Es un poco complicado explicar por qué quería hablar de
esta película. No es reciente, no conozco a nadie que la haya visto y, la
verdad, es un poco extraña, ya partiendo de su premisa: la historia de Hamlet
contada desde el punto de vista de dos personajes bastante periféricos del
drama original. Tanto, que dudo que alguien que sólo conozca la obra un poco
por encima tenga la más ligera idea de quiénes son Rosencrantz y Guildenstern:
no se los suele mencionar en los resúmenes de esta tragedia shakespeareana.
Descubrí esta película porque en la universidad he tenido que leer tanto Hamlet
como la obra de teatro en que se basa este filme del mismo título, dirigido por
el autor original del texto: el británico Tom Stoppard. Escribo este comentario
partiendo de la base de que la mayoría de personas que leen esto probablemente
no conocen de nada esta película, como tampoco la conocía yo hasta este año,
así que procuraré no sobreanalizar tonterías y centrarme en explicar por qué
consiguió capturar tanto mi atención.
La película comienza mostrando el viaje a Elsinor de
Rosencrantz y Guildenstern, interpretados por unos jovencísimos Tim Roth y Gary
Oldman. Durante el camino, se entretienen lanzando al aire una moneda que
siempre cae mostrando cara. Y desde el primer diálogo entre ambos, nos damos
cuenta de que esta película no va a ser precisamente convencional, como
continuaremos comprobando en sus encuentros con la compañía de actores, los
reyes y el mismo príncipe Hamlet. Después de cada escena te descubres
preguntándote de qué rayos han estado hablando los personajes: las
conversaciones se van por las ramas y divagan, ora sobre la locura de Hamlet,
ora sobre la dirección del viento, ora sobre si la última frase dicha ha sido
una pregunta o una afirmación. Estas conversaciones bastarían para dejar
atónito a más de uno, pero no son lo único extraño: a esto se une la continua
confusión de identidades entre los dos protagonistas. Todo el mundo se equivoca
de nombre al dirigirse a ellos, hasta el punto de que ellos mismos se plantean
quién es cada uno y hasta la perplejidad del espectador, que probablemente
llegue a los créditos finales aún preguntándose quién era Guildenstern y quién
era Rosencrantz.
Seguramente de estas observaciones se puede deducir que el
guion no es lo que se dice predecible, y esto en realidad tiene mérito para una
historia basada en la tragedia más famosa de la literatura universal. Es decir,
es cierto que quien esté familiarizado con la obra de Hamlet sabe muy bien qué
es lo que va a pasar, pero toda la película está envuelta en una especie de
expectativa y asombro, porque lo que realmente quiere saber el espectador es
qué van a decir los personajes en la siguiente frase, cómo van a reaccionar a
los ineludibles sucesos que les esperan y qué es lo que ellos creen que están
haciendo ahí, si es que tienen la más remota idea. De modo que, por difícil que
parezca, así es: la película logra que estés viendo Hamlet y preguntándote qué
va a pasar. ¡Medalla para Tom Stoppard, por favor! Pero ésta no es la única
virtud de la película. El texto, por bizarro y extravagante que resulte, es
también realmente fascinante: como conversaciones reales entre dos individuos
que hablan sólo para acallar el silencio y que hablando de todo no dicen en
realidad nada. Esto puede sonar un poco filosófico y plomazo, que es lo que yo
pensé al principio, pero lo cierto es que las interacciones entre Rosencrantz y
Guildenstern están, de hecho, llenas de humor. Un humor también un tanto raro
pero que precisamente por hallarse en este contexto de tragedia shakesperiana
resulta aun más absurdo e hilarante.
Cabe destacar también las interpretaciones de los dos
actores principales, ya que llevar a la vida a los personajes de la obra de
Stoppard no es tarea fácil y tanto Tim Roth como Gary Oldman realizan un
trabajo sencillamente impecable. Tengo que destacar también al tal Iain Glen,
porque no consigo imaginar cómo tiene que ser eso de interpretar a Hamlet en
una historia en la que NO es el protagonista, y sin embargo lo logra con
creces.
Ahora bien, ¿por qué he dicho que es un tanto raro el
sentido del humor de la película? Porque al final resulta muy complicado
categorizarla como una comedia o una tragedia. Sí, es verdad que muchas
películas son una combinación de ambas cosas, pero esto… realmente te deja sin
saber cómo deberías sentirte al final. Por mi parte, diría que es una historia
de fuertes contrastes que transmite un mensaje muy poco optimista sobre la
humanidad. Es triste decir que en cierto sentido la película tiene bastante realismo:
Rosencrantz y Guildenstern reflejan aquí la realidad de seres humanos que encuentran
imposible seguir un rumbo en sus vidas porque están vacíos por dentro y no
tienen nada que los impulse a seguir adelante. Personas que también tienen
problemas para distinguir su propia identidad y acaban teniendo que conformarse
a lo que los demás les dicen que son, aun cuando lo que oyen es contradictorio;
personas que siendo “secundarias” en una obra mucho más grande que ellas se
enfrentan a la misma certeza inevitable que los reyes y príncipes. Esta
historia me impactó porque, al igual que El secreto de sus ojos (la
película argentina dirigida por Juan José Campanella), plantea la siguiente
pregunta: ¿cómo se hace para vivir una vida llena de nada? Cada cual enfrentará
esta cuestión a su manera; yo tengo claras dos cosas. Primero, que no se puede.
Y segundo, que no debe llenarse con cualquier cosa.
Es por estos y otros motivos que Rosencrantz y
Guildenstern han muerto es una de las películas más interesantes que he
visto últimamente, además de muy bien hecha y entretenida. Y aunque soy
consciente de que éste es uno de esos filmes que pueden inspirar tanto amor
como odio, recomiendo a todo el que conozca la obra de Shakespeare que al menos
se anime a echarle un vistazo.
P.D. Me da que no he conseguido el objetivo que me planteé al final del primer párrafo...
P.D. Me da que no he conseguido el objetivo que me planteé al final del primer párrafo...