueltas buscando los rayos del sol, pequeñas margaritas que lucían con gusto sus botones de oro… todo un festival de colores y perfumes que cortaba la respiración.


No sólo había flores en el jardín: aquellas pequeñas joyas naturales adornaban todo el palacio. Los salones, las terrazas, los marcos de todas las ventanas, y hasta las grandes chimeneas. Y también había unas cuantas que habitaban en la alcoba del príncipe, en un balcón de piedra que era lo primero que tocaban los rayos del sol al despertarse cada amanecer. Él las había puesto allí para tenerlas cerca; algunas las había plantado en unas macetas, otras pocas las había trasladado desde el jardín, pero su conjunto era tan vivo y armonioso que nadie podría haber dicho la diferencia Estas flores velaban el sueño del príncipe, le daban los buenos días todas las mañanas y le hacían reverencias con la ayuda del viento. Nunca eran más felices que cuando el príncipe se acercaba a ellas sonriendo, las saludaba con cariño y aspiraba la fragancia de cada una. Para él todas ellas eran especiales, y ninguna hoja seca o bicho pasaba desapercibido ante sus ojos.


Una tarde, cuando el príncipe llegó a su alcoba, se dio cuenta de que había algo diferente en el balcón. Era algo pequeño, no sabía decir qué, pero en cierto modo le turbaba. Cuando se acercó un poco más, mirando atentamente las flores, descubrió qué era lo que había cambiado. Su preciosa azucena, la única que tenía en el balcón, estaba inclinada en una actitud decaída, con sus pétalos blancos colgando como los brazos de una muñeca rota. Asustado, el príncipe preguntó:


-¡Azucena! ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?


-No, mi príncipe… Perdóname, pero no sabría explicártelo bien –suspiró la florecilla-. No estoy bien, pero en realidad no me pasa nada. Es sólo que me siento triste.


-¿Triste? ¿Qué te entristece, querida azucena? Cuéntamelo, por favor. ¿Te falta agua? ¿Viento? ¿Acaso no has podido ver al sol esta mañana?


-No, príncipe, no es nada de eso. ¡Es que…! –la azucena se giró un poco, mirando hacia el enorme jardín del palacio-. Hoy las otras flores han estado hablando del día que tú las plantaste en este balcón, de cómo sus raíces empezaron a formarse y a crecer juntas antes incluso de que sus tallos salieran de la tierra, y de cómo se reían cuando sólo eran semillas y hacían carreras para ver quién sería la primera en asomarse al exterior. ¡Tienen tantos recuerdos hermosos juntas! Pero yo… yo no fui sembrada aquí, ¿verdad, querido príncipe?


Él asintió, y dijo con suavidad:


-No, no lo fuiste. Tú naciste en el jardín, junto a las otras azucenas, y hacía muy poco que habías salido de la tierra cuando te traje al balcón.

-Oh, no quiero que pienses que soy desagradecida. Siempre he sido muy feliz en este balcón, viviendo con estas flores y disfrutando de los saludos del sol y de tu compañía. Pero ¡no sé…! Cuando veo a mis compañeras aquí y comprendo que mis raíces no están unidas a las suyas, siento que no pertenezco a este balcón. Hoy he pasado toda la tarde mirando el jardín, preguntándome qué hay en él, cómo viven las otras azucenas, y si es ahí donde se encuentra lo que me falta.


-Azucena –dijo el príncipe, conmovido por los sentimientos de la flor-, no creo que tus compañeras piensen que no perteneces a este balcón. Te quieren tanto como a cualquier otra, y yo también.


-Lo sé, príncipe. Y lo aprecio de verdad, pero… es sólo que no puedo dejar de sentir que hay una parte de mí que late ahí abajo, que mi historia y mi origen están ahí, con los árboles y el arroyo. ¡Si al menos pudiera pasar una semana… o siquiera un día en el lugar de donde vengo! Pensar que esto nunca ocurrirá me apena mucho.


El príncipe, que comprendía las palabras de su querida flor y sabía cómo se sentía, pensó mucho en aquella situación. Durante varios días meditó sobre ello. Daba largos paseos por el jardín, y cuando volvía a su alcoba y miraba a las flores veía que la azucena a veces estaba un poco más animada y se unía a las reverencias y risas de las demás, pero casi siempre cuando el sol se iba y sólo los rayos de la luna las alumbraban, su tallo volvía a encorvarse y sus pétalos a colgar lánguidos mientras se inclinaba en dirección al jardín.


Una mañana, el príncipe se acercó con una sonrisa y le dijo:


-He pensado mucho en lo que me dijiste, azucena. Y quiero concederte tu deseo. Será un poco difícil, pero haciéndolo con cuidado puedo transplantarte otra vez al lugar donde te recogí hace tiempo: cerca del sauce, donde crecen las otras azucenas. Así podrás conocer el lugar donde fuiste sembrada.


La flor aceptó la propuesta con entusiasmo, y unos días después el príncipe cumplió su promesa y la llevó al jardín.


Allí, ella se encontró con sus hermanas las azucenas, y durante toda una luna pasó algunos de los mejores momentos de su vida hasta entonces. Durante cada minuto disfrutó del cariño de aquellas flores iguales a ella, que estaban contentísimas de tenerla allí. La azucena pudo por fin compartir con alguien aquellos recuerdos de la vida bajo tierra, y sus hermanas le mostraron el sitio donde había crecido antes de que marchar al balcón. “Un topo quiso agujerearlo hace tiempo, pero lo echamos” le dijo la mayor, entre las risas de todas. Disfrutaron juntas de algunos días de lluvia, de presumir de sus perlas de rocío por las mañanas y de charlar con el viejo sauce, que le dijo a la azucena que aún se acordaba del día en que asomó la cabecita de la tierra, cuando sólo era un pequeño tallo.


Todos los días el príncipe pasaba por allí para saludarlas, y la azucena le dirigía una mirada de agradecimiento. Se sentía enormemente feliz por haber encontrado algo con lo que llenar aquel hueco que tenía dentro, aquella nostalgia por algo que antes ni siquiera sabía lo que era. Durante un tiempo, pensó que por fin había encontrado el lugar donde estaba completa.


Sin embargo, pasadas algunas semanas notó que aquella sensación era algo engañosa. A veces, cuando todas sus hermanas dormían y la azucena observaba atentamente las estrellas, se acordaba de sus compañeras del balcón. Se preguntaba si la verían desde allí arriba, y sentía cierta punzada en su interior al darse cuenta de que, desde aquel lugar al lado del arroyo, ella nunca podría verlas a ellas. Se preguntaba si el príncipe estaba bien, incluso aunque lo hubiera visto esa misma tarde: el no velar su sueño todas las noches le producía cierta inquietud. Echaba de menos la caricia de los primeros rayos del sol; allí no lo veía hasta que ya estaba bien alto, y era incapaz de explicarles a sus hermanas cómo era su aspecto al amanecer, cuando se levantaba en el horizonte entre doseles rosas y anaranjados, bostezando con aquellas ligeras pinceladas de luz. Y de algún modo, también añoraba el balcón. La azucena empezó a sentir que, pese a lo que había creído, sus raíces tampoco se arraigaban del todo en la tierra de aquel jardín donde había nacido. Incluso comprendió que sus hermanas, pese a compartir con ella el lugar donde habían sido sembradas y el agua que las había alimentado durante un tiempo, también eran diferentes a ella. Un día le contó aquella impresión al sauce y éste le explicó que cada una de ellas vivía en el mundo de distinta forma: todas tenían los mismos pétalos, los mismos colores y los mismos recuerdos del pasado, pero él sabía que ella no podría acostumbrarse a vivir sin ser perfume y color en los aposentos del príncipe. Las otras azucenas tenían el propósito de florecer en el jardín: para ello el príncipe las había escogido, y para ello vivían.


Al cabo de varias semanas, el príncipe le preguntó a la azucena si deseaba volver al balcón, asegurándole que todas las demás flores la echaban de menos. Ella asintió, y se despidió del arroyo, del sauce y de sus hermanas. Pero no se había preparado para lo difícil que fue aquel adiós. Todas las azucenas le preguntaban tristes cuándo volverían a verla, y aunque ella trataba de sonreír, notaba un nudo en su interior que le hacía más daño del que quería reconocer. “No sé…” contestaba, quedándose cada vez más sin palabras. Al final cuando partió agitó los pétalos en un último adiós silencioso. El viento, que transportaba los besos y el cariño de sus hermanas, y la nostalgia de su hogar de origen, la siguió desde que dejó el jardín hasta que llegó de vuelta al balcón. Allí pudo dar una tregua a la melancolía cuando sus compañeras la recibieron con una ovación de bienvenida, haciendo brillar sus miles de colores más que nunca. Tras terminar de transplantarla el príncipe acarició con ternura sus pétalos, y la flor se sintió tan amada que no pudo sino conmoverse.


