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jueves, 18 de junio de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro con más de cien años de antigüedad: La Celestina, de Fernando de Rojas*

La portada de mi edición no aparece en Google, así que tomad esta imagen, que mola mucho más.


Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo: no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos.

He aquí una categoría en la que no tuve ninguna dificultad para elegir. Primero, porque tampoco es que yo controle mucho en materia de literatura antigua, así que mi única opción era recurrir a los clásicos más célebres. Y segundo, porque, curiosamente, La Celestina llevaba bastantes años en mi lista de lecturas pendientes. Para ser exactos, nueve años: desde que estudiamos esta obra en tercero de la ESO, en uno de esos inolvidables libros de Lengua cuya idea de despertar el interés de chavales de quince años hacia una obra antigua era destripar el argumento acto por acto. Brillante, muchachos: realmente brillante. A ver, ya sé que es un poco absurdo pedir que se mantenga el suspense de un libro publicado en 1507, sobre todo teniendo en cuenta que en dicho libro cada acto comienza con un resumen de lo que vas a leer (otra idea bastante cuestionable), pero aun así… no sé, ¿por qué esos chavales de quince años van a querer leer La Celestina si desde el primer momento les revelas quiénes, cuándo y cómo mueren? En fin, misterios del sistema educativo.

A pesar de todo, este libro acabó en mi famosa lista. No por intriga, que ya hemos visto que era imposible, ni tampoco porque me pareciera especialmente importante (claro que es importante, pero si quisiera leer solo por postureo literario ya habría devorado La Ilíada, La divina comedia y las obras completas de León Tólstoi, y no es el caso). Lo que me dio ganas de leer La Celestina fue en realidad que los fragmentos de diálogo que aparecían reproducidos en mi libro de Lengua me hicieron bastante gracia. Me reí con ellos: hicieron que quisiera conocer a estos personajes, incluso aunque ya supiera quiénes iban a morir. De modo que quedó ahí, en lecturas pendientes, y por fin ahora he encontrado la ocasión de quitarme esa espinita.

Cuando los lectores del siglo XXI decidimos leer una historia escrita hace 500 años, está claro que tenemos que someternos a sus reglas y aceptar que ese lapso de tiempo nos influye mucho. Aceptar, por ejemplo, que en aquel entonces no se valoraba como ahora la fluidez narrativa y por eso nos encontramos personajes que hacen intervenciones de dos páginas sin que nadie les interrumpa, algo muy raro en literatura hoy en día. O aceptar que en esa época los géneros literarios no tenían etiquetas tan claras para separarlos, y que por eso esta obra es una cosa tan rara, supuestamente teatro pero prácticamente imposible de representar. Todo esto son cosas a tener en cuenta, desde luego, pero una vez que aceptas la diferencia temporal y te acostumbras un poco a ese castellano antiguo, La Celestina no es un libro tan difícil de leer como algunos pueden pensar. Para empezar, es diálogo puro y duro: con algunos monólogos, pero conversaciones al fin y al cabo, de modo que no se hace muy denso. Por otro lado, las relaciones entre los personajes son muy entretenidas y rebosan humor, como muestra el primer diálogo entre Calisto y su criado Sempronio. Y desde luego, todo esto no quita que siga siendo una historia profundamente literaria, llena de matices e incluso momentos conmovedores que dan lugar a la reflexión; a resaltar el magnífico monólogo de Pleberio al cerrar la obra, que es para enmarcarlo.

En resumen: clásico, es verdad, y que merece serlo. Porque un clásico no es un libro que se puede leer hoy exactamente igual que hace cinco siglos (es más, aseguraría que tal libro no existe), sino un libro que todavía hoy tiene mucho que decir y al que vale la pena darle una oportunidad aunque para ello tengas que aceptar el esfuerzo de salvar las barreras históricas.

Y aunque tu libro de Lengua de Secundaria se haya encargado de destriparte el argumento. Que, aunque he dedicado el primer párrafo de esta reseña a quejarme de ese aspecto, es cierto que no es lo más importante; especialmente cuando hablamos de buenos libros.


* De Fernando de Rojas presuntamente, lo sé. ¡Pero bueno, un título no es el lugar para andarse con matices!

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