Esto no es una portada, pero todo tiene una explicación. ¡Seguid leyendo!
Estoy pensando cómo debería empezar a hablar de esta
obra y lo cierto es que tengo mis dudas, porque en esta ocasión se trata de un caso
un poco especial. Es una lectura, sí, pero es una lectura “a posteriori”. Me explico:
no sé si recordaréis que cuando comenté Seis personajes en busca de autor a principios de este año dije que a menudo me
frustra un poco leer teatro porque, por mucho que me guste el texto, siempre
soy consciente de que me falta la experiencia “de verdad”. La lectura está muy
bien, por supuesto, pero el teatro está hecho para ser representado. Es por eso
que La sesión final de Freud supone
una oportunidad demasiado perfecta para dejarla pasar: no solo puedo hablaros
de algo que he leído, sino de algo que, antes de leer, he visto recientemente sobre el
escenario, en el Teatro Fígaro de Madrid. ¡Y de qué manera! De hecho, voy a ser
clara desde el principio: mi objetivo principal con esta reseña es que aquellos
que estáis en Madrid decidáis ir a ver esta maravillosa obra de teatro ahora
que podéis.
La obra presenta un encuentro imaginario entre el
doctor Freud, padre del psicoanálisis y ateo declarado, y el profesor C.S.
Lewis, escritor y teólogo cristiano. No voy a dejar la reseña aquí, pero la
verdad es que a mí con esa sinopsis ya me tenían ganada. La sola idea de ver un
enfrentamiento dialéctico entre estos dos grandes intelectuales con
cosmovisiones tan diametralmente opuestas es tan sorprendente como cautivante,
y desde luego la obra no decepciona en ese sentido. Pero La sesión final de Freud no es solo un debate, ni un mero
intercambio de opiniones. El centro de cualquier obra de teatro es, y debería
ser siempre, el conflicto. Y aquí tenemos de eso para rato. Tal como lo expresa
el personaje de Freud en un momento dado: “uno de nosotros es un tonto”. Se trata
de temas en los que, por mucho que busquen, no van a encontrar un terreno
intermedio, y ambos personajes lo saben. Es fascinante ver a estos dos hombres
defender lo que creen, cada uno totalmente convencido de su postura, pero al
mismo tiempo amenazado por la posibilidad de que toda su visión del mundo esté
equivocada. Esa posibilidad está encarnada en la figura del otro. Eso provoca
frustración, enfado y duda por ambas partes, pero también produce en ellos (y
esto es lo realmente conmovedor) un deseo profundo de entender al otro y de
encontrar la valentía para aceptar el desacuerdo. Valentía hasta el punto de que
ambos son capaces de compartir sus historias personales, sus sentimientos y sus
emociones, lo cual, como he comentado antes, hace de esta obra mucho más que un
choque intelectual.
Dicho esto sobre la obra de Mark St. Germain, me veo
en la obligación de comentar también algo sobre el montaje que se está
representando estos días en Madrid, dirigido por Tamzin Townsend y con Eleazar
Ortiz y Helio Pedregal en los papeles de Lewis y Freud, respectivamente. Basta decir
que es un reflejo perfecto del texto dramático. Sí, no tengo costumbre de usar
esta palabra en ninguna reseña, pero esta vez lo voy a hacer, y además dos
veces: perfecto. La agilidad de la acción, y sobre todo las excelentes
interpretaciones de ambos actores, son sobrecogedoras, y consiguen que esa hora
y media parezcan quince minutos. Es una experiencia que repetiría sin dudarlo. Si
no me creéis, espero que este trailer os convenza:
Tenéis hasta el doce de julio, y de verdad os
recomiendo que no dejéis pasar esta oportunidad. Es posible que mi reseña os
haya dejado igual que al principio, pero por favor, si es así no permitáis que
mi torpeza redactora determine vuestra decisión. Hay que arriesgarse. Creo que
el teatro, por su propia naturaleza, nos llama a aceptar desafíos. Y esta obra
es un ejemplo (lo voy a decir por tercera vez) sencillamente perfecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario