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miércoles, 28 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro que nunca has leído de un autor que te encanta: Árbol y hoja, de J. R. R. Tolkien

La portada de la edición que he leído. Esta vez es importante saberlo porque algunas ediciones posteriores incluyen un tercer texto, el poema «Mitopeia». Ésta solo tiene los dos trabajos que menciono aquí.


«Érase una vez…». Fórmula harto conocida, quizá incluso un cliché para muchos. No es mi caso: a mí me sigue pareciendo atemporal.

Y creo que es una frase muy apropiada para presentar este libro, ya que los cuentos de hadas son la razón de su existencia. Árbol y hoja es una obra del profesor Tolkien dividida (al menos en su primera edición) en dos partes: el ensayo «Sobre los cuentos de hadas», que explica las características más importantes de esta forma de literatura y la descontamina de los prejuicios que la rodean, y el relato breve «Hoja de Niggle», escrito con esa misma filosofía. Cuenta la historia de un pintor que intenta terminar su magnum opus antes de que llegue el día de emprender un largo viaje que no puede postergar, pero ve su trabajo constantemente interrumpido por diversas circunstancias.

La verdad es que en este blog no he hablado mucho de las obras de J. R. R. Tolkien, y mira que he tenido seis años para hacerlo. Puede parecer un poco extraño, teniendo en cuenta que es uno de los escritores a los que más admiro y el autor de mi libro favorito (El señor de los anillos), pero si no lo he hecho hasta ahora es precisamente porque cuando una obra te apasiona tanto resulta muy difícil hacerle justicia en una simple reseña de dos páginas. Y tampoco creo que vaya a ser capaz de hacerlo con Árbol y hoja, la verdad: el ensayo «Sobre los cuentos de hadas» por sí solo exigiría un análisis mucho más profundo del que tengo intención de hacer en este momento, habiéndolo leído solo una vez. Creo que es un texto que voy a citar mucho a partir de ahora, así que quizá en el futuro pueda ser más específica con los elementos que me han llamado la atención. Pero no quiero dejar de decir esto: como amante de la fantasía en general, y de los cuentos de hadas en particular, me ha encantado leer las reflexiones del profesor Tolkien al respecto. Quizá en algunos puntos me parece demasiado categórico, pero la mayor parte del tiempo ha sido como si alguien se metiera en mi cabeza y le diese forma de pensamiento a algunas ideas que solo eran balbuceos y sensaciones. Hace mucho que tengo la convicción de que algunos cuentos de hadas son más profundos de lo que pueden parecer en una primera lectura (o si juzgamos solo por lo que «nos suena» haber oído de pequeños) y no creo que deban ser vistos como un mero escape de la realidad, pero nunca habría sabido expresarlo como Tolkien lo hace en este ensayo:

En el centro de muchas historias que el hombre ha creado sobre los elfos subyace el deseo (abierto u oculto, puro o mezclado) de un arte vivo; una realizada subcreación […] Ese deseo creativo solo se ve traicionado por los falsificadores, ya sean los inocentes pero torpes artificios del dramaturgo humano o los engaños malévolos de los ilusionistas. Es un deseo imposible de satisfacer para los hombres en este mundo, y es, por tanto, imperecedero. En su forma no corrompida no busca espejismos, embrujos ni dominación, sino enriquecimiento: busca compañeros de creación y de deleite, no esclavos.

En cuanto al relato «Hoja de Niggle», cualquiera que disfrute del estilo y lenguaje de Tolkien puede leerlo con gusto, pero yo lo recomiendo especialmente a todos aquellos artistas que alguna vez se hayan enfrentado a esa frustración de la obra incompleta; al pensamiento de: «podría crear grandes cosas si la vida no se metiera siempre en medio». En esta historia Tolkien empatiza con ese sentimiento (y de hecho a la luz de lo que conocemos sobre su vida no me extrañaría que este relato tuviera mucho de autobiográfico), pero el final nos anima a ver más allá de lo que tenemos en nuestras manos y nos recuerda que el arte es mucho más excelente y completo cuando ponemos nuestras prioridades en orden.

