La portada de la edición que he leído.
Mi idea de leer un libro cuya acción transcurre en un
sitio que te gustaría visitar alguna vez es que esa lectura te dé aún más ganas
de visitarlo. Y como alguien que nunca ha estado en Granada, esas eran mis
expectativas cuando decidí leer esta obra de literatura estadounidense… e
irónicamente he estado a punto de perder las ganas de poner un pie en la
Alhambra de puro sopor. Al final no ha sido así, afortunadamente, pero la
verdad es que me he quedado tal cual estaba.
No quiero hacer una reseña muy larga, porque si
leísteis mi profunda conversación telefónica con Washington Irving ya os podéis
hacer una idea de lo que opino. Así que voy a empezar hablando de lo positivo,
para variar. La idea de recoger los relatos y leyendas de un lugar como el
palacio de la Alhambra es genial: al dejar a un lado la obsesión con el
realismo y el rigor histórico con los que a veces encadenamos nuestra
imaginación, lo que logran estas narrativas es dotar al lugar de cierto
misticismo. De este modo, cuando por fin visitas la Alhambra, sientes que estás
dentro de esos cuentos. Es como conseguir que la ficción y la realidad pongan
aparte sus diferencias y se den la mano por un instante: se trata de un placer
casi infantil, para qué negarlo, pero se disfruta igualmente. Y el departamento
de turismo de Granada quizás tenga bastante que agradecerle a Irving en este
sentido. Por eso debo decir que, cuando el libro nos da lo que su título
promete (es decir, los cuentos sobre la Alhambra), cumple su propósito a la
perfección.
El problema es que más de la mitad del libro no nos da
lo que su título promete. En lugar de eso tenemos el blog de vacaciones de un
turista muy impresionado con cada detalle de lo que le rodea y empeñado en
transmitir su emoción sin conseguirlo. Lo siento, pero seamos realistas: a
nadie le apetece leer el blog de vacaciones de un individuo al que no conoce. A
lo mejor Washington Irving era una persona maravillosa y súper interesante, no
digo que no, pero es que este libro no me dice nada en absoluto sobre su
personalidad. Varios capítulos en los que simplemente describe sus paseos por
la Alhambra han sido para mí el equivalente de mirar una postal durante horas.
O peor, porque al menos mirando la postal tengo la libertad para imaginar yo
misma lo que puede haber ocurrido ahí. Y lo siento, sé que el pobre Irving
tenía la mejor intención del mundo y que estoy siendo demasiado dura, pero para
mí ha sido una de las lecturas más aburridas de este año.
Aun así, vuelvo a decir que eso es solo una parte del
libro. En el balance general, tendría que admitir que ha valido la pena
tragarme esos párrafos interminables para poder llegar a los cuentos, que sí me
han gustado y me han dado lo que esperaba. Ahora bien: si, al igual que a mí,
te atrae esta lectura por el título, mi consejo es que leas solo los cuentos y
te saltes el blog de vacaciones.
Ah, y no, al final no aparece ningún jinete sin cabeza. Decepcionante.
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