YO:
¿Diga?
W.I.:
Buenas
noches, estimada dama. Tengo por seguro que no me negaréis vuestra respuesta a
una sencilla pregunta.
YO:
¿Eh?
¿Quién habla? Creo que se ha equivocado.
W.I.:
Pero
no hay duda de que hablo con la señorita Abigail, y usted recordará que hemos
tenido cierto trato recientemente, el cual traigo a su memoria esperando que…
YO:
Oh,
no. Eres tú.
W.I.:
¿Discúlpeme?
YO:
Nada,
quería decir… Washington Irving, ¿verdad?
W.I.:
El
mismo, y a su servicio. ¿Cómo me ha reconocido?
YO:
Honestamente,
amigo, solo tú podías ser tan pomposo.
W.I.:
Permítame pasar por alto su descortesía y hacerle la pregunta que deseaba
hacerle.
YO:
Sí,
bueno… ¿qué quieres saber?
W.I.:
Ha
llegado a mis oídos que usted está leyendo mi obra, Cuentos de la Alhambra, con el fin de comentarla en su blog como
parte del reto de lectura que sigue este año. Pero ese dato me llegó hace un
par de semanas. Imagino que a estas alturas ya debe haber acabado de leerla, y
estoy muy interesado en saber cuándo espera publicar la reseña en su blog.
YO:
Ya.
Respecto a eso… hay una pequeña, ínfima posibilidad de que acabar, lo que se
dice acabar, aún no haya… en fin, yo no lo diría exactamente así.
W.I.:
¿No
ha terminado todavía de leer mi obra? ¿Cómo es eso posible? ¿En dos semanas?
YO:
Bueno, Irving, tranquilidad. Es que… tu libro es muy largo, y…
W.I.:
¡Pero
si solo consta de trescientas cincuenta páginas! Si mi información es veraz,
usted leyó En llamas y Sinsajo en la mitad de tiempo.
YO:
¿Tu libro solo tiene trescientas cincuenta páginas? Será una broma.
W.I.:
¿Disculpe?
YO:
Nada, olvídalo. El tema es que… bueno, he estado muy ocupada. No tengo mucho
tiempo para leer.
W.I.:
¿Ocupada?
Según tengo entendido, no le ha faltado tiempo para escuchar canciones de Frozen y ver episodios de series que ya
había terminado de ver.
YO:
Hombre,
si nos vamos a poner puntillosos no llegamos a ninguna parte, señor mío.
W.I.:
Es realmente sorprendente que usted, que ha estudiado literatura americana y ha
vivido en España toda su vida, no aprecie el trabajo de uno de los pocos
escritores estadounidenses que han derramado tal amor a su bella tierra en las
páginas de un libro. ¿No se declaraba usted admiradora del gran palacio de la
Alhambra?
YO:
Claro, bueno… quiero decir, nunca ha estado allí, pero…
W.I.:
¿No
encuentra fascinante, al igual que yo, el encanto histórico de ese rincón de
Granada? ¿Acaso no sueña con visitarlo algún día?
YO:
Sí,
pero…
W.I.:
¿No
anhela perderse en esos patios llenos de recuerdos de reyes pasados, ver esos
jardines adornados con flores de azahar que tiñen el lugar de exótico
misticismo, subir a aquellas torres…?
YO:
Por
favor, no empieces con las torres otra vez.
W.I.:
Ya
sabe, aquellas donde los señores musulmanes se refugiaban tras el grosor de
esos muros que…
YO:
¡BASTA! ¡Eres un pesado! ¿Vale? ¡Un pesado! Por eso no consigo avanzar con tu
libro. Que si las torres, que si la cámara de no sé qué, que si los arcos de
herradura… ¡Esto no es narrativa, es una guía turística! ¡No me aburría tanto
un autor desde Joseph Conrad!
W.I.:
¡Pero si mis descripciones son una clara representación del romanticismo
americano!
YO:
Sí,
todo lo que tú quieras, y no dudo que seas un autor de reconocido talento. Pero
eres un pesado.
W.I.:
Bueno, señorita, su opinión es irrelevante. Al fin y al cabo, ningún gran escritor es apreciado en su
época.
YO:
¡Pero
si esta no es tu época! De hecho no entiendo cómo estamos teniendo esta
conversación…
W.I.:
La
cuestión es que, le guste o no mi obra, no tiene excusa. Se ha comprometido a
leerla, y debe hacerlo. Y cuanto antes se ponga, mejor.
YO:
¡Es
que es un tostón! En serio, ¿por qué sentiste la necesidad de escribir hasta el
último detalle que observaste sobre el palacio de marras? ¿No pensaste que
haciendo eso le quitas todo el misterio? ¿No crees que la gente tendrá más
ganas de ir si hay cosas que no conocen?
W.I.:
Es
decir, que yo no puedo expresar mis sentimientos hacia una de las
construcciones arquitectónicas más maravillosas del mundo, pero usted puede
aburrir a sus lectores con pesadas disertaciones sobre los libros que ha leído.
YO:
A
lo mejor decido no dedicarle a tu obra ninguna de mis aburridas disertaciones,
¿eh? ¿Qué te parece eso? Es más, puedo elegir esa opción sin problema. Seguro
que tardaría menos en leer Notre Dame de
París.
W.I.: Salvo que en su reseña de Un burka por amor aseguró usted que este año terminaría todos los libros que
empezase. Sin excepción.
YO:
Pero…
W.I.: Así
que deje de buscar excusas y póngase a leer de una vez. ¡Es increíble! Debería
agradecer que le haya hecho semejante homenaje literario a su hermoso país, en
vez de estar quejándose.
YO:
Sí, un homenaje… Desde luego, en tu libro tienes una forma muy poética de decir
que los españoles somos unos vagos.
W.I.:
Y por lo que usted me demuestra, no me equivocaba.
YO:
(…)
W.I.:
Bueno, ¿se va a leer o no?
YO:
¡Está
bien, está bien, lo leeré! Pero oye, dime solo una cosa.
W.I.:
¿Qué
quiere saber?
YO:
¿Hay alguna posibilidad de que en alguna parte del libro aparezca un jinete sin
cabeza? Porque eso molaría bastante.
W.I.:
(…)
YO:
¿Hola?
¿Señor Irving? ¿Sigue ahí? (…) Nada. Ay… en fin, Serafín, vamos al lío.
SERAFÍN:
¿A
qué lío? Estaba intentando echarme una siesta.
YO:
¿Tú
otra vez? ¡Que no te he llamado! ¡Que es una expresión, leches!
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