La edición que he leído.
Pregunta inicial de estas reseñas: ¿por qué escogí este libro para esta categoría? Pues… ¡porque es Frankenstein! No es que yo sea de las que leen clásicos solo porque son clásicos y “hay que leerlos”, pero en serio, cuando me puse a investigar opciones para esta categoría y a buscar libros escritos por autores menores de treinta años me sorprendió muchísimos ver esta novela en esa lista. Sí, cinco minipuntos para la filóloga inglesa que no sabía ese dato, lo sé. Supongo que podría haber prestado algo más de atención en Introducción a los Textos Literarios en Lengua Inglesa.
Ahora en serio: siempre he tenido cierto interés por leer esta novela, pero enterarme de que su autora tenía dieciocho años cuando
lo empezó y veinte cuando lo publicó… bueno, digamos que al menos convirtió un “lo
leeré un día de estos” en un “de este año no pasa”. Quizás hay quien piensa que
soy demasiado impresionable: lo niego. Estamos hablando de una de las historias
más célebres de la literatura universal. Y esto no es como Orgullo y prejuicio, que aunque también es un gran logro no deja de
ser un relato totalmente centrado en lo que Jane Austen veía en su entorno:
pretendientes, casas de campo, familia, etc. Pero ¿os habéis parado a pensar en la
enorme imaginación que tiene que tener una jovencita de dieciocho años,
especialmente en el siglo XIX, para ocurrírsele escribir sobre un científico
obsesionado que crea vida en su laboratorio? Mary Shelley, me caes mal. A esto
debía referirse Stephen King cuando dijo que ciertas obras de autores con mucho talento pueden provocar esta reacción en un aspirante a escritor:
¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Bueno, ahora en serio (es la segunda vez que digo
esto, pero ¿quién está contando?). Es verdad que esta novela me ha impresionado
mucho. No solo porque nunca habría adivinado que estaba escrita por una autora
tan joven de no haberlo sabido antes, sino también porque, para ser una
historia tan famosa, me resultó sorprendentemente impredecible. Debo reconocer
que la única versión cinematográfica que había visto era la parodia de Mel
Brooks El jovencito Frankenstein,
pero no sé, tengo la sensación de que en general muchos nos tomamos esta
premisa un poco a broma: que la imagen típica que todos tenemos del monstruo de
Frankenstein es la de un zombie medio perdido que apenas sabe
vocalizar, algo por el estilo. ¡Cuál no sería mi sorpresa al leer este libro y
encontrarme con una criatura que habla francés fluidamente y cita a John Milton!
¿Cómo puede la cultura popular equivocarse tanto?
Vale, eso suena raro, y admito que el desarrollo de la
criatura en el libro es un poco difícil de creer para tratarse de alguien que
ha aparecido en el mundo de la noche a la mañana, y hay otras partes del
argumento que también parece que te las tienes que creer “porque sí”, pero si
vas a contar la historia de un hombre que crea vida a partir de la nada, lo
último que puedes hacer es obsesionarte con el realismo. Esto no es un relato
de misterio con lógica a lo Sherlock Holmes, ni siquiera lo llamaría realmente
de terror: es una tragedia. Que es lo que cabría esperarse con semejante premisa.
No me importa que algunos detalles no tengan mucho sentido o sean un poco
fantasiosos si las reacciones de los personajes ante esos eventos resultan
creíbles y puedes empatizar con sus sentimientos. Y aquí ocurre exactamente
eso, tanto con Víctor Frankenstein como con su criatura.
Los primeros capítulos son un poco difíciles de tragar
(una no se espera empezar a leer Frankenstein
y encontrarse con que la primera escena transcurre en un barco en medio del
Polo Norte), pero vale la pena leerlos para conocer un gran clásico y una
historia atemporal sobre la ambición humana, la necesidad de afecto y la
tragedia de los prejuicios: una historia que las generaciones pasadas han
leído, que leemos nosotros y que seguramente leerán nuestros descendientes.
Y escrita por una chica de dieciocho años, ni más ni
menos.