Érase
una vez una Palabra que vivía en el margen de una página de un libro. Era una
palabra preciosa, sin faltas de ortografía ni de estilo, que vestía una
elegante caligrafía; una de esas palabras tímidas que no se asoman con
frecuencia pero que son demasiado curiosas y simpáticas como para encerrarse de
forma permanente en un diccionario. Había vivido desde que tenía uso de razón
en aquel margen, donde los ojos de miles de lectores la pasaban por alto y las
palabras que vivían en los renglones la rechazaban por no estar impresa como
ellas, y por eso aquella Palabra se sentaba allí triste cada día, deseando hallar
la forma de marcharse. Nunca encontraba la ocasión para hacerlo, porque todas
las miradas pasaban junto a ella con demasiada rapidez como para que pudiese
aferrarse a una de ellas, y siempre acababa suspirando melancólica cuando el
libro se cerraba.
Pero
un día, una de aquellas miradas pasó a su lado y, para su sorpresa, se detuvo.
Como si fuera un sueño, la Palabra vio descender a un Pensamiento que se había
fijado en ella y había quedado deslumbrado. La tomó de la última letra en un
gesto que terminó de cautivarla a ella también, y ambos comprendieron que la
espera y la búsqueda habían llegado a su fin. La Palabra y el Pensamiento se
abrazaron y juntos subieron primero a un subrayador y luego a un bolígrafo,
dejando atrás el margen, la página, el libro y los estupefactos renglones. En
aquel bolígrafo permanecieron unos días, o quizá unos años, navegando por ríos
de tinta y escuchando el sonido de los miles de historias fragmentadas, versos
y declaraciones que poblaban aquel lugar de ensueño. No sabían muy bien si
aquello que les unía era el amor, el lenguaje o el silencio, pero fuese lo que
fuese les había hecho olvidar los interminables vacíos de su existencia
anterior. El margen de la página pronto apareció como una sombra borrosa en los
recuerdos de la Palabra; el Pensamiento, que había pasado tantos años viajando
en aquella mirada perdida y desorientada, también había decidido colocar ese
pasado tras el velo del olvido. Aquellos como él no están destinados a viajar
solos por el mundo.
Estaban
juntos, y eso era lo importante. Quizás por ello tan poco se ha contado acerca
del final de esta historia: nadie sabe dónde acabaron la Palabra y el
Pensamiento tras abandonar los arroyos de tinta, porque lo que para nosotros
podría ser el inicio para ellos fue lo mismo que un desenlace, y no hizo falta
relatar más. Pero a mí me gusta pensar que ahora viven grabados en la luna
(junto a todos los cuentos y poemas que a lo largo de los siglos se le han
dedicado a ésta), o en la sonrisa de una persona emocionada al recibir una
tarjeta de cumpleaños, o en un deseo de felicidad y esperanza para un amigo, o
¿quién sabe?, tal vez viajen a través de un cuento.
Madrid, a 10 de diciembre de
2012
¡precioso! me ha encantado!
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