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sábado, 25 de octubre de 2014

Marcapáginas - Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin (II)

(Parte uno aquí)

Parece que me equivoqué en la entrada anterior. Eso no era un testamento. ESTO es un testamento. Y lo peor es que se me han quedado en el tintero más cosas que quería decir... En fin, supongo que esperaré a que salga el siguiente libro para continuar (¿oyes, Martin?).



Muy bien… Voy a ser clara con esto desde el principio, porque aquí estoy jugando con la tontería del suspense (véase el final de la pincelada anterior) cuando en realidad hay algunas cosas que son muy evidentes y que creo que caen por su propio peso.

Lo primero, por supuesto que me ha gustado Canción de hielo y fuego. Eso no es un interrogante. Me ha gustado, y bastante, de hecho. Negarlo sería como decir: “pues yo no paso más de cinco minutos al día en Facebook”; es decir, no puedo engañar a nadie. ¿Quién se toma el tiempo de leerse una historia que en total suma casi siete mil páginas si esta no le gusta? ¿Realmente existe gente tan aburrida y con tanto tiempo para perder? No, no voy a fingir ser una de esas personas que usan el argumento de “yo solo me lo leo para poder criticarlo con fundamento”. Esa actitud, aunque en ciertos casos puede ser muy respetable, con los libros de George R. R. Martin sencillamente no me la creo. Así que, hablando claro desde el principio, diré que sí que me gusta esta saga, y obviamente reconoceré sus virtudes. Ahora bien, también les dedicaré unos cuantos párrafos a los “peros”.

Para empezar, creo que es necesario que haga una aclaración porque en la primera parte de mi reseña he hecho unas cuantas bromas sobre la extensión de estos libros. No, no tengo ningún problema con que sean largos. Dice Stephen King en Mientras escribo que un simple vistazo a un libro de tu estantería revela “la inversión de tiempo y trabajo que tuvo que hacer el autor para crear su obra, y la que tiene que aceptar el lector para digerirla”. Y estoy muy de acuerdo. Además, al fin y al cabo, algunos de mis libros favoritos también son auténticos tochos. Ahora bien, un lector tendría todo el derecho a criticar una obra si considera que de esas mil páginas hay quinientas que son puro relleno y no aportan nada a la historia: una novela larga es sinónimo de cierto esfuerzo, pero no necesariamente de calidad. Habría que preguntarse, entonces: ¿está justificada esa extensión en Canción de hielo y fuego?

Mentiría si dijera que todas las subtramas y personajes de la saga me resultan imprescindibles. Por supuesto, esto es muy relativo: una novela no es una máquina cuyas piezas están obligadas a cumplir una función sí o sí, y puede haber páginas que técnicamente no son “necesarias” pero que enriquecen mucho la narración. Hay ejemplos de esto en los libros de Martin, sin duda alguna: uno que se me viene a la cabeza ahora mismo son las descripciones de las batallas. Sí, habéis leído bien. Es raro, porque a mí normalmente este tipo de escenas de acción  me dan ganas de saltármelas, pero voy a defender a capa y espada que si hay alguien en el mundo literario que sabe cómo atraparte y mantener tu corazón en un puño con la descripción de una batalla ése es George R. R. Martin. No es fácil capturar con palabras el estrés, la urgencia de movimientos y la desesperación de la lucha sin aburrir al lector, y él lo consigue de forma magistral. ¿Se detiene un poco la historia en esas páginas? Es posible, pero puedo asegurar que no te das cuenta mientras lo estás leyendo, así que nunca podría decir: “esa parte sobraba”. Sí, y el segundo trozo de tarta de chocolate también sobra casi siempre, pero ¡anda que no lo disfrutamos!



Sin embargo, hasta de tarta de chocolate se puede empachar uno. Volviendo a la pregunta de si la extensión de esta saga está justificada, creo que objetivamente tendría que decir que sí. Se trata de una historia lo bastante compleja como para ocupar toda una estantería: hay muchísimos personajes, puntos geográficos, antecedentes… y, por supuesto, un montón de perspectivas diferentes. Una novela-río con todas las de la ley. George R. R. Martin quiere darle sensación de omnipresencia al lector y al mismo tiempo mantenerlo intrigado por lo que ocurrirá después, y vaya si lo consigue. Es una obra titánica por su parte, y es obligatorio subrayar su habilidad para mantener constantemente la atención del lector a pesar de llevar tantísimas subtramas distintas. Todo eso es genial. Pero (ya sabíais que todo esto anticipaba un pero) hasta la historia más interesante se puede volver agotadora, y después de cinco libros (o siete, según la edición) me siento preparada para admitir que estoy un poco cansada de Canción de hielo y fuego.

No es que la historia se haya vuelto aburrida, ni mucho menos. George R. R. Martin no sabe aburrir: creo que podría escribir un manual de limpieza y conseguir que fuera entretenido. Y eso lo admiro y lo aplaudo. Pero… ¿recordáis que hablando de Tormenta de espadas dije que el ritmo de estos libros es como el de tres montañas rusas seguidas? Pues ahí hay una gran virtud y una gran pega. No voy a negar que si te subes a tres montañas rusas seguidas no te aburres en ningún momento, pero tampoco me neguéis vosotros que acabas totalmente mareado. Eso es un poco lo que me pasa a mí con Canción de hielo y fuego: lo que empezó como emoción lectora se ha convertido en una adrenalina constante que mantiene mi atención, sí, pero también ha llegado a disminuir mi disfrute.

Esto en parte se debe a las estrategias narrativas de Martin (que por otro lado son de todo menos predecibles). Por ejemplo, ¿sabéis este tipo de historias complicadísimas en las que el autor se ve obligado a escribir alguna catástrofe o una serie de incidentes que se carguen a la mitad de personajes para poder simplificar la trama y poner un punto final? Muchas telenovelas usan este recurso (aunque a lo mejor no lo sabéis porque no sois tan tontos como yo de tragaros un culebrón hasta el final). Pues bien, lo sorprendente de Martin es que él hace cosas así en medio de la historia. No al final. Y lo que es más chocante, no lo hace para simplificar nada (porque por cada personaje que muere parece que entran dos nuevos, madre mía), sino para llevar la narración en direcciones completamente inesperadas. ¡Y vaya si lo consigue! Admito que esto es, en parte, lo que hace que como lector no puedas apartar los ojos de las páginas. Pero sinceramente, también es la razón de que llegue un punto en el que te preguntes: ¿por qué sigo leyendo esto, si el autor ya se ha cargado a la mitad de los personajes que me gustaban y no me ofrece ninguna garantía de que vaya a mantener con vida a la otra mitad? Sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo y argumentarán que todo esto hace la historia mucho más realista, impredecible e interesante de leer. Os doy la razón, pero personalmente me cuesta mantener una conexión emocional con personajes tan… frágiles.


(encontré esta imagen en Internet y me encantó xD)

Hay otras cosas que me molestan un poco a la hora de leer esta saga. Una de ellas tiene que ver con el lenguaje. A ver, no me saquéis las uñas; evidentemente hay cosas que Martin escribe muy bien. Los diálogos en general son muy naturales, las escenas de acción, como he dicho antes, mantienen siempre el interés, y especialmente es un escritor que redacta de manera genial las secuencias de sueños y visiones. Vamos, que no voy a decir que no sepa manejar el lenguaje porque mentiría como una bellaca. Pero el caso es que George R. R. Martin no se distingue por su elegancia y sutileza. Igual que hay que reconocer sus arrebatos de brillantez, también hay que decir que el tío no cree para nada en esa regla de “insinuar en vez de mostrar”, o como se dice mejor en literatura, “sugerir en vez de decir”. No: cuanto más explícito y bestia en todos los aspectos, mejor. En algunos aspectos esto está bien porque ayuda a crear sensación de realismo, pero a veces puede llegar a ser muy desagradable, o muy vulgar en momentos que no lo requieren. Y Martin, no digo que tengas que ser Jane Austen, solo digo que si la declaración más romántica que se te ocurre para una escena de amor es “adoro tus tetas”, la tecla de borrar en el ordenador no está de adorno.

Como veis, hasta aquí todo son críticas bastante subjetivas. Podríais convencerme de que soy una exagerada con el tema de los giros argumentales: es la historia de Martin, él puede llevarla en la dirección que quiera y no tiene que darle explicaciones a nadie (y menos a mí) de los personajes que mata o deja de matar. Al fin y al cabo, si lo sigo leyendo es por algo, ¿no? Incluso podría aceptar que el tema del lenguaje forma parte de su estilo literario, y aunque a mí no me gusta mucho, a otros les puede encantar por lo realista que es. Todo esto puedo digerirlo, pero ninguno de estos elementos por sí solo ha hecho que esté agotada de Canción de hielo y fuego. El elemento definitivo, lo que hace que de vez en cuando arrugue el ceño y me pregunte por qué sigo leyendo esta historia, es éste: ¿hay algún momento feliz?

Vale que esto sea la historia de una guerra. Vale que tiene que haber violencia, muerte y destrucción. Vale que todo ello contribuya a hacer este mundo más realista. Pero… ¡ni la persona más amargada del mundo te diría que en la vida real no hay ni un mísero instante de alegría! Hubo un momento en medio de la lectura en que pensé: “¡Jo, todo esto es un descontrol! ¡Con lo bien que estaban los pobres cuando…!”. Y entonces me di cuenta. ¿Cuándo? No ha habido un solo momento de paz en toda la historia. Me diréis que sí, que al principio de todo. ¿De verdad? Al principio de todo tenemos a un monarca más interesado en emborracharse y meterse en peleas que en gobernar, una princesa Targaryen de doce años obligada a casarse con un salvaje, un chico bastardo que no se siente parte de su hogar, un enano con una familia que le odia y un pasado incluso más deprimente… ah, y un ejército de muertos vivientes que ataca a los defensores del reino y prepara una invasión. Y la lista sigue. ¡Sí, suena de cuento de hadas! Es verdad que cuando vas por el tercer o cuarto libro a la mayoría de personajes les va fatal, pero es que en ningún momento les ha ido bien. Se supone que debería haber alguna situación que eches de menos para sentir realmente los daños que causa esta guerra. Yo no he encontrado ninguna. ¿Y por qué esto es tan importante? Porque para mí la fantasía épica tiene mucho que ver con la creación de mundos imaginarios, mundos que querrías que fuesen reales, que te da pena abandonar al cerrar el libro. Si me preguntáis: ¿vas a echar de menos los Siete Reinos cuando se acabe la saga? ¿Crees que vas a tener esa sensación de pérdida, de querer volver a ese mundo fantástico? ¿Vas a querer leer estos libros otra vez? Mi respuesta, desde luego, es no (y no solo porque sean largos). Lo siento, pero nada de lo que se cuenta en estos libros me hace querer vivir en el universo creado por Martin: es más, cuanto más lejos lo tenga, mejor. Evidentemente quiero saber lo que les pasa a los personajes, pero a no ser que las cosas cambien muchísimo en los dos libros que quedan, preveo que mi sensación al acabarse la saga va a ser más de alivio que de pena. Es posible que sea una minoría en esto, pero es lo que pienso.

Una cosa más, aunque admito que esto no es responsabilidad de George R. R. Martin. Tiene que ver con lo que he mencionado de las recomendaciones que recibí, y con la crítica en general. La primera vez que me hablaron de esta saga me la describieron como “la nueva El señor de los anillos”. Sinceramente, como nada más empezar Juego de tronos me di cuenta de que el estilo de Martin era algo totalmente distinto, la mayor parte del tiempo me resultó fácil evitar las odiosas comparaciones… pero se vuelve más difícil cuando en la contratapa de uno de los volúmenes lees cosas como “Tolkien ha muerto. Larga vida a George Martin” (Dana Jennings, The New York Times). Claro que tiene toda la razón, Tolkien ha muerto y además en 1973, pero no veo que haga falta señalar lo obvio… Bromas aparte, yo sigo pensando que El señor de los anillos es mejor que la obra de Martin, pero admito que soy la persona más parcial del mundo en este tema y lejos está de mí querer mitificar a ningún escritor vivo o muerto, de modo que dejémoslo así: no niego la posibilidad de que con el tiempo Canción de hielo y fuego se convierta en el nuevo referente de la literatura fantástica. Pero en esto sí que me voy a mantener firme: con el tiempo. George R. R. Martin ha dirigido una revolución del género, todos estamos de acuerdo, pero J. R. R. Tolkien prácticamente lo inventó. Creo que se ha ganado a pulso que, si una saga va a quitarle ese pedestal, al menos sea una obra completa. Así que cuando Canción de hielo y fuego esté terminada, me avisáis y discutimos su superioridad o inferioridad a El señor de los anillos. Antes, no.

Bueno, esto se está volviendo largo incluso para una reseña de esta saga. Vamos al quid de la cuestión. Teniendo en cuenta todo lo que he dicho… ¿recomiendo los libros de George R. R. Martin?