Con cada día que pasaba, entre historias sobre el jardín, preguntas y saludos del sol (que le dijo que se alegraba de volver a verla en los madrugones), los días fueron pasando despacio, y la azucena empezó a reacostumbrarse a la vida en el balcón. La alegría del reencuentro con sus amigos, y de volver a hacer aquello a lo que estaba habituada, aflojó un poco el nudo que se le había quedado dentro, pero no lo deshizo del todo. La nostalgia del jardín nunca se fue. Había días en que la azucena disfrutaba al límite de su vida en el palacio, y pensaba que aquel era el sitio donde se suponía que tenía que estar. Otras veces, en cambio, su mirada se volvía hacia el arroyo, que se veía claramente desde allí, y pensaba que tal vez había cometido un error al marcharse. ¿Cuándo podría volver a vivir un tiempo así? ¿Cómo podía confiar en el futuro cuando las mejores experiencias habían sido las irrepetibles? Pero sobre todo, más que la melancolía y la ausencia de sus hermanas, el sauce y el arroyo, lo que más sentía la azucena era el pensamiento de que nunca se sentiría realmente entera en ninguno de los dos lugares. “Cuando estoy allí me siento de aquí, y cuando estoy aquí me siento de allí. ¿Por qué estoy dividida?” se preguntaba en sus momentos de más frustración.


Un día de verano en que se sentía bastante animada, aprovechó para volver a mirar al jardín, preguntándose qué estarían haciendo sus hermanas en ese momento. Probablemente, chinchar al pobre sauce mientras él se lavaba las hojas en el agua, como hacían tantas tardes. Este recuerdo la llevó a sonreír.


En ese momento algo la apartó de sus pensamientos. Al girarse, vio cerca de ella a una rosa que, por alguna razón, también estaba inclinada hacia el borde del balcón, como si mirara en la misma dirección que ella. Se dio cuenta entonces de que no la conocía; seguramente se trataba de una de las flores que habían sido sembradas durante el tiempo que ella estuvo fuera. La rosa la saludó sin decir nada, en una actitud tímida, y siguió observando. Había algo de mustio en su actitud, algo que a la azucena le causó una sensación de curiosidad y familiaridad. Sonrió y quiso mostrarse amable.


-Hola, rosa –dijo-. Estás aquí desde hace poco, ¿verdad?


-Sí, así es –dijo ella-. ¿Y tú? No me suena haberte visto…


-No, es que estuve un tiempo de… Bueno, es una historia larga y melodramática. Ya te contaré –rió-. Soy la azucena. ¿Qué tal estás? Te noto un poco triste. ¿Qué, te ha decepcionado el mundo fuera de la tierra?


-Oh, no –dijo la rosa, agitando sus pétalos de carmín para acariciar una suave brisa que acababa de llegar-. Yo ya conocía el mundo de fuera –la azucena se mostró sorprendida, y ella explicó-: No soy una de las otras flores que vinieron aquí como semillas y así fueron sembradas en estas macetas, ¿sabes? Vengo del jardín, de ahí abajo. Ya llevaba algún tiempo observando el mundo exterior cuando me trajeron aquí.


-¿Qué? –exclamó la azucena, atónita. La rosa asintió despacio, y su mirada volvió a perderse en lo más profundo del jardín cuando volvió a hablar:


-Dices que parezco triste, y tal vez lo esté, pero no puedo explicar lo que me pasa, azucena. Creía que estaba preparada para venir aquí, la verdad, yo nunca imaginé pasar toda mi vida en el rosal, pero ahora que estoy aquí… No sé, este balcón es precioso, pero ¡es tan diferente de lo que tenía antes! Suena estúpido, lo sé, pero siento como si… -la rosa suspiró y se interrumpió, diciendo con cierto apuro-. No puedo explicártelo. Diga lo que diga, no vas a entenderlo; ni siquiera yo misma sabría decir de qué se trata.


-Sí lo entiendo –respondió la azucena, sin poder contener la emoción en su voz-. Lo entiendo perfectamente. ¿Quieres escuchar una historia?


Y a medida que conversaban, y narraban esas experiencias que por fin encontraban su espejo mutuo, y sus corazones se abrían más y más la una a la otra, la azucena y la rosa alargaron sus raíces hasta que finalmente, en algún lugar bajo la tierra de aquella maceta, ambas se entrelazaron con fuerza.

La amistad nace en el momento en que una persona le dice a otra: “¿Cómo? ¿Tú también? ¡Creía que yo era el único!” (C.S. Lewis)