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lunes, 17 de marzo de 2014

Pincelada de tinta - Esta vez

 Dejando caer palabras en una hoja del cuaderno. Sé que mañana releeré esto y arrugaré la frente, pero lo he escrito hoy, así que el día de mañana no tiene ni voz ni voto en este asunto.

¡Que tengáis una buena semana!

Abrí la puerta y antes de darme cuenta entró una caricia. Detrás de la caricia entró una zapatilla con el cordón desatado, seguida del sonido de una risa que al instante me hizo pensar en las olas del mar y en gajos de naranja, y entonces unos brazos gruesos como troncos me abrazaron al tiempo que una fuerte ráfaga de viento llenaba el vestíbulo de nieve. Entonces me di cuenta de que estaba llorando, y desde entonces nunca volvería a sentir la nieve en mis mejillas sin que se me llenaran los ojos de lágrimas.

Seguimos abrazados durante cinco largos minutos, y en ese rato los dos dijimos muchas tonterías. Tonterías importantes, es cierto, pero que sólo las plumas muy hábiles tienen derecho a poner por escrito para que las páginas en blanco de este mundo no se llenen de indescifrable palabrería de enamorados que sólo pertenece a un momento y a un lugar, y que está destinada a viajar en susurros de unos labios a un oído, y no a través de la tinta y el papel. Sólo puedo resumir esa conversación diciendo que ambos dijimos en al menos cuatro lenguas distintas (la alegría, la ira, la añoranza y el silencio) que no habíamos hecho sino una estupidez tras otra, y que no había manera de decir cuánto lo sentíamos, y que no queríamos volver a separarnos nunca en lo que nos quedara de vida, aunque esa vida estuviera llena de baches y sacrificios que nos llenarían de dudas, cierto, pero nada podía ser tan terrible como el vacío de los últimos diez años.

Llevábamos un buen rato cogidos de las manos cuando decidimos mirarlas. Él también se había desecho de la alianza de oro, como había supuesto. Cerré los ojos con fuerza al recordar la tarde en que yo había tirado la mía al pantano cenagoso del campo donde vivía mi hermana, con la que había vivido durante unas semanas después de que él se marchara. ¿Cómo podía haberme cegado tanto el orgullo?

Él entonces me levantó la barbilla para que le mirase, y me dijo sonriendo:

-Te prometo que esta vez será diferente. Esta vez, cuando te despiertes, esto será real.

Y yo, conteniendo la respiración, me aparté. Lo creí: lo creí con toda mi alma, y esperé en silencio a que pasara la neblina del sueño para demostrarme que no estaba equivocada, y que al abrir los ojos él estaría a mi lado.

Una mañana más, desperté helada en mi habitación. Y, temblando, alargué la mano hacia el otro lado del colchón deseando encontrar algo más que sábanas vacías.

2 comentarios:

  1. glup! triste eh? cuando escribas sobre el reencuentro me avisas :)

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  2. Sí, muy triste, pero muy bien expresado. Tienes un don.

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