Buscar este blog

sábado, 27 de junio de 2015

Marcapáginas - Llamada de descortesía



YO: ¿Diga?

W.I.: Buenas noches, estimada dama. Tengo por seguro que no me negaréis vuestra respuesta a una sencilla pregunta.

YO: ¿Eh? ¿Quién habla? Creo que se ha equivocado.

W.I.: Pero no hay duda de que hablo con la señorita Abigail, y usted recordará que hemos tenido cierto trato recientemente, el cual traigo a su memoria esperando que…

YO: Oh, no. Eres tú.

W.I.: ¿Discúlpeme?

YO: Nada, quería decir… Washington Irving, ¿verdad?

W.I.: El mismo, y a su servicio. ¿Cómo me ha reconocido?

YO: Honestamente, amigo, solo tú podías ser tan pomposo.

W.I.: Permítame pasar por alto su descortesía y hacerle la pregunta que deseaba hacerle.

YO: Sí, bueno… ¿qué quieres saber?

W.I.: Ha llegado a mis oídos que usted está leyendo mi obra, Cuentos de la Alhambra, con el fin de comentarla en su blog como parte del reto de lectura que sigue este año. Pero ese dato me llegó hace un par de semanas. Imagino que a estas alturas ya debe haber acabado de leerla, y estoy muy interesado en saber cuándo espera publicar la reseña en su blog.

YO: Ya. Respecto a eso… hay una pequeña, ínfima posibilidad de que acabar, lo que se dice acabar, aún no haya… en fin, yo no lo diría exactamente así.

W.I.: ¿No ha terminado todavía de leer mi obra? ¿Cómo es eso posible? ¿En dos semanas?

YO: Bueno, Irving, tranquilidad. Es que… tu libro es muy largo, y…

W.I.: ¡Pero si solo consta de trescientas cincuenta páginas! Si mi información es veraz, usted leyó En llamas y Sinsajo en la mitad de tiempo.

YO: ¿Tu libro solo tiene trescientas cincuenta páginas? Será una broma.

W.I.: ¿Disculpe?

YO: Nada, olvídalo. El tema es que… bueno, he estado muy ocupada. No tengo mucho tiempo para leer.

W.I.: ¿Ocupada? Según tengo entendido, no le ha faltado tiempo para escuchar canciones de Frozen y ver episodios de series que ya había terminado de ver.

YO: Hombre, si nos vamos a poner puntillosos no llegamos a ninguna parte, señor mío.

W.I.: Es realmente sorprendente que usted, que ha estudiado literatura americana y ha vivido en España toda su vida, no aprecie el trabajo de uno de los pocos escritores estadounidenses que han derramado tal amor a su bella tierra en las páginas de un libro. ¿No se declaraba usted admiradora del gran palacio de la Alhambra?

YO: Claro, bueno… quiero decir, nunca ha estado allí, pero…

W.I.: ¿No encuentra fascinante, al igual que yo, el encanto histórico de ese rincón de Granada? ¿Acaso no sueña con visitarlo algún día?

YO: Sí, pero…

W.I.: ¿No anhela perderse en esos patios llenos de recuerdos de reyes pasados, ver esos jardines adornados con flores de azahar que tiñen el lugar de exótico misticismo, subir a aquellas torres…?

YO: Por favor, no empieces con las torres otra vez.

W.I.: Ya sabe, aquellas donde los señores musulmanes se refugiaban tras el grosor de esos muros que…

YO: ¡BASTA! ¡Eres un pesado! ¿Vale? ¡Un pesado! Por eso no consigo avanzar con tu libro. Que si las torres, que si la cámara de no sé qué, que si los arcos de herradura… ¡Esto no es narrativa, es una guía turística! ¡No me aburría tanto un autor desde Joseph Conrad!

W.I.: ¡Pero si mis descripciones son una clara representación del romanticismo americano!

YO: Sí, todo lo que tú quieras, y no dudo que seas un autor de reconocido talento. Pero eres un pesado.

W.I.: Bueno, señorita, su opinión es irrelevante. Al fin y al cabo,  ningún gran escritor es apreciado en su época.

YO: ¡Pero si esta no es tu época! De hecho no entiendo cómo estamos teniendo esta conversación…

W.I.: La cuestión es que, le guste o no mi obra, no tiene excusa. Se ha comprometido a leerla, y debe hacerlo. Y cuanto antes se ponga, mejor.

YO: ¡Es que es un tostón! En serio, ¿por qué sentiste la necesidad de escribir hasta el último detalle que observaste sobre el palacio de marras? ¿No pensaste que haciendo eso le quitas todo el misterio? ¿No crees que la gente tendrá más ganas de ir si hay cosas que no conocen?

W.I.: Es decir, que yo no puedo expresar mis sentimientos hacia una de las construcciones arquitectónicas más maravillosas del mundo, pero usted puede aburrir a sus lectores con pesadas disertaciones sobre los libros que ha leído.