La respuesta corta: sí.

La respuesta larga: no prometo que gusten a todo el mundo, y puede que al igual que yo acabéis un poco mareados, pero no se puede negar la capacidad cautivadora de su autor a la hora de contar una historia. Supongo que la mejor forma de describirlo es: si os gustó Los pilares de la tierra, no por lo mucho que aprendisteis de Historia, sino por las intrigas palaciegas, los viajes y las relaciones entre los personajes, seguramente os gustará esta saga. Si queréis una serie de libros que os mantengan con la luz encendida hasta altas horas de la madrugada, que os hagan olvidaros de dónde estáis, que sean culpables de que os paséis de parada en el metro… Canción de hielo y fuego es definitivamente para vosotros. Otra cosa no sé, pero no os aburriréis en ningún momento y os lo pasaréis de lo lindo haciendo teorías y conjeturas y viendo como George R. R. Martin os las echa abajo. Solo… intentad no arrancaros los pelos de la desesperación. Ah, y tomad apuntes al final de cada libro si sois de memoria pez como yo.

viernes, 24 de octubre de 2014

Marcapáginas - Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin (I)

Primero: sí, ahí arriba pone (I), que significa que esto es una primera parte, y sí, eso significa que este testamento sólo es media reseña. Sé que soy un poco pesada, pero... ¡si quisiera escribir opiniones de una frase usaría Twitter en vez de un blog!

Segundo: Efectivamente, el enésimo intento de resucitar "El arte de soñar"... Vale, una cosa: sería muy caradura por mi parte echarle toda la culpa de mi falta de constancia a George R. R. Martin, porque no sería verdad: si llevo tanto tiempo sin escribir nada aquí es, como siempre, porque se me da fatal la disciplina de intentar publicar una entrada a la semana, que es lo que pretendía. Ahora bien, hace unos meses estaba empezando a conseguir una especie de ritmo, y de lo que sí puedo culpar un poco a Martin es de cortarme ese ritmo en aquel momento con la lectura de sus libros, con lo que me resultó más difícil retomarlo luego. En fin, todo esto es para decir que, por esa razón, me pareció adecuado que la primera entrada en varios meses fuese para hablar de esta saga.

Tercero: Esta reseña está LIBRE DE SPOILERS... MÁS O MENOS. Qué explicación más útil, la mía. A ver, no revelo nada en concreto, sólo hablo un poco de cómo está estructurada la historia a lo largo de los libros y hago alusión a un par de eventos importantes para hablar de cómo fue mi reacción, pero no explico lo que pasa. He intentado expresarlo de forma que si has leído los libros / visto la serie entiendas a qué me refiero, pero que en caso contrario no tengas idea de qué estoy hablando. De todas formas, si no te fías de mi criterio y estás en una fase de pánico al mínimo spoiler (que lo entendería, lo he vivido) no hace falta que leas esto. Igualmente, solo hablo de mi reacción inicial durante la lectura. Si lo que te interesa es saber lo que pienso realmente de Canción de hielo y fuego, vas a tener que esperar a la siguiente entrada.


Madre mía, ni para un preámbulo consigo ser breve... En fin, se acabó la letra morada. ¡Vamos al asunto!


Seré honesta: sólo leer el título de esta entrada me agota. Esta reseña va a ser un poco diferente a lo que normalmente publico en esta sección (nota: ese “normalmente” después de seis meses sin publicar nada es muy irónico, y no en el buen sentido), porque en este blog casi siempre he hablado de libros con los que tenía muy clara mi opinión, de modo que ponerla por escrito no resultaba tan difícil. Éste no es el caso, y por eso me temo que cualquier intento de brevedad se va a ver frustrado por lo mucho que tengo que decir acerca de esta saga. Sí…  creo que ésta va a ser una de esas reseñas-testamento que a nadie le apetece leer. Pero espero que lo comprendáis: al fin y al cabo, si George R. R. Martin necesita cinco libros tan gordos que podría hacer una escalera hasta mi casa con ellos (vivo en un cuarto) para contar su historia, entonces no es tan extraño que yo necesite más de un par de páginas para decir mi opinión.

Bueno, ya le he dedicado suficiente espacio a mis excusas para ser pesada. Hablemos de Canción de hielo y fuego, la saga de fantasía también conocida como “Juego de Tronos” por su adaptación televisiva, o también conocida como el asombroso matadero literario que tiene a sus fans en vilo desde… espera, ¿cuándo se publicó el primer libro? ¿¿1996?? No me lo puedo creer. En serio, antes de continuar quiero transmitir mi más perpleja admiración a aquellos lectores que lleváis desde entonces esperando la conclusión de esta historia y aguantando el tiempo entre publicación y publicación. ¿Cómo lo habéis soportado? ¡Os merecéis una medalla, y que George R. R. Martin os la ponga en persona!

Vamos al grano (casi puedo oír las voces diciendo: “¡sí, tú!”). Supongo que lo más lógico sería empezar hablando de mi reacción a estos libros, así que rebobinaré un poco. Hace un año más o menos, movida por la curiosidad y por las muchas recomendaciones que había recibido, saqué de la biblioteca el primer libro de la saga, Juego de tronos, como lectura veraniega. Ya hablaré más delante de ese tema de las recomendaciones, pero bueno, creo que si pasáis más de una hora al día en Internet os haréis una idea del tipo de comentarios que había oído. Y debo decir que mientras leía los primeros capítulos no entendía a qué venía tanto entusiasmo. Recuerdo pensar: “Vamos a ver, creo que me interesa, pero es que… ¡no me entero de nada! ¿Esto es un libro de fantasía épica o de Historia medieval? ¡El autor no esperará de verdad que me acuerde de los nombres de toda esta gente!” (nota: eso lo pensaba en el segundo o tercer capítulo. Lo sé, inocente es poco). Pero admito que la narración tardó muy poco en engancharme. Y entonces llegué al final, y mi cara debió reflejar la misma perplejidad y sensación de nopuedesernomelocreoesmentira que de seguro sintieron todos los lectores al final de Juego de tronos. No voy a revelar nada, porque si lo has leído ya sabes a qué me refiero, y si no, lo único que necesitas saber es que después de leer aquello no existía la opción de encogerse de hombros y dejar de seguir la historia. No, ya era demasiado tarde para eso. George R. R. Martin me había atrapado a mí también.

