La edición que he leído, aunque no sé, esa portada no acaba de convencerme como representación de esta historia.
El problema con este reto de lectura son las
categorías como esta. Es una categoría en la que se supone que deberías meter
un libro después de leerlo, no antes. Es decir, ¿cómo se supone que voy a ir a
la biblioteca y elegir “un libro divertido”? ¿Cómo decido si es divertido, por
la portada? Puedes ponerte a buscar en internet “libros divertidos” y fiarte de
lo que alguien ha puesto en una página web, como acabé haciendo yo en este
caso, pero eso no te garantiza nada. Y menos en algo tan subjetivo como el humor.
¿Quién me asegura que lo que le ha hecho gracia a la persona que creó esa lista
también me hará gracia a mí? ¿Y si no me río? Digamos, en fin, que elegir un
libro para esta categoría no ha sido fácil. Para asegurarme de que no iba a
equivocarme por completo, sabía que tenía que recurrir a un autor que ya
hubiera leído antes y supiera que puede hacerme reír con una narración. Y desde
luego, ¿quién mejor para eso que el escritor que se convirtió en el rey de los
comentarios ingeniosos mucho antes de que existiera Twitter? Eso es: elegí a
Oscar Wilde. Sí, porque seguro que el autor de historias tan tronchantes como
“El ruiseñor y la rosa”, “El amigo leal” y El
retrato de Dorian Gray sería la opción perfecta para un relato cómico.
¡Obviamente!
Dicho así parece un sinsentido, pero en realidad no lo
es: Oscar Wilde tenía talento para inquietar, entristecer y hacer reír a partes
iguales en sus escritos. En concreto El
fantasma de Canterville es, efectivamente, una historia llena de humor. La
situación de poner a una familia estadounidense moderna viviendo en un castillo
embrujado típico de las leyendas inglesas de fantasmas es un contraste genial.
Oscar Wilde aprovecha este escenario para reírse tanto del materialismo
americano de la época como de la superstición y la credulidad más típicos de
algunos europeos, pero además lleva la situación a extremos tan absurdos como
brillantes; por ejemplo, que el embajador de Estados Unidos oiga las cadenas
del fantasma por la noche y salga al pasillo para ofrecerle una botella de
“engrasador Tammany-Sol-Naciente”, así como la reacción del pobre fantasma
ultrajado. Toda la narración está llena de detalles así.
Quizá la única pega es que, para un escenario con
tantas posibilidades, la historia se hace muy corta. Pero sinceramente, si el
mayor defecto de una historia es que te deja con ganas de más, es que está
haciendo algo bien. Además, para eso está la imaginación. El fantasma de Canterville es un relato creativo, original
y, ciertamente, divertido: muy recomendable para cualquiera. Claro que, si hay
algo firmado por Oscar Wilde que no sea recomendable, yo todavía no lo he
leído.
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