En resumen: he disfrutado como una enana con esta lectura. No creo que sea para todos los gustos, y desde luego no lo recomendaría a quienes acuden a la literatura solo en busca de realismo. Pero es lectura obligada para todos aquellos que guardan en su interior el amor a la fantasía como forma de arte, que no necesitan que algo exista físicamente para disfrutarlo y que, sin embargo, conocen la emoción pura de escuchar ecos de una eternidad muy real en las palabras «y vivieron felices para siempre».

sábado, 24 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Una autobiografía: Mis recuerdos, de Rabindranath Tagore



Mis recuerdos (título poco específico para una autobiografía, todo hay que decirlo) es la narración de algunas de las memorias de Rabindranath Tagore, un poeta y filósofo que fue el primer asiático (y el único indio, si no me equivoco) en recibir el Premio Nobel de Literatura, y del cual jamás había oído hablar hasta este verano. Debo admitir que esto es un poco inusual. Normalmente si lees una autobiografía es porque sabes algo sobre ese autor y te gustaría conocer más su trasfondo: cómo vivió, cuáles fueron sus experiencias, qué inspiró sus obras… Básicamente se trata de un deseo de conocer mejor al ser humano detrás del escritor, poeta en este caso.

Lo cierto es que, si el objetivo es informarse, este libro no es la mejor opción. Tagore cuenta algunas cosas interesantes en este sentido, como sus primeros acercamientos a la poesía, la situación de vivir con los criados durante casi toda su niñez, o el viaje con su padre al Himalaya. Pero en general no parece muy interesado en dar un relato exhaustivo sobre su vida. Hay un capítulo entero sobre la primera vez que experimentó la muerte de un ser querido y ni siquiera menciona de quién se trataba: tienes que leer las notas a pie de página para enterarte del contexto. ¡Qué cosa más extraña para una autobiografía! ¿Para qué contar tu vida si tu objetivo no es… pues eso, contar tu vida? Una cosa está clara, sin embargo: Tagore no engaña a nadie. Desde el primer párrafo de esta obra, que también fue lo único que necesité para saber que esta lectura valdría mucho la pena, deja claras sus intenciones:

No sé quién pintó las imágenes de mi vida impresas en mi memoria. Pero quienquiera que sea, es un artista. No coge su pincel simplemente para reproducir todo lo que sucede, sino que conserva cosas o las descarta según le parece. Convierte lo grande en pequeño y lo pequeño en grande; no tiene reparos en relegar cosas a un segundo plano y al revés. Para abreviar, su tarea es pintar imágenes, no escribir historia.

Ahí está. Ése es el propósito de esta obra: hacer literatura.

En serio, sólo con ese párrafo podrían escribirse ensayos y manuales enteros acerca del arte de poner palabras sobre un papel. Pero tranquilos, que yo no voy a hacerlo: sólo quería dejar clara mi admiración. En cinco simples frases, este autor del que no sabía nada me había hablado con total honestidad de lo que era este libro: un intento de dar forma artística a sus recuerdos, no una visión fotográfica de los mismos. Es como si me hubiera dicho: «Voy a esforzarme al máximo por crear algo que valga la pena leer a partir de las imágenes que tengo de mi vida, y eres más que bienvenida a compartirlas. Pero si lo que quieres es información, detalles y objetividad, léete un artículo de Wikipedia».

Como me decía mi padre, que fue quien me recomendó esta lectura, se trata de un libro para tener en casa. Es más, yo añadiría que para todo el que quiera escribir se trata de un libro para leerlo con una libreta al lado y estudiarlo: subrayando, tomando nota, copiando frases que llamen tu atención, analizando por qué están tan bien escritas, qué recursos emplea el autor, etc. Yo desde luego me arrepiento de no haberlo hecho así, porque este libro, si lo lees de forma activa, es mejor escuela que diez manuales y cinco talleres sobre cómo escribir bien. Es por obras como ésta que no estoy de acuerdo con esa idea de que los libros no se leen por segunda vez hasta que te jubilas. Por mi parte, estoy segura de que volveré a visitar los recuerdos de Tagore más pronto que tarde.

De momento, puedo estar agradecida de que esta lectura me haya abierto la puerta a su obra poética. Y para hacer honor a ello, así como para no aburrir más, termino esta reseña con uno de sus poemas.

Dormía, y soñaba
que la vida era alegría.

Desperté, y vi
que la vida era servicio.

Serví, y vi
que el servicio era alegría.

sábado, 17 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro que te haya hecho llorar: El tiempo entre costuras, de María Dueñas



Hay un detalle importante que debería aclarar de antemano: cuando empecé a leer este libro, no lo hice pensando en incluirlo en esta categoría. En principio le iba a poner otra etiqueta: la de “un libro que le guste a tu madre”. Pero ¿qué pasó? Pues pasó que hacia la mitad de esta novela hay un par de momentos que… bueno… digamos que afectaron físicamente a mis globos oculares. Entonces pensé: “oye, ¿el reto no tenía una categoría para estos casos?”. Y voilà.

