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martes, 1 de abril de 2014

Pincelada de arte - El príncipe feliz, de Oscar Wilde

Lo prometido es deuda. Eso sí, esta pincelada llega un día tarde, adiós a mi récord de los lunes... pero bueno, no he querido que el no publicarla a tiempo se convirtiera en una excusa para no poner nada esta semana.

¡Saludos! :)


Mis cortesanos me llamaban "el príncipe feliz", y realmente era feliz, si es que el placer es lo mismo que la dicha.

Empiezo a escribir esta pincelada ya con cierta culpabilidad. ¿Por qué? Porque me conozco, y sé que aquello que más admiro en un escritor como Oscar Wilde es también algo que a mí me cuesta mucho aplicarme, y soy consciente de ello desde la primera línea de esta reseña, y sé que va a sonar un poco contradictorio que alabe una virtud en un autor a la vez que peco de lo contrario. Esto ya lo entenderéis al final de esta pincelada. Pero en cualquier caso espero que se me perdone la falta.

Sobre Oscar Wilde podrían decirse muchas cosas. Era un genio, al fin y al cabo, y uno de los escritores más recordados de la literatura en lengua inglesa. También habría muchas obras que remarcar (entre ellas la imprescindible novela El retrato de Dorian Gray), y quizás una pregunta bastante lógica sería: ¿por qué elijo precisamente este sencillo cuento? Curiosamente es la primera vez que hago algo así en este blog (hablar de un cuento corto en lugar de una novela), y habrá quien piense que tendría más sentido reseñar alguna obra más representativa de este autor, una con la que quizá los lectores estén más familiarizados.

Pero para ser sincera, el relato de El príncipe feliz es realmente mi obra favorita de Oscar Wilde. Esto no disminuye el valor de sus novelas y obras de teatro, en absoluto, y no olvidemos que en gustos se rompen los géneros (una frase que aquí viene muy al caso). Realmente este cuento no es mi favorito porque esté mejor escrito, ni porque se puedan hacer más comentarios críticos sobre él, ni porque sea más relevante que otras obras del escritor. Este cuento es mi favorito… precisamente porque es un cuento.

Suena redundante, pero es la verdad. La historia que cuenta este relato es sencilla, tan sencilla que se podría contar en pocos minutos y un niño podría seguirla con facilidad. Tan sencilla como realmente puede serlo la historia de una estatua de oro y una golondrina. E igual de sencillo es el lenguaje, que en ningún momento se pierde en uno de esos bosques de palabras grandilocuentes y subordinadas dentro de subordinadas: la fluidez es perfecta. Es un cuento donde no falta ni sobra una sola palabra. Y eso es, para mí, gran parte de la maestría de Oscar Wilde: el ingenio para saber contar una gran historia sin parafernalias de ningún tipo.

El príncipe feliz es, ante todo, una historia de amor. De muchos tipos de amor, desde la coquetería más falsa hasta aquel que exige un verdadero sacrificio. También es una historia de injusticia, de crítica, de bondad no reconocida y del drama humano en general. En resumen: es un relato que, en unas pocas páginas, transmite mucho más que otros libros que gastan más papel en decir bastante poco.

Y es una lectura que me ha enseñado lecciones muy valiosas en cuanto a narrativa, siendo una de ellas que las historias maduras y profundas no siempre se esconden en textos complejos. Lo contrario también es verdad: los textos sencillos no necesariamente narran historias superficiales. Realmente lo importante no es acumular cien palabras, sino saber qué hacer con las diez que ya tienes.

Esto es algo que he aprendido leyendo a Oscar Wilde… al menos en la teoría, porque como he mencionado al principio, a mí personalmente siempre se me va la mano con la palabrería. Esta reseña en realidad es un buen ejemplo de ello, porque para hablar de El príncipe feliz no hace falta tanto análisis. Lo que hace falta es simplemente leerlo. Así que, si estás terminando de leer este comentario y aún no conoces el maravilloso relato al que me refiero, déjame preguntarte: ¿a qué esperas?