He leído toda la saga gracias a la biblioteca, lo cual explica que haya dejado pasar tanto tiempo entre libro y libro, porque estos estaban MUY solicitados. Creo que leí la segunda parte, Choque de reyes, en noviembre, y al hacerlo descubrí algo desolador: al leer los primeros capítulos me sentía tan confusa como con el libro anterior. ¡Se me habían olvidado un montón de detalles importantes! Ahí me di cuenta de que los libros de Martin suponen un problema para aquellos seres humanos cuya capacidad cerebral nos obliga a ir reciclando un poco lo que no usamos a diario. ¿Quién leches era Theon Greyjoy? ¿Dónde estaba Harrennal? ¿En qué bando estaban éste y aquél al final del último tomo? Sí, estaba muy perdida y un poco frustrada. Al final me fui enterando, a base de practicar la paciencia y echar un ojo a los apéndices de vez en cuando. Pero a partir de entonces empecé a tomar notas al final de cada libro para poder revisarlas y hacer memoria antes de leer el siguiente. Quiero señalar que esto es algo que nunca había tenido que hacer con ninguna otra lectura, ni siquiera durante los seis o siete años que estuve esperando para saber qué le ocurriría a Harry Potter.

Para leer Tormenta de espadas tuve que esperar bastante más, creo que por lo menos hasta marzo o abril (¿tenéis idea de lo difícil que fue evitar los spoilers durante todo ese tiempo?), y esta vez mis notas salvadoras consiguieron que la lectura de los primeros capítulos fuese mucho más sencilla. Es decir, tan sencilla como podía serlo tratándose de Canción de hielo y fuego; tampoco nos emocionemos. El ritmo de esta tercera parte era como el de tres montañas rusas seguidas. He leído que es el libro favorito de la mayoría de los fans, y creo que entiendo por qué: es un no parar de pasar cosas en ningún momento. No lo leí: lo devoré. La segunda mitad (la mayoría de ediciones dividen este tercer libro en dos partes, supongo que para que los lectores no tengan que ponerle refuerzo metálico a la mesita de noche donde dejan el libro a eso de las tres de la mañana) la leí en menos de una semana. ¿Y cómo me pagó George R. R. Martin semejante dedicación, interés y entusiasmo por su obra? Con la Boda Roja. La… Boda… Roja. Creo que barrí el suelo con la mandíbula. ¡¿LA BODA ROJA?! ¿Este hombre disfrutaba haciéndome sufrir o qué? Ahora en serio, sé que en esta reseña estoy tirando mucho de la exageración, pero esto es literal: ese día me enfadé tanto con el libro que lo dejé en la mesa del salón y no avancé con la lectura hasta el día siguiente, cuando me rendí y acepté que tenía que seguir leyendo igualmente. Ya he dicho que una vez que has empezado con Canción de hielo y fuego eso de dejar de leer no es una opción.



En fin, terminé ese libro, escribí mis notas salvadoras totalmente deprimida y me fui a la biblioteca para apuntarme en la lista de préstamos del siguiente tomo. Éste, afortunadamente, sólo me hizo esperar unas pocas semanas. Ahora bien, después de lo que había pasado en Tormenta de espadas yo estaba convencida de que George R. R. Martin ya no podía sorprenderme con nada. Estaba segura de que había aprendido a esperarme cualquier cosa, lo que fuera, no era posible que algo me pillase por sorpresa. Y he aquí un hecho curioso: nada más leer la página del índice ya estaba sorprendida. ¿Por qué? Bueno… Un detalle importante de esta saga es que los personajes a través de los cuales se narra la historia no son uno ni dos, sino alrededor de quince. Lo llamativo de este volumen, Festín de cuervos, era que el autor aparta por completo el foco de atención de algunos de los personajes más importantes (aunque esto de la importancia de los personajes es relativo, ya hablaremos de por qué) y se centra en otras subtramas. Aún más curioso me pareció que, por lo visto, el quinto libro no sería una continuación de éste, sino una narración paralela que se centraría en el resto de personajes y subtramas. Vamos, que la división entre los dos últimos libros de la saga es geográfica más que temporal. Debo admitir que me pareció un movimiento inesperado, y que sólo George R. R. Martin puede hacer eso y mantener el nivel de entretenimiento, pero aun así Festín de cuervos es el libro que menos me ha gustado de la saga por una razón en particular: Cersei Lannister se convierte en un personaje con punto de vista narrativo. ¿En serio, Martin? ¿Dedicas tres libros a construir a esta odiosa, manipuladora y repelente reina… y ahora pretendes que le coja simpatía? Admito que era una decisión arriesgada, y supongo que loable, pero al menos conmigo no funcionó. Si algo me demostró este cuarto libro fue lo mucho que echaba de menos a Jon Nieve, a Daenerys… y a Tyrion, claro. Sobre todo a Tyrion.

Por eso empezar a leer Danza de dragones (el último volumen hasta ahora) fue un alivio, como quitarse unos zapatos apretados y ponerse las zapatillas de andar por casa: era entretenido, había acción, pasaban cosas interesantes… Todo bien hasta que recordé: “Ah, es verdad, soy una lectora de Canción de hielo y fuego. No estoy aquí para disfrutar”. Después del tema de la separación de personajes a partir de Festín de cuervos, que aquí ya sabía de qué iba, tardé muy poco en recuperar mi actitud de “ya nada puede sorprenderme”. Terminé el libro con esta misma sensación, mezclada con la frustración de saber que ahora tengo que esperar no sé cuánto tiempo a que se publique Vientos de invierno para saber cómo continúa esto… pero, sobre todo, dándole vueltas en mi cabeza a un interrogante.

¿Me ha gustado esta saga?

(Continúa en la parte II. Si algo me ha enseñado George R. R. Martin es: “si un texto es muy largo, divídelo en dos”).

martes, 1 de abril de 2014

Pincelada de arte - El príncipe feliz, de Oscar Wilde

Lo prometido es deuda. Eso sí, esta pincelada llega un día tarde, adiós a mi récord de los lunes... pero bueno, no he querido que el no publicarla a tiempo se convirtiera en una excusa para no poner nada esta semana.

¡Saludos! :)


Mis cortesanos me llamaban "el príncipe feliz", y realmente era feliz, si es que el placer es lo mismo que la dicha.

Empiezo a escribir esta pincelada ya con cierta culpabilidad. ¿Por qué? Porque me conozco, y sé que aquello que más admiro en un escritor como Oscar Wilde es también algo que a mí me cuesta mucho aplicarme, y soy consciente de ello desde la primera línea de esta reseña, y sé que va a sonar un poco contradictorio que alabe una virtud en un autor a la vez que peco de lo contrario. Esto ya lo entenderéis al final de esta pincelada. Pero en cualquier caso espero que se me perdone la falta.