Otra cosa que debéis saber, y que sabía que iba a tener que confesar cuando llegase a esta categoría, es lo siguiente: yo soy bastante llorona. Las cosas como son: que un libro me saque las lágrimas a mí no significa que sea lo más trágico del mundo, ni que el autor haya siquiera intentado ejercer presión emocional y, desde luego, no significa que ese libro vaya a hacer llorar a otros, necesariamente. Al igual que el humor, como comenté hablando de El fantasma de Canterville, las emociones son algo muy personal. Así que, si estáis buscando algo que atente contra vuestros lacrimales y esperáis que os diga algo como “es imposible no llorar con este libro”, me temo que no vais a encontrar ese tipo de reseña. Es más, lo último que querría hacer es vender El tiempo entre costuras como una novela de lágrima fácil.

Desde luego, tampoco es una novela de jauja: trata temas muy duros dentro de un marco histórico muy triste. Pero el caso es que, sin caer en el melodrama ni en la manipulación emocional, María Dueñas consigue que conectemos con la protagonista y que queramos acompañarla en el viaje de su crecimiento. A través de esta lectura he comprendido algo importante sobre la narrativa: muchas veces nos devanamos los sesos buscando la forma de crear héroes y heroínas, pero creo que no nos centramos en lo esencial. En realidad, a la hora de leer una novela no necesito admirar al personaje principal, ni siquiera necesito sentir pena por las circunstancias tan duras de su vida. Pero sí necesito una cosa: que me importe. La autora sabe que, si consigue que conectemos emocionalmente con la protagonista, no vamos a soltar el libro pase lo que pase. Aunque quizá no estemos de acuerdo con algunas de sus decisiones o pensemos que nosotros habríamos actuado de manera distinta, eso da igual si nos interesan los pormenores de su vida y los demás personajes que la rodean. Estamos con Sira Quiroga, y por eso vamos a alegrarnos con ella, vamos a pasar miedo con ella y, en efecto, vamos a llorar con ella (ejem, sobre todo al final de la segunda parte y, ejem, al final de la tercera. Ejem).

Una última observación: me ha parecido muy interesante este enfoque, el de una historia ambientada en la Guerra Civil pero con la perspectiva de alguien que la vive desde fuera. No sé si esto es algo habitual o no porque, a pesar de que hoy en día hay mucha narrativa sobre este tema, debo confesar que yo he leído bastante poca. Pero creo que aporta un punto de vista que es importante tener en cuenta, además de un elemento muy valioso de riqueza cultural. En resumen, una lectura disfrutable de principio a fin: para mí ha sido un honor derramar lágrimas sobre sus páginas.

sábado, 10 de octubre de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro ambientado en un lugar que siempre has querido visitar: Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving

La portada de la edición que he leído.


Mi idea de leer un libro cuya acción transcurre en un sitio que te gustaría visitar alguna vez es que esa lectura te dé aún más ganas de visitarlo. Y como alguien que nunca ha estado en Granada, esas eran mis expectativas cuando decidí leer esta obra de literatura estadounidense… e irónicamente he estado a punto de perder las ganas de poner un pie en la Alhambra de puro sopor. Al final no ha sido así, afortunadamente, pero la verdad es que me he quedado tal cual estaba.

No quiero hacer una reseña muy larga, porque si leísteis mi profunda conversación telefónica con Washington Irving ya os podéis hacer una idea de lo que opino. Así que voy a empezar hablando de lo positivo, para variar. La idea de recoger los relatos y leyendas de un lugar como el palacio de la Alhambra es genial: al dejar a un lado la obsesión con el realismo y el rigor histórico con los que a veces encadenamos nuestra imaginación, lo que logran estas narrativas es dotar al lugar de cierto misticismo. De este modo, cuando por fin visitas la Alhambra, sientes que estás dentro de esos cuentos. Es como conseguir que la ficción y la realidad pongan aparte sus diferencias y se den la mano por un instante: se trata de un placer casi infantil, para qué negarlo, pero se disfruta igualmente. Y el departamento de turismo de Granada quizás tenga bastante que agradecerle a Irving en este sentido. Por eso debo decir que, cuando el libro nos da lo que su título promete (es decir, los cuentos sobre la Alhambra), cumple su propósito a la perfección.

