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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Pincelada de arte – Anteojito y Antifaz: Mil intentos y un invento

Como probablemente muchos ya sabréis a estas alturas, me encanta ver y reseñar películas de animación. También de acción real, por supuesto, pero para mí la animación tiene un encanto especial porque se observa y se analiza en términos diferentes y, por supuesto, tiene su propio lenguaje. Y esta película es un buen ejemplo de ello.

Si habéis leído mi reseña de Trapito, también sabréis que soy una admiradora del artista argentino Manuel García Ferré (argentino de adopción, ya que de hecho nació y se crió en España). Este director y dibujante se dirige al público infantil con historias entretenidas y personajes entrañables, inspirados siempre en su propia visión de la humanidad. Para mí sus mejores obras pertenecen a su primera etapa, y eso incluye la película de la que hablo hoy: Anteojito y Antifaz: Mil intentos y un invento, su primer largometraje.

Como todas sus historias, ésta rebosa sencillez: se podría definir como una especie de cuento contemporáneo. Anteojito es un niño que vive con su tío Antifaz, quien trabaja sin descanso en su invento de una fórmula para volver a las personas invisibles. A pesar de sus numerosos fracasos, su sobrino no pierde la fe en él y busca por su parte maneras de ayudarle a salir adelante económicamente y a cubrir los gastos de sus experimentos científicos. Debido a las manipulaciones de su malvada vecina, la bruja Cachavacha, Anteojito recibe el ofrecimiento de convertirse en un famoso cantante, lo cual tiene efectos determinantes sobre él y sobre su relación con los que le rodean.

Se trata de un relato simple, sin muchos giros argumentales ni complicaciones, pero contado con buen ritmo, sentido del humor y originalidad. A día de hoy se nota en él la ingenuidad propia de gran parte del cine clásico, y para mi gusto peca de poca sutilidad en los mensajes y en el desarrollo de algunos momentos de la historia, pero tiene muchos detalles que vale la pena observar con cuidado, así como geniales matices que reflejan la realidad vivida por su creador y el mundo que lo rodeaba: la letra de algunas canciones, como “Por un queso” o “Canción del buzoncito triste”, el cuento del hierro ambicioso, la impactante escena en que el protagonista contempla a sus representantes pelearse por el dinero y los ve como si fueran ratas… espejos de la vida misma.

Lo que hace especiales a estos personajes es que cada uno tiene su propia alma. Anteojito comienza como un niño casi de la calle que es feliz a pesar de su pobreza, pues al no conocer el dinero sigue conservando la inocencia; sin embargo, a lo largo de la historia se corrompe por el poder y las riquezas (¿veis relación con alguna pincelada reciente?) y se deja llevar por su ambición. Es un personaje muy humano, no sólo por esta transformación, sino por su carácter, ya que incluso antes de que ésta se produzca se muestran en Anteojito varios contrastes; a pesar de su dulzura y candor infantiles no tiene problema en pelearse con la gente que lo trata mal en la calle o en enfrentarse a adultos que le engañan. Por su parte, Antifaz es una especie de Don Quijote que se ha convencido a sí mismo de que es inventor por tomarse demasiado en serio los libros que lee. Es un personaje alegre, entusiasta y también muy cariñoso con su sobrino, pero está tan centrado en su obsesión particular que apenas se da cuenta de las necesidades de éste. Sin embargo, su evolución en la historia va unida a la de Anteojito: cuando éste se aleja de él, Antifaz pierde poco a poco la alegría e incluso el interés en sus inventos. Como podéis ver no son personajes complejos, pero sí muy bien desarrollados.

Alrededor de los protagonistas gira un reparto de secundarios no muy reseñables pero así y todo simpáticos y con encanto, y algunos con ideas interesantes e ingeniosas como la melancolía de Buzoncito o que el Maestro Meethoven, como él mismo señala, lleve corchos en las orejas para guardar en su interior sólo la buena música. También es curiosa la intervención de la bruja Cachavacha, un personaje que ya se había hecho famoso en la serie de García Ferré Las aventuras de Hijitus.

Pero principalmente se podría decir que el espíritu de Anteojito y Antifaz: Mil intentos y un invento reside en la nostalgia. Y no me refiero a esa sensación de morriña que produce ver una peli que conocías cuando eras pequeño y le guardas cariño por ello, porque esto lo dice alguien que no vio esta película hasta hace bien poquito. Al contrario, este largometraje es nostálgico desde el momento en que se creó. No hay más que ver las primeras escenas y escuchar la canción “Tío, tío, tío” para darse cuenta de que lo que su director buscaba era crear una historia que resultase divertida y emocionante para los niños y, al mismo tiempo, mirar de reojo al adulto que los acompaña y preguntarle: “¿te acuerdas de cuando eras tan pequeño como ellos?”. Existe ese doble punto de vista, y por eso el hecho de que la película esté protagonizada por un adulto y por un niño es algo muy significativo.

Nos encontramos ante un largometraje de animación que, aunque en su momento tuvo bastante éxito y aún hoy guarda su pequeño público de fieles, quizá merece un poco más de atención en la actualidad. Pienso que, para lo que es, ha pasado demasiado desapercibido. Y confío en que esta pincelada contribuya en lo que pueda a sacarlo un poco del olvido y a redescubrirlo como lo que es: una obra de arte animada con todo el encanto de antaño, creada con cariño y buen hacer y, en cierto sentido, llena de poesía sobre la infancia.

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