Sobre Oscar Wilde podrían decirse muchas cosas. Era un genio, al fin y al cabo, y uno de los escritores más recordados de la literatura en lengua inglesa. También habría muchas obras que remarcar (entre ellas la imprescindible novela El retrato de Dorian Gray), y quizás una pregunta bastante lógica sería: ¿por qué elijo precisamente este sencillo cuento? Curiosamente es la primera vez que hago algo así en este blog (hablar de un cuento corto en lugar de una novela), y habrá quien piense que tendría más sentido reseñar alguna obra más representativa de este autor, una con la que quizá los lectores estén más familiarizados.

Pero para ser sincera, el relato de El príncipe feliz es realmente mi obra favorita de Oscar Wilde. Esto no disminuye el valor de sus novelas y obras de teatro, en absoluto, y no olvidemos que en gustos se rompen los géneros (una frase que aquí viene muy al caso). Realmente este cuento no es mi favorito porque esté mejor escrito, ni porque se puedan hacer más comentarios críticos sobre él, ni porque sea más relevante que otras obras del escritor. Este cuento es mi favorito… precisamente porque es un cuento.

Suena redundante, pero es la verdad. La historia que cuenta este relato es sencilla, tan sencilla que se podría contar en pocos minutos y un niño podría seguirla con facilidad. Tan sencilla como realmente puede serlo la historia de una estatua de oro y una golondrina. E igual de sencillo es el lenguaje, que en ningún momento se pierde en uno de esos bosques de palabras grandilocuentes y subordinadas dentro de subordinadas: la fluidez es perfecta. Es un cuento donde no falta ni sobra una sola palabra. Y eso es, para mí, gran parte de la maestría de Oscar Wilde: el ingenio para saber contar una gran historia sin parafernalias de ningún tipo.

El príncipe feliz es, ante todo, una historia de amor. De muchos tipos de amor, desde la coquetería más falsa hasta aquel que exige un verdadero sacrificio. También es una historia de injusticia, de crítica, de bondad no reconocida y del drama humano en general. En resumen: es un relato que, en unas pocas páginas, transmite mucho más que otros libros que gastan más papel en decir bastante poco.

Y es una lectura que me ha enseñado lecciones muy valiosas en cuanto a narrativa, siendo una de ellas que las historias maduras y profundas no siempre se esconden en textos complejos. Lo contrario también es verdad: los textos sencillos no necesariamente narran historias superficiales. Realmente lo importante no es acumular cien palabras, sino saber qué hacer con las diez que ya tienes.

Esto es algo que he aprendido leyendo a Oscar Wilde… al menos en la teoría, porque como he mencionado al principio, a mí personalmente siempre se me va la mano con la palabrería. Esta reseña en realidad es un buen ejemplo de ello, porque para hablar de El príncipe feliz no hace falta tanto análisis. Lo que hace falta es simplemente leerlo. Así que, si estás terminando de leer este comentario y aún no conoces el maravilloso relato al que me refiero, déjame preguntarte: ¿a qué esperas?

lunes, 24 de marzo de 2014

Marcapáginas - Más huellas literarias...

¡Hola una semana más! =) Tenía ganas de hacer otra entrada compartiendo algunas frases halladas en libros que he leído y que me han llamado la atención. La última fue hace dos años, y desde entonces me he encontrado (y también he recordado) muchas perlas más.

Como dije en la anterior… ¡disfrutadlas y animaos a comentar algunas de vuestras propias frases favoritas!

(Elegir sólo una frase de Víctor Hugo ha sido MUY difícil, la verdad).




Las preguntas nunca son indiscretas. Las respuestas, a veces sí.
Un Marido Ideal, Oscar Wilde



Estamos acostumbrados a decir que las masas no están preparadas, pero el progreso es lento porque la minoría no es mejor o más prudente que la mayoría. Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena como tú, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa.
Desobediencia Civil, Henry D. Thoreau



¿Es que antes de haber libros en una u otra forma, antes de haber relatos, de haber palabra, de haber pensamiento, había algo? ¿Y es que después de acabarse el pensamiento quedará algo? ¡Cosas de libros! ¿Y quién no es cosa de libros?
Niebla, Miguel de Unamuno



Una inalterable e incuestionable ley del mundo musical requería que el texto alemán de las operas francesas cantadas por artistas suecos debía ser traducido al italiano para mejor entendimiento del público de lengua inglesa.
La Edad de la Inocencia, Edith Wharton



Las cosas importantes ocurren con más frecuencia fuera de nuestro campo visual, lo que no es sorprendente considerando lo estrecho que lo tenemos.
Misery, Stephen King



Las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias.
Don Quijote de la Mancha, II, Miguel de Cervantes



¿Qué mejor retrato de un escritor que mostrar a un hombre que ha sido hechizado por libros?
Ciudad de Cristal, Paul Auster



El único corazón entero es un corazón roto.
Ten un Poco de Fe, Mitch Albom



Cuando nacemos, lloramos por llegar a este gran escenario de locos.
Rey Lear, William Shakespeare



El deber no es más que un frasco. Contiene cualquier cosa que se ponga en él, desde la peor de las maldades hasta la mayor de las bondades.
La Mujer del Teniente Francés, John Fowles



El hecho de que hayamos perdido cien años antes de empezar no es motivo para que no intentemos vencer.
Matar un ruiseñor, Harper Lee



La gente que vive en las colinas duerme tan cerca de las estrellas que olvida a aquellos que vivimos muy cerca de la tierra. No miran abajo nunca, salvo para alegrarse de vivir en las colinas.
La Casa en Mango Street, Sandra Cisneros



Un día uno quisiera morirse, y al día siguiente, se da cuenta de que bastaba con bajar un par de escalones para encontrar el interruptor y ver las cosas un poco más claras.
Juntos, nada más, Anna Gavalda



El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad, y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación.
El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien



La pupila se dilata en las tinieblas, y acaba por percibir claridad, del mismo modo que el alma se dilata en la desgracia y acaba por encontrar en ella a Dios.
Los Miserables, Víctor Hugo



lunes, 17 de marzo de 2014

Pincelada de tinta - Esta vez

 Dejando caer palabras en una hoja del cuaderno. Sé que mañana releeré esto y arrugaré la frente, pero lo he escrito hoy, así que el día de mañana no tiene ni voz ni voto en este asunto.

¡Que tengáis una buena semana!

Abrí la puerta y antes de darme cuenta entró una caricia. Detrás de la caricia entró una zapatilla con el cordón desatado, seguida del sonido de una risa que al instante me hizo pensar en las olas del mar y en gajos de naranja, y entonces unos brazos gruesos como troncos me abrazaron al tiempo que una fuerte ráfaga de viento llenaba el vestíbulo de nieve. Entonces me di cuenta de que estaba llorando, y desde entonces nunca volvería a sentir la nieve en mis mejillas sin que se me llenaran los ojos de lágrimas.

Seguimos abrazados durante cinco largos minutos, y en ese rato los dos dijimos muchas tonterías. Tonterías importantes, es cierto, pero que sólo las plumas muy hábiles tienen derecho a poner por escrito para que las páginas en blanco de este mundo no se llenen de indescifrable palabrería de enamorados que sólo pertenece a un momento y a un lugar, y que está destinada a viajar en susurros de unos labios a un oído, y no a través de la tinta y el papel. Sólo puedo resumir esa conversación diciendo que ambos dijimos en al menos cuatro lenguas distintas (la alegría, la ira, la añoranza y el silencio) que no habíamos hecho sino una estupidez tras otra, y que no había manera de decir cuánto lo sentíamos, y que no queríamos volver a separarnos nunca en lo que nos quedara de vida, aunque esa vida estuviera llena de baches y sacrificios que nos llenarían de dudas, cierto, pero nada podía ser tan terrible como el vacío de los últimos diez años.

Llevábamos un buen rato cogidos de las manos cuando decidimos mirarlas. Él también se había desecho de la alianza de oro, como había supuesto. Cerré los ojos con fuerza al recordar la tarde en que yo había tirado la mía al pantano cenagoso del campo donde vivía mi hermana, con la que había vivido durante unas semanas después de que él se marchara. ¿Cómo podía haberme cegado tanto el orgullo?

Él entonces me levantó la barbilla para que le mirase, y me dijo sonriendo:

-Te prometo que esta vez será diferente. Esta vez, cuando te despiertes, esto será real.

Y yo, conteniendo la respiración, me aparté. Lo creí: lo creí con toda mi alma, y esperé en silencio a que pasara la neblina del sueño para demostrarme que no estaba equivocada, y que al abrir los ojos él estaría a mi lado.

Una mañana más, desperté helada en mi habitación. Y, temblando, alargué la mano hacia el otro lado del colchón deseando encontrar algo más que sábanas vacías.

martes, 11 de marzo de 2014

Pincelada de ideas - Ojos que ven...

Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en alguna parte.

(El Principito, Antoine de Saint-Exupéry)

Una de las cosas que a menudo me llaman la atención cuando leo cualquier libro son las descripciones de las miradas. El narrador enfoca a un personaje y te dice mucho de lo que está pasando por su cabeza sólo con decir cómo son sus ojos. Ya sabéis a lo que me refiero, a frases como “tenía los ojos alegres”, o “aunque sonreía, sus ojos parecían tristes”, o “sus ojos expresaban confusión”. Es algo que siempre leo y que muchas veces también escribo yo misma, pero… no deja de parecerme curiosa la gran frecuencia con la que aparecen descripciones así. Y es que, al pensar en mi propia percepción del mundo real, me doy cuenta de que ésta no es tan literaria. De vez en cuando se me pasa por la cabeza una expresión de ese estilo, pero también he de reconocer que muchas veces cuando miro a alguien a los ojos lo que veo son… eso, ojos. Sin más. Quizá también se debe a que, al menos en la cultura en la que vivo, eso de mirar a alguien directamente a los ojos durante el tiempo suficiente para saber cómo se está sintiendo no resulta del todo cómodo. O quizás ocurre que a la hora de escribir es muy tentador sacar conclusiones usando ese don tan maravilloso que es la imaginación.

Sea como sea, esto me hace darme cuenta de lo importante que puede ser una mirada. Y no sólo por lo que pueda expresar, aunque haya usado esa idea para empezar esta pincelada. También, y sobre todo, por lo que puede ver.

Es importante resaltar que cuando hablo de lo que nuestras miradas pueden ver no me refiero realmente a los ojos físicos. Me refiero a esa otra mirada: esa que es mucho más profunda, que abarca cosas infinitas y que puede seguir viendo aun cuando nuestros párpados están cerrados. Hablo de esos ojos por los cuales dos personas pueden mirar un mismo objeto y ver cosas diferentes, que es una de esas características de la humanidad que nunca dejarán de sorprenderme.

¿Todos tenemos la misma mirada? Desde luego que no. Y no porque algunos tengan el iris castaño y otros lo tengan azul, o porque unos vean más claro y otros más borroso; eso no es importante. Nuestras miradas son diferentes porque no ven las mismas cosas. Hay ojos que miran una semilla y sólo ven una semilla, pero hay ojos que, mirándola, ven el árbol que saldrá de ella. Hay ojos que ven ciudades y ojos que ven una casa en concreto. Hay ojos que ven manos pidiendo ayuda a dos centímetros de distancia y ojos que las ven al otro lado del mundo. Hay ojos que ven el color de la piel y ojos que no.

La cita de El Principito con la que encabezo este texto me hace pensar en ese tema y, dicho sea paso, también me hace mucha gracia. Y es que cada vez que la leo me imagino a dos individuos parados al borde de un desierto manteniendo una conversación como ésta:

-Míralo. ¿No es precioso?
-¿El qué?
-¿Qué va a ser? ¡El desierto!
-Hombre, tanto como precioso… pues no. Hay arena, arena y más arena. Y si vas un poco más allá, verás más arena. ¿Qué tiene eso de precioso?
-¿No lo ves? Es hermoso porque en alguna parte hay un pozo con agua. ¡Evidentemente!

Hay ojos que ven pozos de agua en el desierto.

Creo que ninguna forma de arte existiría de no ser por esto. Los ojos de los auténticos artistas son capaces de ver paisajes en lienzos vacíos, sinfonías en una cuerda que vibra al pulsarla, historias en páginas en blanco, esculturas en un pedazo de piedra que cualquier otro habría tirado, y mil cosas más. Pero no se trata sólo de arte. Las distintas miradas que tenemos determinan nuestra forma de relacionarnos unos con otros y de entender el mundo que nos rodea. Y es que también hay ojos que ven la belleza donde otros sólo ven algo roto. Ojos que ven la necesidad de un abrazo bajo la máscara del mal humor. Ojos que ven la inseguridad detrás de la autosuficiencia. Ojos que pueden ver en medio de la oscuridad, y ojos que incluso ven durmiendo. Ojos que miran al pasado y ojos que miran al futuro.