YO: A lo mejor decido no dedicarle a tu obra ninguna de mis aburridas disertaciones, ¿eh? ¿Qué te parece eso? Es más, puedo elegir esa opción sin problema. Seguro que tardaría menos en leer Notre Dame de París.

W.I.: Salvo que en su reseña de Un burka por amor aseguró usted que este año terminaría todos los libros que empezase. Sin excepción.

YO: Pero…

W.I.: Así que deje de buscar excusas y póngase a leer de una vez. ¡Es increíble! Debería agradecer que le haya hecho semejante homenaje literario a su hermoso país, en vez de estar quejándose.

YO: Sí, un homenaje… Desde luego, en tu libro tienes una forma muy poética de decir que los españoles somos unos vagos.

W.I.: Y por lo que usted me demuestra, no me equivocaba.

YO: (…)

W.I.: Bueno, ¿se va a leer o no?

YO: ¡Está bien, está bien, lo leeré! Pero oye, dime solo una cosa.

W.I.: ¿Qué quiere saber?

YO: ¿Hay alguna posibilidad de que en alguna parte del libro aparezca un jinete sin cabeza? Porque eso molaría bastante.

W.I.: (…)

YO: ¿Hola? ¿Señor Irving? ¿Sigue ahí? (…) Nada. Ay… en fin, Serafín, vamos al lío.

SERAFÍN: ¿A qué lío? Estaba intentando echarme una siesta.

YO: ¿Tú otra vez? ¡Que no te he llamado! ¡Que es una expresión, leches!

sábado, 20 de junio de 2015

Reto de Lectura 2015 - Una obra de teatro: La sesión final de Freud, de Mark St. Germain

Esto no es una portada, pero todo tiene una explicación. ¡Seguid leyendo!


Estoy pensando cómo debería empezar a hablar de esta obra y lo cierto es que tengo mis dudas, porque en esta ocasión se trata de un caso un poco especial. Es una lectura, sí, pero es una lectura “a posteriori”. Me explico: no sé si recordaréis que cuando comenté Seis personajes en busca de autor a principios de este año dije que a menudo me frustra un poco leer teatro porque, por mucho que me guste el texto, siempre soy consciente de que me falta la experiencia “de verdad”. La lectura está muy bien, por supuesto, pero el teatro está hecho para ser representado. Es por eso que La sesión final de Freud supone una oportunidad demasiado perfecta para dejarla pasar: no solo puedo hablaros de algo que he leído, sino de algo que, antes de leer, he visto recientemente sobre el escenario, en el Teatro Fígaro de Madrid. ¡Y de qué manera! De hecho, voy a ser clara desde el principio: mi objetivo principal con esta reseña es que aquellos que estáis en Madrid decidáis ir a ver esta maravillosa obra de teatro ahora que podéis.

La obra presenta un encuentro imaginario entre el doctor Freud, padre del psicoanálisis y ateo declarado, y el profesor C.S. Lewis, escritor y teólogo cristiano. No voy a dejar la reseña aquí, pero la verdad es que a mí con esa sinopsis ya me tenían ganada. La sola idea de ver un enfrentamiento dialéctico entre estos dos grandes intelectuales con cosmovisiones tan diametralmente opuestas es tan sorprendente como cautivante, y desde luego la obra no decepciona en ese sentido. Pero La sesión final de Freud no es solo un debate, ni un mero intercambio de opiniones. El centro de cualquier obra de teatro es, y debería ser siempre, el conflicto. Y aquí tenemos de eso para rato. Tal como lo expresa el personaje de Freud en un momento dado: “uno de nosotros es un tonto”. Se trata de temas en los que, por mucho que busquen, no van a encontrar un terreno intermedio, y ambos personajes lo saben. Es fascinante ver a estos dos hombres defender lo que creen, cada uno totalmente convencido de su postura, pero al mismo tiempo amenazado por la posibilidad de que toda su visión del mundo esté equivocada. Esa posibilidad está encarnada en la figura del otro. Eso provoca frustración, enfado y duda por ambas partes, pero también produce en ellos (y esto es lo realmente conmovedor) un deseo profundo de entender al otro y de encontrar la valentía para aceptar el desacuerdo. Valentía hasta el punto de que ambos son capaces de compartir sus historias personales, sus sentimientos y sus emociones, lo cual, como he comentado antes, hace de esta obra mucho más que un choque intelectual.