El problema es que más de la mitad del libro no nos da lo que su título promete. En lugar de eso tenemos el blog de vacaciones de un turista muy impresionado con cada detalle de lo que le rodea y empeñado en transmitir su emoción sin conseguirlo. Lo siento, pero seamos realistas: a nadie le apetece leer el blog de vacaciones de un individuo al que no conoce. A lo mejor Washington Irving era una persona maravillosa y súper interesante, no digo que no, pero es que este libro no me dice nada en absoluto sobre su personalidad. Varios capítulos en los que simplemente describe sus paseos por la Alhambra han sido para mí el equivalente de mirar una postal durante horas. O peor, porque al menos mirando la postal tengo la libertad para imaginar yo misma lo que puede haber ocurrido ahí. Y lo siento, sé que el pobre Irving tenía la mejor intención del mundo y que estoy siendo demasiado dura, pero para mí ha sido una de las lecturas más aburridas de este año.

Aun así, vuelvo a decir que eso es solo una parte del libro. En el balance general, tendría que admitir que ha valido la pena tragarme esos párrafos interminables para poder llegar a los cuentos, que sí me han gustado y me han dado lo que esperaba. Ahora bien: si, al igual que a mí, te atrae esta lectura por el título, mi consejo es que leas solo los cuentos y te saltes el blog de vacaciones.

Ah, y no, al final no aparece ningún jinete sin cabeza. Decepcionante.

jueves, 8 de octubre de 2015

Y nos dieron las diez, y las once... y a lo tonto, las cien

Sé que llevo bastante tiempo sin actualizar el blog, pero esta vez hay una explicación. Sí, lo sé, siempre tengo una “explicación” para mis etapas de inactividad, pero… ¡esta vez es una explicación lógica! Bueno, más o menos.

El caso es que he retrasado un poco esta publicación porque… bueno, se trata de una entrada un poco especial, y en consecuencia quería hacer algo especial con ella. ¿Y por qué? Porque ésta es la entrada nº 100 del blog El arte de soñar. Así es: desde que empecé a escribir en esta plataforma, allá por el año 2009, he escrito cien textos (unos más largos, otros más breves) que he ido compartiendo por aquí. Y para el que ya esté echando cuentas para ver cuánta frecuencia supone eso de tener cien entradas en seis años, ésta es mi respuesta:


Bromas aparte; sí, es cierto que cien entradas desde el año 2009 no indican una productividad muy impresionante que digamos, pero ¡oye!, las pequeñeces también merecen ser celebradas. Estoy contenta de poder decir que, si bien he tenido épocas de mucha sequía (si os fijáis en el archivo del blog al lateral de esta página veréis el ejemplo más claro en el año 2012, en el que sólo publiqué tres entradas), a día de hoy sigo dándole uso a este blog. También, aunque este año sea un poco particular por el reto de lectura que estoy siguiendo, me alegra ver que con cuatro entradas más podré coronarlo como el año más activo de este blog, superando por fin al primero. En serio, ¿qué desayunaba en 2009 para escribir tanto?

Y sobre todo, me alegro de poder ver cierta evolución entre las primeras entradas y las más recientes. No voy a decir que sea una cosa exagerada, pero bueno, al menos ha habido algo de crecimiento en varios sentidos. En conjunto este blog me enseña, entre otras cosas, que estoy en medio de una aventura muy interesante donde lo más importante no es el camino que se queda atrás, sino el que se va haciendo al andar, como decía Machado.

Algunos estaréis pensando: «¿dice que quería currarse esta entrada y lo único que ha hecho son dos párrafos del discurso nostálgico de plantilla?». Pues… sí y no. En realidad hay algo más, y nada mejor que la entrada número 100 para anunciarlo: he decidido crear otro blog aparte de éste:


La diferencia es que este nuevo blog estará escrito completamente en inglés. Como muchos sabéis, he estudiado este idioma durante cuatro años de carrera y, la verdad, me da un poco de pena ver que después de un año de graduada se me vuelve a hacer cuesta arriba usarlo a la hora de escribir. Con la falta de práctica es normal, claro, pero me gustaría seguir mejorando un poco mi inglés escrito a través de la creación de nuevos textos, y ésta me parece una buena manera de hacerlo.

Si sabéis inglés y tenéis curiosidad, echadle un vistazo. No voy a mentir, como escribir en una lengua extranjera me cuesta el doble de esfuerzo seguramente lo actualizaré con menos frecuencia que éste (sonamos…), pero procuraré pasarme de vez en cuando aunque sea para limpiar telarañas. Y si algo de lo que leéis os gusta y queréis compartirlo, os lo agradeceré infinitamente.

¡Ahora sí!, muchas gracias por leer esta entrada y varias de las noventa y nueve anteriores. Durante la próxima semana me iré poniendo al día con las lecturas que he reseñado y que tengo pendiente publicar, empezando por la obra del señor Washington Irving. Que no se diga