Pensando en esto no puedo evitar preguntarme, sobre todo cuando me miro a mí misma, cómo es posible que algo así ocurra. Me pregunto cómo mi propia existencia es posible. La respuesta va llegando poco a poco, como en un susurro que cada vez se hace más claro, mientras intento imaginar cómo sería el principio de todo. Intento ver un lugar vacío, anterior a mi existencia. Bueno… casi vacío; al menos lo que hay allí no parece importante. Hay algo, alguna cosa que no sé muy bien qué hace ahí, pero a mí no me produce más que confusión e indiferencia. Mis ojos ven una nimiedad. Mis ojos no ven más que una mota de polvo, una célula, un hueso o algo igualmente insignificante.

Pero hubo unos ojos que miraron lo mismo y no vieron eso.

Me vieron a mí.

lunes, 3 de marzo de 2014

Pincelada de arte - El origen de los guardianes

Una vez más aquí estamos, y siguiendo la dinámica que llevo en el blog, puesto que mi última reseña de cine fue la de Orgullo y prejuicio, ahora toca una peli de animación. Y no he podido resistirme a elegir ésta. ¡Hasta el próximo lunes! ;)

Cuando me paro a pensar en la próxima pincelada de arte que voy a publicar en este blog, a veces me cuesta mucho decidirme. Si echáis un vistazo a páginas anteriores para ver qué películas y libros me ha dado por reseñar en otras ocasiones, quizá tengáis la impresión de que no tengo un criterio muy claro. Y eso es comprensible, supongo. Lo que debéis tener en cuenta es esto: a la hora de elegir no suelo basarme en cuáles he visto o leído más recientemente, o en cuáles me gustan más (bueno, esto influye, pero no es lo único), o en cuáles me darán más visitas. Básicamente, para que yo escriba un comentario sobre un libro o una película tiene que ser algo de lo que tenga ganas de hablar, algo que me dé pie a comentar cosas que me parezcan interesantes, y muchas veces también elijo algo que me da la impresión de que mucha gente no conoce… y deberían conocer. Por eso en mis reseñas de películas de animación he hablado por ejemplo de cosas como Susurros del corazón, Basil el ratón superdetective o, centrándonos por fin en lo que toca hoy, El origen de los guardianes. Por eso… o porque después de verla necesitaba alguna forma terapéutica de abrir una ventana, asomarme al mundo y exclamar: “¿Pero qué os pasa? ¿Por qué no estáis todos enamorados de esta película? ¡No lo entiendo!”.

Bueno, sí lo entiendo un poco, pero me estoy adelantando. Y mi introducción ha sido más larga de lo que pretendía. Así que vamos a ir al grano y hablar de este largometraje de Dreamworks Animation estrenado en 2012, y vamos a aclarar por qué pienso que es una gran película.

Me llamo Jack Escarcha. ¿Que cómo lo sé? Me lo dijo la luna. Pero eso fue lo único que me dijo… y eso fue hace mucho, mucho tiempo.

Debe ser mi debilidad por las historias con una atmósfera de cuento, pero debo decir que El origen de los guardianes me cautivó desde la primera escena. En ella se muestra el despertar de Jack Escarcha (Jack Frost en versión original), al que la luna levanta de un lago helado en medio del bosque, le da un nombre, una vara con la que puede controlar el frío y la nieve a su voluntad… y ninguna explicación. El joven enseguida se enfrenta a un nuevo sobresalto al intentar relacionarse con la gente y descubrir que es invisible para ellos. Jack no sabe por qué esta ahí ni para qué, y éste interrogante le perseguirá durante trescientos años… hasta que un día un antiguo peligro amenaza a los niños del mundo. Entonces Norte (Santa Claus), Bunny (el Conejo de Pascua), el Hada de los Dientes y el Creador de Sueños (Sandman en versión original) hacen saber a Jack Escarcha que ha sido escogido como guardián.

Creo que viendo la combinación de personajes que presenta esta película se puede deducir por qué al menos en España no tuvo tanta repercusión. Tendría que investigar más para confirmarlo, pero aseguraría que se trata, en gran parte, de una cuestión cultural. Mientras que algunos personajes que aparecen en esta película ya son universalmente conocidos como iconos de la imaginación infantil (Santa Claus, el Coco, y hasta cierto punto el Conejo de Pascua), hay otros que dependen mucho del folklore de cada lugar. Aquí en España no creo que los nombres de Jack Escarcha o el Creador de Sueños resuenen de la misma forma que en los países angloparlantes. Ni tampoco el Hada de los Dientes, puesto que aquí tenemos nuestro propia mitología ratonil para explicar quién se lleva los dientes de los niños de debajo de las almohadas (hay un guiño brillante a esto en la película, por cierto). En resumen, parece que aquí contamos con una desventaja, ya que al no estar familiarizados con la mayoría de estos seres mitológicos no nos causa la misma impresión verlos trabajar juntos, ni apreciamos de la misma forma lo creativos que son los diseños y las ideas que hay detrás de cada personaje. Pero por otro lado… El origen de los guardianes es una gran forma de conocerlos. Y para eso está la imaginación, ¿no?

Hablando de los personajes, ellos son la película. Y ése es otro de los factores que a mi parecer suman un montón de puntos. Todos y cada uno de ellos son geniales, y las interacciones entre ellos dan pie a momentos divertidísimos, conmovedores, emocionantes y fantásticos en cada sentido de la palabra. El título en español es un poco engañoso, ya que aquí no se narra el origen de cada uno de los guardianes, pero de la forma en que está construida la historia tampoco hace falta. Al fin y al cabo, como se ve desde la primera escena, el centro de la narración es Jack Escarcha. Y la evolución de éste a lo largo de la historia está tratada al detalle, con mucha carga emocional y momentos realmente impactantes, sin perder de vista el eje de su conflicto:

Qué hacía yo ahí y cuál era mi misión es algo que nunca he sabido. Y a veces me pregunto si algún día lo sabré.

Y eso es otro detalle a destacar. La historia es sencilla, y evidentemente parte de una base infantil, pero no tiene nada de superficial. Por el contrario, sorprende la profundidad con la que se tratan temas como el miedo, las pesadillas, la incertidumbre respecto al papel que tenemos en este mundo o la dificultad de creer en aquello que no se ve. Y es que la película trata con ideas abstractas, si bien éstas están personificadas a través de los guardianes y el villano. Esto funciona muy bien con la escena en la que Norte explica a Jack, a través de unas curiosas muñecas rusas, que cada uno de ellos tiene varios rasgos de carácter (diferentes, incluso contradictorios a veces), pero sobre todo tienen un “centro”, un don de nacimiento que los convierte en guardianes. En mi opinión, esta película puede interpretarse de muchas formas, y de la misma manera se puede disfrutar más y más con cada visionado. Y eso es parte de lo que la hace tan especial.

