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sábado, 25 de octubre de 2014

Marcapáginas - Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin (II)

(Parte uno aquí)

Parece que me equivoqué en la entrada anterior. Eso no era un testamento. ESTO es un testamento. Y lo peor es que se me han quedado en el tintero más cosas que quería decir... En fin, supongo que esperaré a que salga el siguiente libro para continuar (¿oyes, Martin?).



Muy bien… Voy a ser clara con esto desde el principio, porque aquí estoy jugando con la tontería del suspense (véase el final de la pincelada anterior) cuando en realidad hay algunas cosas que son muy evidentes y que creo que caen por su propio peso.

Lo primero, por supuesto que me ha gustado Canción de hielo y fuego. Eso no es un interrogante. Me ha gustado, y bastante, de hecho. Negarlo sería como decir: “pues yo no paso más de cinco minutos al día en Facebook”; es decir, no puedo engañar a nadie. ¿Quién se toma el tiempo de leerse una historia que en total suma casi siete mil páginas si esta no le gusta? ¿Realmente existe gente tan aburrida y con tanto tiempo para perder? No, no voy a fingir ser una de esas personas que usan el argumento de “yo solo me lo leo para poder criticarlo con fundamento”. Esa actitud, aunque en ciertos casos puede ser muy respetable, con los libros de George R. R. Martin sencillamente no me la creo. Así que, hablando claro desde el principio, diré que sí que me gusta esta saga, y obviamente reconoceré sus virtudes. Ahora bien, también les dedicaré unos cuantos párrafos a los “peros”.

Para empezar, creo que es necesario que haga una aclaración porque en la primera parte de mi reseña he hecho unas cuantas bromas sobre la extensión de estos libros. No, no tengo ningún problema con que sean largos. Dice Stephen King en Mientras escribo que un simple vistazo a un libro de tu estantería revela “la inversión de tiempo y trabajo que tuvo que hacer el autor para crear su obra, y la que tiene que aceptar el lector para digerirla”. Y estoy muy de acuerdo. Además, al fin y al cabo, algunos de mis libros favoritos también son auténticos tochos. Ahora bien, un lector tendría todo el derecho a criticar una obra si considera que de esas mil páginas hay quinientas que son puro relleno y no aportan nada a la historia: una novela larga es sinónimo de cierto esfuerzo, pero no necesariamente de calidad. Habría que preguntarse, entonces: ¿está justificada esa extensión en Canción de hielo y fuego?

Mentiría si dijera que todas las subtramas y personajes de la saga me resultan imprescindibles. Por supuesto, esto es muy relativo: una novela no es una máquina cuyas piezas están obligadas a cumplir una función sí o sí, y puede haber páginas que técnicamente no son “necesarias” pero que enriquecen mucho la narración. Hay ejemplos de esto en los libros de Martin, sin duda alguna: uno que se me viene a la cabeza ahora mismo son las descripciones de las batallas. Sí, habéis leído bien. Es raro, porque a mí normalmente este tipo de escenas de acción  me dan ganas de saltármelas, pero voy a defender a capa y espada que si hay alguien en el mundo literario que sabe cómo atraparte y mantener tu corazón en un puño con la descripción de una batalla ése es George R. R. Martin. No es fácil capturar con palabras el estrés, la urgencia de movimientos y la desesperación de la lucha sin aburrir al lector, y él lo consigue de forma magistral. ¿Se detiene un poco la historia en esas páginas? Es posible, pero puedo asegurar que no te das cuenta mientras lo estás leyendo, así que nunca podría decir: “esa parte sobraba”. Sí, y el segundo trozo de tarta de chocolate también sobra casi siempre, pero ¡anda que no lo disfrutamos!



Sin embargo, hasta de tarta de chocolate se puede empachar uno. Volviendo a la pregunta de si la extensión de esta saga está justificada, creo que objetivamente tendría que decir que sí. Se trata de una historia lo bastante compleja como para ocupar toda una estantería: hay muchísimos personajes, puntos geográficos, antecedentes… y, por supuesto, un montón de perspectivas diferentes. Una novela-río con todas las de la ley. George R. R. Martin quiere darle sensación de omnipresencia al lector y al mismo tiempo mantenerlo intrigado por lo que ocurrirá después, y vaya si lo consigue. Es una obra titánica por su parte, y es obligatorio subrayar su habilidad para mantener constantemente la atención del lector a pesar de llevar tantísimas subtramas distintas. Todo eso es genial. Pero (ya sabíais que todo esto anticipaba un pero) hasta la historia más interesante se puede volver agotadora, y después de cinco libros (o siete, según la edición) me siento preparada para admitir que estoy un poco cansada de Canción de hielo y fuego.

