Buscar este blog

martes, 11 de marzo de 2014

Pincelada de ideas - Ojos que ven...

Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en alguna parte.

(El Principito, Antoine de Saint-Exupéry)

Una de las cosas que a menudo me llaman la atención cuando leo cualquier libro son las descripciones de las miradas. El narrador enfoca a un personaje y te dice mucho de lo que está pasando por su cabeza sólo con decir cómo son sus ojos. Ya sabéis a lo que me refiero, a frases como “tenía los ojos alegres”, o “aunque sonreía, sus ojos parecían tristes”, o “sus ojos expresaban confusión”. Es algo que siempre leo y que muchas veces también escribo yo misma, pero… no deja de parecerme curiosa la gran frecuencia con la que aparecen descripciones así. Y es que, al pensar en mi propia percepción del mundo real, me doy cuenta de que ésta no es tan literaria. De vez en cuando se me pasa por la cabeza una expresión de ese estilo, pero también he de reconocer que muchas veces cuando miro a alguien a los ojos lo que veo son… eso, ojos. Sin más. Quizá también se debe a que, al menos en la cultura en la que vivo, eso de mirar a alguien directamente a los ojos durante el tiempo suficiente para saber cómo se está sintiendo no resulta del todo cómodo. O quizás ocurre que a la hora de escribir es muy tentador sacar conclusiones usando ese don tan maravilloso que es la imaginación.

Sea como sea, esto me hace darme cuenta de lo importante que puede ser una mirada. Y no sólo por lo que pueda expresar, aunque haya usado esa idea para empezar esta pincelada. También, y sobre todo, por lo que puede ver.

Es importante resaltar que cuando hablo de lo que nuestras miradas pueden ver no me refiero realmente a los ojos físicos. Me refiero a esa otra mirada: esa que es mucho más profunda, que abarca cosas infinitas y que puede seguir viendo aun cuando nuestros párpados están cerrados. Hablo de esos ojos por los cuales dos personas pueden mirar un mismo objeto y ver cosas diferentes, que es una de esas características de la humanidad que nunca dejarán de sorprenderme.

¿Todos tenemos la misma mirada? Desde luego que no. Y no porque algunos tengan el iris castaño y otros lo tengan azul, o porque unos vean más claro y otros más borroso; eso no es importante. Nuestras miradas son diferentes porque no ven las mismas cosas. Hay ojos que miran una semilla y sólo ven una semilla, pero hay ojos que, mirándola, ven el árbol que saldrá de ella. Hay ojos que ven ciudades y ojos que ven una casa en concreto. Hay ojos que ven manos pidiendo ayuda a dos centímetros de distancia y ojos que las ven al otro lado del mundo. Hay ojos que ven el color de la piel y ojos que no.

La cita de El Principito con la que encabezo este texto me hace pensar en ese tema y, dicho sea paso, también me hace mucha gracia. Y es que cada vez que la leo me imagino a dos individuos parados al borde de un desierto manteniendo una conversación como ésta:

-Míralo. ¿No es precioso?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser? ¡El desierto!
-Hombre, tanto como precioso… pues no. Hay arena, arena y más arena. Y si vas un poco más allá, verás más arena. ¿Qué tiene eso de precioso?
-¿No lo ves? Es hermoso porque en alguna parte hay un pozo con agua. ¡Evidentemente!

Hay ojos que ven pozos de agua en el desierto.

Creo que ninguna forma de arte existiría de no ser por esto. Los ojos de los auténticos artistas son capaces de ver paisajes en lienzos vacíos, sinfonías en una cuerda que vibra al pulsarla, historias en páginas en blanco, esculturas en un pedazo de piedra que cualquier otro habría tirado, y mil cosas más. Pero no se trata sólo de arte. Las distintas miradas que tenemos determinan nuestra forma de relacionarnos unos con otros y de entender el mundo que nos rodea. Y es que también hay ojos que ven la belleza donde otros sólo ven algo roto. Ojos que ven la necesidad de un abrazo bajo la máscara del mal humor. Ojos que ven la inseguridad detrás de la autosuficiencia. Ojos que pueden ver en medio de la oscuridad, y ojos que incluso ven durmiendo. Ojos que miran al pasado y ojos que miran al futuro.

Pensando en esto no puedo evitar preguntarme, sobre todo cuando me miro a mí misma, cómo es posible que algo así ocurra. Me pregunto cómo mi propia existencia es posible. La respuesta va llegando poco a poco, como en un susurro que cada vez se hace más claro, mientras intento imaginar cómo sería el principio de todo. Intento ver un lugar vacío, anterior a mi existencia. Bueno… casi vacío; al menos lo que hay allí no parece importante. Hay algo, alguna cosa que no sé muy bien qué hace ahí, pero a mí no me produce más que confusión e indiferencia. Mis ojos ven una nimiedad. Mis ojos no ven más que una mota de polvo, una célula, un hueso o algo igualmente insignificante.

Pero hubo unos ojos que miraron lo mismo y no vieron eso.

Me vieron a mí.

1 comentario: