Hablando de la portada: la película no la he visto, pero lo estoy deseando.
Por alguna razón, últimamente estoy un poco
obsesionada con la cultura japonesa. No quiero decir con esto que me haya
vuelto una entendida, de hecho soy igual de ignorante al respecto, pero sí que
el tema me despierta más curiosidad. Así que al ver esta categoría lo consideré
una oportunidad de oro para empaparme un poco más de esa cultura a través de un
libro que, además, siempre había oído que era muy recomendable. Y la verdad es
que no me ha decepcionado en absoluto. Es más, me ha encantado.
Creo que tengo cierta debilidad por las historias de
aprendizaje, es decir, aquellas en las que el protagonista tiene que aprender a
dominar algún arte, habilidad o conocimiento y se cuentan los pasos que va
dando, los retos que enfrenta, los maestros que le ayudan en el proceso, etc. Algunos
ejemplos serían Harry Potter, El nombre del viento, El médico, o incluso Los tres mosqueteros. Y esta novela no
ha sido la excepción, aunque en este caso se trate de un aprendizaje tan
culturalmente chocante como el de una niña que crece para convertirse en
geisha. Creo que es una historia muy difícil de contar para cualquiera, pero
especialmente para un autor occidental, por lo que la tarea de Arthur Golden
como investigador, narrador y novelista me ha parecido asombrosa. Sobre todo
porque, si no hubiera leído la página de agradecimientos al final, aún creería
que se trata de la autobiografía real de una geisha llamada Sayuri. Es un poco
como lo que me pasó leyendo La princesa prometida: la ilusión que crea el autor de no ser él quien habla es tan
excelente que caí en ella por completo.
Puede que sea una historia ficticia, pero eso no
significa que no sea representativa: probablemente la realidad de la vida de
una geisha en el Japón de esa época se asemejaba mucho a esto. Por eso es una
labor muy complicada, y por eso pienso que el enfoque que adopta el autor aquí
es muy adecuado. Tratándose de una historia tan dura como esta, lo humanamente
natural sería contarla con dedo acusador, señalando culpables y convirtiéndolos
en “los malos”. Sobre todo, desde nuestra mirada occidental, sería
peligrosamente fácil retratar a Sayuri simplemente como la víctima de una
cultura que no entendemos y que, por lo tanto, debe ser cruel y bárbara para
permitir algo así. Pero la realidad es mucho más compleja, y también lo son los
personajes de este libro. Aquí no hay héroes ni villanos de cartón: hay seres
humanos que toman una serie de decisiones en base a sus propios valores y
percepción de la vida. No es la tarea del autor emitir juicios o analizar el
comportamiento de los personajes, sino esforzarse al máximo por conceder al
lector la libertad de hacerlo por sí mismo. Creo que no es un reto fácil, y que
cuando sale bien hay que reconocer ese mérito. Y ese es el caso con Memorias de una geisha.
Por si después de mi rollo no ha quedado claro, recomiendo
muchísimo esta lectura. Creo que lo dije hace poco, pero la literatura es algo
así como nuestra peculiar forma de metamorfosis: nos permite ponernos en la piel
de otro y experimentar vivencias y sentimientos que de otro modo jamás
conoceríamos. La vida y crecimiento de una geisha, por ejemplo. Y si queremos
intentar comprender y amar este mundo a pesar de sus muchas debilidades,
aprender a ponerse en la piel de otro es algo esencial.
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