Tengo
que empezar aclarando que en principio no había elegido este libro para
comentarlo precisamente en esta categoría. De hecho, hay una parte de mí que no
quiere ponerle esta etiqueta, porque me da un poco de rabia: esta novela es
demasiado buena para ir asociada con el cliché más cansino de la historia de la
ficción, y es muy frustrante que tire por esos derroteros cuando otros de sus
elementos son tan originales. Por otro lado, me dije que si no lo encasillaba
aquí tendría que leerme más adelante otro libro con un triángulo amoroso, y esa
idea me dio tanta pereza que me acabé decidiendo. Ahora bien, me centraré sobre
todo en comentar las virtudes de esta obra, que en realidad son lo que importa,
y al final comentaré un poco por encima el asunto romántico. Tampoco hay por
qué dedicarle mucha más atención.
Como agua para chocolate es una novela que me ha sorprendido, sobre todo, porque
toma una idea ya de por sí original y la lleva más lejos de lo que anticipaban
mis expectativas. Desde el principio me encantó la idea de la estructura: se
trata en esencia de un libro de cocina que acompaña cada receta con un episodio
de la historia de Tita, la protagonista. Pero pensaba que las recetas iban a
ser una excusa para la narrativa, y no: ambos aspectos están íntimamente
relacionados, cosa que me sorprendió. Es increíble la forma en que la autora
conecta cada comida (su elaboración, sus ingredientes y su tradición en la
familia) con las experiencias de los personajes. Algunas de las comidas
producen en ellos reacciones químicas que alteran su comportamiento, otras les
provocan un shock emocional, otras muestran de forma simbólica lo que sienten…
La idea no solo es buena, sino que además está maravillosamente aprovechada y
da lugar a una historia que rebosa realismo mágico, cosa que me encanta. Nunca pensé
que se le podría sacar tanto significado, y de una forma tan imaginativa y
profunda, a una simple actividad que llevamos a cabo tres veces al día: comer. Pero
tal como lo escribe Laura Esquivel, es imposible no contagiarse de esa pasión
por los alimentos y por la cocina que impregna cada página, despertando los
cinco sentidos del lector en todo momento.
Bueno,
y ahora vamos con ese triángulo amoroso. No me gusta absolutamente nada. Odio
cómo se resuelve. Pero, la verdad, ¿de qué me sorprendo? No sé cómo me las apaño,
cuando leo historias con este «conflicto», para ponerme siempre de parte del
perdedor. Escritores del mundo, os lo suplico: si vais a predicar sobre el amor
verdadero, no lo hagáis por medio de un triángulo amoroso. No. No. Desastre. ¿Por
qué hay tantas historias de este tipo? ¡Ya basta! ¿Qué pasa, no hay suficiente
conflicto en una relación que solo implique a dos personas? ¿En serio tenemos
que recurrir a este desquiciante debate que SIEMPRE sabemos cómo va a acabar, y
que, por cierto, casi siempre es de la peor manera posible?
Vale,
ya me he quedado a gusto. Para ser justos, este triángulo amoroso no es lo más importante
de la novela, y por eso es bastante fácil quedarse con lo bueno. Tengo la
esperanza de que aquellos que lean Como
agua para chocolate no se queden con el mensaje de que deberías acabar con
una persona cobarde que no te merece y con quien la relación no tiene futuro
solo porque «es lo que deseáis» (…), sino más bien con la sensación de «oye,
pues me han dado ganas de cocinar». Que despierte en vosotros, como en mí, un
nuevo aprecio por las sensaciones que provoca la buena comida, una renovada
admiración por el trabajo que conlleva, y una curiosidad creativa por esta
manera de contar historias.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar