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lunes, 12 de agosto de 2013

Pincelada de tinta - El niño en el reflejo: Parte Uno

Después de mucho dudar al respecto, he decidido publicar este relato, que empecé a escribir hace mucho tiempo, en el blog. Es un poco largo, por lo que he pensado que lo mejor será publicarlo por lo menos en tres entregas; es la primera vez que hago algo así en El arte de soñar, así que ya veremos qué tal funciona. Aquí os presento la primera parte… si os gusta, estad atentos a la continuación el mes que viene en la próxima Pincelada de tinta. ¡Saludos!


(Cuento retirado temporalmente)

martes, 6 de agosto de 2013

Pincelada de ideas - Construyendo barrotes

Este fin de semana en casa estuvimos viendo la película Amor y letras, de Josh Radnor. Se trata de una historia que tiene mucho que ver con el contexto universitario y especialmente con lo que viene después, así que dada mi situación personal era de esperar que varios de los temas que trata me llevaran a la reflexión, pero en realidad lo que me ha inspirado para escribir este pensamiento ha sido un mensaje que me parece más universal, y no aplicable sólo a una etapa de la vida. En uno de los diálogos de la película, un personaje que tiene que dejar la universidad después de pasar muchos años allí le dice al protagonista que se ve a sí mismo como un reo al que dan la libertad condicional pero comete algún delito para que lo envíen de vuelta al único lugar que conoce. Confuso, el protagonista le pregunta: ¿Crees que este lugar es una cárcel? A lo que este personaje, tras una pausa, responde: Cualquier sitio del que no puedes salir es una cárcel.

Esta frase, que por un momento me vi tentada a ver como demasiado elemental, acabó quedándose grabada en una de mis neuronas y haciéndome meditar sobre su significado. Me quedé pensando… ¿y cómo llega a suceder algo así? Lo cierto es que la frase por sí sola no dice tanto como el contexto: el personaje que decía estas palabras amaba el lugar al que se refería. ¿Cómo llega a convertirse algo que amamos en una cárcel? ¿Cómo es posible que en algún punto de nuestra vida algo como un sueño, una vocación, un hogar… se convierta en algo que nos quita libertad en vez de dárnosla?

Parece una idea algo ridícula e improbable, pero cuantas más vueltas le doy al asunto, más me doy cuenta de que esto ocurre con demasiada frecuencia en nuestras vidas. Relaciones saludables que se vuelven obsesivas y dependientes, hábitos y costumbres que se transforman en adicciones, recuerdos del pasado convertidos en rencores imposibles de olvidar… Quizá estas situaciones sean un poco extremas, pero es que si nos paramos a pensarlo comprenderemos que buscar ejemplos de este tipo de cárceles no tiene mucho sentido porque, al fin y al cabo, éstas pueden ser cualquier cosa. Se trata de prisiones que nosotros construimos con nuestras propias manos a nuestro alrededor, y aunque pensemos que son cosas inofensivas… llega el momento en que por la razón que sea tenemos que dejarlas atrás, seguir adelante, y nos descubrimos sujetando unos barrotes como si fueran un salvavidas. Puede que sean unos barrotes de oro y plata: algo que una vez fue un dulce tesoro pero que la obsesión, las ambiciones y el miedo a perderlo han convertido en esta cárcel.

La imagen de unas manos aferrando los barrotes me parece muy significativa porque creo que refleja a la perfección el momento en que ese tesoro se transforma en prisión: es cuando no somos capaces de soltarlo. Cuando sentimos que dejarlo ir disminuiría nuestro valor como personas.

Esto es algo muy humano, y creo que todos podemos distinguir qué es aquello sobre lo que cerraríamos el puño pase lo que pase. Y como comentaba antes, para cada cual es algo distinto: puede ser una persona, una posesión, un plan de futuro, una opinión, un sueño… Cualquier cosa que aferramos mientras decimos: “Esto es mío. Puedo renunciar a muchas cosas, pero no a esto. No hay nada que pueda hacerme sacrificarlo”. Si alguna vez, consciente o inconscientemente, hemos pensado de esta forma… entonces sabemos lo que es fabricar por nosotros mismos ese lugar del que no podemos salir.

Cada cual sabe por qué tiene sus tesoros de oro y plata, y muchos argumentarán que si aquello a lo que nos sujetamos nos hace felices y no es intrínsecamente malo, no hay ningún problema en que no seamos capaces de renunciar a ello. Y, para ser sincera, comprendo este punto de vista: las prisiones que nosotros mismos diseñamos están pensadas para que resulte muy tentador acomodarse en ellas. Pero veo un problema importante con este pensamiento: tarde o temprano llega el punto en el que la decisión ya no nos pertenece. Como decía un libro de Mitch Albom que leí hace poco, cuando una persona muere lo hace con los dedos estirados, revelando sus manos vacías. Por mucho que nos aferremos a algo y creamos que es nuestro derecho tenerlo, la pura verdad es que vinimos a este mundo sin ello y sin ello nos marcharemos. Y valdría la pena que nos preguntásemos dónde queremos estar cuando nuestras manos pierdan fuerza y se suelten de esos barrotes: dentro de la prisión, o fuera.

Elegir la libertad no es fácil; nunca lo es. Requiere un sacrificio y una renuncia, y es difícil soltar algo que nos hemos convencido de que es nuestro. Pero podemos estar seguros de que vale la pena. Además, nadie ha dicho que esto signifique que no podemos tener tesoros: simplemente hemos de empezar a guardarlos en un lugar donde sepamos que ni siquiera la muerte nos los puede quitar.

No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen, y donde los ladrones se meten a robar. Más bien acumulad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mateo 6:19-21).