Dicho esto sobre la obra de Mark St. Germain, me veo en la obligación de comentar también algo sobre el montaje que se está representando estos días en Madrid, dirigido por Tamzin Townsend y con Eleazar Ortiz y Helio Pedregal en los papeles de Lewis y Freud, respectivamente. Basta decir que es un reflejo perfecto del texto dramático. Sí, no tengo costumbre de usar esta palabra en ninguna reseña, pero esta vez lo voy a hacer, y además dos veces: perfecto. La agilidad de la acción, y sobre todo las excelentes interpretaciones de ambos actores, son sobrecogedoras, y consiguen que esa hora y media parezcan quince minutos. Es una experiencia que repetiría sin dudarlo. Si no me creéis, espero que este trailer os convenza:



Tenéis hasta el doce de julio, y de verdad os recomiendo que no dejéis pasar esta oportunidad. Es posible que mi reseña os haya dejado igual que al principio, pero por favor, si es así no permitáis que mi torpeza redactora determine vuestra decisión. Hay que arriesgarse. Creo que el teatro, por su propia naturaleza, nos llama a aceptar desafíos. Y esta obra es un ejemplo (lo voy a decir por tercera vez) sencillamente perfecto.

jueves, 18 de junio de 2015

Reto de Lectura 2015 - Un libro con más de cien años de antigüedad: La Celestina, de Fernando de Rojas*

La portada de mi edición no aparece en Google, así que tomad esta imagen, que mola mucho más.


Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo: no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti, porque no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos.

He aquí una categoría en la que no tuve ninguna dificultad para elegir. Primero, porque tampoco es que yo controle mucho en materia de literatura antigua, así que mi única opción era recurrir a los clásicos más célebres. Y segundo, porque, curiosamente, La Celestina llevaba bastantes años en mi lista de lecturas pendientes. Para ser exactos, nueve años: desde que estudiamos esta obra en tercero de la ESO, en uno de esos inolvidables libros de Lengua cuya idea de despertar el interés de chavales de quince años hacia una obra antigua era destripar el argumento acto por acto. Brillante, muchachos: realmente brillante. A ver, ya sé que es un poco absurdo pedir que se mantenga el suspense de un libro publicado en 1507, sobre todo teniendo en cuenta que en dicho libro cada acto comienza con un resumen de lo que vas a leer (otra idea bastante cuestionable), pero aun así… no sé, ¿por qué esos chavales de quince años van a querer leer La Celestina si desde el primer momento les revelas quiénes, cuándo y cómo mueren? En fin, misterios del sistema educativo.

A pesar de todo, este libro acabó en mi famosa lista. No por intriga, que ya hemos visto que era imposible, ni tampoco porque me pareciera especialmente importante (claro que es importante, pero si quisiera leer solo por postureo literario ya habría devorado La Ilíada, La divina comedia y las obras completas de León Tólstoi, y no es el caso). Lo que me dio ganas de leer La Celestina fue en realidad que los fragmentos de diálogo que aparecían reproducidos en mi libro de Lengua me hicieron bastante gracia. Me reí con ellos: hicieron que quisiera conocer a estos personajes, incluso aunque ya supiera quiénes iban a morir. De modo que quedó ahí, en lecturas pendientes, y por fin ahora he encontrado la ocasión de quitarme esa espinita.

Cuando los lectores del siglo XXI decidimos leer una historia escrita hace 500 años, está claro que tenemos que someternos a sus reglas y aceptar que ese lapso de tiempo nos influye mucho. Aceptar, por ejemplo, que en aquel entonces no se valoraba como ahora la fluidez narrativa y por eso nos encontramos personajes que hacen intervenciones de dos páginas sin que nadie les interrumpa, algo muy raro en literatura hoy en día. O aceptar que en esa época los géneros literarios no tenían etiquetas tan claras para separarlos, y que por eso esta obra es una cosa tan rara, supuestamente teatro pero prácticamente imposible de representar. Todo esto son cosas a tener en cuenta, desde luego, pero una vez que aceptas la diferencia temporal y te acostumbras un poco a ese castellano antiguo, La Celestina no es un libro tan difícil de leer como algunos pueden pensar. Para empezar, es diálogo puro y duro: con algunos monólogos, pero conversaciones al fin y al cabo, de modo que no se hace muy denso. Por otro lado, las relaciones entre los personajes son muy entretenidas y rebosan humor, como muestra el primer diálogo entre Calisto y su criado Sempronio. Y desde luego, todo esto no quita que siga siendo una historia profundamente literaria, llena de matices e incluso momentos conmovedores que dan lugar a la reflexión; a resaltar el magnífico monólogo de Pleberio al cerrar la obra, que es para enmarcarlo.

En resumen: clásico, es verdad, y que merece serlo. Porque un clásico no es un libro que se puede leer hoy exactamente igual que hace cinco siglos (es más, aseguraría que tal libro no existe), sino un libro que todavía hoy tiene mucho que decir y al que vale la pena darle una oportunidad aunque para ello tengas que aceptar el esfuerzo de salvar las barreras históricas.

Y aunque tu libro de Lengua de Secundaria se haya encargado de destriparte el argumento. Que, aunque he dedicado el primer párrafo de esta reseña a quejarme de ese aspecto, es cierto que no es lo más importante; especialmente cuando hablamos de buenos libros.


* De Fernando de Rojas presuntamente, lo sé. ¡Pero bueno, un título no es el lugar para andarse con matices!