Lo prometido es deuda. Eso sí, esta pincelada llega un día tarde, adiós a mi récord de los lunes... pero bueno, no he querido que el no publicarla a tiempo se convirtiera en una excusa para no poner nada esta semana.
¡Saludos! :)
Mis
cortesanos me llamaban "el príncipe feliz", y realmente era feliz, si es que el
placer es lo mismo que la dicha.
Empiezo a escribir esta pincelada ya con cierta
culpabilidad. ¿Por qué? Porque me conozco, y sé que aquello que más admiro en
un escritor como Oscar Wilde es también algo que a mí me cuesta mucho
aplicarme, y soy consciente de ello desde la primera línea de esta reseña, y sé
que va a sonar un poco contradictorio que alabe una virtud en un autor a la vez
que peco de lo contrario. Esto ya lo entenderéis al final de esta pincelada.
Pero en cualquier caso espero que se me perdone la falta.
Sobre Oscar Wilde podrían decirse muchas cosas. Era un
genio, al fin y al cabo, y uno de los escritores más recordados de la
literatura en lengua inglesa. También habría muchas obras que remarcar (entre
ellas la imprescindible novela El retrato de Dorian Gray), y quizás una
pregunta bastante lógica sería: ¿por qué elijo precisamente este sencillo
cuento? Curiosamente es la primera vez que hago algo así en este blog (hablar
de un cuento corto en lugar de una novela), y habrá quien piense que tendría
más sentido reseñar alguna obra más representativa de este autor, una con la
que quizá los lectores estén más familiarizados.
Pero para ser sincera, el relato de El príncipe feliz
es realmente mi obra favorita de Oscar Wilde. Esto no disminuye el valor de sus
novelas y obras de teatro, en absoluto, y no olvidemos que en gustos se rompen
los géneros (una frase que aquí viene muy al caso). Realmente este cuento no es
mi favorito porque esté mejor escrito, ni porque se puedan hacer más
comentarios críticos sobre él, ni porque sea más relevante que otras obras del
escritor. Este cuento es mi favorito… precisamente porque es un cuento.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi_ySKEp4VHe7M6x_U56OVExdqRUrZvzYzik7IUWsUnVmZ3A5ndGrnwwTofqbiz8O2eGCuihgENPzmo3l8wLF8CtOLgeiZ6CqxMgda0e7ITKtFgpylBY-ixefnPwLFTCu7FLXNdxrR_Lm8/s1600/2002-7-17-happy_prince24.jpg)
El príncipe feliz es, ante todo, una historia de
amor. De muchos tipos de amor, desde la coquetería más falsa hasta aquel que
exige un verdadero sacrificio. También es una historia de injusticia, de
crítica, de bondad no reconocida y del drama humano en general. En resumen: es
un relato que, en unas pocas páginas, transmite mucho más que otros libros que
gastan más papel en decir bastante poco.
Y es una lectura que me ha enseñado lecciones muy valiosas
en cuanto a narrativa, siendo una de ellas que las historias maduras y
profundas no siempre se esconden en textos complejos. Lo contrario también es
verdad: los textos sencillos no necesariamente narran historias superficiales.
Realmente lo importante no es acumular cien palabras, sino saber qué hacer con
las diez que ya tienes.
Esto es algo que he aprendido leyendo a Oscar Wilde… al
menos en la teoría, porque como he mencionado al principio, a mí personalmente
siempre se me va la mano con la palabrería. Esta reseña en realidad es un buen
ejemplo de ello, porque para hablar de El príncipe feliz no hace falta
tanto análisis. Lo que hace falta es simplemente leerlo. Así que, si estás
terminando de leer este comentario y aún no conoces el maravilloso relato al
que me refiero, déjame preguntarte: ¿a qué esperas?