No es que la historia se haya vuelto aburrida, ni mucho menos. George R. R. Martin no sabe aburrir: creo que podría escribir un manual de limpieza y conseguir que fuera entretenido. Y eso lo admiro y lo aplaudo. Pero… ¿recordáis que hablando de Tormenta de espadas dije que el ritmo de estos libros es como el de tres montañas rusas seguidas? Pues ahí hay una gran virtud y una gran pega. No voy a negar que si te subes a tres montañas rusas seguidas no te aburres en ningún momento, pero tampoco me neguéis vosotros que acabas totalmente mareado. Eso es un poco lo que me pasa a mí con Canción de hielo y fuego: lo que empezó como emoción lectora se ha convertido en una adrenalina constante que mantiene mi atención, sí, pero también ha llegado a disminuir mi disfrute.

Esto en parte se debe a las estrategias narrativas de Martin (que por otro lado son de todo menos predecibles). Por ejemplo, ¿sabéis este tipo de historias complicadísimas en las que el autor se ve obligado a escribir alguna catástrofe o una serie de incidentes que se carguen a la mitad de personajes para poder simplificar la trama y poner un punto final? Muchas telenovelas usan este recurso (aunque a lo mejor no lo sabéis porque no sois tan tontos como yo de tragaros un culebrón hasta el final). Pues bien, lo sorprendente de Martin es que él hace cosas así en medio de la historia. No al final. Y lo que es más chocante, no lo hace para simplificar nada (porque por cada personaje que muere parece que entran dos nuevos, madre mía), sino para llevar la narración en direcciones completamente inesperadas. ¡Y vaya si lo consigue! Admito que esto es, en parte, lo que hace que como lector no puedas apartar los ojos de las páginas. Pero sinceramente, también es la razón de que llegue un punto en el que te preguntes: ¿por qué sigo leyendo esto, si el autor ya se ha cargado a la mitad de los personajes que me gustaban y no me ofrece ninguna garantía de que vaya a mantener con vida a la otra mitad? Sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo y argumentarán que todo esto hace la historia mucho más realista, impredecible e interesante de leer. Os doy la razón, pero personalmente me cuesta mantener una conexión emocional con personajes tan… frágiles.


(encontré esta imagen en Internet y me encantó xD)

Hay otras cosas que me molestan un poco a la hora de leer esta saga. Una de ellas tiene que ver con el lenguaje. A ver, no me saquéis las uñas; evidentemente hay cosas que Martin escribe muy bien. Los diálogos en general son muy naturales, las escenas de acción, como he dicho antes, mantienen siempre el interés, y especialmente es un escritor que redacta de manera genial las secuencias de sueños y visiones. Vamos, que no voy a decir que no sepa manejar el lenguaje porque mentiría como una bellaca. Pero el caso es que George R. R. Martin no se distingue por su elegancia y sutileza. Igual que hay que reconocer sus arrebatos de brillantez, también hay que decir que el tío no cree para nada en esa regla de “insinuar en vez de mostrar”, o como se dice mejor en literatura, “sugerir en vez de decir”. No: cuanto más explícito y bestia en todos los aspectos, mejor. En algunos aspectos esto está bien porque ayuda a crear sensación de realismo, pero a veces puede llegar a ser muy desagradable, o muy vulgar en momentos que no lo requieren. Y Martin, no digo que tengas que ser Jane Austen, solo digo que si la declaración más romántica que se te ocurre para una escena de amor es “adoro tus tetas”, la tecla de borrar en el ordenador no está de adorno.

Como veis, hasta aquí todo son críticas bastante subjetivas. Podríais convencerme de que soy una exagerada con el tema de los giros argumentales: es la historia de Martin, él puede llevarla en la dirección que quiera y no tiene que darle explicaciones a nadie (y menos a mí) de los personajes que mata o deja de matar. Al fin y al cabo, si lo sigo leyendo es por algo, ¿no? Incluso podría aceptar que el tema del lenguaje forma parte de su estilo literario, y aunque a mí no me gusta mucho, a otros les puede encantar por lo realista que es. Todo esto puedo digerirlo, pero ninguno de estos elementos por sí solo ha hecho que esté agotada de Canción de hielo y fuego. El elemento definitivo, lo que hace que de vez en cuando arrugue el ceño y me pregunte por qué sigo leyendo esta historia, es éste: ¿hay algún momento feliz?