Podría enrollarme mucho más, porque he vuelto a ver la película hace poco y me ha dejado muy inspirada, pero quiero huir de la mala costumbre de usar más palabrería de la necesaria, y ya voy por mal camino. Yendo al grano, ¿recomiendo El origen de los guardianes? Rotundamente sí. Es una película muy emocionante, divertida y rebosante de creatividad: no he mencionado ni la mitad de detalles ingeniosos que hay en la creación de cada personaje, ni el humor que desprenden desde los protagonistas hasta el último de los extras (geniales los yetis, los elfos y las mini-hadas que acompañan a los guardianes), ni la asombrosa animación. Por no hablar de que en cada minuto de película se notan tanto el esfuerzo como la ilusión que sus creadores pusieron en ella, y la verdad es que es una ilusión muy contagiosa. Es, en definitiva, una historia entrañable y llena de encanto que consigue hacerte desear que los créditos finales tarden mucho en aparecer.

lunes, 24 de febrero de 2014

Pincelada de arte - Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro

Me había planteado dedicarle esta pincelada a algún libro de Oscar Wilde, pero luego pensé que, como las últimas pinceladas de arte fueron sobre Orgullo y prejuicio, quizá hoy debería optar por algo menos clásico. Oscar Wilde es el siguiente en línea.

¡Saludos!

P.D. Hola, soy la versión idealista de Abigail y he pensado que molaría mucho empezar de una vez a tomarme en serio lo de hacer publicaciones semanales. La Abigail pesimista, o “realista” como dice ella, ha fruncido el ceño cuando se lo he comentado, se ha reído y me ha dicho que “menuda novedad”, pero vamos… ¡ese no es el espíritu! ¡Nos vemos el próximo lunes!

Nunca me abandones, del escritor británico Kazuo Ishiguro, es el segundo libro que he leído este año, y una de las lecturas más interesantes que he tenido en mis manos últimamente. Publicada en 2005, esta novela narra el crecimiento de Kathy, una estudiante del inquietante internado de Hailsham, en Inglaterra. Digo “inquietante” porque, a pesar de que al principio parece que las experiencias de Kathy podrían ocurrir en cualquier internado común, desde los primeros capítulos se ven indicios de que Hailsham no es una institución corriente… como tampoco lo son sus alumnos. La historia de Kathy y sus amigos, Ruth y Tommy, se va desarrollando poco a poco (día a día, página a página), mostrando las relaciones entre ellos, el aprendizaje que los tres siguen y su forma de ver y enfrentar la vida después de Hailsham.

Por lo que he dicho en las líneas anteriores podría parecer que estamos hablando de una novela de suspense o de misterio, pero no es así. Y creo que eso es parte de lo que hace esta historia tan interesante, a la par que un poco perturbadora. Desde el principio del relato hay tabúes, conversaciones a escondidas y cosas que se mantienen en silencio, pero no hay investigaciones, ni realmente un interés tan grande por parte del lector en descubrir lo que está pasando. Es decir, ese interés existe, pero es secundario frente a lo que realmente se crea a lo largo de la novela: una conexión entre el lector y los personajes. El interés por saber qué harán y qué les ocurrirá es mayor que el de saber qué es todo este juego de luces y sombras que tiene lugar a su alrededor. Vemos esto como lo que realmente es: una historia de crecimiento y aprendizaje, no tanto una trama que hay que resolver. La misma novela parece intuir que provoca esa reacción, y saca todo el partido posible de ello. Por ello, cuando de vez en cuando deja caer como si nada alguna pieza clave del puzzle o un elemento revelador que hace al lector atar cabos, me atrevería a decir que el impacto es aún mayor. Por sorprendente que sea esa nueva información, lo que se pide del lector es que lo acepte como parte de la vida, y no como la solución a un misterio. Esto hace que en parte la novela sea muy angustiosa y provoque una fuerte sensación de impotencia.

Esta impotencia, como he mencionado antes, nace de la identificación del lector con los personajes. Por supuesto Kathy es la voz narradora y por lo tanto nuestros ojos, de modo que descubrimos este mundo al mismo tiempo que ella. Pero también con Tommy y Ruth se conecta enseguida, ya que si una cosa hay que destacar es que el autor pone mucho cuidado en la construcción de los personajes: todos tienen una personalidad definida y todos tienen sus luchas, sus defectos, sus cualidades y sus distintas formas de reaccionar. Las relaciones entre los tres protagonistas están muy bien llevadas, de modo que los acercamientos y los conflictos entre ellos parecen justificados, y no artificios argumentales para llevar la historia en una dirección concreta.

He dicho que en parte la novela es muy angustiosa, y lo mantengo. Pero al mismo tiempo esos detalles de realidad, de convivencia, de cómo afrontar las dificultades del día a día, de enamoramientos y decepciones, y de ese amor que a veces es doloroso y a veces sana… esos detalles hacen de Nunca me abandones una historia que también es muy hermosa, y que como toda vida humana contiene una conmovedora belleza. Los momentos de tristeza e incomprensión ayudan a que, tras cerrar el libro y dejarlo en la estantería, éste siga resonando en la mente del lector, provocando preguntas y reflexiones. De algún modo la historia (cuyo ritmo, por cierto, es pausado pero no lento, y se hace muy entretenido gracias a la estrategia narrativa del recurrente “de esto os hablaré más adelante” que el narrador emplea) se convierte en una especie de ciclo, pues a pesar de la evidente diferencia entre nuestras circunstancias y las de Kathy, la verdad es que es muy difícil escapar a la sensación de que la novela te hace un gesto y susurra: “Esto también va contigo”.

Nunca me abandones es una lectura que vale mucho la pena y que recomiendo totalmente. Como todos sabemos, el mundo no puede componerse sólo de libros que nos hagan alzar emocionados la bandera de creer en la humanidad: son muy necesarios aquellos que nos hagan cuestionarnos a nosotros mismos, ver lo frágiles que somos y las graves consecuencias que a menudo tienen nuestras acciones. Libros que nos hagan darnos cuenta de que la raza humana no es autosuficiente, porque sólo entonces podemos reconocer nuestra necesidad. Libros que nos pregunten qué es lo que nos hace humanos, y qué estamos buscando. Y éste es, sin duda, uno de esos libros.