Lo
que embellece el desierto es que esconde un pozo en alguna parte.
(El Principito, Antoine de Saint-Exupéry)
Una de las cosas que a menudo me llaman la atención cuando
leo cualquier libro son las descripciones de las miradas. El narrador enfoca a
un personaje y te dice mucho de lo que está pasando por su cabeza sólo con
decir cómo son sus ojos. Ya sabéis a lo que me refiero, a frases como “tenía
los ojos alegres”, o “aunque sonreía, sus ojos parecían tristes”, o “sus ojos
expresaban confusión”. Es algo que siempre leo y que muchas veces también
escribo yo misma, pero… no deja de parecerme curiosa la gran frecuencia con la que
aparecen descripciones así. Y es que, al pensar en mi propia percepción del
mundo real, me doy cuenta de que ésta no es tan literaria. De vez en cuando se
me pasa por la cabeza una expresión de ese estilo, pero también he de reconocer
que muchas veces cuando miro a alguien a los ojos lo que veo son… eso, ojos.
Sin más. Quizá también se debe a que, al menos en la cultura en la que vivo,
eso de mirar a alguien directamente a los ojos durante el tiempo suficiente
para saber cómo se está sintiendo no resulta del todo cómodo. O quizás ocurre
que a la hora de escribir es muy tentador sacar conclusiones usando ese don tan
maravilloso que es la imaginación.
Sea como sea, esto me hace darme cuenta de lo importante
que puede ser una mirada. Y no sólo por lo que pueda expresar, aunque haya
usado esa idea para empezar esta pincelada. También, y sobre todo, por lo que
puede ver.
Es importante resaltar que cuando hablo de lo que nuestras
miradas pueden ver no me refiero realmente a los ojos físicos. Me refiero a esa
otra mirada: esa que es mucho más profunda, que abarca cosas infinitas y que
puede seguir viendo aun cuando nuestros párpados están cerrados. Hablo de esos
ojos por los cuales dos personas pueden mirar un mismo objeto y ver cosas
diferentes, que es una de esas características de la humanidad que nunca
dejarán de sorprenderme.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgF0MpYnB7_TLUfed1ICJMvogoDVkJHLjYwftfjq2IDXEnnGqEz1HjutDTGrKBdVSjcHwm3-5tJm-N50LZu4tMyFKvx5VN0Fe75QTUbtDTvXZ0N2fKcLdZEfsKvgKdzQRziYBl2OX0TKDI/s1600/sight_full_size_landscape.jpg)
La cita de El Principito con la que encabezo este texto me hace pensar en
ese tema y, dicho sea paso, también me hace mucha gracia. Y es que cada vez que
la leo me imagino a dos individuos parados al borde de un desierto manteniendo
una conversación como ésta:
-Míralo. ¿No es precioso?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser? ¡El desierto!
-Hombre, tanto como precioso… pues no. Hay arena, arena
y más arena. Y si vas un poco más allá, verás más arena. ¿Qué tiene eso de
precioso?
-¿No lo ves? Es hermoso porque en alguna parte hay un
pozo con agua. ¡Evidentemente!
Hay ojos que ven pozos de agua en el desierto.
Creo que ninguna forma de arte existiría de no ser por
esto. Los ojos de los auténticos artistas son capaces de ver paisajes en
lienzos vacíos, sinfonías en una cuerda que vibra al pulsarla, historias en
páginas en blanco, esculturas en un pedazo de piedra que cualquier otro habría
tirado, y mil cosas más. Pero no se trata sólo de arte. Las distintas miradas
que tenemos determinan nuestra forma de relacionarnos unos con otros y de
entender el mundo que nos rodea. Y es que también hay ojos que ven la belleza
donde otros sólo ven algo roto. Ojos que ven la necesidad de un abrazo bajo la
máscara del mal humor. Ojos que ven la inseguridad detrás de la
autosuficiencia. Ojos que pueden ver en medio de la oscuridad, y ojos que
incluso ven durmiendo. Ojos que miran al pasado y ojos que miran al futuro.
Pensando en esto no puedo evitar preguntarme, sobre todo
cuando me miro a mí misma, cómo es posible que algo así ocurra. Me pregunto
cómo mi propia existencia es posible. La respuesta va llegando poco a poco,
como en un susurro que cada vez se hace más claro, mientras intento imaginar
cómo sería el principio de todo. Intento ver un lugar vacío, anterior a mi
existencia. Bueno… casi vacío; al menos lo que hay allí no parece importante.
Hay algo, alguna cosa que no sé muy bien qué hace ahí, pero a mí no me produce
más que confusión e indiferencia. Mis ojos ven una nimiedad. Mis ojos no ven más
que una mota de polvo, una célula, un hueso o algo igualmente insignificante.
Pero hubo unos ojos que miraron lo mismo y no vieron eso.
Me vieron a mí.
wow me encantó!
ResponderEliminar