Vale que esto sea la historia de una guerra. Vale que tiene que haber violencia, muerte y destrucción. Vale que todo ello contribuya a hacer este mundo más realista. Pero… ¡ni la persona más amargada del mundo te diría que en la vida real no hay ni un mísero instante de alegría! Hubo un momento en medio de la lectura en que pensé: “¡Jo, todo esto es un descontrol! ¡Con lo bien que estaban los pobres cuando…!”. Y entonces me di cuenta. ¿Cuándo? No ha habido un solo momento de paz en toda la historia. Me diréis que sí, que al principio de todo. ¿De verdad? Al principio de todo tenemos a un monarca más interesado en emborracharse y meterse en peleas que en gobernar, una princesa Targaryen de doce años obligada a casarse con un salvaje, un chico bastardo que no se siente parte de su hogar, un enano con una familia que le odia y un pasado incluso más deprimente… ah, y un ejército de muertos vivientes que ataca a los defensores del reino y prepara una invasión. Y la lista sigue. ¡Sí, suena de cuento de hadas! Es verdad que cuando vas por el tercer o cuarto libro a la mayoría de personajes les va fatal, pero es que en ningún momento les ha ido bien. Se supone que debería haber alguna situación que eches de menos para sentir realmente los daños que causa esta guerra. Yo no he encontrado ninguna. ¿Y por qué esto es tan importante? Porque para mí la fantasía épica tiene mucho que ver con la creación de mundos imaginarios, mundos que querrías que fuesen reales, que te da pena abandonar al cerrar el libro. Si me preguntáis: ¿vas a echar de menos los Siete Reinos cuando se acabe la saga? ¿Crees que vas a tener esa sensación de pérdida, de querer volver a ese mundo fantástico? ¿Vas a querer leer estos libros otra vez? Mi respuesta, desde luego, es no (y no solo porque sean largos). Lo siento, pero nada de lo que se cuenta en estos libros me hace querer vivir en el universo creado por Martin: es más, cuanto más lejos lo tenga, mejor. Evidentemente quiero saber lo que les pasa a los personajes, pero a no ser que las cosas cambien muchísimo en los dos libros que quedan, preveo que mi sensación al acabarse la saga va a ser más de alivio que de pena. Es posible que sea una minoría en esto, pero es lo que pienso.

Una cosa más, aunque admito que esto no es responsabilidad de George R. R. Martin. Tiene que ver con lo que he mencionado de las recomendaciones que recibí, y con la crítica en general. La primera vez que me hablaron de esta saga me la describieron como “la nueva El señor de los anillos”. Sinceramente, como nada más empezar Juego de tronos me di cuenta de que el estilo de Martin era algo totalmente distinto, la mayor parte del tiempo me resultó fácil evitar las odiosas comparaciones… pero se vuelve más difícil cuando en la contratapa de uno de los volúmenes lees cosas como “Tolkien ha muerto. Larga vida a George Martin” (Dana Jennings, The New York Times). Claro que tiene toda la razón, Tolkien ha muerto y además en 1973, pero no veo que haga falta señalar lo obvio… Bromas aparte, yo sigo pensando que El señor de los anillos es mejor que la obra de Martin, pero admito que soy la persona más parcial del mundo en este tema y lejos está de mí querer mitificar a ningún escritor vivo o muerto, de modo que dejémoslo así: no niego la posibilidad de que con el tiempo Canción de hielo y fuego se convierta en el nuevo referente de la literatura fantástica. Pero en esto sí que me voy a mantener firme: con el tiempo. George R. R. Martin ha dirigido una revolución del género, todos estamos de acuerdo, pero J. R. R. Tolkien prácticamente lo inventó. Creo que se ha ganado a pulso que, si una saga va a quitarle ese pedestal, al menos sea una obra completa. Así que cuando Canción de hielo y fuego esté terminada, me avisáis y discutimos su superioridad o inferioridad a El señor de los anillos. Antes, no.

Bueno, esto se está volviendo largo incluso para una reseña de esta saga. Vamos al quid de la cuestión. Teniendo en cuenta todo lo que he dicho… ¿recomiendo los libros de George R. R. Martin?

La respuesta corta: sí.

La respuesta larga: no prometo que gusten a todo el mundo, y puede que al igual que yo acabéis un poco mareados, pero no se puede negar la capacidad cautivadora de su autor a la hora de contar una historia. Supongo que la mejor forma de describirlo es: si os gustó Los pilares de la tierra, no por lo mucho que aprendisteis de Historia, sino por las intrigas palaciegas, los viajes y las relaciones entre los personajes, seguramente os gustará esta saga. Si queréis una serie de libros que os mantengan con la luz encendida hasta altas horas de la madrugada, que os hagan olvidaros de dónde estáis, que sean culpables de que os paséis de parada en el metro… Canción de hielo y fuego es definitivamente para vosotros. Otra cosa no sé, pero no os aburriréis en ningún momento y os lo pasaréis de lo lindo haciendo teorías y conjeturas y viendo como George R. R. Martin os las echa abajo. Solo… intentad no arrancaros los pelos de la desesperación. Ah, y tomad apuntes al final de cada libro si sois de memoria pez como yo.

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