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sábado, 24 de abril de 2010

Pincelada de arte - Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

¿Existe alguna frase mejor para empezar una novela? Todavía no la he encontrado. Y no, no me vale aquello de En un lugar de la Mancha… Lo siento, sigo pensando que ésta es mejor.

No hace falta que me desgaste mucho en palabras para hablar de este libro, porque no hace falta, de modo que disculpadme por ir un poco al grano y hacer una pincelada breve.

Cien años de soledad es una obra maestra literaria. No hay otra manera de definirlo. Gabriel García Márquez es un hombre que escribe magia, y es imposible no quedar cautivado por su estilo literario cuando lees una historia como ésta.

Este libro cuenta las vivencias de la familia Buendía en la imaginaria ciudad de Macondo desde la llegada de José Arcadio Buendía, su esposa Úrsula y sus hijos José Arcadio y Aureliano hasta el último descendiente de la dinastía un siglo después. El viaje a través de estas páginas está lleno de sinsabores, sorpresas y personajes a cada cual más curioso.

No es precisamente una novelilla muy light, por lo que es posible que a más de uno se le haga una lectura difícil, pero para aquellos que realmente os guste leer, Cien años de soledad es obligatorio. Sobre todo lo recomiendo a aquellos a quienes, como a mí, les encante la literatura fantástica, aunque desde luego no esperéis encontraros nada parecido a El Señor de los Anillos o Harry Potter. Esto es el realismo mágico: la mezcla de lo fantástico con lo cotidiano, en el caso de esta historia todo teñido de melancolía y tristeza.

Dejo un fragmento que no necesariamente el mejor (no sé cuál es el mejor, ni creo que nadie lo sepa) ni mi favorito, pero cualquier texto de este libro, aun elegido al azar, revela lo maravilloso de su estilo literario. Así que disfrutadlo.

José Arcadio Buendía conversó con Prudencio Aguilar hasta el amanecer. Pocas horas después, estragado por la vigilia, entró al taller de Aureliano y le preguntó: «¿Qué día es hoy?» Aureliano le contestó que era martes. «Eso mismo pensaba yo -dijo José Arcadio Buendía-. Pera de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias. También hoy es lunes.» Acostumbrada a sus manías, Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller. «Esta es un desastre -dijo-. Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y anteayer. También hoy es lunes.» Esa noche, Pietro Crespi lo encontró en el corredor, llorando con el llantito sin gracia de los viejos, llorando par Prudencio Aguilar, por Melquíades, por los padres de Rebeca, por su papá y su mamá, por todos los que podía recordar y que entonces estaban solos en la muerte. Le regaló un aso de cuerda que caminaba en das patas por un alambre, pero no consiguió distraerla de su obsesión. Le preguntó qué había pasado con el proyecto que le expuso días antes, sobre la posibilidad de construir una máquina de péndulo que le sirviera al hombre para volar, y él contestó que era imposible porque el péndulo podía levantar cualquier cosa en el aire pero no podía levantarse a sí mismo. El jueves volvió a aparecer en el taller con un doloroso aspecto de tierra arrasada. «¡La máquina del tiempo se ha descompuesto -casi sollozó- y Úrsula y Amaranta tan lejos!»