No voy a mentir. La primera vez que me aproximé por mi
cuenta al cine anime lo hice con muchos prejuicios sobre lo que me iba a
encontrar. En parte supongo que eso es inevitable cada vez que vemos algo
nuevo: casi nunca lo hacemos con ojos imparciales. Queramos o no admitirlo, la
realidad es que tenemos juicios previos y preconcepciones sobre prácticamente
todo. En lo que se refiere a animación japonesa yo había visto cosas aquí y
allá, pero en general asumía que se trataba de un tipo de cine demasiado
bizarro, lento y críptico para mi gusto, dirigido a un público muy específico,
y que a mí nunca podría gustarme del todo. Sin embargo, cuando empecé a ver por
curiosidad algunas películas de Studio Ghibli (uno de los estudios de animación
más reconocidos en la actualidad, a la altura de Pixar, Dreamworks y Disney),
me sorprendió encontrarme con auténticas obras de arte. Estamos hablando de
largometrajes animados rebosantes de creatividad, visualmente impresionantes y
con historias muy originales. Es cierto que algunas me han gustado más y otras
menos, pero es uno de esos casos donde lo que es bueno es muy, muy bueno. Digo
toda esta introducción para que veáis las vueltas que tiene la vida, porque
puedo asegurar que hace unos años, si alguien me hubiese dicho que una película
de animación japonesa iba a impactarme, inspirarme como artista y desafiarme a
la hora de enfrentar la página en blanco, lo más probable es que no lo hubiese
creído.
La película a la que me refiero es Susurros del corazón,
una obra animada de 1995 dirigida por Yoshifumi Kondo y escrita por el hijo
predilecto de Ghibli, el director Hayao Miyazaki. La protagonista de esta
historia es una adolescente amante de la lectura que observa, sorprendida, que
todos los libros que saca de la biblioteca han sido sacados antes por la misma
persona, y se pregunta cómo será este individuo. No es un relato de misterio,
es más, resulta bastante evidente para el espectador de quién se trata, pero al
menos está bien llevado. Y al fin y al cabo la historia no se centra en dicho
descubrimiento, sino en la relación entre ambos protagonistas.
Esbozada la sinopsis, podemos ver que el argumento en
realidad no es nada del otro mundo. Tampoco diría que es una premisa típica o
que suena repetitiva, eso no, pero si alguien me dijera que esa es la trama de
una película de casi dos horas no podría evitar preguntarme: ¿qué tiene eso de
especial?
Creo que aquí es donde hay que aplicar esa frase que tantas
veces se dice y que tanta verdad encierra: muchas veces lo importante no es lo
que cuentas, sino cómo lo cuentas. Susurros del corazón maneja esa regla
narrativa a la perfección, pues nos encontramos ante una película costumbrista,
llena de observaciones y detalles de la vida cotidiana que no pueden dejar de
arrancar alguna sonrisa. Resulta muy agradable ver una película sobre
adolescentes que no siente la necesidad de crear conflicto a partir de errores
estúpidos, malentendidos ridículos y situaciones que nunca suceden en la vida
real (esto tiene su encanto a veces, no digo que no, pero llega un punto en que
cansa). La película se toma su tiempo desde el minuto uno para desplegar con
mucho cuidado un mapa de la vida de nuestra protagonista: su familia, sus tareas
en casa, sus amistades, su pasión por los libros, sus preocupaciones, su primer
amor… En los primeros diez minutos, y a pesar de las diferencias que no dudo
que habrá entre la cultura oriental y la occidental, ya sentía que una película
animada japonesa retrataba mi adolescencia mejor que cualquier serie española
de instituto que haya visto. ¿Cómo se explica eso?
La dificultad que enfrento al escribir este comentario es
que las razones por las que Susurros del corazón consiguió cautivarme
son bastante específicas y personales, y por eso es probable que no represente
a una gran mayoría de espectadores, pero aun así compartiré mi punto de vista
por si alguien más se ve reflejado. Los temas que trata esta película son
variados, y tienen que ver con el crecimiento, las relaciones interpersonales,
la vocación y el conocerse a uno mismo a través del arte. Y uno de los
conflictos que enfrenta la protagonista mientras ve crecer sus sentimientos
hacia el joven fabricante de violines es el de la incertidumbre ante el futuro:
el no saber qué hacer, la necesidad de ponerse desafíos, el miedo a fallar en
el primer intento… Decide escribir una historia para probarse a sí misma. La
primera vez que yo vi esta película tenía dieciocho años, acababa de terminar
segundo de bachillerato y estaba trabajando en una novela que no acababa de
tomar forma, así que podéis imaginar que estas reflexiones no cayeron sobre
vacío. Diálogos como éste que copio aquí no sólo me impactaron, sino que se
convirtieron en una fuerte inspiración en un momento en que las cosas no
parecían sencillas.
-Eso se llama berilo. Contiene fragmentos de una
esmeralda natural.
-Esmeralda… ¿la joya?
-Así es. Seiji y tú sois como esta roca. Al natural, aún
sois una roca sin pulir. A mí me pasó algo parecido. Pero hacer violines y
escribir son cosas diferentes. Tienes que encontrar la joya en el interior y
pasar tiempo puliéndola: es un trabajo agotador. ¿Puedes ver la enorme joya del
interior?
-Sí.
-Esa es la verdad: si la pules, encontrarás lo que ahora
no ves con claridad. Las más pequeñas del interior son las más puras; así,
puede que haya joyas mejores en el interior que no puedes ver.
Susurros del corazón es un relato simple, pero
conmovedor, sobre las etapas de transición y aprendizaje en nuestra vida. A
través de unos personajes muy agradables y unas imágenes preciosas (atención a
los fondos y animación de la última escena y un aplauso para los dibujantes,
por favor), se crea un lugar de ensueño y una atmósfera envolvente para una
película que, estoy segura, aún no he visto por última vez.
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